Paz y violencia: un binomio conflictivo

AutorFrancisco Jiménez Bautista
Páginas69-87

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En este capítulo vamos a ofrecer un recorrido histórico por los Estudios para la paz, situando el problema en la dimensión cultural de enfrentar la paz y la violencia, en la que la Antropología puede hacer un importante aporte para clarificar el origen prima-rio de la paz o la violencia. No olvidemos que en esta disciplina su objeto de estudio y su modelo de análisis (holístico y comparativo) son compatibles con el paradigma pacífico y conceptual de los Estudios para la paz.

Es interesante observar cómo un planteamiento tan radical (en el sentido que plantea una Cultura de paz frente a la «eterna» Cultura de la violencia), y que a priori parece como utópico, como por ejemplo el número de entradas que hay en Google de las palabras violencia (94.500.000) o de paz (431.000.000), en un momento.

Una vez equiparadas paz y violencia como procesos antagónicos de una estructura creada por el hombre, podemos afirmar que es la complejidad para entender la paz lo que hace imprescindible tratarla como un campo transdisciplinar, en el que la fuerte unión de los diferentes campos de estudio transmiten dichos conocimientos con fluidez y dinamismo.

Pensar en la historia de la humanidad y en la cultura como procesos en los que el progreso de los conflictos ha sido mayoritariamente solventado en espacios de paz, es una mirada positiva de la historia y de la humanidad. Podríamos denominarlo como el paso del «pensamiento positivo» a la «retrospectiva positiva», que nos lleva a pensar en clave de paz frente a aquella negativa que ha predominado en los análisis de la historia y que han dado como resultado una visión basada en la violencia.

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¿Por qué percibimos y valoramos como más presente en la vida diaria la violencia cultural, estructural y directa que los espacios de paz? Quizás la respuesta se pueda dar vislumbrando un estudio de la University College de Londres (Reino Unido). Han descubierto que las personas responden más emotivamente a palabras con connotaciones negativas que a aquellas con connotaciones positivas. Estas respuestas conductuales conllevan, según la directora del estudio, Nilli Lavie, «ventajas evolutivas». No es lo mismo una señal que ponga «peligro de accidente» que otra que diga «reduzca la velocidad». Nuestro sistema de defensa activa nuestra conciencia hasta el conflicto y hasta su resolución en el momento más difícil para cualquier ser humano, y llevándolo a nuestro campo, la elección entre la violencia o la paz (Hodsoll, et alii, 2011).

Reflexionar sobre los posicionamientos dicotómicos es muy importante, ya que no nos ayuda a elegir entre A y B si elegir A supone negar B. Sin embargo, lo más interesante está relacionado con la forma en que se construye la PAZ, en mayúsculas, como algo grande, lejano, dependiente de los Estados y las guerras. La paz son muchas cosas en las que todos los seres humanos influyen y que se puede cambiar sin apenas moverse del sillón, siempre que se sea consciente de lo que esto significa. La paz depende de nosotros y de nuestras actitudes con respecto a nosotros mismos, a las personas de alrededor y al medio ambiente en el que vivimos. Como diría Viçent Martínez Guzmán «Finalmente pensamos que saber hacer las paces, no es sólo para héroes o santos, sino para gente como nosotros, con nuestras grandezas y nuestras miserias, con nuestro egoísmo y nuestra capacidad solidaria. De ahí la necesidad de debates públicos, movimientos sociales y formas de conducirnos, maneras de gobernarnos, por encima y por debajo de los Estados-nación» (Martínez, 2001: 115-116).

2.1. Introducción

La Antropología es la ciencia que está en mejor situación para aportar un marco conceptual y teórico que favorezca la paz. A pesar de sus interrogantes, la Antropología ha aportado una visión de la Humanidad como ninguna disciplina. Ha introducido en el pensamiento de los seres humanos de hoy la noción de relativismo cultural, que lleva en su seno el valor de la tolerancia respecto al «otro». Eurocéntricamente o etnocéntricamente, podemos pensar que ha sido un descubrimiento de la Antropología. En este

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sentido, la Antropología no ha descubierto nada, ya que hace muchos siglos, en otros lugares, en otros tiempos, muchas mujeres y muchos hombres han hablado y practicado la tolerancia como el valor y fundamento de sus vidas. La Antropología lo que sí ha hecho es introducir el respeto al «otro» como eje del conocimiento científico y de lo que somos los seres humanos. En este sentido los Estudios para la paz deberán ser antropológicos, o al menos incluir el conocimiento de la Antropología a la hora de plantear la Investigación para la paz.

El objetivo principal es elaborar una relación de correspondencia entre la Antropología y los Estudios para la paz, en relación con el proceso de institucionalización de dichas disciplinas y con las teorías sobre la(s) cultura(s) incardinadas en su devenir histórico con la paz. La paz es un proceso lento y laborioso, pero real.

La localización temporal que abarca la Antropología desde los siglos XIX y XX (pese a determinadas referencias sobre épocas anteriores), discurre sobre el período en el que la(s) antropología(s) ha conformado una «comunidad científica», entendida ésta como el «locus» elemental para sostener una tradición coherente y particular de investigación científica con un «corpus» de debates común a todos sus miembros (incluidos los disidentes).

La Investigación para la paz opera durante todo el siglo XX, en especial después de la II Guerra Mundial y del desarrollo de dos hitos importantes:

- Primero, la definición de Johan Galtung de «violencia estructural» y lo que ésta representa dentro de la comunidad científica: en primer lugar, un cambio de percepción de todos los problemas que se enfocan desde esta perspectiva, y en segundo, el concepto de «violencia cultural» de 1990, que reactiva y dinamiza la Investigación para la paz.

- Segundo, es la propuesta de paces la que se hace más diná-mica y la que provoca un cambio de paradigma a la hora de enfrentar la Investigación para la paz. La paz (negativa, positiva y neutra) ayuda a interpretar la realidad con una mayor riqueza de matices que las categorías que construyen la violencia (directa, estructural y cultural), añadiendo las paces social, gaia e interna, y las paces multi-inter-transculturales (Jiménez, 2004b).

Existe una gran complejidad en los elementos que intervienen en el proceso de institucionalización de una disciplina, complejidad que suele aumentar en la medida en que la nueva disciplina entra en contacto con otras ya establecidas o con sistemas de

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dominación social que pudieran sentirse cuestionados. Esta fase suele tener un máximo de confusión cuando nos referimos a las Ciencias Sociales y Humanas, al intentar reconstruir y deconstruir nuestro pensamiento con presupuestos: a saber, epistemológicos (conocimiento), axiológicos (valores), ontológicos (filosóficos) y antropológicos (culturales). Entendemos que las características de un saber pacífico funcionan desde su dimensión (finalidad de los Estudios para la paz) axiológica (racionalidad pacífica), epistemológica (paradigma pacífico a desarrollar desde la paz neutra) y científica (objeto/métodos pacíficos). Y todo ello, desde tres escenarios posibles: el ideológico (una crítica pacífica a la hegemonía de la violencia); el tecnológico (una crítica pacífica de todos los proyectos y agendas internacionales); y el técnico (desarrollo de instrumentos de gestión pacífica y resolución de conflictos).

2.2. Epistemología antropológica para la paz

El siglo XXI comienza a convertirse en un inmenso cementerio de sueños para los seres humanos. Somos contemporáneos de una época que ha hecho de la crisis la «modernidad», al convertir casi en espejismos algunas de sus ideas-mitos: el progreso indefinido, la omnipresencia de la razón, el sentido de la historia, etc. La Historia es un inmenso valle recubierto de huesos, escribía Hegel. Es necesario pensar en disposiciones reductoras de la violencia, que atenúen el alcance, que canalicen las formas, pero no se puede estar fuera de esta realidad. Por todo ello, la cultura, las ideologías, las religiones, el arte y un largo etcétera están desplegados para monopolizar la más cruel de todas las violencias culturales y de la que se ramifican las demás violencias directas y estructurales: la supresión de la autonomía mediante el trabajo, el género o la dominación del medio.

Esta es la cultura de la modernidad y el arrastre que lleva a la postmodernidad: una dicotomía que se traduce en integrado o marginado. Todo esto induce a una cultura llamada «postmoderna», para extraer de ello los desafíos más apremiantes que el contexto socio-cultural de nuestro tiempo plantea a la sociedad actual (Jiménez, 2009a).

En la modernidad, la violencia se manifiesta en la obligatoriedad de adaptarse al sistema impuesto, desde las leyes federales del Estado de Nueva York, por ejemplo, hasta las de las castas de la India. Aquí es interesante el concepto de microfísica del poder

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de Michel Foucault, que hace referencia a que el poder anula las voluntades y conciencias individuales, disolviéndolas en una masa sencilla de manejar y con un reducido repertorio de órdenes aceptadas por todo el mundo (Foucault, 2005).

En la postmodernidad se utiliza el poder para reprimir a aquéllos seres humanos que han llegado tarde al banquete de los recursos y a aquellos otros que vienen a reventarlo para repartir entre sus hermanos los manjares de una despensa...

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