El principio revolucionario de la educación mutua

AutorNicolás Bajo Santos
CargoReal Centro Universitario «Escorial-María Cristina» San Lorenzo del Escorial
Páginas781-801

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I Introducción

Este trabajo de investigación pretende llamar la atención sobre una idea o, más bien, un principio que ha inspirado muchos proyectos y ha alentado muchas prácticas educativas en el pasado, que sigue mostrando su vitalidad en el presente y puede tener una gran significación para el futuro de la educación, tanto en los países menos desarrollados, donde el sistema educativo adolece todavía de muchas deficiencias básicas, como en los países más desarrollados, en los que la calidad de la educación sigue siendo un reto en muchos sentidos. Me refiero al principio de la mutualidad o reciprocidad. Mi impresión es que, junto con el principio de la permanencia en la enseñanza y el aprendizaje a lo largo y ancho de la vida, de la cuna a la tumba (del que me ocuparé en otra ocasión) se trata de la inspiración más fecunda y más revolucionaria en el campo de la educación.

II La educación mutua o recíproca

La idea de que el enseñar y el aprender, los roles de maestro y de discípulo pueden, y deben, darse simultáneamente en la misma persona es muy antigua. Ya Cicerón (106-43 a.C.) dijo aquello tan sorprendente de «Si quieres aprender, enseña» (si vis discere, doce o si vis scire, doce, si quieres saber, enseña), y fiel a ello, hacia el final de su vida decía: «A pesar de que ya soy mayor, sigo aprendiendo de mis discípulos.» El cordobés Séneca (3 a.C-65), preceptor de Nerón, también dejó constancia de que «los maestros aprendemos mientras enseñamos» (docendo discimus) (qui docet, discit o incluso bis discit qui docet, es decir, el que enseña aprende dos veces). Son dos ejemplos, entre otros muchos, de grandes maestros, conscientes de su propia necesidad de aprender y de lo que tal vez hoy llamaríamos la constante interactividad entre emisores y receptores, según el lenguaje de la comunicación. Con base en estos antecedentes históricos, Page 782 la cristialzación del principio de mutualidad en el campo educativo es un fenómeno que ocurre en la época moderna.

21. La escuela Lancasteriana

El 1 de enero de 1798, en la puerta de un destartalado local del arrabal entonces más pobre al sur de Londres (Southwark) figuraba este cartel: «Para todos los que quieran enviar a sus hijos a recibir una educación gratuita, y aquellos que no estén dispuestos a recibir la educación a cambio de nada pueden pagar, si les place». Eran los tiempos salvajes de la industrialización, y en aquel barrio, como en otros muchos de las principales ciudades británicas, apenas había escuelas públicas, y la inmensa mayoría de los niños no podían pagar la exclusiva educación privada, reservada a una selecta minoría. Quien había puesto el cartel era un joven de 19 años, nacido también en el barrio e hijo de un modesto trabajador, que nunca logró tener una situación económica estable. Se llamaba Joseph Lancaster (1778-1838). De pequeño se había sentido llamado a ser misionero en las Indias Occidentales (West Indies), de tal modo que con catorce años se fue a Bristol con intención de embarcar para Jamaica, donde esperaba «poder enseñar a los pobres negros la Palabra de Dios». Como no se pudo costear el viaje, se puso a trabajar, y poco después se unió a la Sociedad de Amigos, nombre originario de los Cuáqueros.

Ahora había vuelto a Londres y se disponía a enseñar a leer, a contar y a escribir al mayor número posible de niños y con el menor coste posible. Fue eliminando muchos insumos accesorios, como el papel, la pluma y la tinta. Los niños escribían con sus dedos o con un palillo sobre la arena. Pero ¿cómo reducir el número de maestros? Algunos dicen que cayó en sus manos un librito escrito por Andrew Bell (1753-1832), un sacerdote anglicano misionero en la India, en el que contaba cómo había puesto en marcha una escuela en Madrás para instruir a los hijos de los soldados británicos, inspirándose en una práctica tradicional de los maestros hindúes consistente en servirse de los mejores alumnos para enseñar a los demás. Tomara o no la idea de Bell, lo cierto es que Lancaster puso en marcha esta solución: los alumnos más aventajados serían monitores de sus compañeros y recibirían un pequeño regalo si lo hacían eficazmente. Había nacido el método monitorial (tutorial) o, para los más fieles a Bell, el Método de Enseñanza de Madres. Sea cual sea la parte del león que Page 783 corresponde a cada cazador, lo cierto es que en el miserable local de Southwark al cabo de un par de años ya se educaban simultáneamente hasta 1.000 niños pobres, con un solo maestro.

El método empezó a dar que hablar en todo Londres, y Lancaster, hombre de gran energía y mucha fe, decidió hablar con algunos notables del país a fin de obtener su apoyo, pero la economía y la administración nunca fueron sus puntos fuertes. Y tampoco logró el apoyo de la Iglesia de Inglaterra, que siempre respaldó a Bell y alentó el descrédito de Lancaster. A pesar de estos obstáculos, Lancaster llegó a regir 95 escuelas con más de 30.000 alumnos, logrando fieles seguidores tan significativos como Robert Owen (1771-1858), quien adoptó su método en la escuela de New Lanark y consideraba tanto a Lancaster como a Bell «entre los grandes benefactores de la humanidad». Y su método empezó a traspasar las fronteras. Tuvo mucho éxito en Francia, donde sus colegios adoptaron el nombre de ecoles mutuelles y donde se llegó a considerar a Lancaster como un competidor de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. El método llegó también a España, de la mano del ejército, para formar a los soldados, y también como propuesta para formar a los futuros maestros.

Aunque es muy interesante esta aplicación del método a la incipiente enseñanza de profesores o maestros y a la alfabetización del Ejército, puede considerarse como más significativa la presencia de Lancaster y su método en toda América y, en particular, en América Latina. En 1818, acosado por las penurias económicas y por la oposición creciente de la Iglesia de Inglaterra, Lancaster se fue a los Estados Unidos, donde fue bien recibido por el gobierno, que tenía el mismo problema que se daba en todos los países de América: ¿De dónde sacar tantos maestros como requerían las nuevas naciones que veían en la educación una forma nueva de libertad? El gobierno de Estados Unidos adoptó el método lancasteriano y se crearon escuelas en Nueva York, Boston, Filadelfia y se programaron muchas más. El Congreso llegó a emitir un Decreto para agradecer los servicios del educador inglés.

Pero varios años antes, en 1810, había tenido lugar en Londres un encuentro de Simón Bolívar y de Andrés Bello con Lancaster; encuentro que incluyó la visita de su escuela y en el que Bolívar prometió el envío de dos jóvenes de Caracas para que aprendieran el sistema bajo la tutela directa de su fundador. Bolívar, como su maestro Simón Rodríguez, tenía una gran preocupación por la educación. Esta preocupación era compartida por todos los próceres (José Artigas, Page 784 Bernardo O'Higgins, Bernardino Rivadavia y José Francisco de San Martín) y no es casual que todos mostraran una actitud muy favorable al método lancasteriano. Pero en el caso de Simón Bolívar se trató además de una verdadera y duradera amistad con su autor, tras el encuentro de 1810 en Londres.

Años más tarde, en efecto, Lancaster escribió una carta a Simón Bolívar desde Estados Unidos, proponiéndole implementar su método en Latinoamérica, a lo que el Libertador accedió, de tal suerte que al año siguiente, en 1824, invitado por la Municipalidad, Lancaster viajó a Caracas y desde allí conoció, con gran sorpresa e interés, que en la Constitución de 1821 de Colombia se había consagrado el uso en las escuelas del Estado del llamado «método de enseñanza mutua o sistema de Lancaster». Le pareció algo providencial. No era un desconocido en Sudamérica y ahora, además, se le abrían nuevos horizontes. El mismo año de su llegada a Caracas se fundó la Escuela de Enseñanza Mutua y se imprimió el Manual del Sistema de Enseñanza Mutua, que pronto llegó a Uruguay, a Chile y a otros puntos del continente.

Uno de los casos más llamativos, junto con el de Colombia -donde Lancaster propuso crear un Jardín Botánico, un laboratorio de ciencias físicas, una biblioteca y una imprenta para editar textos escolares- fue el de México. Allí llegó muy pronto el eco de la enseñanza mutua o recíproca con tanta aceptación que en 1822 se creó la asociación filantrópica Compañía Lancasteriana, con el fin de promover la educación primaria entre las clases pobres y tuvo tal reconocimiento que, veinte años después de su fundación, entre 1842 y 1845, fue encargada por el gobierno de dirigir la instrucción primaria en toda la República Mexicana. Al final de su gestión, el método lancasteriano funcionaba en 106 escuelas primarias de la capital1.

Bolívar nunca olvidó a Lancaster ni dejó de alabar y apoyar su método. Se intercambiaron varias cartas a lo largo de los años 1825 y 1826, mientras el Libertador andaba ocupado en sus tareas militares y políticas. La única dificultad que tuvo Lancaster vino porque la Municipalidad de Caracas le exigía incluir en sus escuelas la enseñanza Page 785 de la fe católica, algo a lo que no estaba dispuesto el buen cuáquero que era Lancaster. Esto le supuso un cierto enfrentamiento con la Municipalidad y con la Iglesia católica. Hay que añadir, en este sentido, que él y muchos de los impulsores del método en la América hispana eran, a la vez, divulgadores de la Biblia en español, lo cual estaba prohibido por la Santa Sede, que no había dado, todavía, el paso a la traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas. Por esta razón, y no por razones pedagógicas, la Iglesia católica dejó de ver con buenos ojos a los lancasterianos. El caso es que cuando...

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