Prólogo

AutorJordi Sevilla Segura
Cargo del AutorMinistro de Administraciones Públicas
Páginas9-16

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Cualquier proyecto de construcción del poder surge de un complicado equilibrio entre, por una parte, los principios o valores sobre los que esa organización de poder se justifica y, por otra parte, el resultado del devenir histórico. En este excepcional libro, el profesor Joseba Arregi nos ofrece una magnífica explicación sobre la relación que ha existido entre la norma y la historia en cada una de las configuraciones históricas concretas y coyunturales del poder, mostrando la imposibilidad de prescindir de una u otra para poder comprender cualquier proyecto de organización político-estatal.

Toda organización de poder, política o social, pretende legitimar su supremacía y autoridad a través de una serie de principios normativos o elementos ideológicos que se hacen esenciales o inherentes para esa concreta organización. Así, por ejemplo, el Estado moderno se justificaba sobre la pretensión de construir una organización del poder sobre unos principios normativos de Derecho público, pensados desde la racionalidad ilustrada. Pero la filosofía política que se halla detrás de cualquiera de los proyectos de organización, y en concreto de los político-estatales, no se elabora con definiciones abstractas y puramente normativas, sino que está sumamente influenciada por el proceso histórico concreto de conformación de ese Estado. Es, en muchos casos, el peso de la historia el que acentúa unas determinadas proposiciones normativas, que adquieren un mayor valor simbólico en la definición de un proyecto de construcción del poder, hasta el punto de que resulta imposible desligar dichas proposiciones de los factores coyunturales del momento histórico.

Si pensamos en la carga histórica, tanto filosófica como política, que las democracias actuales han recibido, advertimos cómo unas capas ideológicas se van sobreponiendo a otras, se van moldeando y ajustando a las anteriores, y van conformando una base sobre la que tendrán que afirmarse o reaccionar las siguientes. Todo proyecto de construcción política del poder que se ha materializado en la historia de cualquier Estado se ha movido entre un componente histórico y un componente normativo, con aciertos y con contradicciones, y adaptándose en sus posteriores desarrollos a ciertos elementos dogmáticos que preservaban el núcleo esencial para entender ese Estado.

Uno de los dogmas básicos sobre los que se han construido las organizaciones político-estatales ha sido la soberanía. Este elemento ideológico permi-

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tió legitimar el poder absoluto de las monarquías europeas, tanto hacia el interior del espacio estatal como hacia el exterior del mismo. Como explica Arregi, la soberanía recoge como herencia directa los valores de universalidad que se atribuían los dos poderes de la Edad Media, el Imperio y el Papado. Frente a estos dos poderes, las monarquías absolutas buscaban su consolidación en el espacio público asumiendo, entre otras, las cualidades propias de la divinidad, como la unicidad, exclusividad e indivisibilidad, para justificarlas como valores naturales y necesarios del poder.

El Estado moderno, a pesar de ser planteado como un proyecto racional de los ilustrados, no renunció a la carga histórica del concepto de soberanía, sino que lo transformó y adaptó a los presupuestos normativos del Derecho público. Arregi señala el modo por el que se justifica la democrática voluntad general como una reconducción de lo múltiple a lo uno, una multitud de voluntades y de intereses plurales de la sociedad que conforman un único sujeto político, el pueblo soberano como poder que sigue tomando valores de unicidad, exclusividad e indivisibilidad. No obstante, el proyecto normativo-racional ilustrado trataba de salvar posibles contradicciones, de tal modo que, frente al poder único, soberano e indivisible del poder constituyente, el poder constituido es divisible para evitar la discrecionalidad y la tiranía en el ejercicio del mismo.

Otro de los dogmas básicos sobre los que se han asentado nuestras demo-cracias ha sido la separación entre el espacio público y el espacio privado. Para lograrlo, fue necesaria la distinción entre el ámbito de la Iglesia y el ámbito del Estado. La esfera pública quedaba, pues, sometida a los principios de Derecho público que limitaban la discrecionalidad del poder, mien-tras que la esfera privada estaba reservada a la conciencia individual, sobre la que no era posible establecer verdades últimas y que quedaba bajo la protección de la libertad personal. La libertad de conciencia y el principio de tolerancia fueron las primeras manifestaciones de la protección y las garantías del respeto de la esfera privada del individuo.

Los Estados nacionales europeos se formaron a partir de diversos elementos históricos y normativos, uno de los cuales fue la idea de...

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