Louk Hulsman en el presente

AutorRoberto Bergalli/Iñaki Rivera Beiras
Páginas87-102

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Hoy, Louk Hulsman está muerto. ¿Qué significa esto para el futuro de sus ideas? ¿Van a sobrevivir a la persona, van a ser preservadas, consagradas, desafiadas, transformadas, vigorizadas u olvidadas? ¿Dónde podrían, dónde deberían, dónde pueden conducir a la criminología y a la política criminal? En este texto voy a exponer que, en primer lugar, a pesar de la posición marginal de Louk Hulsman en la comunidad científica, su enfoque tiene grandes posibilidades de mantenerse vivo. En segundo lugar, voy a dar un ejemplo de cómo efectivamente podría continuarse su pensamiento mediante la confrontación de su negación de la «realidad ontológica» de la delincuencia con una perspectiva que considera el crimen como un «hecho institucional», basada en la ontología de los hechos sociales elaborada por John R. Searle en su Construcción de la realidad social (1995). Detrás de esto, la idea es la de mantener vivo el espíritu de Louk Hulsman utilizando constantemente sus ideas en confrontaciones intelectuales contemporáneas. A pesar de acarrear el riesgo de revelar lagunas, puntos débiles, y la necesidad de adaptar sus conceptos a las críticas justificadas, este enfoque evita el riesgo de esterilizar el pensamiento de una persona carismática con el fin de preservarlo como una sectaria «verdad eterna». Si todo va bien, la estrategia de discusión perpetua podría dar lugar a

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un enriquecimiento significativo de la teoría y la práctica criminológicas.

Muerte y continuidad

En ciencias, el día de la muerte es la puerta hacia el día del juicio —por lo menos en lo que se refiere a la cuestión de la futura pertenencia a la memoria colectiva de la profesión. Mientras que, durante su vida, incluso un funcionario científico mediocre puede adquirir una prominencia considerable simplemente por ser un empresario brillante de su propio esplendor, es probable que la muerte traspase todo el poder de definición de nuevo a los demás. De manera espontánea, muchos hombres grandes en la ciencia se convierten en el proverbial emperador sin ropa. Por supuesto, la etiqueta profesional requiere moderación y recuerda a los vivos que deben hablar bien de los muertos: de mortuis nihil nisi bene. Literalmente, sin embargo, incluso esta admonición deja la puerta abierta del nihil para aquellos que no quieran hablar bene del fallecido. Lo cual, en lo que concierne a la memoria colectiva, equivale a una licencia para matar, ya que el silencio es igual a ser borrado.

Mientras que los científicos vivos pueden influir en su estatus, la muerte convierte a los sujetos en objetos y las decisiones sobre su destino pasan a manos de los demás. Esto abre el camino para separar el grano de la paja. Aquellos que tienen la posibilidad de sobrevivir espiritualmente, a menu-do, han sido capaces de asociar sus nombres a una invención o una teoría, un puñado de monografías innovadoras, un libro de texto ampliamente utilizado y/o por lo menos algunos premios por los logros académicos. Con menos que eso las posibilidades de llamar la atención póstumamente de mane-ra significativa por las ideas de uno son —en términos generales—, como mínimo, escasas.

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Carisma y continuidad

Existen excepciones a la regla, sin embargo, y cuando éstas aparecen, a menudo tienen que ver con el carisma. Louk Hulsman no acumuló ninguno de los indicadores de relevancia científica que son utilizados para evaluar la prominencia de un miembro de la comunidad científica. Él nunca publicó un libro de texto normal, ni un número considerable de artículos en revistas con comité de evaluación. Él, literalmente, no hizo nada para hacerse con sustanciosas subvenciones para la investigación. No jugó ningún rol en las importantes asociaciones o comités profesionales; tampoco nadie le recuerda ganando importantes premios. Pasó su vida por debajo de los radares de relevancia criminológica. En su caso, sin embargo, los criterios convencionales, curiosamente, parecen fuera de lugar. Ello es así, precisamente, teniendo en cuenta la extensión de su red global personal de amigos y seguidores y la intensidad con que esos seguidores escuchaban sus discursos y anhelaban su presencia personal. Cualquiera que haya experimentado alguna vez una semana de la vida de Louk Hulsman tiene que haber notado este fenómeno, este carisma. Nada ilustra mejor esto que el hecho que —incluso después de su jubilación como profesor universitario— solía pasar gran parte del año viajando por todo el mundo, encontrando y haciendo amigos allí donde él iba, creando controversias sobre las ideologías y operaciones de los distintos sistemas de justicia penal, y dando charlas que siempre acababan transformando a algunos críticos en amigos y seguidores. Había institutos de América Latina que recibían a Louk Hulsman con pancartas en las aulas en las que podían leerse citas de su obra y cuando aparecía, en distintos contextos por todo el mundo, había ovaciones memorables. Tras su muerte, no hubo instituciones o asociaciones que tuvieran que organizar actos en su memoria: distintas personas, profe-sores y profesionales simplemente decidieron celebrar estos simposios y reuniones académicas por ellos mismos. Por libre voluntad, por un profundo sentimiento de pérdida.

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La muerte de una persona carismática es un sólido puente hacia la continuidad de sus pensamientos gracias al deseo firme de sus seguidores de mitigar la experiencia de la pérdida. En su búsqueda hacia la orientación, se aferran a objetos que —al menos hasta cierto pero ya consolador grado— son vistos como capaces de representar la esencia de la persona fallecida. En el caso de un científico, esta veneración de las reliquias tiende a concentrarse en los textos. Con la consiguiente colección y preservación de sus materiales publicados y no publicados —el ensamblaje de un canon— cualquier predicción negativa respecto a la vida después de la muerte del científico, resultante de la aplicación trivial de los procedimientos estándares de evaluación, está obligada a no entenderse. A pesar de la falta de credenciales convencionales, la pervivencia después de la muerte de este científico específico está garantizada en virtud de su carisma. Para los seguidores de una persona carismática hay una profunda gratificación emocional —una especie de alegría trascendental— en el esfuerzo por preservar las enseñanzas de esta persona en su forma auténtica; esto incluye estar preparado para defender estas enseñanzas verdaderas contra cualquier adulteración injustificada o mala interpretación que puedan hacer los outsiders.

Mientras que la función positiva de este tipo de protección de los pensamientos originales es indiscutible, el riesgo de construir una iglesia (o una secta) alrededor de la herencia de un líder carismático —aunque científico— es igualmente evidente. En este...

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