Los límites del pensamiento político liberal. Alvaro Flórez Estrada y América

AutorJosé M. Portillo Valdés
Páginas50-59



1. Pocos protagonistas de la aurora liberal en el mundo hispano pueden presentar un currículo tan completo como teóricos y prácticos de la política como el ilustre asturiano al que se dedica este número de la Revista Electrónica de Historia Constitucional. A Alvaro Flórez Estada, en efecto, se deben, sólo en los años de la crisis, desde una primerísima historia de la revolución en curso, hasta una expresa propuesta constitucional, pasando por iniciativas de traducción nada inocentes e incluyendo también un tratamiento expreso de la cuestión americana. Al mismo tiempo, sin ser representante en las Cortes, desarrolló una de las más intensas vidas políticas, básicamente desde la otra tribuna que los liberales consideraron forjadora de la opinión pública junto a la del aula parlamentaria, la de la prensa.

2. Con tales credenciales, y no habiendo rehuido -como tantos otros- la resbaladiza cuestión americana, el Flórez Estrada de los años de la crisis se presenta casi en sí mismo como un laboratorio donde estudiar el surgimiento del pensamiento liberal en España, pero también sus límites. Es lo que pretende este artículo, que planteará -guiado por la lectura de los textos del asturiano- que el primer liberalismo español (por peninsular) encontró insalvables escollos teóricos y conceptuales para hacer efectiva la afirmación repetida por todos y cada uno de los gobiernos de la crisis -juntas provinciales, Junta Central, Regencia y Cortes- según la cual los territorios españoles americanos formaban parte esencial de la monarquía, no debiéndose conceptuar por colonias y factorías. Es el principio básico que, sin duda alguna, animó también el juicio de Alvaro Flórez Estrada cuando se aplicó a desentrañar las causas de las "disensiones" americanas. La cuestión, no obstante, no era sólo formular el desiderátum sino encarnarlo en una argumentación y una práctica políticas que mostraran que la concepción de la nación española podía adecuarse a tal principio.

3. Conviene ante todo tomar la necesaria perspectiva, no sea que América tampoco nos deje ver Europa. Como ha señalado el director de esta publicación en un oportunísimo artículo de prensa, el uso habitual del término liberalismo como una doctrina asociada a la derecha política no debería eclipsar una tradición liberal de la izquierda -de lo que en cada momento histórico ha de considerarse tal. Tampoco debería impedir que quedasen inservibles e interesantes sólo para esos francotiradores de las ciencias humanas que somos los historiadores, los esfuerzos teóricos que realizaron aquellos liberales como nuestro homenajeado -aunque de hecho casi se ha conseguido a juzgar por lo silencioso que ha pasado el sesquicentenario de su muerte1.

4. Uno de los empeños teóricos más notables de aquellos liberales "de izquierda" fue ofrecer un paradigma de interpretación y ubicación historiográfica de lo que estaba ocurriendo en la crisis hispana. Como es sabido, fue un correligionario y paisano de nuestro autor, Francisco Martínez Marina, quien produjo el fruto historiográfico más elaborado entonces para sostener la causa liberal de la nación. En realidad, la Teoría de las Cortes fue pensada como una historia constitucional de la nación española contrapuesta a la historiografía conservadora -empeñada en rescatar los restos de una antigua constitución española que hablaba de estamentos, corporaciones y estados diversos dentro de la nación- que entonces capitaneaban Melchor Gaspar de Jovellanos, otro asturiano, y Antonio de Capmany2.

5. Tan importante como plantear el lugar de la nación española en la historia de la monarquía, en la intrahistoría, resultaba ubicar la revolución que estaba teniendo lugar en España en el curso de la historia reciente de Europa. Fue lo que se propuso como preliminar Alvaro Flórez Estradaal ofrecer un historia casi de urgencia de lo que, para sombro de Europa, estaba sucediendo en la monarquía española. La revolución de España, afirmaba en su Introducción a la historia de la misma (1810), habría necesariamente de transformar el panorama europeo, con independencia de su fortuna final, y, consecuentemente, debía explicarse su papel dentro del mainstream de las revoluciones europeas. Especialmente interesante resultaba a tales efectos su conexión con la madre de todas las revoluciones, la francesa que Napoleón había dado por terminada hacía unos años. Desde una perspectiva radicalmente anti-burkeana, proponía diseccionar el momento revolucionario francés para quedarse con su primera fase y desechar las sucesivas que habían ido conduciendo al despotismo. La reforma constitucional de 1789 y sus saludables consecuencias morales quedaban reivindicadas como un activo irrenunciable para los partidarios de la libertad en Europa, en tanto que la responsabilidad de la corrupción moral y política de aquellos principios había que ir a buscarla no sólo a París sino también a Madrid, Viena y las demás cortes que se habían coaligado para destruir la reforma constitucional de Francia. No era cierto, como defendía todo buen conservador a la sombra de Edmund Burke, que la revolución fuera intrínsecamente perversa y que en la activación de su principio esencial -la soberanía nacional y el poder constituyente- estuviera ya escrito a fuego el destino despótico de sus días.

6. Aun con la paradoja a cuestas de ser "anti-francesa", la revolución española presentaba la ocasión de recuperar el hilo quebrado en 1792. En perspectiva europea, España estaba convirtiéndose en el nuevo motor de la revolución constitucional, la que debía procurar generar el ansiado sistema de libertades3. El desbarajuste institucional que había seguido a la intervención napoleónica, la reacción popular que provocó mientras la nobleza miraba para otro lado fueron elementos que los liberales británicos valoraron como ingredientes prometedores para la recuperación del pulso revolucionario en Europa4. Aquellos ingredientes de intervención popular y suicidio político de la nobleza, debían convertir la revolución de España en algo más que en un movimiento para expulsar un ejército extranjero. La revolución española contra el despotismo no se agotaba en su reacción contra el "tirano de la Francia", sino que necesariamente se prolongaba hacia su interior. Es por ello que liberales como el nuestro promovieron la conversión de la crisis en una crisis constitucional. Su intento era que no se agotara en una crisis dinástica, o en una crisis de independencia de la monarquía española frente al imperio de Bonaparte. De ambos momentos, necesarios para la ignición del proceso, debía pasarse a concebir la crisis como el momento propicio para una regeneración constitucional que enfrentara el despotismo interior. Como repitió casi en cada ocasión que se sentó ante su escritorio, el problema no era sólo que los españoles lucharan por echar de su territorio a los invasores, sino que los españoles, en realidad, carecían de patria por la que luchar.

7. El planteamiento conservador -que no ultramontano o absolutista- había visto la cuestión de modo bien diverso. Antonio de Capmany, autorizado portavoz de una interpretación conservadora de la crisis, llamó a los españoles a empuñar las armas para defender la patria frente a quienes no podían tenerla por haber liquidado cualquier seña cultural de la misma. Más burkeano, Capmany entendía que la invasión francesa lo era ante todo de unos bárbaros a los que la filosofía cosmopolita había cercenado toda forma de identidad propia hasta el punto de que no podrían decir quién fue "el padre que los engendró, ni la madre que los parió"5. Aunque algo contaminada España por tales influjos, la reacción de su pueblo contra los franceses anunciaba que todavía quedaba esperanza para mantener viva la cultura española.

8. Cuando Alvaro Flórez Estrada leyó Centinela contra franceses debió parecerle una broma. Podía estar sin duda de acuerdo con una de sus primeras frases: "Nuestra libertad está amenazada, la patria corre peligro y pide defensores: desde hoy todos somos soldados." Pero no podía compartir que esa patria existiera entonces más allá de la apelación retórica. Sudiagnóstico no podía ser más antípoda: "Los españoles se hallan sin constitución y por consiguiente sin libertad y sin patria." La consecuencia era que no había nada que generara en los españoles el interés necesario para empuñar las armas, más allá de tal o cual revuelta local contra los desmanes del duque de Berg. La dificultad mayor que enfrentaba España para salir exitosa de su empresa no era por tanto militar sino civil. La pauta la dio también Flórez Estrada en otro de sus escritos del momento, su proyecto de constitución elaborado en 1809. Afirmaba allí que para generar un ejército imparable debía primero alumbrarse un nuevo sujeto, el del ciudadano español que tuviera en la constitución de libertades y derechos que le amparaba el objeto de referencia de su patriotismo. Aunque, como veremos enseguida, las referencias locales también contaban, y no poco, para el espíritu público, en el planteamiento de Flórez es primordial la referencia republicana. El ciudadano-soldado sólo era factible allá donde existiera patria, esto es, allá donde se generara un sistema constitucional de libertades y garantías de derechos. De ahí que entonces considerara urgente ofrecer a los españoles una traducción del que tenía por texto principal para una interpretación republicana de la patria: Derechos...

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