Presentación

AutorMontserrat Huguet - Carmen González Marín
Cargo del AutorUniversidad Carlos III de Madrid
Páginas9-18

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Para comenzar la presentación de esta obra, me permito leerles dos breves textos que, a mi juicio, vienen muy al caso.

El primero dice así: "Ella le miró de nuevo. Todos los siglos de feminidad desde el nacimiento de los sexos parecían reflejarse en sus ojos. Y Martin la observó con indiferencia, y comprendió que la joven empezaría a retroceder, con coquetería y delicadeza, a medida que él fuera acercándose, dispuesta a cambiar su juego si él se acobardaba. Y, como también era humano, y percibía el atractivo de ella, su ego se sintió halagado por la amabilidad de la joven. ¡Ah, sabía todo eso, y conocía muy bien a esas muchachas! Chicas decentes, según los parámetros de su clase, que trabajaban de firme a cambio de un pequeño jornal y desdeñaban venderse para obtener provecho, ávidas de un poco de felicidad en el desierto de su existencia, y con un futuro dividido entre el horror del trabajo interminable y el abismo de una miseria moral aún más terrible, cuyo camino, aunque más corto, estaba mejor remunerado"1.

Y ahora, el segundo:

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"Entre las mujeres, había una pintora de retratos, una profesional de la música, había una doctora en sociología muy conocida en la zona por sus trabajos de campo en los barrios más humildes de San Francisco. Pero las mujeres no contaban demasiado en los planes de la señora Morse (Referidos a la intención de que su hija conociera jóvenes interesantes y con futuro) Como mucho, eran accesorios necesarios. Los hombres con ocupaciones interesantes tenían que ser atraídos de algún modo (Las chicas cultas eran solo anzuelos)"2.

Cada uno de estos textos, ambos extraídos de un libro de London, como reza en las notas a pie de página, soluciona a su manera el engorroso encargo de explicar la naturaleza del libro que aquí se presenta. El primero nos obliga a pensar acerca de la creencia en que el trabajo contemporáneo dignificó forzosamente la condición femenina, y el segundo, nos abre los ojos con respecto a la dimensión real del peso social que en el cambio histórico tuvieron tantas mujeres aventajadas en oficios intelectuales o profesionales cualificados. Jack London, solvente escritor de novelas y ensayos en el tránsito del siglo XIX al XX, había soportado difícilmente la idea de que el progreso material de la humanidad estuviese comportando un equivalente social. Y como El talón de hierro3, denominación que el autor daba al empresariado burgués y capitalista, acuciara a los trabajadores modernos con la inquina sofocante de una pieza mecánica, London imaginó que las mujeres tampoco iban a salir bien paradas en este tránsito crucial del hombre contemporáneo hacia un mundo rápido, intenso y sobre todo, más sufriente. Una lectura tan pesimista del futuro era propia de muchos socialistas convencidos de que solo la revolución pertrecharía a las clases dependientes del capital con las armas que necesitaba a fin de controlar su propio destino.

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Pero, socialistas o sencillamente descreídos de las bondades de la contemporaneidad, lo cierto es que quienes así pensaban dieron ya pistas acerca de que el trabajo masivo y la profesionalización de las mujeres podía ser una desventaja enorme y de que su incorporación plena a la así llamada plaza pública acarrearía trampas difícilmente salvables. Las jóvenes, amables por naturaleza, se mostraban ahora embrutecidas por la afrenta del jornal, mientras que las modernas licenciadas, sesudas y eficientes, eran ninguneadas por unas madres austeras y calculadoras que utilizaban aún la condición de perfectas diletantes de que hacían ostentación las jovencitas para atraer a su redil a caballeros interesantes con quienes emparentar a sus herederas. Ni ellas se especializaban en nada, ni utilizaban tampoco sus conocimientos para desarrollar sus capacidades con reconocimiento público. Seguían siendo maestras y enfermeras o amenas esposas. Que las mujeres podían cavilar y conversar maravillosamente era algo bien sabido, tanto que el caballero que se codeaba con ellas se enorgullecía de poseer también él sus cualidades: "(...)el secreto de pasar con volubilidad pasmosa de una idea a otra idea, escogiendo las más antitéticas; (como ellas, el caballero adoraba) la paradoja y (como ellas, saltaba) sin transición de lo serio a lo burlesco"4.

Así que, incluso pasado el tiempo de las revoluciones liberales y de las...

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