¿Qué pasa si hábitats y especies van desapareciendo?

AutorMiguel Aymerich Huygues-Despointes
CargoSubdirector General Adjunto de Evaluación de Impacto Ambiental. Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino.
Páginas207-219

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En el año 48 adC, durante la guerra entre Roma y Egipto, tuvo lugar una terrible batalla entre la flota egipcia y la romana, frente a la Ciudad de Alejandría. Como consecuencia de la contienda, se produjo un enorme incendio en la ciudad que afectó a casi toda el área urbana y también al edificio del Museo donde estaba ubicada la gran biblioteca, depositaria de todas las copias del antiguo Occidente.

Toda la riqueza intelectual, todo el saber acumulado durante siglos desapareció en unas horas, convertido en humo y cenizas. Sólo algunos rollos de papiro, de un número original cercano al millón, pudieron salvarse, ante la indiferencia de la población de la ciudad, incapaz de comprender la importancia el tesoro que se cobijaba en ese edificio.

Más de dos milenios después, el incendio de la Biblioteca de Alejandría sigue recordándose como una pérdida irreparable para la humanidad, Sin embargo, si alguien se preguntara qué coste pudo tener la pérdida del saber acumulado durante siglos, o incluso milenios, la respuesta sería francamente difícil o tal vez incluso imposible. Si,

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a falta de un inventario de sus existencias, no sabemos ni remotamente lo que se almacenaba en sus estanterías, las diversas materias que se trataban, las aplicaciones prácticas que podían contener los rollos quemados, cómo calcular lo que pudo suponer la desaparición casi completa de la gran y mítica biblioteca?

Algo similar ocurre cuando abordamos la pérdida de biodiversidad que está sufriendo la Tierra. Nuestro planeta ha ido acumulando durante cientos de millones de años, y mediante complicados procesos evolutivos, un inmenso bagaje de biodiversidad, consistente en formas de vida de todo tipo, que habitan desde las simas oceánicas profundas hasta las montañas más elevadas, pasando por las profundidades de los hielos de la Antártida, ocupando y colonizando la totalidad de ambientes y situaciones, incluso las más extremas que se producen en el globo.

Tantas formas de vida que, a pesar de los muchos esfuerzos desarrollados durante siglos por los científicos y de la tecnología cada vez más desarrollada de la que disponemos, aún conocemos sólo una mínima fracción de las que existen en nuestro mundo. Si somos aún incapaces de saber cuantos vertebrados, los seres más grandes y visibles, viven en nuestro planeta, si cada expedición científica a lugares remotos tiene como resultado la descripción de decenas o cientos de nuevas especies, qué podemos decir si nos fijamos en los pequeños organismos invisibles al ojo humano? Aquí, el desconocimiento es tan grande que se podría afirmar que el trabajo está aún por hacer en su casi totalidad.

Edward Wilson, el científico estadounidense que para muchos es el padre del concepto biodiversidad, que define como el conjunto de especies vivas del planeta, su variabilidad genética y sus ecosistemas, señaló hace años "La Tierra es un planeta muy mal conocido, el hombre tan solo ha descrito 1,8 millones de especies de las entre 10 y 30 millones que calculamos que existen; un solo gramo de suelo fértil contiene 5.000 tipos de bacterias". Y añadió: "Cualquiera de ustedes lleva enganchadas a las suelas de sus zapatos cantidades de especies desconocidas".

Falta por tanto aún mucho tiempo para que el "bibliotecario de la biodiversidad" tenga un inventario completo de lo que nuestro planeta, nuestra gran Biblioteca de Alejandría de la vida, alberga en tierras, mares y atmósfera.

Sabemos por supuesto que el proceso evolutivo es dinámico y lleva a la extinción de muchas especies. Sólo entre el 2 y el 4% de las que vivieron en algún momento en la Tierra existen aún, pues la inmensa mayoría desapareció mucho antes de que la especie humana empezara a poblar el Planeta.

Pero lo que ocurre ahora es que las especies se están extinguiendo a un ritmo mucho más elevado que nunca, debido a la acción del hombre. Se han perdido al menos unas mil especies en los últimos 5 siglos, cifra que seguramente es mucho mayor ya que se refiere naturalmente sólo a organismos "visibles" y no a los invertebrados, microorganismos.... El ritmo de las extinciones conocidas que ocurrieron en el último

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siglo es, aproximadamente, entre 50 y 500 (algunos autores menciona cifras de hasta 10.000) veces superior al ritmo de extinción calculado a partir del registro fósil, de 0,1 a 1 extinción por millón de especies por año. Y lo que es aún más grave, todas las predicciones auguran que estas tasas van a crecer muy significativamente en las próximas décadas. Nuestras "estanterías" han ido perdiendo existencias, en forma de especies extinguidas o de ecosistemas destruidos, a un ritmo cada vez más acelerado y este proceso se va a agravar en este siglo si no se toman medidas contundentes para revertirlo.

Pero si quisiéramos saber que supone esa pérdida desde el punto de vista económico -por no hablar de otros aspectos éticos, culturales, sociales, estéticos, recreativos, sentimentales...-, la respuesta no es casi nunca posible. ¿Cómo calcular la importancia de ese goteo cada vez más acelerado de pérdidas de especies si muchos de los seres que desaparecen ni han sido descritos, si no entendemos suficientemente su función en los ecosistemas, si es imposible imaginarnos el valor potencial que representan para el hombre? Esta dificultad explica, tal vez, la indiferencia con la que una gran parte de la humanidad escucha la voz de alarma de los científicos y conservacionistas, incapaz de entender, al igual que le ocurrió al pueblo de Alejandría, el desastre que supone para nuestro planeta, y para nosotros mismos, este empobrecimiento.

Aunque existe un número relativamente elevado de ejemplos de estudios sobre el valor de la biodiversidad y de los servicios que brindan los ecosistemas, así como de las consecuencias ecológicas de la desaparición de ecosistemas y especies, hay muy pocos trabajos rigurosos que se hayan ocupado de las consecuencias de la pérdida y/o degradación de la biodiversidad desde un enfoque económico. La aproximación simplista al problema sería decir que, una vez conocidos los servicios ambientales, la pérdida del ecosistema determina la desaparición de esos valores y nos priva de los beneficios que generan.

Pero las cosas no son tan sencillas cuando no estamos abordando la destrucción total del sistema, como podría ser la tala de un bosque primario, sino su sustitución por otro o su degradación parcial, situación en la que los servicios ambientales también se mantendrán en parte. También resulta complicado evaluar el efecto de la pérdida de una especie, a veces una cuestión casi irrelevante para el ecosistema en el que habita, que podrá seguir funcionando sin alteración alguna, al menos aparentemente; en otras ocasiones, por su posición estratégica en el engranaje, esta pérdida desencadena un efecto en cadena que conlleva la desaparición o degradación completa del sistema. Por ejemplo, la práctica desaparición de la nutria marina de muchas regiones donde habitaba, provocada por la sobrecaza, no sólo privó al hombre de este valioso recurso peletero. Al extinguirse la nutria, los erizos, parte muy significativa de su alimentación, se vieron libres de su principal predador, proliferaron sin control y eliminaron el kelp, un alga fundamental para el buen funcionamiento de todo el ecosistema, en especial para el alevinaje de los peces. La pesquería se resintió inmediatamente y la economía pesquera de la zona se vio pro-

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