Rafael Altamira y el 98

AutorMariano Peset
Páginas467-483

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Altamira fue, sin duda, un historiador del Derecho, a pesar de que, su gran capacidad -su dispersión y su talante político- hace que sus escritos se extiendan a los campos más variados, desde la literatura hasta el Derecho internacional... Creo que, ante el desastre, el joven catedrático alicantino, acabado de llegar a Oviedo, sufre una honda conmoción, a la que responde como sabe, escribiendo sobre la circunstancia, buscando fórmulas y remedios. Incluso -quisiera mostrarlo en estas páginas- su obra posterior se encuentra, en buena parte, determinada por la situación que analiza en estos primeros escritos...

Había cursado en Valencia su carrera de 1881 a 1886 y se doctoró en la central -era obligado- en 1887, donde conoció a Giner de los Ríos y a Azcárate. En 1897 es catedrático de Oviedo, hasta 1914 en que pasa a la cátedra de doctorado en la central sobre historia de las instituciones políticas y civiles de América, hasta su jubilación en 1936. En 1895 funda y dirige la Revista crítica de historia y literatura españolas, portuguesas y americanas. Viajaría a América de junio de 1909 a marzo de 1910, y un año más tarde, se le nombró director general de instrucción primaria -Romanones contó con su colaboración hasta 1913, Canalejas lo sustituyó-. Tras la gran guerra fue designado por la Sociedad de naciones para el Comité de juristas que prepararon el proyecto de Tribunal permanente de justicia internacional, para el que sería elegido y reelegido en 1930, -hasta su interrupción en 1940, con la entrada de los alemanes-. Se retiró a Bayona, donde quedó incomunicado hasta que en 1946 pudo llegar a su exilio mexicano, cuando le quedaban cinco años de vida1. Veamos sus actitudes y escritos con ocasión del 98.Page 468

El trágico despertar

Altamira fue uno de los regeneracionistas que clamaron aquellos días, si bien no se le cuenta usualmente en este grupo 2. Quizá sus artículos no tuvieron tanta resonancia, no eran en su origen un libro que estuviese en todas las librerías, como los de Macías Picavea o Isern, ni tampoco se alineó en un movimiento político como Costa. Además, sus planteamientos son más contenidos, menos universales, al ceñirse a la universidad y las ciencias -más lúcidos, no obstante, por su concentración.

Participa de los caracteres del regeneracionismo, de su palpitación emocional, provocada por el 98, de sus amplios planteamientos acerca de los males de la patria y sus remedios, de su voluntarismo y optimismo... Otra cosa es que su itinerario se centre en la recuperación universitaria e intelectual de España y en su historia -en la que tanto trabajó-. No posee su programa esa ambición, esa totalidad de Costa y otros; ni tampoco comparte sus recetarios de urgencia, tan variados, propios de una acción más general, política... Altamira se atiene a su parcela, dispuesto a impulsarla, más que a abordar todos los problemas. Aunque tenga algunos planteamientos cercanos a Costa, su maestro y buen amigo3.

Confluyen en él -en 1898- tres líneas de pensamiento, como en general en el regeneracionismo, que vienen de etapas anteriores; aunque no se remontan al viejo arbitrismo, que tiene muy diferente sentido. Primero, la polémica de la ciencia española, que reverdeció unos años antes, entre Menéndez Pelayo y algunos profesores universitarios 4. En segundo lugar, un nacionalismo de cuño liberal, imperante en el XIX, enfrentado a otros nacionalismos españoles con los que convivía y pugnaba; como también, en el otro extremo, el federalismo republicano de Pi y Margall. Por estas fechas, los varios nacionalismos regionales, y el socialismo y el anarquismo, desde posturas más internacionales, completaban el mosaico o laberinto... Las visiones de Unamuno, En torno al casticismo y el Ideario español de Ganivet -en 1896- trascendían los enfoques políticos, con planteos más abstractos y esencialistas, que aquellos: eran quizá las primerasPage 469 aportaciones al problema de la esencia o la psicología de España. Por fin, en tercer término, encuentra inspiración en Lucas Mallada, Los males de España, (1890), diagnóstico de un ingeniero, que tanto gustó a los auténticos regeneracionistas. Una de las primeras voces que se oyó en el 98 fue la de Altamira; le correspondía ese año el discurso de apertura de Oviedo y, naturalmente, lo dedicó al patriotismo y la universidad, una meditación sobre qué se podría hacer en aquella época del desastre y pesimismo. Se preguntaba:

    «¿Qué tiene que ver la universidad con la cuestión del patriotismo, tal como hoy se halla planteado entre nosotros? Y determinada esta relación, ¿qué puede hacer la universidad en la hora presente de reforma interna y de restauración del crédito nacional en el exterior?5»

La universidad tiene una misión docente específica. Instruyendo y educando a la juventud, cumpliendo profesores y alumnos los deberes que les impone la ley y la vocación, trabajan ya mucho por la patria -no menciona la investigación, no estaba en aquel ambiente-. En ocasiones formaron batallones para enfrentarse a la invasión napoleónica, pero éste es un deber general del ciudadano; la universidad, como órgano de cultura, tiene un deber distinto... Además, Altamira sabía bien que el sistema de cuota limitó la presencia de universitarios en la manigua cubana. Eludía una cuestión que le conduciría a penosas reflexiones.

Cree que la regeneración nacional exige dos condiciones:

    «1. Restaurar el crédito de nuestra historia, con el fin de devolver al pueblo español la fe en sus cualidades nativas y en su aptitud para la vida civilizada y de aprovechar todos los elementos útiles que ofrece nuestra ciencia y nuestra conducta de otros tiempos. 2. Evitar discretamente que esto pueda llevarnos a una resurrección de las formas pasadas, a un retroceso arqueológico, debiendo realizar nuestra reforma en el sentido de la civilización moderna, a cuyo contacto se vivifique y depure el genio nacional y se prosiga, conforme a la modalidad de la época, la obra sustancial de nuestra raza6

En verdad, el programa de Altamira puede exponerse desde tres núcleos fundamentales, que se desparraman por sus escritos en esa época y que, en cierto modo, presionan sobre su mente a lo largo de la vida. El 98 fue para él, si no bautismo, confirmación... Tres metas sobre las que escribió mucho y se esforzó: laPage 470 elevación del patriotismo, la determinación de la psicología del pueblo español y el ahondamiento en su historia, como vía propia y curativa -aparte recetas más concretas-. Como liberal ve en la europeización la solución, aunque tenga que matizarla...

Patria y sentimiento

Los pueblos, como los individuos -considera- se rigen por el juicio que de sí tienen. Un pueblo que se considera degenerado, inepto, es incapaz de esfuerzos regeneradores, está condenado al pesimismo, a la inacción, a una muerte segura y rápida. Si cree en su valor y fuerzas se atreverá a todo y salvará sus crisis pasajeras. Así lo predicó Fichte7, o creyeron los romanos en la eternidad de su ciudad con una fe sincera. Los pueblos se engañan, generalizan sus desalientos temporales, agravan y hacen incurables sus lacerías; confunden vacilaciones y estancamientos de una crisis, cuando más bien prepara a estadios nuevos; pierden la orientación y la potencia resolutiva. Sobre todo, los intelectuales adoptan esa actitud, tienen a la nación por un cuerpo muerto e irredimible, les falta fe, se aislan en su esfera... El pesimismo se apodera de casi todos y aplasta a la masa menos culta, llamada a responder a incitaciones de las personalidades directoras... No hay suficiente instrucción, lo que perjudica tanto como la vanidad ridicula y chauvinista. Según él la psicología debe convertirse en terapia colectiva: en la historia encontraremos ese ánimo que nos falta.

En otro artículo, publicado aquel mismo año, «El problema actual del patriotismo» desenvolvía ideas de Feijoo -Teatro Crítico, III, disc. X- sobre la licitud y conveniencia de este sentimiento. No debe haber excesos, pero, corregidos los vicios, debe mantenerse la autoestima, sin socavarla... Hay que excluir el egoísmo, la envidia, la crueldad. Corrección de defectos, manteniendo las diferencias nacionales. Los pueblos no perduran eternos, esenciales. Hoy vemos los avances de los regionalistas8, junto a tendencias cosmopolitas.

Hay grupos nacionales, bien sean políticos o no, con un «espíritu propio, una modalidad especial de ideas, sentimientos y conductas, una conjunción históricamente condensada -por la continua labor, oscura e irreflexiva a veces de la masa- de intereses y aspiraciones...»9. Son formaciones u organismos indeter-Page 471minados o vagos, con ciertos caracteres, en ocasiones contradictorios. En todo caso, están soportados por un espíritu que les da vida, pues no cree en las razas, ni tampoco en que haya pueblos superiores e inferiores. Aunque admite la colonización y que los pueblos atrasados se diferencian, no por un momento en su desarrollo, sino por una modalidad más honda. Pueden, no obstante, acercarse por el intercambio y la educación disminuyendo distancias; pero no hay un derecho natural común a todos.

Lo importante es que cada pueblo tenga un espíritu propio, un amor patrio que subsista, ya que el territorio es accidental -ejemplo, el pueblo judío-. Importa la moral del espíritu patrio, que sería su afirmación y aseguraría su pervivencia. «Habrá sentimiento patriótico en los pueblos que se hayan afirmado en el proceso del tiempo y por la acumulación de intereses, riesgos, sensaciones e ideas, etc., con una cierta unidad y solidaridad sociales, en un carácter común y una idealidad colectiva» 10. No son eternos, y si agotan sus energías o se degradan moralmente o caen en el egoísmo anárquico, perecen o son absorbidos por otros que se hallen en desarrollo nacional pleno. Si existe un grupo actual...

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