Rafael Salillas y Panzano penitenciarista

AutorEnrique Sanz Delgado
CargoContratado Doctor de Derecho Penal. Universidad de Alcalá
Páginas155-177

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Ver Nota1

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I

Debo agradecer, en primer lugar y muy sinceramente, a la Sección de Ciencias Históricas de este ilustre Ateneo y en especial al Prof. Dr. Alejandro Díez Torre, la posibilidad que me han brindado de sentarme hoy aquí ante Vds. Hablarles en esta institución, en este edificio, constituye para mí, además de un gran honor, una oportunidad única de homenajear a un insigne ateneísta, verdadero protagonista de este acto, vinculado a otros relacionados con su cercano amigo Joaquín Costa y que, en su principal momento, como socio número 5.254, llegaría a ocupar la presidencia de la Sección de Ciencias Morales y Políticas. Tal empeño se me aparece, no obstante, un formidable encargo, por cuanto la figura de Rafael Salillas y Panzano tanto ilumina, y en tantas áreas destacó y dejó su huella, que hablar de su vida y obra bien pudiera considerarse abordar desde la visión actual el acercamiento a un espíritu renacentista, integral, a caballo entre los siglos xix y xx.

Casi todos los autores que han dado noticia de su obra o han tratado su figura, de una u otra forma, han estado vinculados científicamente con las ciencias penales. Contemporáneos suyos como Dorado Montero, realzando sus ideas en su obra «Los peritos médicos»; o, más tarde, alumnos y penalistas como Cuello Calón, Jiménez de Asúa o Antón Oneca, en el más brillante trabajo sobre su persona; y, más recientemente, Cerezo Mir, garcía Valdés, Fernández Rodríguez, Roldán Barbero, Sainz Cantero, Figueroa Navarro, Téllez Aguilera o, con menor entidad, quien hoy se dirige a Vds., destacaron diversas facetas de Salillas, señalando su capacidad para abordar todo tipo de materias relacionadas con el crimen y la pena. Se le ha considerado incluso el padre de la Criminología en España (Miranda). O permite afirmar, como lo hacía en el ecuador del pasado siglo Rico de Estasen, que «a medida que transcurren los días, la figura adquiere su auténtico relieve de hombre sabio, que transformó la Criminología en uno de los más interesantes aspectos de la ciencia aplicada». Así el Dr. Salillas, como su amigo y vecino de habitación, Costa, o como su compañero de bachillerato Cajal, aragoneses todos, fue un ejemplo de inteligencia entregada a la investigación de la vida social, criminológica y penitenciaria. Vinculando especialmente estas dos últimas facetas. Otorgándoles un sentido y porvenir. Su figura es por ello hoy recuperada en Angüés su población de origen. Y la Institución a la que sirvió, la hoy Secretaría general de Instituciones Penitenciarias asimismo le recuerda en piedra, en un edificio penitenciario con significado y ten-

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dencia al futuro, un CIS o Centro de Inserción Social, con su nombre en Huesca.

Don José Antón daba en el clavo. Dejó impecablemente por escrito en el Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales que Salillas fue penitenciarista de oficio y criminólogo de afición. Porque hablar de Salillas es referirse a una personalidad científica poliédrica, multidisciplinar, avanzada para su época. Siendo médico, se le ha considerado penólogo, criminólogo, antropólogo, jurista, literato, dramaturgo y político. No obstante, su perfil criminalista, tan fértil, ha sido el más atendido en la ciencia patria y foránea. Sus teorías criminológicas fueron ensalzadas por los más renombrados especialistas del momento en la materia, por entonces de la escuela italiana positivista como Cesare Lombroso, con críticas muy positivas en publicaciones internacionales. Tanta luz desde ese lado, ha causado cierta dificultad para atisbar lo que había más lejos, cierta miopía, llegando algún trabajo incluso a minimizar el otro perfil, penitenciario, que hoy reivindicamos, prácticamente a arrumbarlo, en favor de la faceta criminológica. Cuando hoy se revitaliza la vertiente clínica de la ciencia criminológica y se reafirma la idea tratamental (Cullen y gilbert, Cullen y Jonson, Herrero Herrero), tras lustros de críticas, los postulados de Salillas resurgen y desvelan su prioridad científica. Entre otras, la raíz mediata del delito que hallaba Salillas en el entorno (garcía-Pablos) y su posible atención desde la acción tutelar correccional.

Y es que el rescate de la figura de Rafael Salillas y Panzano es, en todo caso, el medio para el mejor conocimiento del presente en el ámbito de la ejecución penal, aun a costa de las ácidas críticas y constantes diatribas que hubo de sufrir en vida y que perduraron por escrito. En 1907, en su espacio especializado de expresión, llegaba a decir: «el hablar de mí no es vanidad, sino exigencia histórica. He sido factor de los acontecimientos, y aún más que serlo me lo han hecho ser mis enemigos, y esto implica decir que estaba sólo, pero además sitiado». Le acompañó así la polémica en multitud de iniciativas que defendió. Su mayor dificultad hubo de encontrarla en la manifiesta enemistad por parte de alguno de los grandes prácticos y expertos en la materia, con responsabilidades determinantes, D. Fernando Cadalso y Manzano, cuyo poso en prisiones se ha percibido durante décadas.

El mismo Salillas previó esta posibilidad, cuando escribía: «Si la vida no fuese tan devoradora y se conservara en alguna biblioteca todo cuanto se escribe, un psicólogo del porvenir -si en el porvenir me exhuman los rebuscadores de curiosidades- tendría materia para hacer el estudio de los diversos cambios de presentación que de mi personalidad han hecho». Y es que, mientras duró la ascendencia de su citado

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antagonista Fernando Cadalso, interesó impregnar la imagen de Sali-llas de un radicalismo inconformista. Y así lo hicieron, todavía a finales del s. XX, funcionarios como Zapatero Sagrado quien señalaba: «seamos sinceros, don Rafael Salillas fue más antropólogo, médico, publicista, criminólogo o político que penitenciarista»; o cuando dice: «No era penitenciarista. Si lo hubiera sido no hubiera intentado monopolizar el reclutamiento del personal penitenciario, ni suprimir la Junta Superior de Prisiones, ni valerse de sus influencias políticas (...) para la consecución de sus ideas pensadas para etapas no sedimentadas (...), ni enfrentarse con los expertos penitenciaristas que acaudillaba el inteligente y dinámico don Fernando Cadalso»); o científicos como Fernández Rodríguez, cuando entre las conclusiones de su tesis doctoral relativa precisamente a Salillas, afirma: «del estudio de las obras que Salillas dedicó a cuestiones penitenciarias, se deduce que únicamente son fuente de conocimiento de su pensamiento científico-penitenciario: La vida penal en España, Informe al Expediente para preparar la reforma penitenciaria y la Crisis del sistema celular»; o cuando, la misma autora, concluye afirmando que Salillas encuentra «sus justos límites» en la explicación de la evolución penitenciaria, y que de su pensamiento «no puede desprenderse ninguna contribución científico penitenciaria entendiendo, como tal en sentido estricto, toda aportación nueva de sistemas o métodos en la ejecución de las penas privativas de libertad».

Hoy podemos decir que no advertía la autora la proyección, en este ámbito, de la Escuela de Criminología que nace bajo su inspiración. Ni tampoco la relevancia de sus iniciativas la Comisión ponente para el Consejo Penitenciario con dictámenes como los relativos a la traslación de los presidios norteafricanos; en numerosas consultas al autor desde los organismos públicos, empero, con especial trascendencia, en lo relativo a la filosofía tutelar de tratamiento correccional, vinculada a los medios criminológicos y enfocada a la individualización científica, y más concretamente, en el contenido que lleva su impronta de los Reales Decretos de 22 de abril y 18 de mayo de 1903, de la mano del ministro Eduardo Dato), que dejaran una tremenda conmoción en los penitenciaristas del momento (garcía Valdés).

II

Unos breves trazos biográficos pudieran bien situar al personaje, al que como ha señalado Téllez Aguilera, todos conocían por Salillas, sin hacer uso de su nombre propio. Los caracteres descriptivos de la

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persona pueden rescatarse de lo delineado por Jiménez de Asúa: «Era salillas hombre solitario, de gran fortaleza física, que no usó jamás abrigo. Destaca su optimismo, pues aunque fue un pícnico, no era un melancólico. Vivió soltero y al parecer no tuvo preocupación alguna por las mujeres. Sus necesidades fueron mínimas. Vivió en fondas más que hoteles, sin otros útiles que los indispensables».

Natural del pueblo oscense de Angüés, nace Rafael Salillas y Panzano el 26 de marzo de 1854, hijo de Ramón Salillas, comandante del ejército español, y de María Panzano. Tras la conclusión del bachillerato en Artes en 1869, cursa la carrera de medicina iniciándolos en Zaragoza y concluyéndolos en Madrid. Su salida de Angüés se lleva a cabo bajo la protección de dos personas cuyo apoyo inicial fue fundamental: el Teniente general Antonio Ros de Olano, compañero de su padre, también escritor y poeta, y su también buen amigo y paisano Joaquín Costa.

Ejercerá seguidamente durante algún tiempo como médico en Huesca, hasta que en 1880 ingresa en la entonces Dirección general de Establecimientos Penales, como oficial de quinta, desde donde se comenzará a formar de modo autodidacta. No será hasta 1885, año en el cual se hizo cargo del Negociado de Higiene y Antropología perteneciente al Ministerio de la gobernación, que había sido creado por el entonces Director general Emilio Nieto, cuando su actividad se centre en torno a la problemática de la delincuencia. En el Negociado surge su primera colaboración con el Dr. Luis Simarro Lacambra, que tuvo como resultado la realización de un proyecto de ley sobre los manicomios judiciales presentado al Congreso por el diputado Manuel Alonso Martínez y que le introducirá en el ambiente criminológico.

En 1886 inició la publicación, en el diario El Liberal de Madrid y en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, de una serie de...

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