Presupuestos biográficos: trayectoria vital y científica

AutorMiguel Álvarez Ortega
Páginas37-68

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1. Biografía de un intelectual

Trazar la semblanza biográfica de un pensador, no resulta sólo producto de una manía o costumbre formalista de los estudios que tratan de presentar sus aportaciones filosóficas con cierta pretensión de globalidad o generalidad. Decía Fichte que se hace filosofía de acuerdo con el tipo de hombre que se es1 y, en este sentido, un conocimiento siquiera somero de la trayectoria vital del pensador, es un instrumento útil para establecer las motivaciones de sus posiciones y preferencias temáticas, explicar sus fluctuaciones y su evolución y estar en condiciones, en definitiva, de llevar a cabo una interpretación necesariamente contextualizada de su obra.

En el caso de un pensador de la difusión de Ernesto Garzón Valdés, se dispone de diversas aproximaciones biográficas en distintos idiomas (castellano, italiano, alemán), producto de estudios específicos, introducciones a su obra o actos de homenaje2. Además, se tiene la fortuna de contar con una autobiografía —ElPage 38 velo de la ilusión. Apuntes sobre una vida argentina y su realidad política3— que el autor empleara, a la vez, como ejemplo vital concreto e hilo conductor de sus reflexiones político-teóricas sobre la reciente historia argentina. La vida de Garzón, narrada en tercera persona con el pseudónimo de Félix Ahumada, halla en esta obra una descripción prolija y detallada.

Para llevar a término la exposición que aquí se ofrece, el profesor Garzón Valdés tuvo la gran deferencia de concederme una entrevista personal en julio de 2004 en su residencia germana, y de facilitarme el acceso a sus archivos y documentos personales. Así pues, los datos y afirmaciones que a continuación se refieren, tienen como fuentes la citada autobiografía, la comunicación directa con el autor y su registro personal.

I 1927-1950: la llave, los libros y las alpargatas

Ernesto Garzón Valdés nace el 17 de Febrero de 1927 en la ciudad argentina de Córdoba, capital de provincias conocida como «la Docta» por su tradición universitaria. Su familia formaba parte, como él mismo se encarga de confesar, de la cerrada oligarquía que tradicionalmente manejaba los destinosPage 39 de la ciudad4. El bagaje universitario era notorio en ambas ramas de la familia. El abuelo Valdés, muy admirado5, fue profesor de derecho constitucional y un excelente abogado. El padre de Ernesto, profesor en la Escuela de Ingeniería, había sido protagonista de la reforma universitaria cordobesa de 1918, firmando el conocido «manifiesto liminar» como representante del estudiantado de su Facultad6. Fue éste uno de los movi-Page 40mientos intelectuales liberales más influyentes de América Latina, con grandes repercusiones en todo el continente: la reforma mejicana de los años treinta es un buen ejemplo.

La relación con el mundo castrense no faltó en la familia de nuestro autor. Si, por el lado materno, su abuelo era sobrino de un asturiano que luchó contra San Martín en Perú; la rama paterna contaba con un lugarteniente del citado libertador que obsequiaba a Ernesto, periódicamente, con una poderosa frase:

Durante diez y siete años sin interrupción, he llevado una espada al cinto, desde el Plata hasta el Pacífico, y desde éste hasta Colombia, para que haya derechos y libertades americanas

7.

En términos generales, Ernesto vivió un ambiente familiar signado por el liberalismo, el amor a la democracia y la devoción por la lectura y el saber8. De educación claramente católica, cursó la primaria en el Colegio de la Inmaculada, dirigido por un franciscano, pero con personal laico. De tales años, dos anécdotas recogen con gran simbolismo lo que habría de ser su futura vocación intelectual. La primera de ellas narra cómo su padre salvó in extremis la puerta de la Facultad de Ingeniería de ser derribada por unos bomberos que precisaban de entrar para sofocar un incendio. Circulando con su coche por las inmediaciones y, apreciando la situación, acudió con la llave salvadora que abriría la puerta como si de su casa se tratase. Años más tarde, acompañaría a su padre a visitar la biblioteca personal de su primo el sociólogo Raúl Orgaz. El joven Ernesto quedaría impresionado por la que sería el germen de la biblioteca del Instituto de Sociología de Córdoba. A este respecto, nos confiesa: «Y así como la “vivencia de la llave” le hizo pensar a Félix [Er-Page 41nesto Garzón Valdés] que la universidad podía ser una buena “casa”, la de “la biblioteca” lo convenció de que no podía haber una buena casa sin libros»9.

En 1940 comienza la secundaria en el Colegio de Nuestra Señora de Montserrat, el más antiguo de la ciudad. Entre sus amistades destaca la de Juan Carlos Agulla, que posteriormente lo acompañará en sus viajes de estudio por Europa. Avanzando en su pasión literaria, los clásicos juveniles dan paso a las novelas decimonónicas rusas, francesas e inglesas10. Tres años más tarde triunfaría un golpe de Estado, la Universidad sería intervenida y comenzaría el ascenso de Juan Domingo Perón.

Llegado el momento de escoger carrera, la opción por las Ciencias Jurídicas parecía obvia. En aquel entonces tan sólo podía estudiarse en Córdoba Medicina, Ingeniería y Derecho y, ésta última era la más afín a las inquietudes humanísticas de Ernesto. De hecho, nunca tuvo la seria intención de dedicarse al ejercicio de la profesión, cosa que, no obstante, intentaría durante algún tiempo con un saldo negativo de menos cinco pesos y el alivio moral de abandonar la defensa de acaudalados clientes que litigaban para desalojar a inquilinos de escasos recursos.

La Universidad en la que estudió estuvo vivamente marcada por la impronta del peronismo. Abundaban por aquel entonces los denominados profesores «flor de ceibo»11, designados por su filiación política y de escasa o nula preparación académica. Buscando subsanar tales deficiencias en su formación científica, se volcaba en desordenadas lecturas filosóficas, principalmente del pensamiento católico francés12. La educación familiar le había hecho forjar la idea de lo conveniente de tal elec-Page 42ción. No obstante, Platón, Ortega13 e incluso Heidegger —al que confesaba no entender con exactitud14— formaron también parte de estas lecturas iniciáticas. Si las inclinaciones hacia la reflexión teórica como complemento a la formación forense auguraban la opción profesional bien conocida, el estudio de Francisco Suárez de la mano de Alfredo Fragueiro (catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Córdoba) acabaría por perfilar el destino natural del estudiante cordobés: la Filosofía del Derecho.

Así las cosas, asfixiado por un clima antiacadémico, en el que proliferaban lemas como «Alpargatas sí, libros no» y «Haga patria, mate un estudiante», Ernesto se resignaría a utilizar el popular calzado, esconder sus libros y, cuando se presentó la oportunidad, viajar a Europa. En el verano de 1949 tuvo ocasión de estudiar Historia del Arte en la Universidad Libre de Bruselas, así como Introducción a la Sociología de la mano del sacerdote Jacques Leclercq en Lovaina. A su regreso, tras servir militarmente a la patria y obtener su título de licenciado en Derecho, partía hacia España:

En no poca medida, Félix [Ernesto] se sentía formando parte de una “Argentina invisible” (…), que contrastaba con la Argentina visible y corrupta encarnada en profesores universitarios, abogados, hombres de negocios y políticos. Comenzó a pensar que existía una especie de peligrosa reiteración de la historia de su país y resolvió abandonarlo para ganar así en libertad y perspectiva. Compartió entonces el destino de no pocos jóvenes universi-Page 43tarios, intelectuales y artistas de su generación. Para ellos, el país había dejado de ser la Argentina ilusionada (…), pensaban que estaban viviendo una Argentina expelente

15.

En efecto, Ernesto había acumulado experiencias e historias antitéticas acerca de la evolución de su país y del tratamiento político de las instituciones de enseñanza. Córdoba no sólo fue la sede de la citada reforma de 1918: en el siglo diecinueve se creó en la ciudad la Academia Nacional de Ciencias como parte esencial del proyecto modernizador del presidente Domingo Faustino Sarmiento, quien encomendó a la sazón al científico alemán Hermann Burmeister la contratación de profesores universitarios de su país para poner en marcha el proyecto. Por otra parte, aunque nuestro autor reconoce, como vimos, el clima oligárquico y cerrado de Córdoba, los relatos políticos paternos sobre el pasado argentino, estaban protagonizados por hombres que «cuando terminaban su gestión pública regresaban a la vida ciudadana sin un céntimo más que el que tenían cuando habían asumido aquélla: lo único que parecía haberles importado era el servicio al “país”»16.

No resulta difícil poner en contraposición tales semblanzas con las correspondientes a la realidad política y universitaria que habría de marcar la vida de Ernesto y en las que, desde Perón, la corrupción institucional se generalizaría y desde el general José Félix Uriburu (autor del golpe militar de 1930), los ataques a la Universidad se convertirían en algo cíclico y habitual. La llegada de este último al poder inspiró el siguiente párrafo en nuestro autor:

Las Universidades fueron intervenidas, los centros estudiantiles reformistas clausurados y “depurado” el personal docente. Se iniciaba una práctica que habría de ser continuada en el futuro, desde luego con signo cambiante, para evitar que la persistencia adquiriera visos de mo-Page 44notonía. Y así, desde comienzos de la década de los 30, no...

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