Proteccionismo, estructura social y acumulación capitalista: Una aproximación teórica al proteccionismo Español

AutorEnrique Prieto Tejeiro
Páginas167-198

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Trataremos de ver aquí, sin detenernos en el estudio de la evolución histórica concreta de la legislación arancelaria, aquello que consideramos esencial para la comprensión del proteccionismo y de sus efectos sobre la formación social española de fin del siglo XIX, momento en que la polémica arancelaria cobra más auge y cuando los partidarios del control aduanero, los más, imponen su hegemonía sobre aquellos que estaban a favor del librecambio, que son los menos.

En primer lugar, procuraremos poner de manifiesto el distinto significado en términos de política económica que anima a la protección arancelaria previa al capitalismo en relación con la protección propugnada por la clase capitalista. Es decir, discernir entre los aranceles del Antiguo Régimen, y los aranceles que se instituyen en el siglo XIX, sobre todo en la última década, cuando comienzan a aflorar las relaciones de producción capitalistas en el interior del país y cuando la presión del mercado mundial forcejea con la resistencia de una clase capitalista incipiente y muy débil por la reserva del mercado nacional.

A continuación, nos ocuparemos de la estrecha relación existente entre la implantación del nuevo modelo proteccionista de fines de siglo con la reestructuración que se está produciendo en la estructura social: los esfuerzos de la vieja clase terrateniente dominante por eternizarse como tal, frente a los impulsos de las nuevas y de los grupos de presión surgidos al amparo de los negocios nacientes que la sociedad urbana, en expansión creciente, fomenta.

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Si la protección no es más que la expresión política que adopta la lucha por la distribución del excedente económico, conviene, sin embargo, no olvidar que sus repercusiones en la esfera de la producción trascienden el mero contenido político del debate arancelario, muchas veces, incluso, rayano en la estricta polémica ideológica, y poseen connotaciones que afectan directamente a la permanencia o modificación de las estructuras productivas, agrarias e industriales.

Es, por tanto, la acumulación capitalista la que normalmente se resiente sobre manera de las decisiones en materia aduanera. Si la acumulación se relaciona intrínsecamente con la desvalorización de la fuerza de trabajo (se valoriza el capital fijo -se acumula capital- en la misma medida en que se desvaloriza el capital circulante -salarios-), el tamaño del plusvalor y su tasa se origina en la relación entre trabajo necesario y trabajo sobrante, mientras no se introduzca la dinámica específica del capitalismo -la producción del plusvalor relativo-, o no habrá acumulación o será tan insignificante que apenas tendrá arrestos para imponer definitivamente las relaciones de producción capitalistas como dominantes frente las estructuras precapitalistas seculares.

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1. Los orígenes del proteccionismo en españa: mercantilismo, fiscalidad y protección

En España la protección arancelaria frente a las mercancías producidas en el extranjero no fue una novedad del siglo XIX, aunque la virulencia que cobró el debate finisecular parece hacerlo pensar así. Jerónimo de Uztariz, en su obra Teoría y práctica de comercio y marina, que vio la luz en 1742, comienza a descubrir la normativa arancelaria desde los tiempos de Fernando III, en el siglo XIII, aunque como señala Castedo194, la carencia de datos no nos permita ir mucho más allá de los Reyes Católicos en las investigaciones. La obra de Uztariz recopila y comenta todas o la mayor parte de las disposiciones promulgadas en materia arancelaria hasta mediados del siglo XVIII. Pero la preocupación por el problema viene incluso de mucho más atrás. Martínez Mata y muchos otros arbitristas ya proponían la protección como medio para fomentar la producción nacional y salir de la decadencia económica que atenazaba al país en los siglos precedentes195. Moneada, por ejemplo, "... afirmaba que el 'radical remedio de España es vedar en ella las mercancías labradas estrangeras'. Al mismo tiempo había que apartar a los estranjeros de participación en lafinanza e industria, siendo el remedio de la nación la producción de sus propios bienes. A partir de Luis Ortiz la mayoría de los escritores españoles compartieron estas o semejantes opiniones, que los historiadores han etiquetado de 'mercantilistas', aunque 'proteccionistas' sería un término más simple"196.

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Aunque en la historia de la protección arancelaria peninsular no hay un momento de ruptura preciso entre la protección arancelaria específica de la época en la que comienzan a estar presentes las relaciones de producción capitalistas y la época en la que todavía son dominantes las formas precapitalistas, se advierte, sin embargo, como se van modificando las causas que animan a la protección arancelaria, hasta desembocar en el sistema proteccionista instaurando en el país a finales del siglo XIX, que es inseparable de la estructura social que existe en el país y de la evolución de las relaciones de producción en el ámbito internacional. Estructura social y aranceles son el crisol en el que termina de fraguarse el sistema terrateniente español de la segunda mitad del siglo XIX, presente hasta bien entrado el siglo XX.

H. Kamen no parece advertir diferencia alguna entre la protección que se defiende desde la política económica mercantilista y cualquier otro tipo de aranceles posterior197, aunque en realidad son cosas diferentes. Castedo sostenía que "La finalidad de los derechos arancelarios tuvo carácter generalmente fiscal, en la totalidad de los países, hasta que el arraigo de la doctrina proteccionista les dio, en muchos de ellos, un aspecto económico preponderante, dejando en segundo lugar el correspondiente a su valor como tributación y partida del presupuesto de ingresos, que en diferentes naciones, especialmente americanas, alcanzaba un porcentaje muy alto en la suma total de tales ingresos"198.

La distinción de Castedo, que existe, es sin embargo, no es la única aparente. Tras ella se ocultan las razones históricas y de clase del proteccionismo. El mismo autor apunta como la lucha entre los partidarios del arancel fiscal y los del arancel protec-Page 171tor se remonta al siglo XIX (segunda mitad, sobre todo): "Puede observarse que ya en aquellos tiempos (Castedo se refiere a la discusión que se produjo en torno a la real orden de 5 de febrero de 1847y al real decreto de 15 de marzo de 1850) se presentaba en lucha al dualismo entre el carácter fiscal y el protector de la producción en los Aranceles aduaneros; pero es lo cierto que hasta 1924, al crearse el Consejo de la Economía Nacional, adscrito a la Jefatura del Gobierno (...) no se separaron del Ministerio de Hacienda los servicios de orientación y legislación arancelaria, lo que equivalió a dar al Arancel un carácter primordial de defensa de la producción sobre el contributivo o fiscal, que encarna el Ministerio de Hacienda..."199'.

Ambos intereses, fiscales y protectores, no representan todo lo que subyace en el fondo de la cuestión arancelaria. De hecho, ambos coexisten durante el Antiguo Régimen y el predominio de la protección a la producción frente a la avaricia recaudadora no presupone alguna transformación en la estructura social. Como hemos podido ver al comienzo, muchos arbitristas, sino todos, sostenían que el fomento de la producción nacional debía fundarse en la protección frente a las mercancías venidas de fuera. En el feudalismo, el arancel era una renta más que la clase señorial percibía a través del Estado, y a la vez, era un recurso mediante el que se podía mantener la producción nacional a cubierto de la competencia exterior y, por tanto, era un factor clave en el sostenimiento de la producción interior y en la retención de las rentas feudales. El núcleo básico de la política mercantilista, que en España se respetó en términos parecidos a los del resto de los países europeos, consiste en lograr una balanza de pagos favorable en los intercambios internacionales a fin de evitar la caída real de las rentas: exportar el máximo e importar lo míni-Page 172mo. Pero los tamaños de la exportación dependen de la competencia internacional y ésta está ligada a los precios de producción: venderán más barato aquellos países capaces de producir más barato. En última instancia, serán las estructuras productivas las que determinarán el índice de penetración de las mercancías de un país en el mercado internacional, aunque durante la época del mercantilismo se apoyase la acción de las leyes económicas con fuerza: cada país, en función de su poderío militar, creaba para sí áreas de influencia comercial en las que se erigía en único vendedor, esto es, creaba un mercado monopolístico. Ni Inglaterra, donde el liberalismo tuvo su cuna, se libró de iniciativas monopolísticas: mientras fomentaba el contrabando en las colonias ajenas regentaba una estricta protección en las propias. Pero, incluso para animar mercados monopolísticos era preciso disponer de una estructura productiva nacional adecuada y en permanente transformación de acuerdo con la evolución capitalista internacional200. España careció de ella. Por mucho que se fomentase la producción nacional, si no se transformaban las relaciones de producción en el interior y se adaptaban las estructuras productivas al proceso general capitalista, la presencia en el mercado mundial era inviable y peligraba el propio mercado interior ante la competencia internacional. La competencia legal se controlaba mediante los aranceles; la ilegal -el contrabando- con la fuerza. Porque la fuerza o los ejércitos para mantenerla tampoco eran ajenos al poderío económico. España pierde la reserva de sus mercados...

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