Políticos, gobernantes y directivos: la dirección política de la Administración como factor clave de cualquier reforma

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"El juicio primero que se forma de un soberano y de su entendimiento se apoya en el examen de los hombres que le rodean"

(N. Maquiavelo, El Príncipe, p. 134)

1. Política, gobierno y administración: una relación de contornos difusos

Siempre se1 ha dicho que para que una reforma de la Administración pueda tener éxito debe contar con el decidido impulso y compromiso de sus máximos dirigentes políticos. Sin negar esa afirmación lo que vamos a defender en este artículo es que ninguna reforma de calado puede funcionar si no abarca también al papel y función que desempeñan dichos dirigentes. En otras palabras, no habrá mejora de la Administración si las propuestas de reforma afectan únicamente a los funcionarios y demás empleados públicos y no a sus máximos responsables a nivel político. Y es que aunque a menudo se haya tratado de separar el Gobierno de la Administración, en la práctica tal separación dista de estar clara o simplemente no ha existido.

Cuando se analizan los problemas que afectan a nuestras Administraciones públicas sólo ven normalmente unos responsables: los funcionarios, los empleados públicos y sus sistemas de selección, promoción, evaluación, motivación, premio y castigo; como mucho se llega a la cuestión de una falta de función profesional directiva. No es que estas cuestiones y las demás que trata este monográfico no sean muy relevantes y dignas de atención (pues la autocrítica siempre es requisito para la mejora y el aprendizaje), pero nuestra tesis es que de poco o nada valdrán esas hipotéticas reformas (que haberlas, aunque siempre insuficientes, las ha habido) si no se afronta la espinosa cuestión de la función clave que cumplen para las organizaciones públicas sus máximos dirigentes políticos, los cuales tienen más influencia directa de la que menudo se les presume, aunque paradójicamente este fenómeno haya sido poco estudiado por la doctrina, por razones tal vez imaginables pero poco justificables.2

Con ese objetivo en mente, analizaremos, en primer lugar, la crisis de la política y de lo público que vivimos y la influencia que tiene en ello un perfil tal vez inadecuado o insuficiente de nuestros dirigentes políticos. Seguidamente examinaremos el contexto en que se desenvuelve la acción político-pública, incluidos los nuevos retos que presenta este siglo. De todo ello, deducimos que hoy más que nunca hace falta exigir a quienes optan a dirigir organizaciones y políticas públicas que cuenten con unas mínimas competencias y capacidades directivas, las cuales podrían adquirirse

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potencialmente en una Academia para gobernantes. Cerraremos con un apartado de conclusiones.

2. La crisis de la política y de lo público
2.1. ¡Es la forma de gobernar, estú( ..)!

Hoy más de uno se pregunta: ¿qué le pasa a la política y a los políticos?, ¿por qué pierden de forma creciente cotas de apoyo y aceptación social?, ¿por qué empiezan a ser considerados por los ciudadanos como parte del problema y no de la solución?3 Carlos Fuentes, refiriéndose a su bien conocido México, introdujo un símil que podría serextrapolable a muchos otros países: "Los grandes sistemas [políticos] añejos, dotados de mecanismos para defenderse de la reacción interna así como de las presiones internacionales se han con vertido en cascarones a la vez rígidos y quebradizos ya que no contienen ni dan respuesta a la población (...)4. La sociedad ha dejado de tomar a sus líderes en serio como ejemplos a seguir sino que por el contrario se han convertido en contra-ejemplos a evitar o de los que separarse. La cuestión que subyace es cómo se premia a los mejores o, en otras palabras, cómo las personas consiguen subir en la escala social -de la que la política es una parte muy relevante- si por mérito, esfuerzo y valía personal o por fortuna, juego de favores o puras relaciones sociales5. La elección de uno y otro modelo no es baladí para el futuro de esa sociedad.

¿Corren riesgo nuestros sistemas político-institucionales de convertirse en meros cascarones quebradizos? Tal vez haya motivos reales para la preocupación. Por una parte, asistimos a episodios donde los partidos políticos conciben el funcionamiento democrático interno como último recurso o como elemento subsidiario (como mucho) y no con el carácter sustancial que le atribuye el art. 6 de nuestra Constitución6. Pero otra posible respuesta (complementaria) que no conviene despreciar es que los políticos han dejado de preocuparse y de responder al reto de la

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eficacia y eficiencia a la hora de gestionar las políticas públicas y dirigir las organizaciones que tienen encomendadas. La política podría limitarse de forma muy sencilla a que de la sociedad de los hombres nazcan "muchos más beneficios que daños"7. Ya sería bastante, pero ese objetivo no se consigue de forma automática o espontánea; hacen falta buenos dirigentes, buenas políticas y buenas formas de llevarlas a la práctica y si alguno de estos elementos fallan el resultado nunca podrá ser óptimo.

Esta conclusión no es sólo nuestra. Francisco Longo, Director del Instituto de Gobemanza y Dirección Pública de Esade, citaba recientemente un informe del BID (Banco Interamericano de Desarrollo) del 2006 donde se relacionaba el problema del desarrollo de Latinoamérica "no tanto con la corrección o el acierto de las políticas -económicas, educativas, sociales, medioambientales, etcétera- de los gobiernos como con lo que llamaba «la política de las políticas». Se refería con esta expresión a los modos de hacer política, a los procesos mediante los que se discuten, adoptan, ejecutan y evalúan las decisiones de interés general". Para Longo esta misma conclusión se puede aplicar a nuestro contexto político-social8.

Si podemos afirmar que el mayor enemigo del capitalismo no es quien quiere someterlo a reglas sino quien lo quiere absolutamente salvaje (pues esto lo llevaría a su auto-destrucción), debemos admitir igualmente que el enemigo más peligroso de lo público en general y del Estado (social) en particular, no son tanto los que proponen reducir su tamaño (pues estos al menos enseñan sus cartas) cuanto quienes, incluso bajo la bandera de su defensa, caen en el gasto excesivo y la mala gestión de las políticas públicas encomendadas, dando así argumentos complementarios a los "minimalistas". De hecho, no es quizá por casualidad que las propuestas socialdemócra-tas se hayan desarrollado con mayor éxito y continuidad en los Estados (nórdicos y de cultura germánica) caracterizados precisamente (entre otras cosas) por su eficacia y eficiencia. Así, el Estado recaudador-poder fiscal pierde su legitimidad si no se gestionan bien las políticas públicas, y la emisión excesiva de deuda pública se convierte en fiscalidad encubierta al no estar sujeta al control del Parlamento ni a la transparencia y control de ciudadanos, cuyo pago además se traslada a las generaciones futuras sin que nadie les pida su opinión. Esa vía además indicaría una falta coraje del dirigente de turno para asumir el coste popular que implica ampliar el gasto público subiendo los impuestos, única forma en que el ciudadano puede saber lo que le cuesta las obras y servicios públicos, que nunca son gratis. Sólo un Estado saneado y de gestión ejemplar es garantía para el mantenimiento de las políticas públicas en

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general y sociales en particular, tanto en tiempo de bonanza como sobre todo de escasez (vgr. fábula de la hormiga y la cigarra), y todo ello más allá de proclamas ideológicas. Más que flamantes declaraciones amorosas o de intenciones lo que cuentan son los hechos y las cifras, esto es que el Estado resuelva eficazmente los problemas de los ciudadanos y atienda a sus necesidades, pues de poco valen proponer políticas o medidas novedosas si luego se ejecutan mal, torpemente o incluso de manera que producen efectos contraproducentes.

La crisis de la política viene igualmente de la crisis de las ideologías y ello a pesar de los esfuerzos (a veces desesperados) de cada partido por enfatizar las diferencias "ideológicas" con los demás9. Vivimos un espacio-tiempo no sólo postmoderno sino también "post-ideológico" donde la diferencia entre izquierdas y derechas, aunque pervive, está cada vez más matizada, confusa o (como el diablo) anida en los detalles, conformando una suerte de "pantano barométrico"10. Y sin embargo, las divergencias si no existen, han de buscarse cueste lo que cueste pues en ello va su propia...

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