Una perspectiva económica

AutorAntonio Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz.
Cargo del AutorCatedrático de Derecho Administrativo. Universidad de Jaén
Páginas261-263

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I

El espacio disponible resulta muy escaso para que quien no es un historiador profesional resuma todo un lustro de la vida de una nación. Más aún si, como se recuerda con frecuencia, en los cinco años que transcurrieron entre abril de 1931 y julio de 1936 sucedieron en España tantísimas cosas. Para los hombres y mujeres de hoy un quinquenio es poco más que una legislatura parlamentaria, pero a nuestros abuelos el tiempo les cundió mucho más. Hubo lugar a varias alternancias ideológicas (de la izquierda a la derecha y luego otra vez a la izquierda), con el aditamento de dos pronunciamientos militares (1932 y 1936) y, entre medio de ambos, en 1934, una revolución, como con buenas razones se califica lo de Asturias. Más aún: en apenas esos cinco años dio tiempo a que estallara toda una ilusión colectiva y a que luego se viniera abajo. Y no ya teniendo por objeto unas siglas partidarias, o el liderazgo de una persona, que son cosas más inestables, sino todo un régimen. El impulso que provenía del regeneracionismo, y que muchos creyeron cristalizado el 14 de abril de 1931, cayó por tierra en seguida.

Verdaderamente hay épocas que dan para mucho. Y, para bien o para mal, los cinco años de nuestra Segunda República nos aparecen hoy, a comienzos del siglo xxi, como un período atiborrado de hechos, como una época donde -literalmente- todo se vivía de manera vertiginosa.

No ignoro que además pasa que, como sucede con tantas otras épocas de la historia de España, algún extraño conjuro parece impedirnos ser neutrales a la hora del análisis. La Segunda República, como la Primera, o como el reinado de Felipe II, o como la reconquista, tiene sus detractores acérrimos -aquello no fue sino el preludio de una Guerra Civil que resultaba punto menos que inevitable-, y algo de esas opiniones ha calado en nuestro inconsciente colectivo: sólo bajo una visión negativa de aquel período pueden explicarse muchas de las decisiones constitucionales de 1978, como la forma monárquica del Estado, el bicameralismo, la proporcionalidad del sistema electoral del Congreso de los Diputados y, sobre todo, la generalización (de la mano de Ortega, y en contra de Azaña) de nuestro peculiar Estado de las Autonomías.

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Pero el régimen de 1931 también se muestra en otras ocasiones como lo contrario, como el mejor de los mundos posibles. La República es vista por muchos desde hace años como el vencedor moral de una Guerra Civil y...

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