Prólogo

AutorPaul Coleman
Páginas9-11

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Prólogo

En la novela más famosa de George Orwell, 1984, el Gran Hermano trataba de controlar no solo todos los pensamientos sino también el lenguaje utilizado para formar esos pensamientos. Para alcanzar este objetivo, el Gran Hermano creó la neolengua descrita como: «el único idioma del mundo cuyo vocabulario disminuye cada día». En un ensayo independiente, Orwell explicó que la neolengua está basada en el inglés pero con un vocabulario y una gramática enormemente reducidos y simplificados. Esto se adapta al régimen totalitario del «Partido» cuyo objetivo es hacer de cualquier pensamiento alternativo un crimen de pensamiento o, en el idioma de la neolengua, un crimental. La neolengua elimina cualquier palabra o posible construcción de palabras que describan ideas de pensamiento independiente, libertad, rebelión, discrepancia o valores disidentes. La intención subyacente de la neolengua consiste, obviamente, en que si algo no puede ser expresado —porque las palabras han sido prohibidas o ya no existen— resulta mucho más difícil pensarlo.

Tal y como están configuradas las leyes que prohíben el discurso del odio y su pariente cercano, los crímenes de pensamiento, son muchas las lecciones que se pueden extraer de Orwell. La ley representa el estándar de conducta de la sociedad, distinguiendo las acciones aceptables de las inaceptables y, en definitiva, el objetivo de cualquier disposición penal consiste en la eliminación de ciertos comportamientos específicos. Por tanto, ¿qué puede hacerse con las leyes que prohíben el simple enunciado de ciertas palabras?

De hecho, ¿qué debemos hacer con una ley cuyo verdadero objetivo es prohibir las «ideas peligrosas»? La situación actual, de creciente uso y popularidad de las leyes contra el «discurso del odio», es muy similar a la creación de un lenguaje nuevo y «mejorado» como la neolengua. Para aquellos que se sienten cómodos con un diccionario que se encoge en lugar de uno creciente, el uso cada vez mayor de las leyes contra el «discurso del odio» no es motivo de alarma. Pero permítanme plantear algunos interrogantes.

Después de abrir la caja de Pandora de las leyes contra el «discurso del odio», y a la luz del suministro interminable de ideas y discursos indeseables, estúpidos

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y ofensivos, ¿por qué no ampliar estas leyes para eliminar cualquier discurso que el Estado considere perjudicial para la sociedad? Después de legitimar la prohibición de...

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