Prólogo

AutorAlberto de la Hera
Cargo del AutorVicepresidente de la International Religious Liberty Association
Páginas13-18

Page 13

Diferentes concausas han dado lugar a una notable disminución de la presencia en las Facultades jurídicas de la Universidad española de la asignatura Derecho Canónico. Un hecho detrás del que están razones políticas que nunca debieran llegar a influir en el terreno de la ciencia, pero que también obedece a causas de naturaleza social.

Es obvio que el lugar y la función de la Iglesia en la sociedad han cambiado de signo y de sentido. A la larga, la doctrina de la separación Iglesia-Estado, que fue bandera del liberalismo decimonónico, ha concluido hoy por hoy por deslindar las funciones respectivas de los poderes espiritual y temporal; algo que, por otra parte, se contenía ya desde sus orígenes en el pensamiento cristiano -"Dad al César lo que es del César..."- formulado por Jesús cuando el César era un pagano y en el mundo entero reinaba un régimen de divinización de los Príncipes. Una enseñanza del Fundador que el Papa Gelasio I desarrolló en su famosa carta del año 494 al Emperador Anastasio, haciendo del Dualismo -a fin de cuentas, una tesis separacionista- la doctrina oficial de la Iglesia por encima y en el fondo de los más varios aconteceres históricos.

Los profetas de lo que no sucederá, siempre bullangueros, se apresuraron en los últimos años del siglo XX a anunciar el ocaso definitivo del fenómeno religioso, sumergido para siempre bajo la avalancha de la secularización. La nueva voz para calificar al Estado era la laicidad, a la que se le atribuía la función de desterrar a lo religioso del contexto social. Como dijera Roland Barthes, cambiar un palabra supone hacer una revolución; y es así como la laicidad cambiaría al mundo sin necesidad de mayores violencias: la revolución laica estaba en marcha y la presencia pública de las religiones alcanzaba ya sus horas finales.

Sólo que la realidad se resiste a los deseos. Aún sin tener en cuenta que el hecho de la secularización dista de ser universal -y el Islam y el Judaísmo, por no citar más que realidades que tenemos dentro de casa, parecen atrincherados con notable éxito en posiciones escasamente dualistas-, los fenómenos religiosos están mostrando, en estos últimos años, una nueva capacidad Page 14 de radicación social y de fuerza emotiva que pocos habrían querido pronosticar. Y hoy parece ya también evidente la capacidad de afirmación de los principios religiosos como un remedio apto para sanar el desconcierto y la desastrosa crisis de valores que invaden a la sociedad en la que estamos llamados a vivir; el hecho merece tanta más atención, cuanto que se viene demostrando que cuando se quiere cerrar la puerta a la convivencia, en todos los órdenes, entre lo sacro y lo profano, lo que se hace es abrirle la ventana a los más agresivos radicalismos.

Así pues, algo está sucediendo que no es lo previsto por los agoreros. La laicidad es ya un término sin virulencia, recientemente hecho propio incluso por Benedicto XVI. La actividad proselitista de muchas confesiones se multiplica. La biogenética llama a la bioética en su ayuda, y ésta convoca en consulta a los diferentes credos. Las migraciones obligan a los poderes civiles a prestar una atención creciente a características culturales y religiosas que no pueden dejarse de lado a la hora de construir una sociedad plural. Los Estados -como ha subrayado Andrea Zanotti- resultan cada día más incapaces de interpretar por sí solos la nueva antropología, en la que el hombre resulta...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR