Animales productivos. El papel económico de los animales no humanos y los retos morales que implica

AutorJoaquín Valdivielso - Aina Capellà Vidal
CargoDepartament de Filosofia, Universitat de les Illes Balears. - Màster en Cognició i Evolució Humana, Universitat de les Illes Balears.
Páginas50-57

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La primera década del siglo XXI se cierra bajo la sombra de una crisis económica de proporciones desconocidas y de profundas consecuencias en nuestra forma de representar la realidad. Más allá de la proyección y duración que pueda tener la situación económica de recesión y estancamiento en prácticamente todo el mundo, la euforia de dispendio, enriquecimiento rápido y unas posibilidades concomitantes de adquisición material inauditas en la historia de la humanidad, han dejado paso a una prevención y cautelas generalizadas sobre las futuras perspectivas económicas; una desconfianza absoluta en el conocimiento experto de analistas, consultores y gestores económicos; y, no menos, la sensación de que un futuro de consumo material reducido es cuando menos concebible. Esto parecía inverosímil a media-dos del año 2008 y, más allá de la forma y grado real en que este cambio de animus embeba a distintas sociedades y culturas, grupos y estratos sociales, la sensación de resaca no es menor que la necesidad urgente de dar cobertura a los grupos más desprotegidos y castigados por el cambio de ciclo económico, así como de acometer reformas estructurales en las distintas fases de los procesos económicos, particularmente la financiera.

Los animales juegan y han jugado un papel productivo importantísimo en cualquier sociedad. No menos lo hacen en las sociedades contemporáneas, con sus economías capitalistas en búsqueda constante de expansión y sus sistemas productivos nacionales enmarañados en flujos comerciales y mercados globalizados; reglamentaciones y regímenes de gobernanza internacionales, y formas diversas y asimétricas, pero insoslayables, de interdependencia e

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influencia1. Este carácter de coimbricación -desigual- se ha hecho especialmente palpable en la forma en que distintas crisis recientes se han originado, dispersado y encarado en el actual clima de espiral negativa global, como la debacle del sistema financiero o el cada vez más punzante cambio climático. No obstante, rara vez se hace referencia al papel de los animales en el sistema económico y los dilemas morales y políticos que ello pudiera suponer. A excepción de la crisis de la gripe A o H1N1 -a la que nos referiremos algo más en breve-, originada en fábricas de multiplicación porcina, y, en mucha menor medida, la necesidad de preservar la biodiversidad por razones de tipo ecológico o el papel de la cabaña vacuna mundial en la producción y emisión de metano, un potente gas de efecto invernadero, nos suele pasar por alto que los animales tienen funciones económicas de primer orden, y que la forma de relacionarnos con ellos a través de interacciones sociales tan opacas y mediadas como las económicas, no deja de ser constituyente de nuestra vida social, y, en consecuencia, susceptible de ser revisada desde presupuestos críticos.

Para ello, en primer lugar, recordaremos sucintamente la analogía entre lo humano y lo animal, que la crisis de la gripe ha vuelto a poner sobre la mesa, en lo que se refiere a las condiciones de producción. Después, esbozaremos una relación de los papeles económicos de los animales, al menos en las sociedades más "desarrolladas". Finalmente, se cuestiona la pertinencia de la base normativa de la economía crítica para expresar la situación de los animales en los procesos económicos.

1. En la vieja factoría

La extensión de la gripe porcina ha dado mayor visibilidad, en el conjunto de la opinión pública mundial, a las condiciones en que los animales ejercen de engranajes del complejo productivo globalizado. La tarea de denuncia de los procesos productivos desde presupuestos de bienestar, interés o derecho animal tiene ya mucho recorrido, y, sin duda, poco a poco, va calando en la conciencia de consumidores, distribuidores y productores, propiciando la innovación en productos, sistemas productivos, canales de mercantilización y formas de regulación que van abriendo alternativas de consumo responsable concienciado de este punto de vista. Así, se amplía el abanico de espacios en que la ciudadanía puede ejercer cívicamente sus derechos desde una concepción global o cosmopolita de sus responsabilidades, penetrando en la economía. No es menos obvio, sin embargo, que las formas dominantes de comunicación y construcción de la conciencia colectiva en nuestras sociedades generan sistémicamente desinformación, desinterés e irresponsabilidad a un nivel muy superior. De ello nos percatamos justamente ahora porque es en momentos extraordinarios cuando se nos pone ante los ojos lo que de ordinario no es tematizado de forma reflexiva.

La pandemia en marcha del virus de la gripe porcina es uno de esos momentos extraordinarios. La opinión pública mundial se muestra enormemente alertada, la noticia llena los titulares en los mass media por doquier, las administraciones despliegan costosos planes y esfuerzos titánicos para tranquilizar a la población, el complejo de la industria farmacéutica, pescador en el río revuelto de la crisis, trabaja a todo trapo en la producción de antivíricos -particularmente Roche, propietaria de la patente del Tamiflu, y sus empresas filiales y satélites-. En este momento, numerosas incógnitas rodean esta crisis sanitaria: el alcance de su difusión mundial; su incidencia real sobre la salud, al menos por comparación con la gripe estacional o con otros patógenos como el SARS; la veracidad de la información que circula, some-tida a las enormes presiones cruzadas de, por un lado, los intereses farmacéuticos para que cunda el pánico y los gobiernos gasten decenas de millones de euros en vacunas y ayudas a la investigación y tratamiento; y, de otro, los grandes conglomerados industriales avícolas y ganaderos,

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para que se silencie el origen de la pandemia y no se modifiquen sus condiciones de producción. No obstante, parece que hay dos temas de los que hay relativa certidumbre.

Por un lado, el virus H1N1 no es nuevo. Fue identificado y bautizado en los años treinta del siglo XX, en plena Gran Depresión, y se sabe que las mutaciones de mayor incidencia sobre la ecología de la cabaña porcina comenzaron hace ahora una década, como mínimo, cuando una cepa altamente patógena arrasó las piaras de una granja en Carolina del Norte, Estados Unidos. Durante este tiempo, las condiciones de producción utilizadas en los centros de multiplicación de cerdos se exportaron a países con economías emergentes, particularmente China, los centros de producción en parte se exportaron a zonas de "maquilas" agropecuarias en economías periféricas de los países más ricos, como México respecto de Estados Unidos; y, finalmente, se hicieron dominantes en mercados cada vez más concentrados2. Así, por ejemplo, en Estados Unidos había en 1965 más de cincuenta millones de cerdos en más de un millón de granjas, cuatro décadas después, el número de granjas se ha reducido a 65.000 (15 veces menos), para sesenta y cinco millones de animales3. La ratio total da un aumento de concentración de 1:19. Esto es, en parte pero sin duda, la globalización.

Por otro lado, se sabe que los cambios genómicos en el virus han sido posibles por las condiciones de producción a las que están sometidos los animales. Probablemente todo se inició en las plantas mexicanas de filiales de una gran corporación global con sede en Estados Unidos. El término "intensivo" para los sistemas agropecuarios de Feed lot globalizados se queda corto a la hora de referirse a los "ciclópeos infiernos fecales en los que, entre estiércol y bajo un calor sofocante, prestos a intercambiar agentes patógenos a la velocidad del rayo, se hacinan decenas de millares de...

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