El efecto pigmalión en televisión. Orientaciones propuestas sobre la influencia de la televisión en la infancia

AutorPablo del Río, Amelia Álvarez y Miguel del Río
CargoUniversidad de Salamanca y Fundación Infancia y Aprendizaje

Planteamiento y antecedentes

INTRODUCCIÓN: EL INFORME PIGMALION

Un niño cambiante en un mundo cambiante Como el hombre que camina por el pasillo de un tren en movimiento, el niño que se desarrolla sobre un mundo en desarrollo acumula un cambio sobre otro. Debe reconstruir lo humano en un mundo que ya no es el de sus padres pues, como decía Margaret Mead, los niños son como emigrantes en el tiempo que, por la fuerza de la mutación cultural, se desarrollan en una cultura distinta a la de sus padres. Los padres tendemos a no tener en cuenta este hecho, tendemos a reestablecer la estabilidad del mundo y a caminar por el vagón y ver caminar a nuestros hijos como si estuviéramos haciéndolo por la plaza de nuestro barrio.

La mente humana es estructural: está armada de tal modo que conseguimos estabilizar, seleccionar y organizar la abrumadora riqueza y movilidad del universo construyendo la realidad de tal modo que sea reconocible y estable y podamos vivir en ella. La fuerza evolutiva de la humanidad, sin embargo, ha marcado una aceleración añadida a la del cambio del mundo físico y natural con las transformaciones introducidas por nosotros mismos. Tofler denominaba el resultado conjunto “la furiosa tormenta del cambio”. Pero ante ese terreno que se nos mueve bajo los pies y nos tambalea si se mueve demasiado rápido, nuestra mente estructural puede protegerse negándolo. Galileo se vio obligado, por la presión social e institucional, a jurar que la tierra no se movía, y su frase coloquial ha seguido el juramento (epure si muove, ¡pero se mueve!) expresa que esa presión contradictoria entre cambio y estabilidad es ya consustancial en nuestra historia humana. Umberto Eco reflexionaba hace casi treinta años sobre esa doble tendencia: la de los “apocalípticos” que temían, negaban o condenaban el cambio, y la de los “integrados”, dispuestos a acoger con los brazos abiertos cualquier nueva transformación entendiéndola como progreso.

El cambio cultural en el siglo que acaba de terminar, con el protagonismo de los medios audiovisuales y las tecnologías que los soportan, ha creado nuevos entornos humanos de vida y, sobre todo, de imaginación. Comprender a nuestros hijos como un nuevo, renovado, diseño humano para ayudarles a realizar su propia construcción personal de la mejor manera posible, salvaguardando lo mejor del pasado, ayudándoles a apropiarse de lo mejor del futuro, defendiéndoles en lo posible de los ataques de las mutaciones destructivas, no es una opción, es una necesidad.

No tenemos más remedio que observar con interés, científicamente, la cultura y el entorno en el desarrollo del niño en desarrollo; seguir su cambio para comprenderlo y proporcionarle los mejores navíos y cartas de navegación. La televisión, junto con la escuela, han pasado a ser en las sociedades “avanzadas” los dos hechos culturales a los que el niño dedica la mayor parte de su tiempo de vigilia. Ha pasado a constituirse en un eje central de su desarrollo, algo que a la sociedad le ha costado apreciar, pues, en las categorías de quienes crecieron hace cincuenta años, el televisor ocupaba un lugar secundario como simple artefacto de ocio. Treinta años de investigación y de creación experimental de programas de televisión para la infancia nos han permitido comprender mejor este factor hoy central de desarrollo. Lo que sabemos nos indica claramente que no puede ya mantenerse como un simple componente del mercado del ocio y el entretenimiento. Para bien o para mal la televisión es uno de los grandes educadores, enculturizadores, de la nueva infancia. Y se trata de que lo sea para bien. Se hacen entonces necesarias la valoración, la reflexión y el debate sobre su influencia, como condición para iniciar la actuación constructiva.

El efecto Pigmalión

En la mitología griega, Pigmalión fue un rey de Chipre que se enamoró de una estatua de la diosa Afrodita. La cultura romana (Ovidio, en su Metamorfosis) reelaboró el mito: Pigmalión, un escultor, fabricó una estatua de marfil representando su ideal de mujer y se enamoró de su propia creación. La diosa Venus –la equivalente latina de la griega Afrodita- dio vida a la estatua atendiendo a las plegarias de Pigmalión. En la tradición educativa, el mito –versión latina- de Pigmalión tiene una fuerte tradición. Desde la obra teatral del mismo nombre de Bernard Shaw (1913) llevada a la pantalla como My Fair Lady (1956) y en la que el profesor Higgins acaba enamorándose de su creación (una chica del arrabal reconstruida, como alumna, en una dama), a la teoría sobre el “efecto Pigmalión” en la escuela, con la que Rosenthal (1968) explica que el maestro actúa convirtiendo sus percepciones sobre cada alumno en una didáctica individualizada que le lleva, constructiva o destructivamente, a confirmar esas percepciones.

En el debate sobre las excelencias y miserias de la televisión como acompañante del desarrollo infantil, se ha denostado este medio, se le ha ensalzado y, en general, se ha generado un debate abigarrado y complejo en que predominan la profusión de juicios absolutos, con frecuencia contradictorios entre sí, incluso dentro de la misma voz. Tras unas buenas tres décadas de actuaciones profesionales con programas infantiles, investigaciones sistemáticas de los efectos de la televisión en el desarrollo de los niños y escolares, litros de tinta de debates y reflexiones, y miles de experiencias educativas alrededor del problema, creemos que una conclusión que emerge nítidamente es que la relación entre desarrollo infantil y humano y televisión es una relación dialéctica, diversificada, que obedece al mito de Pigmalión. La estatua puede cobrar vida como diosa o como demonio. La comunidad social tiene en las manos el cincel. La sociedad debe dejar su talante entre apocalíptico e integrado, entre asustado y vengativo, para adoptar una postura creadora y constructiva, para asumir el papel de Pigmalión de sus propios medios y de sus propios hijos. La investigación acumulada permite esclarecer bastante los procesos de influencia y abrir nuevas perspectivas, nuevos planteamientos y programas de actuación en el terreno de la creación audiovisual, la educación, la familia y la comunidad.

La revisión realizada en el Informe Pigmalión ha estado guiada por dos ideas positivas que han orientado su planteamiento. La primera es la de centrarse en el desarrollo funcional del niño, es decir en comprender y en su caso diagnosticar su desarrollo psicológico y social en los nuevos entornos. Comprender con qué perfiles nuevos se presentan las viejas funciones y cómo podrían estar afectadas y por qué, por la televisión: atención, percepción, pensamiento, lenguaje y lectoescritura, imaginación, desarrollo social, desarrollo moral… Más allá de este informe, en el caso español eso implicaría desarrollar una investigación de seguimiento continuada en el tiempo (a través por ejemplo de un “Observatorio” específico). La segunda idea enfatiza lo que se puede hacer. Realiza por tanto un análisis más focalizado de aquellas iniciativas de creación televisiva que han tenido un impacto positivo. Más que centrarse en los aspectos negativos y de prescripción negativa (lo que no evita ni mucho menos el Informe, aunque en el contexto más adecuado de la parte dedicada al desarrollo funcional), lo hace en los desarrollos creativos y en la prescripción positiva. Es decir, se trata de un acercamiento centrado en en la creación cultural y en el diseño constructivo de programas de televisión. El Informe está organizado en tres partes.

La primera sirve de introducción al problema concreto de la televisión en el marco más general de las grandes teorías del desarrollo infantil y la educación en el momento actual.

La segunda, la más extensa, incluye una revisión actualizada de las investigaciones sobre las influencias genéticas de la televisión, es decir, una evaluación, a partir de las evidencias aportadas por la investigación empírica, de su impacto en el desarrollo de las nuevas generaciones. Este objetivo se aborda desde una óptica genética funcional; es decir, para caracterizar el impacto cultural en el desarrollo de las distintas funciones psicológicas y así de la “mente actual del niño y de los nuevos ciudadanos”; por ejemplo para evaluar el impacto de la televisión en el desarrollo atencional, hemos procurado a la vez de comprender el papel de la atención en el desarrollo infantil, en cómo se construye y con qué resultados la infancia actual. La meta perseguida es que podamos tener una visión no fragmentada del desarrollo del niño en nuestra sociedad cultural y situar en ese desarrollo la influencia de la televisión (como uno más de los factores culturales que inciden en él sistémicamente). La tercera se ocupa de los problemas de la “ecología de la televisión infantil”, es decir, el análisis de los contexto vitales del niño para comprender el impacto de la televisión en esos contextos de desarrollo, con un capítulo dedicado a la familia.

Y otro, el último y que cierra el informe, a la televisión educativa. Se pasa revista a los principales programas infantiles de televisión realizados desde la filosofía del “diseño” (evolutivo, educativo y audiovisual combinados), evaluando su eficacia y su impacto sobre el desarrollo de los niños. Nos ha guiado aquí la idea de equilibrar un tanto las habituales visiones sobre el problema de televisión e infancia, en que tienden a priorizarse los aspectos muy generales, o los efectos muy preocupantes (sexo o violencia, por ejemplo) para valorizar y aprender de lo que la televisión infantil ha hecho bien y de su corriente de creación educativa más productiva. Al tiempo que la programación convencional ejerce su influencia educativa, para bien o para mal, se ha desarrollado a lo largo de más de un cuarto de siglo una corriente científico profesional de diseño y producción de programas para la infancia cuyo impacto ha sido notable y cuyo potencial para el futuro de la televisión (sumado ahora un...

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