Yo me he pasado veinte años en coma

AutorFrancisco Egea
CargoServicios Creativos Gráficos

Yo me he pasado veinte años en coma. Veinte años, tres meses, quince días y varias horas, seis o siete. Desde el catorce de marzo de 1981 a las doce y veintidós minutos en el campo del Cotorruelo, en la segunda parte del partido entre los Platinos –mi equipo-, y los Handigans, unas bestias pardas del barrio de…no, no lo digo, porque he despertado hace poco más de un año y lo último que quiero es faltar a nadie, menos a un barrio entero. Pero eran unos bigardos grandes y desalmados. Unos pedazo de bestias que nos rompieron las piernas, el espinazo, el alma y, a mí, la cabeza. Una cabeza de quinto de bachiller que pertenecía al selecto grupo de letras y jugaba en el medio del campo, a veces retrasado, a veces adelantado, según le diera a Panizo, mi compañero del ala derecha. Yo no era zurdo, pero es que ninguno lo éramos y a mí lo mismo me daba correr por un lado que por otro. Pues bien, ese exacto día y a esa inevitable hora –lo sé ahora con precisión enfermiza-, mi cabeza estalló contra el duro suelo, en un instante blanco, doloroso y mudo que precedió a la más rotunda nada.

Hoy puedo escribir esto con una pequeña dificultad motriz en el brazo izquierdo, y sin haber conseguido aún sostenerme sobre las piernas. Veinte años de vacío han devastado mi cuerpo y han obligado a mi cerebro a volver a empezar: aprender a hablar, pensar, leer, escribir; aprender sobre lo ya sabido, algo que se parece mucho a recordar, proceso a medias cumplido después de más de un año y que me está permitiendo razonar y descubrir lo que el tiempo transcurrido me ha ocultado tan rotundamente.

Nunca agradeceré lo suficiente que durante todos estos años haya estado viniendo Oscar, paciente compañero de colegio y portero de los Platinos, el único portero con gafas culo de vaso de la historia de los campeonatos juveniles. Ahora es profesor de literatura. El me ha estado contando y leyendo cosas en mi sueño que, según cree, estarán dando vueltas por mi mente. Desde que desperté, más contento, me trae textos y los comenta, como ese que me contó de un poeta que se llamó Cernuda, Luis Cernuda. — Mira, este poema se llama Peregrino, te va a gustar.

— Pe-le-gri-no — No, hombre, Peregrino. Un peregrino es una persona que anda por tierras extrañas, bueno, tiene más significados, pero éste es más propio del sentir de Cernuda, un poeta español de la generación del 27, el más contemporáneo, para algunos el más grande y que, como otros, sufrió el exilio, pero que, en su caso particular, vivió además un significativo exilio interior, un aislamiento respecto a muchos de sus paisanos que le hizo sentirse peregrino de cuerpo y alma, con un punto de resentimiento a veces respecto a su tierra, España, que todos los exiliados han cantado y añorado en lo más profundo, pero de la que también se han sentido extraños y, en cierto modo, repudiados. — Oye, qué charla. La mitad no la he pillado, pero si tú lo dices, Cernuda es el más grande, lo que pasa es que leo esto de ¿Volver? (1)

y no lo entiendo. — Verás, ante una expresión artística hay dos maneras de enfrentarse: con el corazón o con la razón. Con el corazón se siente, con la razón se entiende...

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