Prólogo

AutorMiguel Ángel Fernández-Ballesteros
Cargo del AutorCatedrático de Derecho Procesal de la Universidad Complutense de Madrid Abogado
Páginas21 - 22

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Cuando se conocen obra y autor, escribir un prólogo no está exento de riesgos. Abandonarse a la tentación primera (yuxtaponer méritos de una y otro) es arrostrar el reproche de parcialidad, que descalifica lo que se diga. Abandonarse al siguiente impulso (glosar o someter a crítica la obra) es labor extemporánea, que debe entenderse precluida. Por eso prefiero, aunque no sea la costumbre, poner en primer plano un hecho que concurre en autor y obra y que me parece de extrema importancia: ésta es la obra de un abogado, que es profesor universitario; o, si se prefiere, es el producto de la investigación de un abogado que es un profesor universitario.

De entre todas las causas que contribuyen a la decadencia de nuestras facultades de derecho hay una que sobresale a las demás: el innecesario y empobrecedor divorcio entre docencia y Abogacía; entre investigación y realidad, entre la teorización sin otro riesgo que el tedio del alumno y la práctica judicial, que no perdona la pereza (la mental y la otra), que castiga la inconsistencia y que exige responsabilidad a quien, abandonado a su propia irrealidad o capricho, ignora ley, lógica y jurisprudencia.

La tradición española, rota hace veinte años (los que la Universidad viene decayendo) es de Catedráticos Abogados o Abogados Catedráticos. Procede esta tradición de un entendimiento no escrito, que surge espontaneo de una sociedad civil pujante: los mejores abogados, los que a diario contrastan las normas jurídicas con la realidad, los que ponen en marcha los mecanismos judiciales, entendían como un privilegio dedicar parte de su esfuerzo a trasmitir a otros más jóvenes su conocimiento y experiencia. En ese tácito entendimiento estaba que la Universidad no retribuía los conocimientos y experiencia a precios de mercado, sino a un especialísimo precio de conveniencia, que remunera la labor porque la juzga profesional, pero que la remunera poco, porque reconoce en ella el deseo del Abogado Catedrático de devolver a la sociedad parte de lo que de la Abogacía y de la Cátedra había recibido. Se aseguraba, así, la Universidad el concurso de los mejores, el acceso a los conocimientos y técnicas más avanzadas, a la vez que lo hacía compatible con su tradicional escasez de medios económicos. También –siquiera como subproducto- atenuaba las formas más paralizantes en las que, a veces, se manifiesta el funcionariado docente.

En España, el conocimiento útil, la tecnología jurídica, ha sido siempre...

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