La Prestación de los cuidados

AutorPatricia Barbadillo Griñán - Mª Victoria Gómez García
Cargo del AutorDepartamento de Ciencia Política y Sociología, Universidad Carlos III de Madrid
Páginas85-102

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3.1. Asunto familiar o problema social

La atención y cuidado que presta la familia a sus miembros más vulnerables o frágiles ha sido y continúa siendo una de las decisivas funciones sociales que esta institución social realiza y que, entre otros muchos aspectos, garantiza la reproducción de la cotidianeidad.

Como parte del proceso de socialización, en el que la familia es un temprano y decisivo agente, se transmite a las nuevas generaciones la responsabilidad que cada miembro de la familia contrae en relación al resto. Una parte nuclear de esa responsabilidad se refiere al auxilio frente a la adversidad por diversas causas, enfermedad, discapacidad, etc., así como a los cuidados que demandan los menores. Se trata de una práctica social ampliamente reconocida que, anclada en una dimensión afectiva y emocional, favorece la propia supervivencia social y hasta tal punto es imprescindible para la vida colectiva, que es también objeto de regulación jurídica (Barbadillo y Tobío 2008).

En este sentido la reciprocidad intergeneracional se revela como un mecanismo de importancia decisiva que, en esencia, supone la obligación contraída de dar tras recibir. Junto a la reciprocidad, la solidaridad se transforma, recorriendo el camino desde la acción caritativa, o la inicial elaboración clásica (Durkheim 1987 [1893]) que la identifica como mecanismo para la cohesión social, hasta el esfuerzo realizado por una generación o un grupo social que aporta más de lo que recibió o espera

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recibir, como sucede con las abuelas que cuidan a sus nietos para favorecer la permanencia de sus hijas en el mercado de trabajo (Tobío 2005).

Así pues, ante la necesidad o la adversidad, la familia es capaz de activar mecanismos a través de los que intenta responder con eficacia. Y, más allá de la familia nuclear parsoniana1, es el conjunto de la red familiar (abuelas, hermanas, cuñadas...) el que afronta dichas necesidades (Fernández Cordón y Tobío 2006). Frente a posiciones teóricas que identificaban modernidad con familia nuclear y debilitamiento de los lazos en la red familiar (Parsons 1951), lo cierto es que las relaciones en el seno de la red familiar no sólo han mantenido su vigencia como recurso eficaz para afrontar situaciones adversas, sino que incluso, han favorecido la propia transformación del contenido del rol atribuido a las mujeres.

Ahora bien, como se ha mencionado anteriormente y señalan la literatura especializada y la evidencia empírica (por ejemplo, AttiasDonfut y Segalen 1998; Libro Blanco de la Dependencia 2004), cuando hablamos de cuidados y atención prestados por la red familiar, en realidad nos estamos refiriendo, muy especialmente, a los que prestan las mujeres de la familia. El sistema de género patriarcal, sostenido por la relación jerárquica entre lo masculino y lo femenino, ha atribuido obligaciones y valores y ha generado expectativas sobre las personas en función de su sexo, de forma que familia y empleo han sido considerados mundos ajenos, opuestos, que básicamente hacían referencia a los espacios privado y público, atribuyendo a lo femenino la capacidad y sensibilidad necesarias para ocuparse de las necesidades de los menores, los mayores y las personas con discapacidad.

Sin embargo, desde los orígenes del feminismo (Gouges 2003[1791]; Wollstonecraft 1996 [1792]) la lucha por la igualdad real entre hombres y mujeres ha ido favoreciendo la presencia de la mujer en la dimensión de lo público y diluyendo la exclusiva atribución a ella de organización y atención a lo privado, al tiempo que la teoría feminista ha aportado rigor y consistencia al concepto de "cuidado" (Gilligan 1982), hasta fechas muy recientes carente de valor cuantificable y relacionado, como hemos visto, con aptitudes naturales propias de las mujeres.

Como se ha explicado anteriormente, en la actualidad, el modelo de atención y cuidado basado en el esfuerzo realizado por las familias, especialmente por las mujeres de las familias, ya no es sostenible debido

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a una multiplicidad de factores. En primer lugar, el envejecimiento demográfico produce un aumento del número de personas en situación de dependencia, al tiempo que el tamaño de la familia se reduce, por lo que el esfuerzo del cuidado es afrontado por un número menor de miembros. Junto a ello, la decisiva incorporación de las mujeres al mercado laboral transforma su antigua situación de disponibilidad que las convertía en protagonistas de este esfuerzo.

En consecuencia, un sistema que atribuya a la familia en exclusiva la tarea del cuidado es hoy ya inviable. Es la colectividad, la sociedad en su conjunto, la que ha de afrontar la atención a sus miembros en situación de dependencia, convirtiendo así, aquello que venía siendo fundamentalmente un asunto de la familia, que ésta afrontaba en el ámbito de la intimidad y resolvía con sus propios recursos, en un problema social, es decir, en una situación percibida como problemática por la mayor parte de los miembros de una sociedad, y a la que sólo cabe dar respuesta desde la propia sociedad, articulando la demanda de cuidados y atención en forma de modificaciones legislativas y desarrollo de políticas públicas. Esta nueva situación no implica renunciar a la reciprocidad familiar, más bien se trata de configurar dispositivos sociales que, en último término, hagan viable esa relación de intercambio con toda la expresión de afectividad que encierra el acto de dar y recibir.

3.2. La atención de la familia a los menores

En un sentido amplio, el concepto de conciliación de la vida familiar y laboral, al que ya se ha aludido anteriormente, se introduce en Europa en los años 70, muy relacionado con la idea de la implicación de hombres y mujeres en las responsabilidades del trabajo productivo y reproductivo. Si bien los países nórdicos, en un contexto de escasa mano de obra, son pioneros en el desarrollo de políticas orientadas al cuidado de menores y mayores desde los años sesenta, los restantes países de la Unión Europea, a excepción de Francia, retrasarán la incorporación de la conciliación de la vida familiar y laboral en las agendas políticas hasta los años noventa del pasado siglo (Tobío et alt. 2010).

En España, el concepto de conciliación de la vida familiar y laboral se introduce en el III Plan de Igualdad, en vigor entre 1997-2000, y es ya con la Ley de Conciliación de 1999 y el IV Plan de Igualdad, previsto para el periodo 2003-2006, cuando la conciliación se convierte en uno de los

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objetivos centrales, marcando los debates sobre empleo, políticas sociales e igualdad de género. No obstante, subsiste la imagen normativa de las mujeres como madres, en primer lugar, y trabajadoras en segundo lugar, lo que implica que como son ellas las que tienen el problema, son también ellas el principal objetivo de las acciones previstas (Peterson 2007). Así, la conciliación se manifiesta como una necesidad derivada de los cambios sociales que experimenta la sociedad en su conjunto y, especialmente, de la incorporación de las mujeres al mercado laboral. La maternidad tiende a aparecer como el núcleo del problema de la conciliación, poniendo de manifiesto la potencia con la que está arraigada en la sociedad española la imagen social y cultural de las mujeres como cuidadoras. Incluso es posible detectar contradicciones y divergencias entre diferentes iniciativas, de forma que mientras en el IV Plan de Igualdad se contemplan los valores tradicionales y los estereotipos de género como origen del problema de la desigualdad entre hombres y mujeres, la Ley de Conciliación, al concebir a las mujeres como principales cuidadoras, contribuye a perpetuar esos mismos estereotipos de género.

Como podemos apreciar en la Tabla 5 hace casi 20 años este estereotipo de género estaba plenamente vigente.

Tabla 5. Proporción de entrevistados que consideran que determinadas tareas relativas al cuidado de los hijos deben ser realizadas por el padre, la madre o ambos por igual. Porcentajes.

Padre Madre Ambos por igual
Cambiar pañales 1 36 62
Dar el biberón 0 33 65
Preparar la comida del niño 0 41 57
Bañar a un bebe 0 36 62
Cuidar del niño enfermo 0 29 69
Ir al parque 2 18 78
Llevar y traer a los niños del colegio 3 18 78
Atender al niño por la noche cuando llora 1 25 73
Llevar al niño al médico 1 23 74
Hablar con los profesores 6 12 80
(N) (2.489)

Fuente: Juste M. G., Ramirez, A. y Barbadillo, P. Actitudes y opiniones de los españoles ante la infancia. Estudios y Encuestas, nº 26. Madrid. CIS. 1991.

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Como cabe observar, muy pocas personas atribuían exclusivamente al padre en 1991 tareas de cuidado y atención a los hijos, salvo en lo que concierne a la actividad de "hablar con los profesores", aunque sólo lo hacía un 6% de los encuestados. Por el contrario, aun siendo mayoritaria la opinión de quienes consideraban que las tareas relativas al cuidado de los hijos debían ser realizadas por ambos progenitores por igual, los porcentajes que atribuían a las mujeres en exclusiva la realización de ciertas tareas eran extremadamente elevados. Por ejemplo, el 41% de los encuestados consideraba que preparar la comida de los hijos era una tarea que debía ser realizada exclusivamente por la madre.

A pesar del lento proceso de disolución de la diferenciación de roles tradicionales experimentado por la sociedad española, más intenso en el caso de las cohortes generacionales más jóvenes, los datos sobre empleo del tiempo continúan advirtiendo de una importante división entre hombres y mujeres respecto del cuidado y atención de sus hijos, tal y...

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