Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005)

AutorJuan Guillermo Gómez García - José Hernán Castilla
Páginas44-55

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1. Gutiérrez Girardot ¿un autor sin lectores?

Rafael Gutiérrez Girardot murió a la edad de setenta y siete años, el 27 de mayo del 2005. Su fallecimiento, aparte de algunas pocas semblanzas rápidas en periódicos locales, no motivó una atención particular. Hasta el presente, la comunidad académica colombiana y en general la del mundo de lengua española han pasado casi inadvertida la pérdida de una de sus figuras intelectuales más representativas en su último medio siglo. La pregunta por la razón de esta indiferencia y, en algunos casos, por el desdén que suscitó su obra, no es fácil de responder. Las notas dominantes de su obra, exigente y producida en condiciones de relativo aislamiento en Alemania, predispusieron su recepción, su comprensión y su divulgación. Pero ello no es suficiente para aclarar, explicar o de algún modo justificar el estrecho y casi marginal círculo de sus lectores. La admiración y fervor que algunos pocos tienen de su obra, en España, en Colombia y en otros países hispanoamericanos, no compensa el desconocimiento generalizado con que ha sido «castigada» su enorme producción intelectual.

¿Quién lee a Gutiérrez hoy? ¿Acaso hay suficientes motivos para llamar la atención de su diversa, compleja y dispersa obra crítica? Sus lectores son pocos, escasos, pero, en general, son fieles y reincidentes. Por lo común son estudiantes universitarios, entusiastas, y algunos profesores que buscan orientación especializada sobre autores, temas y problemas de la historia social de la literatura hispanoamericana. Gutiérrez ha tenido no sólo lectores; ha contado con el reconocimiento de personalidades, entre otros pocos, de los hermanos Juan y José Agustín Goytisolo, Luis Rosales, José María Valente, José María Valverde, Carmen Riera, Mario Vargas Llosa, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol,

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Eduardo Mallea, José Luis Romero, Victoria Ocampo, Ricardo Piglia, Ángel Rama, Marta Traba, José Luis Cuevas, Mario Góngora, Rafael Carrillo, R. H. Moreno Durán, Fernando Charry Lara, Jaime Jaramillo Uribe, Carlos Gaviria Díaz, Hans Magnus Enzensberger, Golo Mann. No menos sostuvo una intensa actividad de intercambio académico con colegas españoles y de todo el continente americano como Udo Rukser, Gonzalo Sobejano, Américo Ferrari, Enrique Zuleta Álvarez, André Stoll, Margo Glantz, Saúl Sosnowski, Luis Alberto Romero.

En Colombia, en forma particular, desde hace varias décadas Gutiérrez Girardot ha gozado de una especie de culto, por parte de algunos reducidos sectores, que se han encargado de divulgar sus escritos, de buscar en él respuestas a los interrogantes fundamentales de la «personalidad histórica» de Colombia, para expresarlo con la fórmula conceptual de Jaime Jaramillo Uribe. La revista de filosofía Ideas y Valores, del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional, registró, desde sus inicios en los años cincuenta, las notas e impresiones de la vida cultural madrileña y sus primeras traducciones de Heidegger. La revista Bolívar, dirigida por el poeta conservador Rafael Maya, fue receptiva a diversas contribuciones -recordemos su traducción de «La fiesta de la paz» de Hölderlin, hacia 1953. En Mito -cuya fundación en 1955 «significó un salto en la historia cultural de Colombia»-1fue Gutiérrez Girardot uno de sus más destacados colaboradores, al lado de la crítica de arte argentina Marta Traba, de los santanderianos Eduardo Cote Lamus, Pedro Gómez Valderrama y Hernando Valencia Goelkel o del narrador caribeño Gabriel García Márquez, y mantuvo una estrecha amistad con el gran poeta Jorge Gaitán Durán, de imborrable memoria hasta su muerte.

Más recientemente, se destaca en esta labor Luis Enrique Ruiz, director de la revista Aleph de Manizales, cuyo medio siempre estuvo atento a dar publicidad a sus escritos. En forma comparativa, la revista Argumentos de Bogotá impulsada quijotescamente por Rubén Jaramillo Vélez y el estrecho número de sus colaboradores han contribuido en forma decidida a mantener viva en ciertas universidades -particularmente públicas- la presencia magistral de Gutiérrez Girardot. El novelista y ensayista de Boyacá Moreno Durán fue uno de sus editores más destacados hasta los últimos años de su vida, como lo testimonia la colección de ensayos Pensamiento hispanoamericano (2006) publicado por la UNAM de México. Juan Gustavo Cobo Borda sobresale como editor de un libro central de la bibliografía guterriana: Horas de Estudio (1976). Las fotógrafas y cineastas Patricia Tobón y María Alexandra Mosquera se han sumado, con exposiciones y video-documentales, a conservar vivas las múltiples lecciones del maestro boyacense. Merecen aquí mención la revista Número de Bogotá, de Guillermo González Uribe, al igual que el economista Salomón Kalmanovitz, los abogados Edgar Muriel, Hernán Ortiz y Sergio Guzmán, los poetas y periodistas Rodrigo Zuleta y Fernando Garavito, los profesores Carmen Elisa Acosta, Darío Ruiz Gómez, Numas Armando Gil, los editores Santiago Mutis, Carlos Sánchez Lozano y Alfonso Carvajal, el librero Luis Argiro Villa y el outsider Gustavo Bustamante.

Este listado, empero, apenas pone de presente y resalta la condición de marginalidad que elude los interrogantes arriba planteados. La obra y la figura de Gutiérrez Girardot siguen viviendo en la sombra o en la trastienda de la vida intelectual de nuestros países. Quizá su formación y su trayectoria intelectual y hasta su fuerte temperamento pueden dar alguna clave comprensiva de un destino forjado a contrapelo de su época, de su medio, de las convenciones intelectuales, de las corrientes políticas dominantes y

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emergentes en que se desenvolvió su existencia de escritor. «¿Visionario, peregrino y culpable?»: su vita activa puede resumirse en una frase del descontento y revolucionario estudiante de medicina Georg Büchner: «el destino de la inteligencia es el exilio». Nada expresa mejor esa condición de exiliado de la inteligencia que las expresiones de dos colegas que, a su muerte, hablaban por muchos: uno de ellos prorrumpió diciendo que «Gutiérrez en lugar de realizar una obra, construyó una red de enemistades» y otro, no menos sutil, aseguró que, llevado de la envidia, «siempre quiso ser el Heidegger latinoamericano o el sustituto de Alfonso Reyes, pero fracasó».

Por «invisible» que se considere el círculo de sus lectores en Hispanoamérica y en su natal Colombia, lo cierto es que la obra de Gutiérrez Girardot ha forjado la personalidad crítica de algunos jóvenes investigadores, ha marcado un derrotero cultural más amplio y ha nutrido de nuevo instrumental conceptual la comprensión de nuestra realidad literaria y socio-cultural. Su obra se erige casi solitaria, alentado un espíritu de «tradición y ruptura». Su carácter controversial o, mejor dicho, su temple crítico que suscita controversia, polémica, adhesión o rechazo, es un legado intelectual de primer rango para nuestras letras. Invocar la adjudicación del Premio Alfonso Reyes, otorgado a un Jorge L. Borges, Germán Arciniegas u Octavio Paz, es acaso un argumento de autoridad para resaltar o ponderar su tarea, pero es ese Premio un reconocimiento continental y a la vez una exaltación. Es la corroboración de su persistencia y, si cabe decir, empecinamiento por marcar un nuevo rumbo a un mundo intelectual que se sumía en la pereza, la indolencia, la simple confusión oportunista. Muchos vieron en Gutiérrez Girardot, como lo insinuamos, un enemigo. Fue tratado de «loco profesor alemán» en páginas de grandes diarios del país y sobre su nombre cayó «un castigo callado», como él afirmaba. Luego de vivir en Europa -en España desde 1950 y en Alemania a partir de 1954-, se negó a la posibilidad de regresar a Colombia después de su jubilación como profesor de Hispanística de Bonn. En alguna ocasión le tentaron con la rectoría de la Universidad del Rosario, pero desistió. No sólo, pensaba, perdería el contacto activo con el mundo académico europeo sino, según una declaración de 1993, «además después de cierto tiempo aquí lo liquidan o lo manosean a uno; le quitan el respeto que también es una manera de liquidar».

2. La génesis intelectual de un hispanoamericano

Estudiante de derecho en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario, Gutiérrez Girardot dirigió la revista de esta tradicional universidad, regentada por monseñor José Vicente Castro Silva, a quien caracterizó muchos años después, en el prólogo a Hispanoamérica: imágenes y perspectivas (1989), como un continuador en los años treinta y cuarenta de la tradición republicana, cosmopolita y humanista: «Su lección fue osada porque entonces y aún hoy se sigue creyendo que es posible relacionar la afición a lo Menéndez y Pelayo por algunos clásicos latinos con la exigencia humanista de libertad de pensamiento». Fue la superación del tomismo, la apertura a Bergson y la actualización de Goethe; su figura era «ejemplo de elegancia en la renovación, de osadía sin rimbombancias, de pedagogía universitaria sin pertinaces anacronismos disfrazados de rigor naturalmente falso. Enseñaba con la serenidad de su ejemplo, con la bondadosa ironía de sus preguntas... fomentaba la disidencia fundada y premiaba con su interés la curiosidad propia por saber, por mínimo que fuera éste».

Paralelo a sus estudios de derecho, ingresa Gutiérrez Girardot al recién fundado Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, en donde va a aprovechar la formalización de la disciplina, instituida conforme los postulados trazados para los

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países hispanoamericanos por el argentino Francisco Romero, bajo la fórmula de la «normalización» de los estudios filosóficos y animada en el Continente por García Máinez, Eugenio Pucciarelli, Wagner de Reina, Carlos Astrada y...

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