Problemas cotidianos de conducta en la infancia

AutorM. Pilar Martín Chaparro
Páginas185-189

RECENSIONES

Desde los supuestos teóricos básicos del modelo conductual-cognitivo, se aborda la conceptualización de la conducta anormal en la infancia considerando los determinantes y los principios de adquisición, mantenimiento y cambio de las conductas-problema. También se plantean las características de la intervención psicológica en los niños, resaltando el hecho de que la iniciativa de buscar ayuda psicológica casi nunca parte de los pequeños, que su edad implica el dominio de diferentes habilidades por parte del terapeuta y que la colaboración de padres y otros adultos resulta imprescindible para el tratamiento.

En un breve recorrido histórico, se plantea el hecho de que la psicopatología infantil y las técnicas de intervención aplicadas a la infancia no se desarrollaron hasta el siglo XX. Por esta razón, los trastornos de conducta del niño así como los tratamientos eran los mismos que para los adultos. A partir de la década de los sesenta en Estados Unidos y a partir de los ochenta en España, se inicia de manera sistemática y rigurosa el diseño y la aplicación de tratamientos conductuales específicos para los niños. Hasta entonces fueron las teorías psicoanalíticas las que trataban de dar respuesta a los trastornos de conducta y personalidad infantiles. Más aún, la medicina dedicada a la psicopatología asumió este modelo junto al biológico de enfermedad. Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos profesionales de la psicología consideraron inadecuados estos modelos organicistas e intrapsíquicos asentando así las bases para la formulación de un modelo genuinamente psicológico: el modelo conductual-cognitivo.

Desde el nuevo modelo conductual-cognitivo, la conducta infantil (normal o anormal) está en función del organismo en interacción con el ambiente. La conducta del niño se explica en función de sus características personales, de las variables de la situación y sobre todo de la interacción entre dichos aspectos personales y situacionales. De esta forma, el funcionamiento psicológico supone una continua interacción entre la conducta y las variables del organismo (personales) y ambientales (situacionales). Con el término interacción se hace referencia a la mutua interdependencia de los elementos.

Se supone la existencia de un continuo entre las conductas adaptadas y desadaptadas, adecuadas e inadecuadas, normales y anormales. Asimismo, una conducta puede ser adaptativa en un contexto específico y desadaptativa en otro contexto diferente. De hecho, para considerar una conducta inadecuada se utilizan tres criterios: que la conducta se presente con la suficiente frecuencia, intensidad, duración e inadecuación a la situación; que, en caso de persistir dicha conducta, el niño, su medio o ambos resulten perjudicados; que la conducta impida la adaptación y evolución saludables del niño.

El modelo conductual-cognitivo pone especial énfasis en el método científico, en las tres

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vertientes de su metodología experimental que incluyen formulaciones teóricas, técnicas e instrumentos de evaluación y métodos terapéuticos empíricamente validados; la posibilidad de réplica de toda intervención conductual y la valoración de dicha intervención. De este modo, la investigación psicopatológica, la evaluación y el tratamiento se centran directamente sobre las conductas-problema desadaptadas. Lo importante es lo que el niño hace o es capaz de hacer y no lo que es o tiene. El modelo se centra en las conductas-problema específicas y actuales y en las variables que las controlan en el momento presente, enfatizando los determinantes actuales más que los históricos. Sin dejar de reconocer que la historia del problema ayuda a comprender mejor la conducta actual, la importancia de los determinantes históricos se considera secundaria dado que los hechos pasados no se pueden observar, las condiciones que mantienen la conducta en el presente pueden ser diferentes a las que originaron el problema y la intervención sólo es posible en los determinantes actuales.

El desarrollo infantil supone un conjunto de variables que el terapeuta al trabajar con niños debe tener presente, dado que las variables relacionadas con la edad, además de determinar la elección de métodos y procedimientos afecta a la consideración de una conducta como problema. Normalmente, los niños son remitidos a tratamiento por un adulto, bien porque la conducta resulta molesta para las personas que conviven con el niño, bien porque tal comportamiento suscita preocupación en los adultos debido al sufrimiento que observan le está causando al niño o bien porque hay posibilidad de que en el futuro el niño sufra por ello.

En general, padres y maestros solicitan tratamiento psicológico con más frecuencia por excesos conductuales como hiperactividad o agresividad, que por problemas de retraimiento social u otro trastorno de ansiedad. Advierte el autor que se corre aquí el riesgo de que la ayuda solicitada no se haga pensando en el niño, sino en el adulto que se siente incómodo con la situación. Por tanto, una cuestión clave es decidir si realmente la ayuda terapéutica que se solicita por los padres o educadores es buena para el niño, pues con demasiada frecuencia son los adultos los que se benefician con el tratamiento más que el propio niño.

Una vez realizada la evaluación, suele suceder que son varias las conductas sobre las que hay que intervenir, por lo que se proponen criterios para priorizar la intervención. En primer lugar, actuar sobre los comportamientos que puedan resultar peligrosos para el niño o sus allegados. Segundo, elegir comportamientos que puedan tener efecto positivo sobre otras conductas con las que están relacionados. Tercero, intervenir sobre comportamientos que no cumplen las normas sociales. Cuarto, escoger comportamientos que se requieren para el desarrollo de otros repertorios de conducta. Quinto, seleccionar conductas que influirán de manera positiva en la adaptación del niño. Sexto, optar por conductas que alteren el sistema de contingencias. Séptimo, implantar comportamientos clave para el desarrollo del niño.

En cuanto a las habilidades del terapeuta en la intervención psicológica con niños, se requiere por su parte una buena información sobre los trastornos psicológicos que les afectan, que además posea las habilidades necesarias para motivar el tratamiento y que tenga presente todos aquellos aspectos éticos, sociales y legales relacionados con los derechos del niño.

En un segundo capítulo, se tratan la evaluación y modificación de conducta cuyo objetivo se centra en recabar la información que permita definir los objetivos del cambio, identificar las condiciones que mantienen el comportamiento problemático del niño o que propician su aparición, seleccionar y aplicar las técnicas para provocar los cambios deseados y valorar los resultados alcanzados. Por análisis funcional de la conducta se entiende la

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identificación de las variables antecedentes y consecuentes (internas y externas) que controlan unas conductas y el establecimiento de las relaciones entre esas variables y dichas conductas-problema. También se presentan las técnicas de recogida de información más utilizadas.

La evaluación psicológica incluye en un primer momento la descripción, clasificación, predicción y explicación del comportamiento del niño, que permitan tomar decisiones de orientación, selección, diagnóstico o tratamiento. Posteriormente, si se precisa intervenir, en la evaluación y modificación se recoge la información necesaria para definir los objetivos, identificar las condiciones que mantienen la conducta-problema o que la originan, seleccionar y aplicar los medios más útiles para producir los cambios deseados y valorar los resultados alcanzados.

Las técnicas de evaluación que se proponen son: la entrevista (al niño y a los padres y otros adultos), la observación (tanto autoobservación como autorregistros) y el autoinforme (donde se incluyen los inventarios, cuestionarios biográficos, generales y específicos). Se resaltan las distintas funciones de la entrevista, no sólo en lo que respecta a la amplia información que permite recoger sino también a su aspecto motivador y terapéutico derivados de su naturaleza social.

En el capítulo tercero, se abordan problemas cotidianos de conducta en la infancia aplicando los principios de evaluación y modificación de conducta. Estos problemas frecuentes tienen que ver con trastornos de ansiedad, miedos y fobias (fobias específicas, fobia escolar, trastorno de ansiedad por separación, fobia social, trastorno de evitación, aversión a hablar y mutismo selectivo), agresividad y desobediencia, problemas de conducta a la hora de dormir y de comer, hiperactividad y problemas de atención, enuresis y encopresis, rendimiento escolar y hábitos de estudio. En este capítulo también se aborda la descripción, evaluación y tratamiento.

La ansiedad, por ejemplo, se considera una respuesta que surge cuando la persona se siente amenazada o en peligro, real o imaginario (respuesta adaptativa). Los niños experimentan diversos miedos a lo largo de su desarrollo, muchos de los cuales son transitorios, de intensidad leve y específicos de una edad. Una fobia es el miedo ante una situación que va mucho más allá de la precaución que representa el peligro, que no se puede explicar ni razonar, pues no está bajo control voluntario y conlleva la conducta de evitación o huida de la situación temida.

La desobediencia y la conducta agresiva en la infancia son dos de las principales quejas de padres y educadores en la dinámica infantil, apareciendo con frecuencia unidos los dos tipos de problemas. Es cierto que muchas de estas conductas aparecen de alguna forma en el curso del desarrollo normal; sin embargo, en algunos casos se convierten en una pauta de comportamiento estable y permanente y en la conducta más característica de un niño. Este trastorno se da particularmente en niños cuyos hogares son disfuncionales con problemas de alcoholismo, malos tratos, conflicto conyugal, psicopatologías en los padres, pobreza, etc.

Dos situaciones que en particular son causa de serios problemas en la vida familiar por la presencia de conductas agresivas y de desobediencia tienen que ver con dormir y comer. Dice el autor que los problemas de conducta a la hora de dormir son sin duda motivo de infelicidad importante para los padres; cuando se

prolongan en el tiempo alteran de forma importante el clima familiar. Los problemas a la hora de la comida incluyen: negarse a comer, comer muy lentamente, levantarse continuamente de la mesa, rabietas y lloros y, ante la insistencia de que coma determinados alimentos, puede escupir, tirar e incluso vomitar la comida.

No obstante, en la práctica clínica infantil, el motivo más frecuente por el que se pide ayuda psicológica es, sin duda, el bajo rendi-

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miento escolar. Con el inicio de la enseñanza primaria, e incluso antes, se empiezan a detectar, por los padres o el profesor, ciertas dificultades en el desempeño escolar. Lo más habitual es que los padres describan al niño como vago y desinteresado por las tareas escolares, cuando en realidad, en la mayoría de los casos, existe un motivo que dificulta el buen aprendizaje. La continua exigencia escolar a la que el niño está sometido, muchas veces sin disponer aún de las aptitudes necesarias, puede provocar distintas respuestas-problema, por ejemplo, ansiedad, aparente desinterés, agresividad, baja autoestima, etc.

Las técnicas que se demuestran eficaces para hacer frente a estos problemas están basadas en la desensibilización sistemática, la exposición, el modelado, las técnicas operantes y cognitivas, permitiendo abordar con éxito la intervención de estos problemas en la infancia. Intervenciones realizadas muchas veces en el ambiente natural donde suceden y que requieren para su logro la colaboración de los padres.

Por esta razón, en el último capítulo se aborda la intervención en el ámbito familiar y se ofrece una guía para padres. Educar a los hijos constituye una de las tareas más complejas con la que se enfrentan prácticamente todos los padres y los recursos de que se dispone para afrontarlos son más bien escasos. Cuando las cosas andan mal con los hijos, los padres se culpabilizan y se sienten muchas veces impotentes ante la situación. Los pro-

blemas con los hijos no son el resultado de «malos» padres ni de «malos» hijos.

Sin pretender restar importancia a la contribución de los factores biológicos, se subraya la importancia del aprendizaje en la conducta humana. La conducta (tanto adecuada como inadecuada) se adquiere, mantiene y modifica por los mismos principios, no existiendo, por tanto, diferencias cualitativas entre las conductas normales y las anormales. Tanto unas como otras son consecuencia de la historia de aprendizaje que se lleva a cabo en un contexto social.

Educar de forma responsable requiere, además de responsabilidad, respeto, conocimiento y ejemplo. Se trata de un proceso de instrucción que supone reflexión, adquisición de conocimientos teóricos y puesta en práctica de los mismos. No son «las palabras» lo que

más educa, sino el ambiente familiar global. Son las relaciones entre los padres, la forma de responder ante ciertos conflictos, la manera de ver las cosas, las actitudes que se transmiten, las reacciones ante las dificultades, etc. Es el ejemplo y la conducta personal de los padres lo que va conformando la personalidad del niño. Por tanto, la madurez de los padres y el clima emocional que se conforme en la familia influyen en la personalidad del hijo, tanto o más que las explicaciones que puedan dar los expertos sobre el tema.

Es muy importante aceptar que los niños sean distintos de sus padres, con ideas propias, incluso muchas veces contrarias a las de éstos. Hay que ayudarles a ser libres y admitir que ejerciten su libertad. Los distintos patrones de conducta en los padres (autocráticos, autoritarios, participativos, igualitarios, permisivos y muy permisivos) tienen efectos en la autoestima, la independencia y la competencia de los niños. En las familias de clase media se incrementa el riesgo de que los niños presenten conductas típicas del «niño malcriado». Los padres se declaran partidarios de valores como la individualidad, la comprensión de sí mismo, la disposición a aceptar cualquier innovación, la necesidad del igualitarismo en la familia, pero en realidad se sirven de dichos valores para eludir sus obligaciones en las responsabilidades educativas que les corresponden. Hoy es frecuente escuchar

hablar de la «desobediencia de los hijos», pero es importante considerar que en muchos casos

sería más adecuado hablar de «la falta de autoridad de los padres».

Los padres, trabajando por conseguir un ambiente familiar que permita una amplia y

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sincera comunicación con sus hijos, podrán disminuir tensiones en la familia y prevenir situaciones de aislamiento en el hijo, permitiendo identificar situaciones de riesgo: momentos de frustración, depresión, etc. La comunicación constante con los hijos permitirá debatir y discutir sus puntos de vista, sus problemas, de forma que los hijos sean más receptivos ante las distintas opiniones de los padres. Muchos conflictos familiares se originan por la deficiencia de sus miembros en habilidades de comunicación.

No cabe duda de que el comportamiento humano es una combinación compleja de actos, sentimientos, pensamientos y motivos. El comportamiento humano no es aleatorio ni imprevisible, sigue unas leyes. Gran parte de la conducta problemática infantil se desarrolla y favorece inadvertidamente en el ámbito familiar a través de interacciones padreshijos. Los padres pueden intervenir en el momento adecuado que se produce la conducta-problema, al mismo tiempo que disponen de reforzadores muy eficaces para influir sobre la conducta del hijo y modificarla. Por ello, el cambio conductual se conseguirá más rápidamente en el contexto natural.

La disciplina positiva busca conseguir una educación equilibrada entre la permisividad y el autoritarismo, poniendo ciertos límites a los niños, estimulando sus logros y castigando su conducta cuando sea inadecuada, todo ello con el conocimiento de ciertas habilidades cognitivas y sociales expuestas magistralmente en este libro y que permitirán a los padres disfrutar de un ambiente familiar sin excesivas tensiones.

Dice Xavier Méndez en el prólogo de este libro: La educación positiva concede enorme

importancia al buen comportamiento y prefie-

re la utilización de métodos positivos. Su

lema es «sorprenda a su hijo portándose

bien».

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