Problemas metodológicos en la prueba del dolo

AutorJosé Manuel Paredes Castañón
CargoUniversidad de León
Páginas67-93

Problemas metodológicos en la prueba del dolo1

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  1. Pretendo examinar en este trabajo las dificultades para hacer valer la definición usual de los elementos subjetivos que fundamentan la responsabilidad (en la que los mismos son concebidos como «hechos psíquicos») en el plano probatorio. Para abordar el problema por algún punto que nos resulte tangible, comencemos por plantearnos cómo encaramos habitualmente la valoración de estos dos «casos académicos», levemente diferentes entre sí:

    Caso primero: El sujeto A dispara contra la cabeza del sujeto V (sobre la que hay una botella, a la que en principio debe dar), conociendo que existe una probabilidad del 40 por 100 de alcanzar a la cabeza y no a la botella. Sin embargo, A desearía no alcanzar a la cabeza de V sino a la botella. Pese a ello, A alcanza a V y le mata. (A no quería matar a V pero le mató.)

    Caso segundo: El sujeto B dispara contra la cabeza del sujeto V (sobre la que hay una botella, a la que en principio se supone que debe dar), conociendo que existe una probabilidad del 40 por 100 de alcanzar a la cabeza y no a la botella. En realidad, B desearía alcanzar a la cabeza de V y no a la botella. Y, efectivamente, B alcanza a V y le mata. (B quería matar a V y le mató.)

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    La forma usual de explicar ambos casos (y de fundamentar, por ende, una valoración diferente de las dos acciones) es la que aparece en los respectivos paréntesis finales de los anteriores párrafos. En ambas explicaciones se parte, no obstante, de ciertos presupuestos teóricos, habitualmente implícitos (en tanto que parte de la llamada «psicología de sentido común» -folk psychology-: esto es, de las convicciones culturalmente dominantes acerca de la mente humana), pero que conviene explicitar. Al menos, de los siguientes2:

    1. Los estados mentales de A y de B difieren cuando ambos llevan a cabo sus acciones de disparar contra la cabeza de V. Pues en A existe el estado mental «deseo no alcanzar a la cabeza de V, sino a la botella»; mientras que en B existe el estado mental «deseo alcanzar a la cabeza de V y no a la botella».

    2. Tales estados mentales (o, al menos, algunos de ellos) son intencionales: esto es, no constituyen meras experiencias fenomenológicas (como lo sería, por ejemplo, una sensación: un dolor, la audición de un ruido)3, sino que poseen contenido semántico, están dotados de un significado4. Concretamente, dichos estados mentales pueden expresarse lingüísticamente como actitudes proposicionales5: a través de oraciones compuestas por un verbo psicológico (aquí: «conocer» y «desear») y una oración subordinada en función de complemento de aquél («conocer que existe una probabilidad del 40 por 100 de alcanzar a la cabeza y no ala botella»; «desear no alcanzar a la cabeza de V, sino a la botella»). La precisión es importante, pues se parte de que la función de tales estados mentales intencionales resulta determinada por ambos componentes de la actitud proposicional: por el verbo psicológico (no es igual conocer que la probabilidad de alcanzar a la cabeza es del 40 por 100 que simplemente desearlo), pero también por el contenido de la oración a la que el mismo se refiere (no es igual conocer que la probabilidad es del 40 por 100 o del 60 por 100). Por lo demás, el carácter intencional de los estados mentales permitiría el encadenamiento de los mismos al modo de las proposiciones, es decir, mediante inferencias lógicamente válidas: así, añadiendo complejidad a nuestros ejemplos, del conocimiento de qué la probabilidad de alcanzar a la cabeza era del 40 por 100 (estado mental I) los sujetos podrían pasar al conocimiento de que la probabilidad de alcanzar a la botella era del 60 por 100 (estado mental II) y, de éste, alPage 69 de que existen bastantes más posibilidades de lo segundo que de lo primero (estado mental III); y, si introdujésemos nuevos conocimientos (por ejemplo, sobre reglas de cuidado), podrían continuar sucediéndose los estados mentales (por ejemplo: «conocer que disparar era imprudente», etc.).

    3. (El conjunto de) los estados mentales del sujeto son elementos de cadenas causales en las que los mismos intervienen junto con fenómenos físicos: movimientos corporales del poseedor de tales estados mentales y cualesquiera otros fenómenos físicos (movimientos corporales de otros seres humanos, otros eventos físicos)6. Quiere ello decir, de una parte, que los estados mentales son a veces efecto de causas físicas: el conocimiento de la probabilidad de alcanzar a la cabeza de V se deriva de las percepciones que A y B tienen sobre la situación (unidas a otros conocimientos que poseen: recuérdese el carácter intencional y dotado de contenido semántico del estado mental descrito como «conocer»), que a su vez tienen su causa en fenómenos físicos; a saber, el hecho de que la distancia entre V y el sujeto que dispara sea una determinada y no otra, el tamaño de la botella, la naturaleza del arma, etc. De otra parte, los estados mentales aparecen también como causas de fenómenos físicos: los conocimientos y deseos de A y de B son, entre otras, causas de sus acciones de (de sus movimientos corporales que llevan a) disparar contra la cabeza de V. De este modo, las modificaciones en el mundo físico darían lugar, eventualmente, a cambios en los estados mentales (un cambio en la posición de V ocasiona un cambio en las percepciones de A y de B y, consiguientemente, de su conocimiento acerca de la probabilidad de alcanzarle). Y viceversa, los cambios de estados mentales producirían efectos físicos (un cambio en el conocimiento de la probabilidad de alcanzar a V podría, eventualmente, modificar la acción de A o de B de disparar).

    4. Más concretamente, el conjunto de estados mentales del sujeto se integran, en el momento de actuar, en un elemento único (de naturaleza incierta, aunque, desde luego, también mental), la intención, que constituye la causa eficiente de los movimientos corporales humanos que definimos como acciones7. Así, en nuestro ejemplo, el conjunto de conocimientos y de deseos de A y de B se integran en un momento dado (el momento de actuar o breves instantes antes) en intenciones: en el caso de A, la intención es disparar contra la botella; en el caso de B, disparar contra la cabeza de V. Y precisamente por ello es posible explicar de manera diferente (desde el punto de vista psicológico) las conductas de A y de B. La intención (o, en terminología más clásica, el «acto de voluntad») se caracterizaría por ser unPage 70 estado mental de carácter intencional (semántico)8 y con potencialidad causal respecto de los fenómenos físicos.

    5. En última instancia, no obstante, es preciso, pese a todo, diferenciar entre el aspecto externo de una acción (su relevancia causal en el mundo físico) y su aspecto interno, psicológico (los estados mentales del sujeto que dan lugar a la misma). Pues, en efecto, una de las formas principales de clasificar las acciones (en concreto, en atención al grado en el que le son atribuibles verdaderamente al sujeto)9 consiste en determinar la relación entre éste y aquél. Así, deberían considerarse acciones «voluntarias» aquellas que son causadas por el conjunto de los estados mentales del sujeto en el momento de actuar: en este sentido, tanto la acción de A como la de B serían voluntarias. Por el contrario, sólo serían acciones «intencionadas» aquellas en las que existe una especial «congruencia» -algo incierta en sus contornos-entre el significado del conjunto de estados mentales del sujeto en el momento de Actuar y los efectos causales físicos de los movimientos corporales causados por aquellos. En este sentido, sólo la acción de B podría ser calificada como una «muerte intencionada», no así la acción dé A.

  2. Es sobre esta base teórica sobre la que se construyen los sistemas de imputación de responsabilidad. Así, entre otros, el sistema de la teoría del delito imperante -con diversos matices- en el DerechoPage 71 Penal moderno. En efecto, en el mismo se gradúa (y, en ocasiones, se fundamenta) la responsabilidad a partir de los estados mentales del sujeto actuante. En concreto, se afirma que los conocimientos y la intención de dicho sujeto resultan relevantes para la valoración10. Y que no lo son, sin embargo (salvo excepciones), sus deseos o motivos11. Y se exige, para la valoración más negativa desde el punto de vista de la «parte subjetiva de la tipicidad penal» (la calificación de la conducta como dolosa), que exista una especial «congruencia»12 entre conducta externa y estados mentales del sujeto: es decir; que dicho conjunto de estados mentales constituya una causa de los movimientos corporales del sujeto. De manera que, cuando dicha congruencia no se da, se considera que existen circunstancias con un efecto atenuatorio, que se hacen valer a través de las reglas del error de tipo (art. 14.1 del Código Penal).

    De esta manera, puede decirse que la «parte subjetiva de la tipicidad penal» se construye, en la moderna teoría del delito, sobre la base de dos ideas centrales: congruencia y causalidad. Por lo que respecta a esta última, se entiende que sólo la intención constituye una causa eficiente de movimientos corporales, de acciones13. No así los conocimientos, ni tampoco los deseos. Así, desde el punto de vista del tipo subjetivo, la acción se valora en atención al contenido de la intención con la que fue realizada. En este sentido, cobra relevancia la idea de congruencia. En efecto, para que la acción sea valorada como máximamente antijurídica (dolosa) hace falta que el contenido de la intención se corresponda aproximadamente con la descripción de la acción realizada. Y, además, que dicha intención resulte coherente con los conocimientos que posee el sujeto. Y que dichos conocimientos sean coherentes entre sí. De lo contrario, entrarán enjuego atenuaciones en la valoración: a través de las reglas del error (conocimientos que no se corresponden -por exceso o por defecto- con la intención, conocimientos incoherentes...

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