Paradojas que deja la historia

AutorRamiro Prieto Molinero
Páginas99-106

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A) La imposibilidad de prever lo imprevisible

Los casos que se han relatado no son más que ejemplos. Como ya se ha visto, lo definitorio del riesgo de desarrollo es que aparece «sin previo aviso» y, así, también

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puede citarse el caso del MER-29, fármaco contra el colesterol puesto en circulación en 1960 y retirado dos años después por ocasionar lesiones oculares (cataratas) a por lo menos cincuenta mil personas; o del amianto, que de ser conocido como un eficaz aislante contra el fuego pasó a hacerse famoso por provocar cáncer, incluso en personas que habían tenido poco contacto con él41. Tampoco debe dejarse de lado el que probablemente sea el más terrible caso de riesgo de desarrollo de los últimos años: el de los hemoderivados contaminados con virus del SIDA en los tiempos en que se desconocía siquiera la propia existencia de la enfermedad. Un caso que, por sus implicaciones, desarrollaremos con detalle más adelante42.

Todos estos hechos no hacen sino mostrarnos la contradicción que implica nuestro objeto de estudio, puesto que, más allá, de las terribles consecuencias que se han producido, todos ellos se dan en un ámbito de «debida diligencia» por parte del fabricante. Pero aquí la debida diligencia no es siquiera un parámetro para medir conductas, sino un mínimo presupuesto, dado que los casos de riesgo de desarrollo se dan incluso cuando el fabricante haya tomado todas las medidas de seguridad posibles de acuerdo a los conocimientos de su época, motivo por el cual el «grado» de exigencia se objetiviza. ¿Por qué? Porque, dado que el carácter defectuoso del bien resultaba imposible de ser detectado según el saber existente, éste trasciende el campo de lo que podía hacer un productor particular y pasa a convertirse en una imposibilidad absoluta y objetiva para cualquier sujeto. Así, por ejemplo, ¿cómo va a pretenderse que un técnico de finales de la década del setenta testeara sangre para determinar la presencia del virus de HIV si en aquel entonces se desconocía la existencia misma del SIDA? Y esta es la gran paradoja. Por un lado, no se puede pretender que alguien busque lo que ni siquiera podía saber que existía; y, por otra parte, las terribles consecuencias que importan productos con tales limitaciones, los cuales, al mismo tiempo, siempre se han dado y se seguirán dando, puesto que esa es la historia de la evolución tecnológica de la humanidad.

Y el tema sigue en plena vigencia, ya que cualquier área que implique innovación puede verse afectada. ANN, por ejemplo, nos habla de productos como hornos a microondas, artefactos electrónicos inalámbricos, comida con ingeniería genética o alimentos preservados por radiación nuclear y sostiene que «cualquier producto potencialmente dañoso a seres humanos podría presentar un riesgo de innovación»43.

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E incluso es probable que se trate de hacer alguna referencia al respecto en el caso de las «vacas locas», del que todavía no se sabe a ciencia cierta cuáles podrán llegar a ser las consecuencias a sufrir por la población durante los próximos años44. Todo esto, sin olvidar la actual experimentación con el genoma humano y la polémica que están generando los llamados alimentos transgénicos.

B) ¿Productos demoníacos?

Cabe hacer otra reflexión sobre el verdadero alcance de los casos que se han mencionado. En ese sentido, y aun con los graves perjuicios ocasionados, creemos que no debe caerse en la demonización de los productos implicados, puesto que, en muchos casos, estamos hablando de productos verdaderamente útiles para la sociedad.

De hecho, el caso de los implantes de silicona permite ver por qué no debe caerse en posturas extremas; al fin y al cabo, tratando de buscar una solución contra algo vilipendiado y que, al final, demostró no ser dañino, se terminó entronizando algo que superaba las peores pesadillas de los que criticaban lo anterior. Así, creemos que es necesario hacer hincapié en que el eje del riesgo de desarrollo no pasa por las terribles consecuencias ocasionadas a la población, sino, más bien, por la valoración de las posibilidades reales que existen de acceder a un determinado conocimiento. En efecto, creemos que ese mismo conocimiento que actúa las veces de barrera infranqueable para descubrir los peligros potenciales de un producto, es el mismo que nos brinda la posibilidad de examinarlo con mayor objetividad, valorar sus usos y llevarnos a concluir si, aun después de un mal comienzo, no puede llegar a ser algo útil para la sociedad.

Así, es perfectamente factible que aquellos productos que han conmovido a la opinión pública al conocerse su costado nocivo pasen a ser, una vez reveladas esas limitaciones hasta entonces desconocidas, verdaderamente útiles para la sociedad y cumplir incluso con las funciones originariamente previstas, cuando no otras nuevas, siempre adoptando las debidas precauciones al respecto.

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El ejemplo emblemático de ello es, de nuevo, el más conocido. La Talidomida, que, de ser el caso que puso la cuestión de los riesgos de desarrollo en el candelero y, obviamente, dejar de ser administrado como tranquilizante para embarazadas, se ha convertido en una droga fundamental para el tratamiento de otras patologías.

De hecho, la Talidomida es utilizado en la actualidad como fármaco para cuadros tan graves como rechazos a injertos y enfermedades como el Eritema nudoso leproso, el Lupus eitomatoso...

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