Pobreza, trabajo y asistencia. Consideración histórica de una relación polémica.

AutorFernando Díez Rodríguez - Rafael Aliena Miralles
Cargo del AutorCatedrático E.U. Historia Contemporánea. Universidad de Valencia - Titular Universidad. Trabajo Social. Universidad de Valencia
Páginas17-52

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Los ecos de la historia que se cuenta en estas páginas resultarán familiares a nuestros oídos. Si alguna vez perdimos la capacidad de reconocerlos seguramente hoy hemos vuelto a recuperarla. Las dificultades que hace ya unas décadas afectan al diseño, gestión, ejecución y financiación de las políticas de bienestar clásicas han vuelto a revivir, a su manera, el espectro de una vieja polémica: la relación entre pobreza, trabajo y asistencia. El trabajo vuelve al primer plano en la discusión de las políticas asistenciales. Reinserción, en su caso, de los usuarios de los servicios sociales en la condición de trabajadores en activo; preocupación por la dependencia de pobres y excluidos de las agencias que procuran asistencia y de las prestaciones que proporcionan, e inquietud por la extensión del hábito de tal dependencia; vinculación de las prestaciones al trabajo del que de ellas se beneficia, por muy laxa que sea la idea de lo que, en este caso, se entienda por trabajo.

Tenemos a la espalda una muy larga tradición, tanto de ideas como programática e institucional, sobre la relación entre la pobreza, el trabajo y la asistencia. Es algo que pertenece a la sustancia de los modelos europeos de acción social desde sus mismos orígenes modernos. Cuando aparece la concepción moderna del trabajo, directamente vinculada a las primeras formas de la economía política, fue inevitable que la relación entre el trabajo y la asistencia a los pobres se configurase como un problema particularmente correoso y proclive a desaguarse por cauces indeseables si no se tomaban las máximas precauciones. No sólo estaba en juego la riqueza de la nación y las dificultades que pudiera plantear a la misma un sistema de asistencia inadecuado. La economía política era, entonces, también filosofía moral y sus novedosas consideraciones sobre el trabajo afectaban, en un único movimiento, tanto a las políticas de desarrollo económico, como a la entidad psíquica y moral que se consideraba imprescindible para el conjunto de la población trabajadora. Esto último sólo podía acrecentar la sensibilidad en materia de acción social, en la medida en que las formas de la asistencia podían crear, por sí mismas, graves perturbaciones para

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el desarrollo y consolidación de las cualidades psíquicas y las virtudes morales deseadas.

El arranque de la política de pobres moderna, con rasgos teóricos suficientemente perfilados y consistentes, se produce con la simbiosis doctrinal del humanismo y el mercantilismo a partir del siglo XVI. La relación entre pobreza y trabajo se convierte, por primera vez, en un elemento determinante, aunque sólo encontraremos una elaboración suficientemente perfilada de la misma en el siglo XVIII. Es entonces cuando la primera corriente de economía política moderna que hizo del trabajo productivo el fundamento de la riqueza de las naciones alcanza una verdadera formalización y establece los principios económicos que justifican el papel dominante de esta modalidad del trabajo, así como el perfil psicológico y moral de aquellos que lo desempeñan. En las páginas que siguen mantenemos que, a partir de esta especie de momento fundacional, tanto el sistema de asistencia de la política de pobres moderna, como el sistema de beneficencia que lo sustituye, y que se generaliza en Europa entre finales del setecientos y el primer tercio del ochocientos, desarrollan una aguda sensibilidad doctrinal y práctica en materia de asistencia: campos específicos de actuación; establecimientos e instituciones pertinentes; límites de la acción asistencial; idea diferenciada de la población objeto de asistencia. Y lo harán utilizando el principio ordenador del trabajo. El trabajo de los pobres válidos, es decir, de aquellos que mantienen íntegras, o suficientemente preservadas, sus capacidades laborales y que, por lo tanto, pueden situarse en general fuera de la asistencia. También el trabajo como principio ordenador de toda la estructura social, primero en la modalidad de la sociedad ocupada (de inspiración mercantilista) y, posteriormente, de la sociedad del trabajo (de filiación liberal). Estos serán los verdaderos referentes para orientar la política asistencial, para reconducirla cuando se considera que se ha desviado del camino establecido, para completarla, ampliarla y especializarla cuando surjan nuevos retos, se produzcan efectos indeseados o se constaten insuficiencias o deficiencias antes inexistentes o simplemente no tenidas por tales.

A lo largo de unos doscientos años, en el contexto de la política de pobres primero y de beneficencia después, asistimos en Europa a una extensa, rica y dinámica discusión sobre la compleja relación entre la pobreza, el trabajo y la asistencia. Es nuestra intención poner de relieve lo determinante que la misma resultó para la configuración de los sistemas asistenciales en este largo período, así como para explicar los cambios y readaptaciones que los mismos sufrieron a lo largo del tiempo. Los que reivindicamos lo imprescindible del pensamiento histórico creemos que el examen de las serias preocupaciones de tiempos pasados sobre cuestiones tan relevantes y de actualidad como la que motiva estas páginas, puede ayudar a una comprensión más cabal de las inquietudes que hoy nos aquejan. También nos recordará que lidiamos con graves asuntos que, con otras formulaciones y en otros contextos, presentan un sorprendente parecido de familia.

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1. Trabajo y asistencia en la política de pobres moderna

La política de pobres moderna, la que alcanza una formulación suficientemente acabada a finales del siglo XVII, establece como su principio básico de doctrina y de acción la separación entre el trabajo y la asistencia. Trabajo y asistencia conforman dos ámbitos segregados, debiéndose procurar con ahínco que esto siga siendo así. Para que el grueso de la población ocupada esté fuera del sistema de asistencia y se mantenga en esta posición, es necesario que la separación entre el trabajo y la indigencia sea, a su vez, una realidad dada, algo que se asume como una verdad que no plantea especiales dificultades1. Todo trabajador, toda familia que movilice, de manera directa o indirecta, las variadas formas de sus recursos laborales, está, por definición, fuera de la indigencia.

La tradición humanista había allanado el camino para este tipo de diferencias mediante su relectura teológica del problema de la pobreza. Justificaba plenamente lo que se denominó examen de pobres e hizo del mismo un dispositivo fundamental de la política de pobres moderna. El cristianismo, en su manifestación reformista, protestante y católica, exigía la necesaria discriminación entre los pobres verdaderos y los falsos o fingidos. Esta novedad allanó el camino para la buscada estigmatización de la falsa pobreza, su identificación con el crimen y su sometimiento a políticas represivas, pero también favoreció la aceptación como obligación, incluso con el rango de derecho, de la asistencia a los pobres verdaderos. La fuerte carga teológica implicada en la doctrina humanista del examen de pobres justificó, de hecho, una lectura política y moral del problema de la indigencia particularmente contundente y, en consecuencia, del sistema de asistencia que debía auxiliarla.

El pleno desarrollo y difusión de la primera forma histórica de economía política, el mercantilismo, hizo que las dimensiones políticas y morales de la acción social, tan características del humanismo, pasasen a combinarse con una novedosa dimensión económica. El resultado es una verdadera reformulación de los principios de la política de pobres vigente hasta el momento. El mercantilismo puede ser visto como una primitiva teoría del desarrollo con una peculiar preocupación por el fortalecimiento de la nación, tanto en sus aspectos demográfico y económico, como político y militar. El fundamento

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de su idea de desarrollo parte del análisis económico de aquello en lo que consiste la riqueza y la manera más adecuada de alentar su crecimiento en el marco singular de una nación. El trabajo productivo es la única fuente de la riqueza y, por lo tanto, es necesario establecer toda una serie de medidas de política económica para su extensión e intensificación. Con este objetivo, el mercantilismo elabora una primera distinción entre trabajos productivos e improductivos y enuncia los principios que definen lo que entiende por sociedad ocupada: una sociedad de ocupaciones útiles, en la cual la extensión de las productivas sea la máxima posible, limitándose las improductivas, pero indispensables, a un mínimo puramente funcional2.

El mercantilismo inaugura una época de confianza respecto a las posibilidades del aumento del trabajo nacional, así como también respecto al crecimiento demográfico de la nación y sus bondades. Es poblacionista y entiende que hay un recorrido ilimitado para la ocupación de una creciente población. Algunos mercantilistas creen en la posibilidad de una retribución del trabajo al alza (tasas salariales relativamente altas) e hicieron mucho por definir una nueva figura del trabajador, en la que destacan sus dimensiones psicológica y moral. Un trabajador abierto a la laboriosidad por la posibilidad de una recompensa alentadora de su trabajo, o al menos por la expectativa de que esto sea posible. Un trabajador alejado, tanto económica, como psíquica y moralmente, de las garras de la miseria y la indolencia3.

La doctrina mercantilista...

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