Presentación: La adaptación de la Administración española a un marco de actuación supranacional

AutorRamón de Miguel y Egea
Cargo del AutorSecretario de Estado de Política Exterior y para la Unión Europea
Páginas1035-1045

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I Introducción

A nadie escapa que la Constitución Española, de cuya aprobaciónen referéndum secumplen en estos días veinte años, supuso el punto de partida de un proceso de transformación acelerada de nuestro país en todos los ámbitos. Uno de ellos es, naturalmente, el internacional. Me refiero a la inserción de España en todas las esferas de la comunidad internacional como miembro con vocación de desempeñar un papel activo, constructivoy solidario.

No estampoco ningún secreto que sus redactores quisieron anticiparse a este proceso insertando en ella una seriede disposiciones que permitieran, llegado el momento, la plena integración de España en organismos supranacionales.

La Constitución, pues, allanó el terreno para que España pudiera incorporarse al puesto de relevancia al que se iba haciendoacreedora. Pero también, y sobre ello volveré más tarde, permitió que la Administración fuera adaptándose progresivamente a la nueva realidad, para así cumplir con sus cometidos de acuerdocon los principios enunciados en el artículo 103.

Para colocarnos en el contexto preciso, creo necesario hacer una somera referencia a la situación de España antes de 1978, como punto de partida para el proceso de incorporación plena a la comunidad internacional. En aquel año, dominado por la gestión ejemplar del proceso de transición política, España seencontraba en una posición que, si no podía describirse como distinta sí era claramente aparte. Seguíamos siendo un país integrado en la historia de Europa, pero los esfuerzos por normalizar nuestras relaciones con los países del entorno occidental chocaban aún con la persistencia de una realidad política anacrónica.

Pese a que la guerra fría había sido crucial para abrir más de una puerta que se resistía, la España de 1975 no había logradosuperar más que fragmentariamente el vacío que sehizo a su alrededor después de 1945. La Europa occidental, a su vez, guardaba sus distancias y nos mantenía fuera del proceso de construcción europea; mientras que la Europa oriental se veía desde Madrid como un mundo hostil y sólo en 1973 seestablecieron relaciones diplomáticascon la República Democrática Alemana y consulares con Hungría, Polonia, Bulgaria, Rumanía y Checoslovaquia. Los pragmáticos intentos de aproximación a la Unión Soviética no habían rendido frutos tangibles. En Iberoamérica, las relaciones bilaterales se habían estancado y, como hubiera dicho Baltasar Gracián, era una política de «mucha quimera y poco peso»; y con México, uno de los actores más relevantes, simple-1035

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mente no se tenían relaciones oficiales. Por contra, ni entre los paísesárabes ni entre los africanos, la autocracia Española suponía particulares dificultades a la diplomacia Española de la época, habién-dose concedido la independencia a Guinea Ecuatorial en 1968; aunque sí inquietaba un contencioso de distinta naturaleza y especie: el Sáhara español. A todo esto, Asia resultaba prácticamente indiferente a la sociedad Española y ajena al Palacio de Santa Cruz, aunque con China se establecieran relaciones diplomáticas en 1973 y se mantuviera un Consulado General en Hong-Kong. En el ámbito norteamericano, la realidad de los intereses concretos -con especiales concesiones en el ámbito de la defensa- había abierto el camino a una vinculación estable con los Estados Unidos, pero sin lograr sobrepasar (más de veinte años después de la firma del Acuerdo de Bases) la primordial condición de aliado militar. En suma, era indisimulable que la falta de estructuras democráticas entorpecía visiblemente la normalización de nuestro asentamiento en el exterior.

Conviene recordar también nuestrascarencias en poi ítica internacional, tal como pone de manifiesto la enumeración de nuestra participación en las organizaciones internacionales, puesto que el cambio cualitativo y cuantitativo en este terreno ha tenido consecuencias en la estructura administrativa Española (pensemos, aunque no solamente, en la Unión Europea). Aparte de la Organización de las Naciones Unidas (en la que ingresamos en 1955) y de varios de sus organismos especializados, España no pertenecía más que al Banco Mundial (1958), al Fondo Monetario Internacional (1958) y a la OECD (1959). Frente a esto, estábamos excluidos del Consejo de Europa y de las Comunidades Europeas, aunque tuviéramos un Acuerdo Preferencial desde 1970; lo mismo que no formábamos parte ni de la OTAN ni de la UEO Hay un dato explícito y revelador: en 1976 las cuotas a organismos internacionales representaban el 10,6% del presupuesto del Ministerio de Asuntos Exteriores, frente al 15,1% en 1989 y al 32,4% en 1998. En términos absolutos la cuantía de las cuotas internacionales pasa de 600 millones de pesetas a 34.000 millones, es decir, se multiplican casi sesenta veces -muy por encima de cualquier corrección en pesetas constantes- entre 1976 y 1998. En 1975, nuestra participación en el presupuesto de la ONU no llegaba al 1% Y ocupábamos el puesto decimoctavo; hoy somos el noveno contribuyente de la Organización -a punto de convertirnos en el octavo-, a la que aportaremos en 1998 el 2,57% de su presupuesto ordinario.

En resumen, al iniciarse el último cuarto de siglo, España estaba esforzándose por ganarse un lugar al sol en la escena internacional, todavía sin un espacio propio en el proceso de construcción europea, alejada de los centros de decisión que marcaban la dirección de los países de su entorno, ausente de las políticas occidentales de seguridad y defensa, y haciendo políticas retóricas de escasa sustancia entre los países iberoamericanos y árabes, con un significado marginal en términos prácticos.

II El marco supranacional

Debemos ahora definir cuál es el marco supranacional de actuación de nuestro país, tal y como se ha conformado desde la Constitución de 1978, para examinar después los cambios que de él se han derivado para la estructura administrativa Española.

La presencia Española en el sistema de Naciones Unidas es hoy omnicomprensiva. Los sucesivos Gobiernos españoles han compartido la convicción de que el mundo sería peor sin Naciones Unidas, que es, sin lugar a dudas, la organización de referencia para la paz y el desarrollo en el mundo.

Sin embargo, a los efectos de este artículo, me referiré sólo a los procesos de integración europea, que son los que de modo más claro han influido en nuestro marco administrativo, junto con una mención a los sistemas de seguridad y defensa occidentales.

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Accedimos al Consejo de Europa en 1977, una indicación fehaciente de que la Europa demo-crática miraba con nuevos ojos a la España que forcejeaba con la vieja herencia. El proceso de adhesión a las Comunidades Europeas no fue tan instantáneo, y la esperada foto de la firma no seprodujo hasta 1985. La larga preparación -y la especialización de los funcionarios del Servicio Exterior y de otros sectores de la Administración que tomaron parte en las negociaciones- nos permitió irrumpir con fuerza en la escena. Desde nuestro acceso hemos desempeñado dos Presidencias, una en 1989 y otra en 1995 y hemos conseguido no sólo intervenir activamente en la configuración del proyectoeuropeosino formar partede los esquemas más avanzados de integración, ya sea en lo que serefierea la libre circulación de personas (Schengen), como en la Constitución y puesta en marcha de ese salto extraordinario en la construcción europea que es la Unión Monetaria.

Somos miembrosde la OTAN desde 1982, y de la UEO, la organización de defensa y seguridad europea, desde 1988. La Cumbredel verano de 1997, en Madrid, ha marcado la renovación interna de la Alianza Atlántica, iniciado el proceso de ampliación, definido la relación con Rusia y con Ucrania, prestado el primer escenario al nuevo Consejo de Asociación Euroatlántica y reafirmado la Identidad Europea de Seguridad y Defensa.

También somos miembros, yen este caso además fundadores, de la moderna OSCE la organización paneuropea de seguridad y cooperación, que desempeña un protagonismo de...

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