Política de sexos

AutorSylviane Agacinski
CargoFilósofa
Páginas159-160

Sylviane Agacinski nos recuerda que, en junio de 1996, algunas mujeres de la clase política europea lanzaron un manifiesto a favor de la paridad, reclamando medidas concretas para establecer la igualdad efectiva entre los hombres y las mujeres en los órganos de decisión. Igualdad efectiva equivalía a equilibrio cuantitativo, pues en aquel momento en Francia había un 5,5 por ciento de mujeres en la Asamblea Nacional y un 5,6 por ciento en el Senado. El debate sobre la paridad tuvo gran resonancia en la escena política francesa del momento.

Esta circunstancia invita a la autora a escribir una reflexión filosófica y a describir una posición sobre el ideal de paridad como exigencia de las mujeres de compartir el poder político de los hombres. La paridad le parece que entraña dos ideas, que resume en un nuevo concepto de la diferencia de sexos y una nueva concepción de la democracia que debería llevar a cabo la igualdad de sexos. La paridad es el fruto de una acción conjunta entre mujeres políticas; y es en el seno de la vida política dónde nació la convicción de que la democracia debía progresar en la igualdad entre hombres y mujeres.

Siempre existió una «política de sexos». Todos, hombres y mujeres, están condenados a estrategias que deben tener en cuenta. La naturaleza política de la relación entre hombre y mujer abre la perspectiva de una emancipación o paz definitiva y marca la «fatalidad de un desacuerdo eterno». Las teorías de la diferencia han sido instrumentos de una política. El «sometimiento de las mujeres», según John Stuart Mill, ha sido tan universal como la diferencia de los sexos. «Las relaciones entre los sexos aparecían fuertemente jerarquizadas, y los hombres establecían su poder a la vez que lo legitimaban con fundamentos mitológicos, religiosos, ideológicos, filosóficos o científicos». Las mujeres se han doblegado al orden familiar, económico, político y religioso instaurado por aquellos que se reservaban el monopolio de los poderes.

Aristóteles elaboró una teoría jerárquica de la diferencia sexual. En su «Política» hace descansar la institución familiar sobre la superioridad natural del hombre y sobre la inferioridad de la mujer. La preocupación por jerarquizar los dos sexos aparece también en Aristóteles en su «Historia de los animales» y en su «Tratado de la generación de los animales».

La autora reflexiona sobre la política de sexos y avanza en la libertad de interpretar la diferencia. Se separa de Simone Beauvoir en cuanto ésta, en su libro, «El segundo sexo», permanece dependiente de la concepción sartriana de la libertad y se sitúa «en la perspectiva de la moral existencialista». Esta moral, usa y abusa de la oposición entre la naturaleza y la libertad. Los hombres y mujeres, según la teoría citada, no son iguales ante la libertad humana.

Hoy, las injusticias, ligadas a la diferencia de los sexos, se reproducen en las esferas de la vida familiar, económica, social y política. Las antiguas formas de subordinación o de exclusión son reconsideradas. Se combaten denunciando la contradicción entre la igualdad teórica de los derechos y las desigualdades de hecho. A estas desigualdades sería mejor llamarlas injusticias con el fin de no confundir la justicia con la desigualdad. La autora aboga por transformar las relaciones entre sexos en el seno de la sociedad y de trabajar para representar de otro modo la diferencia de los sexos en todos los campos.

La «Política» de Aristóteles empieza con una política de sexos. La interdependencia de los hombres y las mujeres reside a la vez en el principio y en el origen de la política. Sylviane Agacinski trata de demostrar por qué la jerarquía aristotélica de los sexos resulta más abierta a la historia de la relación entre hombres y mujeres que la utopía platónica, con su neutralización de los sexos; de ahí que se plantee la cuestión de una ética de la diferencia de sexos.

La autora se pregunta sobre la «guerra de sexos» o «política de sexos» para afirmar que «aunque no existe ningún tipo de guerra contra las mujeres, la violencia masculina se ejerce unilateralmente». Aunque la violencia no es verdaderamente la clave de las relaciones entre hombre y mujeres, sí es decisiva para aproximar la diferencia entre los unos y las otras. La idea de que las relaciones entre los sexos son de naturaleza política ayuda a reflexionar sobre la superación de las dos principales concepciones de los géneros; la que se basa en la naturaleza y la que las razona por medio de la cultura. Hablar de relaciones políticas entre sexos equivale a decir que están abiertas a estrategias. No existe una postura neutra en la política de sexos. La política empieza con una psicología elemental que busca encontrar la equidad; la guerra es imposible entre sexos y los condena a la política. Sylviane Agacinski enmarca su ensayo en la necesidad de definir una política de sexos desde que en 1996 se puso en evidencia el problema del lugar de las mujeres en política y, por tanto, el de la relación entre hombres y mujeres en el seno de la vida política.

Las francesas no se han dado por satisfechas en la igualdad de derechos y reivindican un reparto de poder con los hombres. En junio de 1996, se lanzó en Francia el «Manifiesto de las diez por la paridad». Estuvo precedido, un mes antes, por la Carta de Roma que se comprometía a promover «la participación igual de las mujeres y los hombres en los puestos de poder, de influencia y de decisión en todas las esferas de la sociedad». Los europeos invocan, desde hace tiempo, un ideal de paridad y hacen un llamamiento a la igualdad entre hombres y mujeres en las instancias de decisión.

En la época en que muchas carreras se han abierto a las mujeres se continúa privilegiando de manera más o menos tangible la contratación masculina y aun se admite que «cuando un oficio se feminiza, se desvaloriza».

La paridad ha tomado en política el sentido de un reparto de poder entre hombres y mujeres que requiere una nueva definición de la democracia. Un reparto de poder entre sexos aparece como exigencia de un equilibrio entre hombres y mujeres en el seno de las instancias dirigentes. Esta corriente de opinión «denuncia la distancia entre la igualdad marcada por la ley y la realidad del hecho político que demuestra que el legislador es, casi siempre, exclusivamente masculino». La idea de paridad contiene la exigencia de reparto; en esto es, precisamente, original e inédita.

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