La Constitución de 1828 y su proyección en el constitucionalismo peruano

AutorValentín Paniagua Corazao
CargoCatedrático de Derecho Constitucional
I Introducción

La Constitución de 1828 tiene un significado emblemático en el constitucionalismo peruano. Es la primera constitución genuinamente nacional. No sólo por su contenido sino por las circunstancias en que se expidió. La Constitución de 1823 se inspiró y siguió muy cercanamente el texto de la constitución gaditana y expresó el romanticismo iluso de los fundadores, en una hora apremiante y angustiosa; la de 1826, era la constitución boliviana que el Libertador impuso, a sangre y fuego, y que el Perú, obviamente, jamás acataría. Los constituyentes de 1827 pretendían que la Constitución reflejara la identidad, esencial y privativamente peruana, y su voluntad de constituirse como una nación verazmente soberana e independiente, ajena, por entero, a los proyectos políticos del Libertador y distante, por cierto, de las tendencias separatistas del sur que alentaban Santa Cruz y otros bolivianos.

Desde luego que el momento histórico resultó más propicio que otros para su dación. No estaba el Perú, en 1827, inmerso, como en 1823, en el fragor del combate emancipador ni en la tarea impostergable de improvisar, en medio de la guerra, un régimen político estable. Tampoco vivía ya el ambiente opresivo de una autocracia que se había tornado intolerante y agresiva contra todos los que advertían que, detrás de los proyectos de integración del Libertador, había un claro designio hegemónico de la Gran Colombia. Por el contrario, su hostilidad al Perú -que provocaría luego la guerra entre ambos países- sirvió para afinar el espíritu nacionalista peruano y templar el ánimo para la obra organizadora del derecho.

Derivada, como todas las constituciones peruanas, la singularidad de la Carta de 1828 radica no tanto en su autonomía respecto de fuentes de inspiración extranjeras cuanto en la del propósito que animaba a sus inspiradores. Querían una Constitución que respondiera, con realismo, a las necesidades y posibilidades del Perú. Autoritarios y liberales habían asimilado las lecciones de las dolorosas experiencias derivadas de sus respectivos desvaríos y excesos ideológicos en el primer lustro de vida independiente. Por eso mismo, decidieron inspirarse en los principios liberales de la Carta de 1823 y recoger, con sentido pragmático, normas e instituciones de otras Constituciones americanas como la colombiana de 1821 y la argentina de 1826 que parecían haber hallado recetas concretas y específicas para resolver problemas que, a la sazón preocupaban o agobiaban también al Perú.

La lucha por la libertad que, al final de cuentas, es la lucha por la Constitución1, no comenzó, en el Perú, en 1820 o en 1824, "en que arriban las expediciones libertadoras del sur y del norte, ni éstas trajeron una semilla desconocida"2. Culminaron simplemente un largo proceso en el que los peruanos, pese a haber sido los primeros en combatir por la libertad, paradójicamente, fueron los últimos en conseguirla. La significación económica, administrativa y política del Virreinato convirtieron al Perú en el último bastión sudamericano del poder español y en el escenario final de la emancipación americana. Surgieron en el Perú --en palabras de Porras-- "al mismo tiempo que en los demás pueblos de América, los agitadores y los tribunos, los ideólogos embargados por la quimera de Rousseau y los rebeldes fanáticos que pagaron con el martirio la valerosa inoportunidad de su empeño"3. Ocurre simplemente que, en esos empeños -la revolución precursora de Tupac Amaru en 1780 o la insurrección de los Angulo y Pumacahua en 1814-- no surgió "ningún caudillo genial para las batallas". "El guerrillero obstinado en la breña natal, el insurgente de cuartel que revoluciona una ciudad o una fortaleza para perderla por la traición o por inhabilidad estratégica, el indio cabecilla de huestes ignaras y desarmadas, son las incompletas individualidades de nuestra gesta épica". Por ello, "fueron mayores y mas constantes los fracasos, (y) más cruenta y brutal la represión y por ello más viril y admirable la rebeldía". La independencia, sin embargo, no se habría logrado sin la idea revolucionaria, "fruto (...) de una obra civil e intelectual de la cátedra y el periódico, alentada por apóstoles y soñadores que son los que preparan la acción heroica, aunque desafortunada de los precursores". No fue menor el esfuerzo de los luchadores.

La revolución de Tupac Amaru, en 1781 no sólo agitó el Cusco, el sur del Perú o Bolivia. Conmovió a la América entera y abrió el camino de la emancipación del continente. En ella halló inspiración Viscardo y Guzmán para publicar, diez años después, su "Carta a los españoles americanos"4. En 1805, una vez más, el Cusco se pronuncia. Esta vez, en la conspiración frustrada de Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde que, finalmente, son ejecutados. En 1810 se descubre la conspiración de Anchoriz en Lima. No obstante hallarse en pleno funcionamiento las Cortes de Cádiz, se producen diversos levantamientos con claro propósito independentista: en 1811, es la revolución de Tacna encabezada por Francisco Antonio de Zela; en 1812, es la revolución de Huánuco y la conspiración de Huamanga; en 1813, Enrique Pallardelli se pronuncia, nuevamente, en Tacna. Finalmente, en 1814 estalla la gran insurrección cusqueña encabezada, por cierto, por los hermanos Angulo Torres y Mateo García Pumacahua que agita, durante un año, todo el sur del Perú y Bolivia. En 1816, José de la Riva Agüero publica en Buenos Aires las famosas "Veintiocho causas para la revolución de Hispanoamérica"5 y promueve permanentes conspiraciones en Lima. En 1819 se descubre una nueva conspiración en el Callao por obra de Gómez, Alcázar y Espejo. Ese mismo año, Supe proclama su independencia. Un año después, desembarca San Martín en Paracas y en julio de 1821 proclama la independencia, en Lima. La larga lucha, aparentemente, había concluido. Hasta entonces, sólo sangre y esfuerzo peruanos, habían permitido la emancipación del Perú. La consolidación del proceso y la derrota final de España requeriría el concurso de Bolívar.

No fue menor la lucha ideológica. A propósito de la formación de la conciencia nacional Pablo Macera distingue tres etapas ideológicas que influyeron de alguna manera también en el proceso de la emancipación6. Dos de ellas se ubican en el siglo XVIII: una, representada por Bravo de Lagunas, Montero del Águila y Baquíjano y Carrillo, y, otra, por la Sociedad Amantes del País y el Mercurio Peruano. La tercera, encarna en el movimiento liberal de principio del siglo XIX.

Caracterizase la etapa inicial por la introducción de las nuevas inquietudes europeas y su aprovechamiento para criticar el régimen colonial. Son críticas económicas como las de Bravo de Lagunas, sociales como las de Victorino Montero o políticas en el caso del Elogio al virrey Jáuregui de Baquíjano y Carillo que expresan "un progresivo criollismo nacional" de "crítica y de conciencia de la singularidad del país". Es notoria, en la segunda etapa, particularmente en los Amantes del país "la coherencia ideológica entre todos sus miembros" en tanto que la actividad doctrinaria del Mercurio Peruano está inspirada "por el amor patrio, los deseos de reforma y la presencia del pensamiento de la ilustración, modificado por el de la religión católica". La investigación que realiza el Mercurio versa sobre "la realidad geográfica, económica y pedagógica" del Perú sin referirse a temas de carácter político. Tributarios del despotismo ilustrado confían en "una reforma con moderación y control; se cree que los progresos del conocimiento son preparativos de los del gobierno".

Al liberalismo de la iniciación republicana perteneciente a la generación de El Mercurio, no le interesan ya la descripción de las provincias ni los planes económicos o pedagógicos sino "el ciudadano libre". El liberalismo critica el régimen de la colonia, impugna "los fundamentos ideológicos del régimen como la historia misma de su administración" y divulga las ideas de soberanía popular, libertades, derechos individuales, igualdad ante la ley. Pero, es tradicionalista y moderado -como el liberalismo español-- y por ello mismo "se declara partidaria de un régimen monárquico constitucional que impida los excesos de la aristocracia y del pueblo". Encarnan esta etapa peruanos de la más diversa posición social y económica como Baquíjano, Villalta, Unanue, José Ignacio Moreno, Larrea, Larriva, López Aldana, etc. No hay, por cierto, total afinidad ideológica ni política entre ellos además que predicaron sus ideas a través de muy diversos periódicos como El Satélite, El Peruano, El Verdadero Peruano, El Peruano Liberal, El Argos Constitucional y El Investigador. Comparten sin embargo, algunas ideas básicas tales como la aceptación de la soberanía popular, la separación de poderes, la limitación del poder monárquico por una Constitución...

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