El primado ciego de la acción

AutorVincenzo Ruggiero
Páginas165-187

Page 165

En junio de 1967, en el curso de una manifestación en contra de la visita a Berlín Oeste del sah de Persia, un joven manifestante cae asesinado por un disparo de la policía. En el movimiento se abre camino la discusión de si es necesario responder a la violencia con violencia; la élite alemana, después de todo, pertenece a la generación de Auschwitz y hay poco que discutir con tal generación (Varon, 2004). La violencia antiinstitucional encuentra escasa consideración como forma de autodefensa contra las agresiones lesivas de la disensión. La confianza, ahora vacilante ante la eficacia de la protesta pacífica, deriva en consecuencia hacia la constante interacción entre manifestantes y tutores de la ley, con el repertorio de acción de los primeros y las tácticas de los segundos, que se van forjando como respuesta mutua. La violencia radical, en esta interpretación, no es una manifestación de desviación personal o colectiva, sino una de las posibles resultantes de las elecciones y de las constricciones organizativas que se le presentan al movimiento en aquel contexto (Tarrow, 1995).

El presente capítulo centra su atención sobre la violencia política en Alemania Occidental, con especial referencia a la Rote Armee Fraktion (RAF), una organización fundada en 1970 y que a finales de los años noventa lanza un comunicado anunciando el fin de sus operaciones militares.

Adornianos

A finales de los años sesenta los estudiantes universitarios ale-manes, al igual que sus compañeros de la mayoría de los países

Page 166

europeos y de los Estados Unidos, se vuelven hacia la revolución; las manifestaciones y las ocupaciones de edificios se multiplican y los comités estudiantiles piden la autoorganización de los estudios a la vez que proponen cursos alternativos autogestionados. En Alemania Occidental, los jóvenes partidarios del marxismo crítico exigen a sus mentores dejar de lado el desarrollo de la teoría por la teoría y traducir la crítica en acción. Tanto los miembros fundadores como los seguidores de la Escuela de Frankfurt son descritos como «críticos en la teoría y conformistas en la práctica», simples profesores, o aspirantes a tales, privados de una función propia en el agitado proceso revolucionario.

Una carrera revolucionaria no lleva a celebraciones y títulos honoríficos, o a estipendios como profesionales. Lleva al sufrimiento, al descrédito, a la ingratitud, a la cárcel y a lo desconocido, iluminado sólo por una convicción casi sobrehumana [Leslie, 1999: 119].

En abril de 1968, Andreas Baader, Thorwald Proll, Horst Söhnlein y Gudrun Ensslin inician su carrera revolucionaria prendiendo fuego a dos supermercados de Frankfurt, con la intención de encender, al mismo tiempo, la conciencia pública sobre la cues-tión de la guerra de Vietnam. Después de algunos meses son condenados a tres años de reclusión, inaugurando así, como exigían los estudiantes revolucionarios, una carrera de sufrimiento, ingratitud y cárcel que lleva hacia lo desconocido. Sería inadecuado, de todos modos, considerar la elección de semejante trayectoria como si se tratase de un programa deliberado de autodestrucción o de un giro consciente en un cul-de-sac nihilista. Los activistas responsables del incendio en Frankfurt perseguían un programa simultáneo de cambio social e individual y su acción directa es una forma elocuente de crítica a las estrategias tradicionales de liberación, que persiguen lo primero mientras descuidan lo segundo. Este programa implica un viraje decisivo: desde la protesta, que señala qué cosa los activistas rechazan, a la resistencia, que asegura que cuanto es rechazado no se realizará jamás. Al comentar el incendio del supermercado, Ulrike Meinhof afirma que el acto revolucionario no reside en la destrucción de las mercancías provocada por el incendio, «sino en la criminalidad del acto, en su ser contra la ley» (Varon, 2004: 41).

Page 167

Según esta ontología del acto, la violencia es un instrumento que no sólo desafía la legalidad del Estado, sino que produce también nuevos sujetos revolucionarios que desafían la misma legalidad que han interiorizado. En otras palabras, la violencia es acto transgresivo en sí, es autocreación práctica a través de la cual los sujetos modelan y tratan de formular un tipo distinto de legalidad. La protesta violenta es siempre victoriosa por el hecho mismo de existir; más aún, es un componente esencial de un proceso de «formación» y prepara a los activistas, técnica y psicológicamente, para la explosión revolucionaria final, fundadora.

En septiembre de 1967, durante las intervenciones asamblearias habidas en la Universidad de Frankfurt, se invoca la necesidad de utilizar las instituciones académicas como escuelas de guerrilla urbana. Y cuando un grupo de estudiantes, con este programa formativo en mente, se dirige hacia el Instituto de Investigación Social, encontrándose con Theodor Adorno, éste, tras denegar el acceso al grupo, llama a la policía y setenta y seis estudiantes son arrestados (Leslie, 1999). El contraste entre el trabajo teórico y la ontología del acto no podría ser más distante. En una declaración comentando los acontecimientos, Adorno destaca que su modelo teórico de pensamiento no podía ser afirmado a través del lanzamiento de cócteles molotov. Denigrado por la esterilidad de su teoría y por la incapacidad de interactuar «dialécticamente» con las estudiantes que le muestran sus senos, decide suspender su célebre curso de Introducción al Pensamiento Dialéctico.

Mientras los «adornianos» son marginados por el movimiento estudiantil, Marcuse le recuerda a su amigo, fundador con él del Instituto de Investigación Social, que el trabajo teórico llevado a cabo por ellos en los años treinta y el trabajo que es necesario desarrollar en la situación presente son totalmente diversos; no es en absoluto casualidad, afirma, que la protesta de los estudiantes tenga sus orígenes en el desarrollo de sus teorías, y añade a ello:

Sabes que estamos unidos en el rechazo a toda politización no mediada por la teoría. Pero nuestra (vieja) teoría tiene un contenido político, una dinámica política interna que hoy, más que nunca, nos obliga a tomar posiciones políticas concretas [Adorno, Marcuse, 1999: 129].

Page 168

Tolerancia represiva

Marcuse (1969) aísla los mecanismos ideológicos que llevan a tolerar los peores males en las sociedades avanzadas. La tolerancia no genera más aceptación por parte de los otros y de sus opiniones, pero connota la inmovilidad de aquellos que aceptan el statu quo: la institucionalización de la desigualdad, por ejemplo, requiere tolerancia hacia el sistema que la produce. En respuesta, Marcuse propugna una intolerancia activa respecto a las ideas y acciones que perpetúan la injusticia. Una vez reconocida la necesidad del cambio social, los oprimidos y los sin futuro son reconocidos como los legítimos titulares del derecho a la resistencia, y si este derecho es expresado a través de acciones abiertamente antiinstitucionales ello no anula su legitimidad, en cuanto el cambio social requiere a veces que las instituciones sean combatidas. Sin invocar expresamente el recurso a formas violentas de resistencia, lamenta que la no violencia sea comúnmente predicada e impuesta a quien no tiene poder y que la idea de usar la «violencia contra la violencia» no fuese descartada a priori, sobre la base de consideraciones éticas o psicológicas.

La tolerancia represiva caracteriza típicamente la democracia contemporánea, cuyas antinomias la protegen del cambio cualitativo; el mismo sistema democrático parlamentario es el epítome de este tipo de tolerancia, contra la que la oposición antiparlamentaria se vuelve la única forma posible de contestación. La desobediencia civil y la acción directa pueden seguir trayectorias imprevisibles, pero es necesario aceptarlas y defenderlas como formas de actividad, «simplemente porque la defensa y el mantenimiento del statu quo y su coste humano son a la larga más terribles» (Adorno, Marcuse, 1999: 130).

Amplios sectores del movimiento alemán adoptan estos puntos de vista y ven en la misma democracia una máquina gigantesca y violenta que se insinúa en cada aspecto de la vida social e institucional. La intolerancia contra esta máquina violenta nos desvelará su funcionamiento y naturaleza, ayudando a los que la practican a liberarse a sí mismos de las impuestas normas de conducta no violenta. La intolerancia puede tomar el aspecto de un «gran rechazo», expresado por parte de los excluidos, los frustrados y todos aquellos a los que les es negado el bienestar que la democracia promete a todos (Marcuse, 1964). Es fácil identifi-

Page 169

car entre estos excluidos a quienes viven en el Tercer Mundo y, más específicamente, a los grupos guerrilleros que allí actúan, cuyo «gran rechazo» es inmediatamente importado a Occidente. Las sociedades rebeldes de América Latina, por ejemplo, demuestran que pequeños grupos de militantes, con determinación, pueden movilizar poblaciones enteras y que los movimientos de masas se radicalizan gracias a la eficacia de organizaciones limitadas que perfeccionan sus habilidades militares (Debray, 1967). De forma análoga, la RAF es fundada por un pequeño grupo de activistas armados que posteriormente reclutan para la lucha a algunos anarquistas de Berlín Oeste, el Movimiento 2 de Junio, el Colectivo de Pacientes Socialistas, un grupo de pacientes psiquiatrizados que forman su célula armada, y, en fin, las semiclandestinas células rojas.

La guerrilla rural, como es practicada en América Latina, se convierte en lucha armada urbana, que lleva «la propaganda del acto» a la ciudad, donde el éxito de la resistencia vietnamita había generado un embriagador sentimiento de invencibilidad. El salto en la lucha armada, en Alemania...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR