Prólogo

AutorIgnacio Sánchez Cámara
Páginas13-19

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Los debates morales actuales padecen una grave anomalía derivada del hecho de que los intervinientes en ellos carecen de una concepción compartida acerca de la realidad y los valores, acerca del hombre, el mundo y la vida. Se enfrentan así desde posiciones filosóficas y morales incompatibles entre sí. El resultado es que no existe verdadero diálogo sino una sucesión de argumentaciones que carecen de validez para el interlocutor y que sólo valen para los ya previamente convencidos. Normalmente, nadie interviene pensando en la posibilidad de no tener razón y de resultar convencido. No hay que olvidar que Sócrates prefería ser refutado a refutar a otro. Es posible, e incluso frecuente, que los interlocutores empleen las mismas palabras, pero las utilizan con un sentido inherente a su propia concepción y radicalmente diferente del sentido en el que son utilizados por su rival. Más que a un debate asistimos normalmente a una Babel moral. Acaso se pretenda que siempre ha sucedido de este modo, mas no es cierto. Un debate semejante, o mejor una ausencia de debate, podría conducir a unas tablas o empate de hecho, mas no es así, ya que, en realidad, se impone como regla imparcial de juego lo que es inherente a una de las concepciones disputadas. Efectivamente, se Page 14 produce el predominio de una concepción emotivista, subjetivista y, en definitiva, relativista, según la cual los juicios morales no contienen sino expresiones emotivas, subjetivas y, en definitiva, arbitrarias, que no pueden aspirar a poseer validez general o universal. De este modo, quedan convertidos en valores supremos, o, incluso, únicos, la autonomía, la autenticidad y el ideal de la autorrealización. Podría decirse que se enfrentan dos grandes concepciones acerca de la realidad y de la vida humana, a las que, a falta de mejor denominación, podemos llamar espiritualista y materialista. Pues bien, lo que quisiera sugerir es que las condiciones en las que se entabla el diálogo presuponen la razón de la posición materialista, mientras que los partidarios de la concepción espiritualista aceptan muchas veces los términos del debate que les imponen sus adversarios, que sólo pueden conducir a la derrota o a la precaria defensa de sus posiciones. Tampoco falta la pretensión de convertir el procedimiento democrático y el acuerdo mayoritario en criterio de verdad moral, como si la verdad, en cualquiera de sus formas, pudiera depender del sufragio universal. La democracia...

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