El proceso electoral en Roma: la publicidad política en la época tardorrepublicana

AutorMaría José Bravo Bosch
CargoProfesora Titular de Derecho Romano. Universidad de Vigo.
Páginas13-33

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I Introducción

En el siglo XXI la realidad política domina la vida cotidiana, por lo que se hace necesario el dominio de las técnicas de publicidad más convincentes para poder llegar al electorado. Bien es cierto que la falta de veracidad de los mensajes lanzados en las campañas políticas evidencian la necesidad de un cambio de estrategia a medio plazo, pero no

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es menos cierto que parece que funciona el sistema de promesas a la ciudadanía a la hora de conseguir el apoyo en unas elecciones, sean del tipo que sean, si se quiere obtener el respaldo electoral.

El proceso1al que se someten los distintos candidatos a ocupar un cargo político, de la entidad que sea, implica un ejercicio de comunicación entre los aspirantes y la audiencia de votantes a la que dirigen sus esfuerzos. Pudiera parecer que la conjunción de los distintos medios dirigidos a obtener el favor de los votantes es una realidad originada en la sociedad actual, ya que según los expertos en marketing, el comienzo de la comunicación persuasiva2 de las campañas electorales debemos situarlo en las elecciones presidenciales americanas de 1952, cuando el partido republicano contrató los servicios de una agencia de publicidad, la BBDO3, para vender la imagen de Eisenhower, falto de carisma y supuestamente incompetente para ser presidenciable4. Sin embargo, como veremos a continuación, las campañas electorales ya existían en la antigua Roma, fiorecieron en la Urbs, y también degeneraron en la misma ciudad y en todos los confines del imperio5, al utilizar frecuentemente formas de persuasión y captación del voto fuera de toda legalidad. Cuestión distinta es que tales medios de persuasión colectiva6hayan consolidado su presencia en las carreras electorales

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de hoy en día, y que las connotaciones negativas de las campañas sean ya una realidad incontestable.

II Requisitos para ser candidato

La publicidad electoral tenía una presencia activa en Roma, ya que el cursus honorum, núcleo de la vida pública de todo ciudadano romano, obligaba a contar con el respaldo del electorado si se quería acceder a una magistratura, lo que suponía un esfuerzo dirigido a convencer al pueblo de las bondades del candidato que se postulaba al cargo. A mayor abundamiento, e independientemente de los medios utilizados para captar el voto de sus conciudadanos, los candidatos debían cumplir una serie de requisitos para poder convertirse en aspirantes legítimos a un determinado puesto. Así, debían declarar ante el magistrado que fuese a presidir el proceso electoral -lo que se conocía como la professio7- su intención de ser elegidos para un cargo, ante lo que el magistrado podía o no aceptar la inscripción como candidato dependiendo de la situación en la que se encontrase el aspirante.

Si carecía de la edad previa exigida, o no estaba inscrito correctamente en el censo8, o había conculcado el orden prefijado en el cursus honorum, o estaba desempeñando otro

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cargo, el magistrado denegaría su inscripción como candidato, lo que obligaba a los aspirantes a ser cuidadosos en el cumplimiento de los requisitos legales exigidos. Con todo, el mayor problema al que se tenían que enfrentar los que se postulaban para una magistratura era la professio9, desde el momento en el que se exigió la comparecencia personal a los interesados, a mediados del siglo I a.C10.

El propio Julio César tuvo que renunciar a un triunfo militar11en el año 60 a.C. por sus victorias en Hispania -para cuya celebración se exigía el no entrar previamente en la ciudad12- ya que debía declarar su intención de optar al consulado13del 59 a.C. ante el magistrado, en este caso concreto el cónsul saliente por tratarse de la elección a la más alta magistratura14.

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Al margen de la rigidez de los elementos legales exigidos para poder presentarse a una elección, los candidatos podían renunciar en cualquier momento a seguir en el proceso electoral, pudiendo incluso retirarse en el mismo instante de la votación15. Si no renunciaban y era finalmente aceptada su candidatura, se incluía su nombre en la lista electoral, y se dejaba expuesta en el Foro y en otros lugares frecuentados, entre los que se encontraban las contiones16o asambleas populares. Este tipo de asambleas no eran decisorias17como los comitia, pero eran las únicas en las que se podía hacer uso de la palabra18-previa auto-rización del magistrado que presidía con potestas contionandi- lo que las convertía en un magnífico instrumento de propaganda electoral.

A mayor abundamiento, la oralidad presente en las contiones19, permitía al candidato exponer a una mayoría de la población sin excesiva formación los ejes de su campaña electoral y sus cualidades para poder llevar a cabo su proyecto, con la ventaja añadida de que no se votaba al terminar la intervención, lo que facilitaba crear opiniones favorables al candidato que demostrase ser un buen orador, como era el caso de Cicerón20. El derecho a la libertad de

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expresión21encuentra su máxima expresión en las contiones, que van a servir de plataforma de opinión al candidato para pulsar el sentir de la ciudadanía22con respecto a sus propuestas electorales, contando además con la ventaja de poder celebrarse cualquier día, frente al reducido número de días en los que se podían celebrar los comicios23, previstos en el calendario romano24. Es el momento de mayor relevancia para el ars oratoria romana25, sin duda relacionado con la necesidad urgente de los candidatos de desplegar las mayores habilidades dialécticas ante las contiones, en un intento claro de convencer al electorado. Además, de ser cierta la posible presencia de las mujeres26en dichas asambleas, aunque existan detractores tanto en la doctrina27como en las fuentes literarias28con respecto a su presencia originaria, los candidatos tendrían un mayor público al que dirigir sus promesas electorales, ya que -aún careciendo del ius sufragii29- el sector femenino30podría hacer inclinar la balanza a su favor al gozar de cierta

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infiuencia en el seno familiar. Del mismo modo, las mujeres que por su ocupación laboral tenían cercanía con los clientes de tiendas, posadas y tabernas31podían desplegar también su facilidad para entablar relaciones con el público sugiriéndoles el nombre del que creían que poseía las mejores condiciones como candidato32.

Al comenzar la campaña electoral, denominada ambitus33por su significado de acudir a alguien pidiéndole algo -aunque más tarde adquirió connotaciones negativas con el significado de fraude electoral34, reprimido por vía penal35- el candidatus, cuyo nombre deriva del hecho de vestirse con la toga candida, caracterizada por su brillante color blanco36se distin-

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guía a partir de ese momento de los demás ciudadanos romanos37, identificándose como el postulante a un determinado cargo. De este modo, resultaba claro para quién tuviese contacto con él que estaba ante un aspirante a magistrado, con claras pretensiones electorales.

III Propaganda electoral

En teoría, un candidato no debía hacer propaganda electoral, por cuanto la costumbre no admitía los mítines en busca de votos, ni existía una campaña electoral como las que existen hoy en día38, pero en la práctica los candidatos estaban haciendo constantemente publicidad de todo lo que a ellos concernía, ya fuera el triunfo obtenido como el elogio de sus antepasados, buscando el reconocimiento de su familia y por ende el suyo propio, ya que el prestigio allanaba sin duda el camino hacia el éxito electoral de cualquier petitor o candidatus.

Sirva como ejemplo la Roma del siglo I a.C., convertida ya en el centro del mundo mediterráneo, que se va a utilizar como escaparate de las tumbas más llamativas y costosas situadas a lo largo de la Vía Apia y Flaminia, con el objetivo claro de que los incontables viajeros que accedían a la Urbe contemplasen la riqueza de las familias propietarias de tales monumentos funerarios. Es evidente la intención de publicitar la importancia de determinadas familias, ya que sólo las más pudientes podían acceder a los márgenes de las vías principales de acceso a la Urbs y hacer que los demás contemplasen su poder y recordasen su nombre, con vistas a ser reconocidos en su carrera política. Con todo, no podemos olvidar las luchas internas entre las clases dirigentes de Roma para ver que en la construcción de los mausoleos se perciben también las tensiones internas entre las élites de la ciudad. Incluso después de muertos, los notables querían obtener reconocimiento de su dignidad, en un plano superior al de sus competidores39. Aunque pueda parecer que nos encontramos ante

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un medio propagandístico indirecto o subliminal, dirigido a penetrar en el subconsciente de aquellos que transitaban por los caminos de Roma y fijaban su mirada en las tumbas situadas fuera del pomerium, no por ello va a resultar menos eficaz, sino que se va a fijar en el recuerdo y perdurará seguramente hasta que la figura emergente políticamente quiera recordar las hazañas de su antepasados, resultando por lo tanto un instrumento publicitario de gran relevancia.

En Pompeya40se encuentran también testimonios de la utilización de tumbas como soportes de publicidad41, superando los límites del perímetro de la ciudad y dejando constancia escrita de las preferencias de los cives pompeyanos, llegando incluso a publicitar candidatos de ciudades vecinas, como la de Nuceria42, en un intento de conquistar votos de los residentes temporales en una ciudad que puedan sin embargo ejercer su derecho al voto en otra diferente. Lo más llamativo de la epigrafía funeraria conservada es sin duda la contra publicidad presente en los sepulcros situados a lo largo de las vías principales de acceso a la ciudad, conformada por escritos de lo más variado. Unas veces...

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