Persona y Bioética

AutorMaría Lacalle Noriega
Páginas135-152

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1. Sobre la bioética

El derecho a la vida y al respeto a la dignidad de la persona en todos los momentos de su vida y sean cuales sean sus circunstancias están siendo especialmente dañados debido, en parte, a los descubrimientos de la técnica en las últimas décadas. La ciencia y la tecnología han avanzado de una manera increíble en los últimos años. Estos avances nos han proporcionado grandes bienes en muchos ámbitos, y muchas esperanzas, pero también algunas preocupaciones y amenazas con repercusiones inimaginables. Por eso es necesario superar la convicción utópica de que la ciencia es garantía de un progreso continuo, y tener muy presente que no siempre se debe hacer todo lo que se puede hacer.

Esto hace que la Bioética sea imprescindible. La Bioética debe identificar los aspectos esenciales de la condición humana que se ven afectados por la tecnociencia, debe señalar los límites y la finalidad de la intervención humana sobre la vida, y denunciar los posibles riesgos de las aplicaciones tecnológicas. En definitiva, la Bioética debe proteger la dignidad del ser humano en todo momento.

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1.1. Persona y tecnología

Durante toda la modernidad se consideró como un dogma que todo progreso tecnológico es necesariamente un progreso humano. La ciencia perseguía la superación de las "barreras naturales" que supuestamente limitaban a la persona, pues ésta se veía no como parte de la naturaleza sino como algo diferente y externo a ella. El objetivo era "liberar" a la persona de sus limitaciones naturales y conseguir que los hombres dominaran y sometieran la naturaleza.

A partir de los años cincuenta se fue abandonando progresivamente este paradigma del eterno progreso y surgió una sensibilidad nueva hacia las implicaciones éticas de la ciencia y la técnica, sobre todo en lo referente a la degradación del medio ambiente.

Sin embargo, esta sensibilidad duró muy poco pues a partir de los años noventa se producen nuevos cambios de mentalidad. Por un lado, recobra fuerza la convicción de que el desarrollo de la humanidad depende, básicamente, del desarrollo científico y tecnológico: vuelve el paradigma de la ciencia entendida como fuente de progreso ilimitado e infinito, aunque ahora adquiere vigor en un contexto distinto, marcado, en gran medida, por el economicismo y el individualismo. Es importante tener esto en cuenta pues supone un cambio radical en la orientación de la actividad científica: ya no se busca tanto el beneficio global de la humanidad como incrementar los años y la calidad de vida de las sociedades opulentas. Por otra parte, esta nueva visión se encuentra en estrecha relación con un creciente pragmatismo epistemológico de acuerdo con el cual se presupone que lo verdadero o lo bueno es básicamente lo útil, lo que funciona o se espera que produzca unos resultados. Además, hay que destacar que, en la actualidad, las ciencias experimentales ya no se dedican, pasivamente, al estudio y profundización en el conocimiento sobre el fenómeno global de la vida. Gran parte de su esfuerzo se dirige, fundamentalmente, a intervenir activamente en ella1.

1.2. Sobre el nacimiento de la Bioética

Para comprender la Bioética es preciso, en primer lugar, situar su nacimiento en el contexto histórico de los Estados Unidos en la segunda

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mitad del siglo XX y conocer el clima social en el que surge. Su aparición responde principalmente a los grandes cambios que se produjeron entonces en el sistema de conocimiento y en la tecnología, y también a algunas transformaciones importantes que tuvieron lugar en aquellas décadas en la sociedad norteamericana, como la reivindicación de la autonomía del individuo frente al poder público, la democratización de la vida a todos los niveles, la extensión del pluralismo moral, etc.2.

Hay que señalar que hasta entonces el paciente era prácticamente un objeto en manos del médico: las decisiones correspondían exclusivamente a los facultativos. Poco a poco va surgiendo una rebelión contra esta forma asimétrica de entender la Medicina en la que el médico es el que pone la ciencia y el enfermo se pone a sí mismo, con toda confianza y obediencia. El mayor detonante del cambio de actitud es el conocimiento de las barbaridades cometidas en el ámbito de la investigación. Esto conduce a una toma de conciencia generalizada de la necesidad de transformar la manera de tomar decisiones en el campo biomédico. Según la conocida expresión de D.J. Rotham3estos acontecimientos arrastraron a juristas, legisladores, teólogos y filósofos hasta el borde de la cama de los pacientes para mirar por encima de la espalda de los médicos e insistir en pautas, reglas y tomas comunitarias de decisiones y resaltar la autonomía del paciente.

El conocimiento por la opinión pública de las irregularidades cometidas en la investigación con personas humanas no sólo modificó la relación médico-paciente sino que despertó la alarma social, alarma que pronto llegó al Congreso pues la mayor parte de la financiación provenía de fondos públicos. Se provocó un vivo debate público entre quienes defendían la necesidad de establecer medidas de control y quienes afirmaban que el Congreso debía limitarse a proporcionar el dinero para el avance de las ciencias, mientras que eran los investigadores quienes debían determinar qué y cómo investigar. Finalmente, la balanza se inclinó a favor del control externo sobre la investigación biomédica, y en el año 1973 fue creada la National Commission for the Protection of Human Subjects of Biomedical

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and Behavioral Research. Esta Comisión publicó en 1978 el llamado Informe Belmont sobre el papel y contenido de la Bioética, que ha tenido una gran infl uencia hasta el día de hoy.

Ciertamente, los problemas con los que se enfrentó la Bioética en sus comienzos siguen vigentes en la actualidad: el respeto por la autonomía y dignidad de la persona; los problemas que plantea el comienzo y el final de la vida humana; la relación médico/paciente; la ética en las investigaciones; la justa distribución de los recursos sanitarios, etc. Pero los avances biotecnológicos son de tal amplitud que cada vez se plantea con mayor crudeza la clásica pregunta: ¿es moral-mente lícito hacer todo lo que es posible científica y técnicamente?

1.3. Concepto de Bioética

El término "Bioética" fue acuñado por el cancerólogo norteamericano, Renssealer Van Potter, en el libro In Bioethics: The Science of Survival, publicado en 1970. Potter presentaba la Bioética como un nuevo saber situado en la intersección de "dos culturas", la de las ciencias y la de las humanidades. Un saber que aspiraba a poner a la ciencia al servicio de la humanidad.

En la actualidad, y siguiendo la Enciclopedia del Kennedy Institute, la Bioética podría ser definida como el estudio sistemático de los aspectos éticos implicados en las ciencias de la vida y de la salud, utilizando diver-sas metodologías, en una integración interdisciplinar4. De este modo, se suele entender que esta disciplina aborda el estudio de las implicaciones e interrogantes que plantean los avances científicos y técnicos en cuanto que inciden en la vida y la salud de las personas, así como en los problemas relativos a la degradación del medio ambiente.

La Bioética es una rama de la Ética. Se puede decir que es una Ética aplicada a la vida en general. Sus contenidos materiales se los proporcionan las ciencias de la vida, como la Biología o la Medicina. Por eso en sus análisis debe proceder con una metodología interdisciplinar, integrando los elementos de todas las ciencias implicadas.

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Se puede afirmar que la Bioética se ha ido forjando gracias a la aportación de filósofos, científicos y juristas. Todos ellos, desde sus respectivos campos del saber, se han ocupado de los problemas plan-teados en la investigación y en la práctica médica contribuyendo así al nacimiento y consolidación de la Bioética.

2. Principales corrientes en bioética

Encontramos una gran variedad de corrientes en Bioética, que parten de postulados diversos. Entre ellas podemos destacar las siguientes.

2.1. El principialismo

El principialismo en Bioética tiene su origen en el Informe Belmont ya citado, que propone una serie de principios y guías éticos para la protección de los seres humanos en la investigación. En el Informe se recogen tres principios básicos que se suponen "generalmente aceptados en nuestra tradición cultural", aunque no se da fundamentación alguna de los mismos. Más tarde, Beauchamp y Childress, que habían formado parte de la Comisión que redactó el Informe, elaboraron un paradigma ético dirigido a médicos, científicos y personal sanitario con el fin de ofrecer una referencia práctico-conceptual que ayudara a solucionar confl ictos bioéticos5.

Dos de los principios se refieren a la determinación de resultados: beneficencia y no maleficencia. En realidad, no son tanto dos principios cuanto un intento de racionalizar y objetivizar al máximo los resultados previstos, dentro de una moral proporcionalista extremadamente simple6. Según el principio de beneficencia se debe tratar a las personas no sólo respetando sus decisiones y protegiéndolas del daño, sino también procurando su bienestar. El principio de no maleficencia exige abstenerse intencionadamente de realizar acciones que puedan causar daño o perjudicar a otros

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