La construcción de los conceptos y su uso en las políticas sociales orientadas a la vejez: la noción de exclusión y vulnerabilidad en el marco del envejecimiento

AutorJuan Sáez Carreras/Sacramento Pinazo/Mariano Sánchez
CargoUniversidad de Murcia/Universidad de Valencia/Universidad de Granada
Páginas75-93

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1. Introducción Los conceptos como cajas de herramientas

Los conceptos pueden sembrar la cizaña o, bien paliarla, allanar los desacuerdos o bien agravarlos

(L. Wittgenstein)

Palabras, términos, nociones relacionadas con la vejez e identificadas en diversos juegos de lenguajes comienzan a ser utilizadas como categorías en los diversos campos de las ciencias sociales, sin haberse llevado a cabo la rigurosa tarea de precisar, en la medida de lo posible, los límites de su uso, las fronteras en las que se mueve, a fin de consensuar los modos y maneras en que los conceptos pueden jugar en cada ciencia social u otros territorios de conocimiento. Fenómeno nada extraño, por lo demás, si se piensa en el actual escenario cultural e intelectual español, en donde el permanente y cada vez más amplio léxico de «vocablos-loros»1 acaba derivando en una especie de «torbellino conceptual» (Messu, 1994:139-169) en el que el término es manejado aquí y allá «con acepciones diferentes».

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Paradójicamente también suele ocurrir lo contrario. Lo que ocurre con ciertos conceptos acaece también con otros más distantes o más próximos como el de exclusión, integración, marginalidad, inadaptación- Apenas han sido tratados rigurosamente y claramente definidos y sin embargo forman parte del lenguaje de las políticas sociales relacionadas con la vejez. La tarea no es fácil, sobre todo si se piensa en la red de relaciones creada con esta serie de conceptos: todos ellos son o suelen ser empleados en la vida cotidiana de manera usual y de modo concurrente para designar el mismo fenómeno. Vulnerabilidad, pobreza, inadaptación, fragilidad, precareidad, exclusión- A veces son utilizados como sinónimos. Pero esta dinámica parece estar ocurriendo también en el mundo académico. Muchos de estos conceptos son utilizados como categorías universales olvidándose que los profesionales de la acción social trabajan con personas no con categorías y que, por tanto, habría que ponerse de acuerdo en cómo los usamos, qué significados les damos.

¿Acaso conocemos la historia de los términos que usamos?; ¿la etimología de, por ejemplo, vulnerabilidad?; ¿su entrada en escena?; ¿en qué geografía emergió?; ¿cómo se difundió a otras geografías y qué tipo de difusión ha sufrido?; ¿qué traducciones ha recibido y, por tanto, con cuántos significados se ha manejado?; ¿cómo ha sido pensado?; ¿con qué vocablos?; ¿para explicar qué tipo de turbaciones humanas y sociales que vinculamos a la idea de vulnerabilidad?; o, con otro ejemplo, y a modo de síntesis de estas autointerpelaciones-

- ¿a qué realidades, en sus diferentes dimensiones, remite la noción de vulnerabilidad?;

- ¿quién vivencia la vulnerabilidad? o, mejor expresado, ¿quién la vive o la habita?;

- ¿qué rasgos manifiesta cuando se «presenta» en aquellos protagonistas sociales, individuales o colectivos, habitando entornos, familias y hogares, instituciones y comunidades.

Estas mismas interrogaciones podríamos recrear teniendo presente conceptos como exclusión, pobreza, precareidad- tan usados en las políticas sociales orientadas a las personas mayores. Muchas categorías que forman parte de los lenguajes cultos y cotidianos (diversidad, diferencia, identidad, marginación, exclusión-) las utilizamos para pensar el mundo social al tiempo que son recreadas en los lenguajes de las políticas sociales.

La revisión de la literatura internacional no deja duda (Bankoff, 2006) y sus estudios comparten el mismo sentimiento: es imposible definir a los vulnerables, como a los excluidos o marginados, acudiendo a un único criterio. Este acuerdo implícito al fin y al cabo es el resultado de un desacuerdo esta vez más declarado: las diferentes definiciones que se dan acerca de la vulnerabilidad y de los vulnerables es una consecuencia evidente de las múltiples, y a veces encontradas, traducciones que se han formulado de unos y otros hasta el punto de que, si se lee con detenimiento algunos de estos textos, se puede constatar un cierto nivel de profunda confusión entre los expertos o los buceadores del tema. Los objetivos de esta elaboración no responden exclusivamente a la necesidad de responder a las interrogantes que nos hemos hecho líneas más arriba tarea que, por otra parte, debe asumirse detenidamente y decididamente por quien o quienes deseen llevar a cabo una exploración analítica presidida por el rigor, la precisión, la distinción y la exactitud frente a la confusión y vaguedad reinantes. Sino más bien a tratar de plantear qué usos se están haciendo de determinados conceptos en las políticas sociales dirigidas a los mayores y cómo, en este proceso de identificación podemos consensuar una manera de pensarlos de modo diferente aprovechando la potencialidad semántica que encierran o pueden encerrar. De estos asuntos trata la colaboración presente: de cómo los conceptos deben serPage 77 usados como «cajas de herramientas» para ponerlos a nuestro servicio y construir nuestros edificios sin caer en la «dictadura de la gramática», como ocurre con los conceptos de exclusión y vulnerabilidad y su uso en las políticas sociales relacionadas con la vejez y el envejecimiento.

2. El fenómeno del envejecimiento en el escenario social contemporáneo

Hoy son múltiples las teorías, enfoques y conceptos que se utilizan para analizar la vejez y los procesos de envejecimiento considerados por los estudiosos, indudablemente, como un fenómeno social muy complejo al que debe prestársele mucha más atención de la que, en los últimos tiempos, se ha puesto en las sociedades desarrolladas y en desarrollo, siendo ésta, por lo demás, mucho más amplia que tan solo veinte años antes. A muy pocos escapa que el envejecimiento de la población española -como, por otra parte la europea y la norte y suramericana, por citar algunos ejemplos- está siendo uno de los acontecimientos demográficos más importantes de lo que llevamos de siglo, y ya lo era en las dos últimas décadas del que acabamos de sobrepasar. Y lo es por varias razones que obligan a pensar.

  1. Porque está provocando profundas modificaciones en las estructuras económicas, sociales y culturales, a diferente nivel y grado de intensidad según países, comunidades y hogares. Un nuevo patrón de desarrollo (Navarro, 2002; Drucker, 1998; Estefanía, 2002) está transformando, a nivel macro, las sociedades de nuestro tiempo y, a nivel micro, nuestros escenarios comunitarios y, por ende, nuestros hogares. Es evidente que el nivel de envejecimiento que ha logrado Europa en dos siglos, con una media de vida muy alta, no es el mismo que tiene Latinoamérica (Chande, 1998) aunque, no obstante, los países americanos lo alcanzarán en mucho menos tiempo y, en consecuencia, con más dificultades para adaptar sus sistemas al nuevo escenario que se va creando en donde la vejez es notoriamente mayor.

  2. Es ese mismo nuevo patrón de desarrollo, asociado a ciertos logros en el terreno de la salud, la economía y la educación, el que ha conducido a la fuerte y rápida disminución de la mortalidad así como al descenso de la natalidad, propiciando en los países avanzados un tipo de envejecimiento cualitativamente diferente al de los menos desarrollados o en fase de superar esta situación. Así, es de todos conocidos cómo en las regiones latinoamericanas predomina, en general, la pobreza impulsando a vastos grupos de población (de niños, jóvenes, mayores...) a la exclusión y al difícil abordaje de políticas, proyectos y programas que intenten evitarla, paliarla o disminuirla: en estos países son múltiples las dificultades que surgen para cubrir los costos sociales y económicos que van vinculados al envejecimiento, tanto más cuanto este modelo de mercado, en términos generales y estructurales, es promotor de contextos donde se privilegia la estabilidad macroeconómica, es decir la del propio mercado, sobre el bienestar social y personal de los mayores (Pizarro, 1999). En Europa la situación no es la misma: ni tenemos tantos mayores que no reciban ningún tipo de jubilación y pensión -más de la mitad de las personas latinoamericanas- ni tampoco tantas personas de edad que no tengan algún tipo de emolumento: en el caso de América Latina llega a ser entre el 40% y el 60% de ancianos que no reciben ningún tipo de ingresos que procedan de una de estas dos vías (CEPAL, 2000). Por contraste, en Europa, sin ánimo de homogeneizar y teniendo presente las diferencias entre países a las que aludíamos antes, el envejecimiento individual y demográfico presenta una óptica más positiva debido al incremento del bienestar de los individuos y a los mayores niveles de progreso de las sociedades (Bazo, 2002). Olvidar estas diferenciasPage 78 (según el ejemplo seguido, entre Latinoamérica y Europa), dadas por el contexto histórico, social y económico de ambas geografías, conduce a traslaciones y transferencias tan preocupantes como estériles ya que da lugar, cuando se llevan a cabo, a intervenciones tan inútiles como vanas y costosas, que no ayudan a solucionar los problemas que previamente, con supuestos de partida equívocos, han sido identificados (CEPAL, 2000).

  3. En este punto es donde entran en liza el diseño, la promulgación, y puesta en marcha de políticas públicas formuladas y orientadas a la satisfacción de las necesidades de las personas mayores (Sáez, 2007a). Al tratar de traducir lo que se entendía por 'necesidad' en épocas distintas como en países y naciones de trayectorias económicas y demográficas diferentes, algunos autores han profundizado la diversidad de situaciones. El análisis de Guillemard (1992, 1994), muy clarificador a este respecto, podría resumirse en dos grandes matizaciones.

a. En Europa, en la década de los setenta, los programas sociales dirigidos a la vejez no tenían como meta su 'futura seguridad económica'. Y ello era necesario, puesto que ésta ya estaba garantizada mediante las políticas de protección social propias del llamado Estado de Bienestar. En la misma Europa, por otro lado, un país como España vivía una situación diferente en la medida que en los años del tardofranquismo (primeros cinco años de la década de los setenta) así como en los de transición hacia un nuevo régimen (los cinco siguientes) no hubo oportunidad (hasta unos años más tarde) de disfrutar de algunos de los beneficios de este tipo de Estado, tan denostado y menoscabado por algunos de los defensores del liberalismo económico (Rodríguez, 2000) y nostálgicos de la dictadura. El modelo francés, italiano, y aún más el nórdico, ofrecían una serie de expectativas y servicios impulsados a mantener, sobre todo, la inserción de los mayores en su entorno habitual y prevenir su pérdida de autonomía (Busso, 2001; Bazo, 2002; Villa, 2000). Como se ha argumentado (Guillemard, 2004) se trataba de políticas que buscaban actuar antes sobre el estilo y modo de vida de las personas mayores que sobre su nivel de vida. La situación, por supuesto, no presentaba el mismo rostro que observamos ahora.

b. En la década de los noventa los parámetros que explican y dimensionan el bienestar han cambiado radicalmente. En el cuarto de siglo último, el incremento de necesidades ha aumentado sensiblemente bajo un patrón de desarrollo que las promueve en una dinámica social sin precedentes, tipificada y adjetivada de 'consumista' por los estudiosos del campo. Pero también la idea de bienestar, subsumida a ella, ha sufrido una mutación considerable. El bienestar económico que los años setenta, en Europa, estaba asegurado para la mayoría de ancianos comienza a ser objeto de preocupación y revisión por parte de los países a medida que las reglas de juego económicas, políticas, y sociales y culturales van cambiando y en el escenario demográfico se manifiesta una creciente presencia de personas mayores, confirmando el fenómeno del envejecimiento. De organizaciones e instituciones europeas surgen toda una serie de lemas y tópicos (Hacia una Europa para todas las edades. Año Internacional de las Personas de Edad, Una nueva Solidaridad entre Generaciones-) que actúan como motores de una buena gama de proyectos de diversa naturaleza en donde la persona mayor (desaparecen, prácticamente, de nuestro léxico términos como anciano y viejo) es el centro de atención y el eje articulador de toda una serie de políticas, leyes y prácticas justificadas, en buena parte, por un alto número dePage 79 estudios que en los diferentes países se utilizan como elementos legitimadores de las acciones que se promueven a raíz de ellos (Withnall, 2003; Martín, 1994).

La acumulación de conocimiento acerca de las personas mayores va a ser tan increíble como sorprendente, aunque la calidad, solidez y veracidad del mismo, por las condiciones en que es producido y los supuestos en los que se apoyan determinados estudios, deje, en algunos casos, mucho que desear (Withnall, 2003; Martín, 1994).

3. Discursos, conceptos y teorías: su influencia en las políticas sociales relacionadas con el envejecimiento

Pero si se revisan algunos de estos trabajos en profundidad y se escrutan con detenimiento tales exploraciones, podemos encontrar algunos denominadores comunes que nos podrían dar una visión de conjunto de lo que se ha dicho o se está diciendo (más que de lo que se ha hecho: acontecimientos difíciles de valorar por las dificultades de acceder en las instituciones a datos e informaciones sobre lo realizado) sobre las personas mayores y el fenómeno del envejecimiento, en estos últimos años.

Así, en este panorama teórico, cabe apuntar algunas ideas relevantes que nos permiten ubicar con más credibilidad la cuestión del envejecimiento en la cultura y política actuales.

a. En esta efervescencia exploratoria es de agradecer el surgimiento de toda una serie de teorías (de la desvinculación, de la actividad, del ciclo vital...) que tratan de dar razón de la vejez, confirmándonos que no existe un paradigma único capaz de realizar esta tarea y que es la heterogeneidad la que preside esta aportación teórica. Cualquier intento de exclusividad paradigmática está condenado al fracaso debido a la naturaleza del fenómeno que se estudia (Sáez, 2003; Pérez, 1997).

b. Si bien buena parte de los conocimientos relevantes que se adquieren nos permiten aproximarnos, con un mayor nivel de comprensión, al fenómeno de la vejez y facilitarnos orientaciones para acciones más congruentes, lo cierto es que la falta de articulación de enfoques y conceptos complica un conocimiento más sólido de los procesos de envejecimiento y, en consecuencia, de las acciones que cabría diseñar y aplicar en respuesta a ellos. No hay duda de que la naturaleza multidimensional y compleja del fenómeno tiene mucho que ver, entre otras razones, a la hora de situarse en estos territorios de conocimiento. Disciplinas de diferente calado científico (la medicina, la psicología, la biología, la sociología, la antropología, la demografía, la pedagogía,...) estudian la vejez desde sus plataformas de análisis específicas aplicando sus metodologías particulares y utilizando conceptos unidireccionalmente, lo que impide construir una base teórica y terminológica unificada, relacional y potente. Basta observar, como ejemplo, las continuas confusiones que se generan, por falta de distinción semántica a la hora de acotar sus significados, al manejar indistintamente conceptos como marginación, exclusión, vulnerabilidad, desadaptación, pobreza, desafiliación... En gran parte de la literatura publicada se detecta una utilización excesivamente especulativa de los términos y, en consecuencia, una evidente incapacidad para captar empíricamente el fenómeno del que se está 'hablando', la vejez y el envejecimiento de las personas mayores (Katzman, 2000).

Como puede verse, toda esta serie de conceptos que están operando en el discurso operante en las ciencias médicas y socialesPage 80 hablando de los mayores, necesita de una clarificación semántica para volverlos a reintroducir con más rigor en estos campos de saberes: la labor para llevar a cabo esta tarea, si se pretende enriquecer el estatuto científico de estas áreas de conocimiento, supondría una primera fase constructiva de (des)construcción de los conceptos para dar lugar a una tarea de (re)construcción, de reubicación de los mismos en la red de relaciones que están jugando en los discursos, a fin de construir nuevos significados que remitan a situaciones reales que las personas, grupos y comunidades protagonizan (Sáez, 2007a).

Si las políticas públicas viven y se nutren de estos discursos, en última instancia, son los diseñadores y formuladores de estas políticas los que deben saber el valor real de los conceptos que se utilizan para articular tales propuestas de cara a la ciudadanía (Höffe, 2007). A estas alturas de siglo es bien sabido la potencialidad influyente que está ejerciendo en la política la emergencia, como grupo visible, de los mayores, sujetos de derecho así como, también, son reconocidos los conflictos de diversa naturaleza (éticos, sociales, políticos, psicológicos, educativos...) que están surgiendo alrededor de los grupos de personas mayores. A la ya discutida universalidad2 inevitable que connota todo tipo de políticas, cabe responder con proyectos más concretos que contrarresten esta tendencia generalizante y homogeneizadora: así, sería deseable que en el diseño, desarrollo y evaluación de efectos y logros (Sáez, Sánchez y Pinazo, 2007b) jugaran conceptos menos abstractos y retóricos, conceptos que remitieran no a categorías universales sino a situaciones en las que viven, se relacionan y actúan las personas mayores (De Certeau, 2000). Conceptos y términos, al fin y al cabo, como el de vulnerabilidad, un enfoque desde el que se está estudiando la compleja realidad de las personas mayores en la sociedad europea y española, para comprenderla e intervenir en ella. Un experto en la materia como Villa (2000) reconoce la plausibilidad analítica que encierra el concepto de vulnerabilidad, una noción dinámica que se encuentra en construcción.

Lo dicho significa que subsisten grandes retos metodológicos, entre los cuales destacan las dificultades consubstanciales a un concepto que, a diferencia del de pobreza, no se apoya en una medida directa ni se circunscribe a una clasificación de la población, sino que remite a consideraciones de mayor amplitud, como las que se encarnan en los procesos de movilidad social. Esta tarea, amen de envolver el atractivo de un desafío intelectual, es también promisoria, puesto que abre la posibilidad de servir de base para un nuevo encuadramiento de las políticas sociales. Así, la idea del 'fortalecimiento de los activos' presenta la posibilidad de propiciar acciones proactivas y preventivas, que trasciendan los alcances de las intervenciones de tipo paliativo, aunque sin excluir la utilización de éstas para hacer frente a los efectos adversos de las transformaciones económicas, sociales y culturales de los países

(2001:2).

Una construcción que en España apenas se ha iniciado. El predominio del concepto de exclusión en las Ciencias Sociales españolas ha promovido el olvido del concepto de vulnerabilidad tan relacionado con él, como veremos en páginas próximas.

4. Un ejemplo: el concepto de vulnerabilidad y su uso asociado al envejecimiento

No nos puede sorprender que, en las situaciones económicas, sociales y laborales que sePage 81 van creando, el concepto de vulnerabilidad comience a hacerse visible, en España, a partir de los últimos años noventa y muy tenuemente. De hecho éste es un concepto escasamente utilizado en nuestra geografía para medir, como herramienta analítica, la vulnerabilidad que viven las personas mayores, al contrario de los países latinoamericanos donde, asociado al enfoque de exclusión y pobreza, ha sido manejado con mucha más frecuencia: en tanto que en los países en desarrollo, los estudiosos de las ciencias sociales están explorando todas aquellas estrategias y recursos conceptuales que les pueden aproximar al entendimiento de lo que acontece en sus regiones, comunidades y hogares. El hecho de que tales investigadores hayan acumulado más experiencia en la utilización de este concepto y otros relacionados con él, permite a aquellos investigadores con menos tradición en su uso, servirse de las virtualidades que encierran así como las dificultades o inutilidades que pueden derivarse de trabajar indebidamente con ellos. En el universo anglosajón (Moser, 1998; Whitehouse, 2000) se plantea otra situación similar aunque los contextos sean muy diferentes: lo cierto es que sus aportaciones son fundamentales para nutrir, de modo congruente, cualquier exploración o cualquier política seria vinculada a la vulnerabilidad de las personas mayores. En cualquier caso, de diversas latitudes, de diferentes proyectos y acciones realizadas y articuladas a través del concepto de vulnerabilidad -central, paralela o tangencialmente; siendo el concepto focalizador o formando parte de otros conceptos tan potentes como él; remitiéndose sólo a personas mayores o solo a otro tipo de población o abordando los grupos intergeneracionales...-, surgen los siguientes argumentos y reflexiones que nos aproximan a la vulnerabilidad y a sus posibilidades como instrumento analítico a la hora de abordar el estudio de los grupos mayores como grupos vulnerables pero también para remitir estas reflexiones a quienes diseñan, planifican y promueven políticas pensando en los mayores.

i. Lo primero que se detecta en el escenario investigador y, posteriormente en el político, es la adición de una serie de sustantivos y adjetivos acompañando al concepto de vulnerabilidad. El recorrido ha sido evidente. Se ha pasado de utilizar el concepto de vulnerabilidad con una determinada traducción relativamente genérica a ser usado con diferentes acompañantes: vulnerabilidad social, vulnerabilidad económica, vulnerabilidad demográfica, vulnerabilidad educativa, vulnerabilidad jurídica-, tratando de identificar el tipo de vulnerabilidad que se estudia o buscando enfatizar la variable que más explica la vulnerabilidad estudiada. No obstante cabe matizar, a este respecto, que esta situación es más evidente en el caso latinoamericano donde el subdesarrollo y la pobreza han multiplicado el número, la tipología y las características de los grupos vulnerables.

ii. En segundo lugar, este uso genérico de la vulnerabilidad va muy unido a la edad. El envejecimiento de la población y el individual son dos caras de la misma moneda. La vejez es planteada como una cuestión de edad y ello no admite demasiadas ambigüedades: con los años, en edades cada vez más avanzadas, las personas se van haciendo más vulnerables a medida que van perdiendo habilidades y gastando las reservas a resultas del enfrentamiento que supone la satisfacción de las necesidades básicas. El tiempo, la presencia de enfermedades que pueden anunciar la muerte, la llamada continua a la medicina como modo de abordarlas y a la educación para saber prevenirlas-, todo ello forma parte del tipo de cuestiones que suscita una visión genérica y estereotipada a veces, de la vulnerabilidad muy vinculada a la denominada 'condición de vejez' y sus distintas implicaciones psicológicas, económicas, culturales yPage 82 sociales, cuestiones que son las que, al fin y al cabo, cuentan realmente en la problematización del envejecimiento (Rowland, 1991). La salud, la situación económica, social y familiar en el proceso de envejecimiento y sus implicaciones para el bienestar no dejan de ser fenómenos obviamente diferenciales por clases socioeconómicas, por culturas, por comunidades: es evidente que conforme se envejece, y ahí cuenta la edad, se van acumulando deterioros físicos y mentales.

Los cuidados en la salud, el acceso y el uso de servicios médicos, la capacidad de prevención y atención, las formas de nutrición y también los excesos, obedecen todos a niveles educativos, patrones culturales y disponibilidad de recursos. De la misma manera, también se determinan la capacidad y las formas de respuesta ante los problemas

(Chande, 1998:33).

Esta interpretación es, hoy, insuficiente para estudiar la vulnerabilidad. En realidad siempre lo ha sido. La edad no es un determinante exclusivo de la vulnerabilidad de las personas. Por lo demás, aunque cuenta a la hora de aproximarnos a la vejez, de los procesos y variables que producen vulnerabilidad no nos dice nada, salvo que nos recuerda el tiempo que pasa por un organismo (Deleuze, 1995; Sáez, 2005) . Ahora bien, el tiempo que pasa es el mismo para todos pero no sus huellas y sus efectos. Dentro de un mismo país, de una misma comunidad o localidad, otras variables o factores como la salud, la situación económica de la familia, la manera en que ésta se implica en el bienestar de los mayores, el lugar donde se habita, la cultura y las creencias sobre la relación que se mantienen entre las diferentes generaciones que la componen-, deben tenerse en cuenta a la hora de analizar la vulnerabilidad. De ahí que haya que separar analíticamente el concepto de vejez, una abstracción cultural que implica preconcepciones que van cambiando en el tiempo según va creándose determinados patrones culturales, del concepto de edad avanzada por la que muchas personas mayores son consideradas viejos (Busso, 2001), no teniendo siempre porque serlos, ya que si bien es verdad que los años conllevan transformaciones personales, modificaciones físicas en la constitución biológica de los sujetos mayores, percepciones diferentes sobre uno mismo y los demás, cambio de roles y papeles (CIMOP, 2002)-, ello no significa ser un anciano, interpretación negativa de la edad donde las haya. Los años pueden ser vividos subjetivamente y van vinculados a otros conceptos como el de bienestar, calidad de vida, armonía existencial-; aunque la ancianidad, es cierto, no es una condición deseable por las personas mayores (Villa y Rivadeneira, 1999). Estas matizaciones ponen de manifiesto la necesidad de consensuar entre los especialistas la construcción y el uso colectivo de los conceptos (Toulmin, 1992) a la hora de estudiar los procesos de envejecimiento y las manifestaciones de vulnerabilidad en ellos. Y entonces, quizás haya que sustituir la pregunta de partida: ¿qué significa exactamente ser viejo en nuestra sociedad?, por otra que realmente se interrogue directamente por la vulnerabilidad en ellos: ¿cómo llega a producirse vulnerabilidad en los mayores?. Ello quiere decir que no puede asociarse la vulnerabilidad solo a las dimensiones más individuales (las relacionadas con la edad o con los problemas de salud, a modo de ejemplo) de los sujetos mayores, puesto que la vulnerabilidad remite sobre todo a situaciones estructurales y no puede ser abordada desde una sola dimensión. Es más bien una dinámica multidimensional y cualquier intento de aprehender todos los factores que la determinan para trabajar con todos ellos al mismo tiempo, están condenados al fracaso, hoy por hoy. Ello explica, como hemos visto anteriormente, que el tipo de vulnerabilidad que se aborda suela enfatizar el factor o la variable que más la promueve. Léase, a título de ejemplo, el trabajo de Peláez, Alvarez y Harrington sobre vulnerabilidad educativa (2004) o el de JorgePage 83 Rodríguez Vignoli sobre vulnerabilidad demográfica (2000). La vulnerabilidad, observada desde esta perspectiva, presenta un rostro muy pluridimensional en términos estructurales y se vive de modo muy personal en situaciones concretas y contingentes en donde ella se encarna.

La noción de vulnerabilidad es entendida como un proceso multidimensional que confluye en el riesgo o probabilidad del individuo, hogar o comunidad de ser herido, lesionado o dañado ante cambios o permanencias de situaciones externa y/o internas. La vulnerabilidad social de sujetos y colectivos de población se expresa de varias formas, ya sea como fragilidad o indefensión ante cambios originados en el entorno, como desamparo institucional desde el Estado que no contribuye3 ni cuida sistemáticamente de los ciudadanos; como debili-dad interna para afrontar concretamente los cambios necesarios del individuo u hogar para aprovechar el conjunto de oportunidades que se le presenta; como inseguridad permanente que paraliza, incapacita y desmotiva la posibilidad de pensar estrategias y actuar a futuro para lograr mejores niveles de bienestar

(Busso, 2001: 8. -los subrayados son del autor-).

Esta definición proporciona algunos rasgos que permiten caracterizar y aproximarnos a la noción de vulnerabilidad. Este fenómeno surge de la interacción de factores internos y externos que confluyen en un individuo, en un hogar y en una comunidad particular en un tiempo y en un espacio determinado adquiriendo, por ello, unos rasgos específicos. Tales factores son los que propician que un fenómeno natural dentro del ciclo de vida se experimente como amenaza o fuente de inseguridad y riesgo para algunas personas, hogares y comunidades, en distintos planos de su bienestar, en diversas formas con diferentes intensidades. Y es que si los actores, las personas mayores, no están en condiciones de dar respuestas apropiadas a los riesgos que experimentan puede producirse una pérdida del bienestar alcanzado. De esta manera, el surgimiento u origen de esta vulnerabilidad puede situarse entre los factores externos a los individuos, hogares y comunidades como pérdida de empleo, accidentes, marcha de familiares fundamentales- (lo que conduce a la indefensión, al miedo y el desamparo) o en factores que les son intrínsecos como enfermedades, pérdida de relaciones-(lo que lleva a los mayores a la inseguridad de sus capacidades para responder a lo que amenaza o parece amenazar). Las políticas sociales formuladas para paliar la vulnerabilidad, por la propia naturaleza de la política, se encuentran incapaces para afrontar las causas que la producen en las personas mayores.

5. La noción de vulnerabilidad y su relación con otros conceptos

Otra manera de acercarse al concepto de vulnerabilidad puede realizarse tratando de bucear la red de relaciones que se encuentran con otros conceptos próximos en traducciones similares. Tal es esta proximidad semántica que, en primer lugar, suelen manejarse toda una serie de conceptos indistintamente para hacer referencia a los mismos fenómenos y hechos y, en segundo lugar, es muy difícil precisar los límites, las fronteras en las que un concepto abandona su capacidad analítica (o deja de dar explicación) para ceder esta competencia a otro. Sea como fuere, relacionar conceptos es una vía fecunda que se utilizaPage 84 con mucha frecuencia en Ciencias Sociales, justamente por la imposibilidad empírica de que cada uno de ellos remita a una sola realidad objetiva: entre otras razones porque el objeto de estudio de estas ciencias es un sujeto que cambia y se mueve en relación con otros sujetos, y en contextos determinados por variables económicas, políticas, sociales y culturales. Pero si este argumento supone que no hay posibilidad de explicación definitiva sobre el hombre y lo social (aunque intentos totalizadores los ha habido a lo largo de la historia) por el contrario animan, contra el deductivismo vacío de contenido y la especulación retórica, a buscar el rigor, la profundización y la congruencia, en explicaciones y comprensiones más sólidas y potentes.

5.1. Integración, vulnerabilidad y exclusión social: zonas de tránsito social y personal

El concepto más próximo al de vulnerabilidad es, sin ninguna duda, el de exclusión social, un concepto que, a diferencia del de marginalidad, ha sido el más utilizado en los países desarrollados. El gran número de trabajos sobre la exclusión social o, como en los casos anteriores, de investigaciones que toman como referente el problema de la pobreza, vuelve a poner sobre el escenario público 'la cuestión social' abordada bajo patrones novedosos que remiten a contextos donde la pérdida de cohesión social y la ruptura de los lazos sociales son reflejos y signos del mundo contemporáneo: aspectos todos ellos que fomentan el desarrollo de sociedades con déficits manifiestos de integración y persistente pérdida de solidaridad orgánica. Es lo que Castel denomina metamorfosis de la cuestión social (1997).

El uso de la categoría de exclusión se difunde, pues, de modo amplio a lo largo de los noventa. La revisión de la literatura especializada pone de manifiesto que el surgimiento del concepto va muy unido a la dualización social que se va configurando como consecuencia de los fenómenos socioeconómicos contemporáneos. Con el término exclusión se remite a aquellos grupos y personas tipificados como los 'nuevos pobres', que presentan una serie de rasgos y características, en contraste con los pobres y marginados de décadas anteriores, por «estar viviendo situaciones que implican una fuerte acumulación de desventajas». Y es que el dualismo social se plantea y va creciendo a partir de la división social entre los que participan de las sociedades post industriales, tecnológicas y desarrolladas, disfrutando de ingresos suficientes y estables, y aquellos otros que quedan excluidos de ellos y trabajan y viven en situaciones muy precarias. La concentración de riqueza en un lado del escenario despoja el otro lado de las mínimas condiciones de vida.

Quizás sea el estudio del francés Robert Castel (1997) el trabajo más elaborado, insuperado todavía hoy, el referente de cualquier otra exploración que haya hecho del binomio integración-no integración (exclusión), con respecto al trabajo, el eje central de su estudio. Este es el centro de 'la metamorfosis': situarla en la precarización de las condiciones de trabajo que rompe con la solidaridad y las protecciones construidas (en el Estado de Bienestar y a través de políticas sociales keynesianas) en torno a las relaciones laborales dando lugar a la aparición de 'una nueva matriz de desigualdades': la desigualdad ante la precariedad (Castel, 1997).

Cabe apuntar que la noción de exclusión social, es más utilizada en los países desarrollados que el de marginalidad y, por el contrario, mucho menos en los países subdesarrollados dada la especificidad que arrastra el término y la dificultad de «transferirlo directamente al contexto social, político, económico y cultural de los países de América Latina y el Caribe» (Villa, 2001: 5). El dualismo social que se va configurando como resultado de la economía de mercado y la globalización imperante es una de las causas quePage 85 obligan a la toma de conciencia colectiva sobre lo que está aconteciendo en los diferentes estados y comunidades: una progresiva división social entre los que participan de los beneficios de este modelo de desarrollo, gozando de ingresos suficientes y estables, y aquellos otros excluidos de las ventajas del mismo, viviendo en situaciones límites y trabajando muy precariamente. Estos últimos cada vez son más invisibles y están menos satisfechos (Estefanía, 1997, 2002). En la Europa desarrollada los estudios sobre exclusión son frecuentes. La sociología española, salvo excepciones reconocidas (Tezanos, 1998; Subirats, 2004), no lo ha utilizado excesivamente como instrumento analítico para profundizar en nuestras realidades sociales. Lo que no quiere decir que la literatura sea escasa, más bien lo contrario: un número elevado de artículos, ponencias, comunicaciones, informes, proyectos-, se publican y se exponen teniendo el concepto de exclusión como centro de sus análisis. Quien mejor la ha pensado, a nuestro juicio, convirtiendo sus trabajos en referentes internacionales ha sido Castel (1984,1992, 1997, 2004). Su intento de pensarla como proceso y relacionarla con otros conceptos como el de integración y vulnerabilidad permite planteamientos estructurales poco frecuentes en la literatura especializada. Así, los estudios de Castel tratan de demostrar que la exclusión sólo tiene sentido cuando se piensa desde los procesos, cuando la conectamos a las trayectorias vitales de las personas que han pasado de una situación a otra. Sólo así podemos empezar a entender cómo se han generado los nuevos pobres, cómo operan las desafiliaciones o desligaduras de esas personas respecto a los soportes (laborales, económicos, familiares, comunitarios, etc.) que aseguraban formas sólidas de socialización y sociabilidad, de circulación y promoción social. Estudiar las formas, los recorridos, los tránsitos y los caminos tendidos (a veces obligados) nos aleja de una visión de la exclusión como «estado de ciertos individuos o grupos» para hacernos comprender que nadie nace excluido, sino que se hace (Castel, 2004), que nadie es excluido por sí mismo, sino en referencia a una lógica y una trayectoria que le coloca -cabría esperar que temporalmente- en una situación de dificultad. De todos es conocida la aclamada propuesta de Castel (1997) a la hora de esbozar el recorrido que, a su juicio, sigue el proceso de exclusión. A modo de simple recordatorio, diremos que éste proceso se identifica con tres zonas por las que los individuos contemporáneos podemos ir transitando, en cualquiera de las dos direcciones:

- zona de integración: zona estable, trabajo regular y seguro, red de relaciones sólidas y soportes socializadores firmes.

- zona de vulnerabilidad: zona de precarización social debido a factores como el trabajo eventual, precario y residual; relaciones inestables o débiles y escasa integración social.

- zona de exclusión social, zona a la que pueden abocar personas y grupos, sean cuales sean la zona en que se encuentren. Paro y desempleo. Carencia de relaciones sociales. Se cae en ella tras una trayectoria de desafiliación y desenganches de estos soportes. Ausencia de inclusión o integración. En cualquier caso, cabe insistir, la permanencia en esta zona no tiene por qué ser definitiva y, aunque en nuestros días es más fácil caer que salir, las trayectorias son reversibles.

Las tres zonas por las que circulan los seres humanos resultan de la intersección de dos ejes: el de integración/no integración con relación al trabajo; y el de inserción/no inserción con respecto al sistema relacional en el seno del cual cada persona reproduce su existencia en el plano afectivo y social.

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5.2. ¿Acaso se puede operar con los conceptos de vulnerabilidad y exclusión social?

De esta manera, Castel sitúa el centro de la metamorfosis de la cuestión social contemporánea en la precarización de las condiciones de trabajo que rompe con la solidaridad y las protecciones construidas en torno a las relaciones laborales planteando la aparición de una nueva matriz de desigualdades: la desigualdad ante la precariedad por la fuerte acumulación de desventajas que se focalizan en los no-integrados o excluidos. También Tezanos (1998), en nuestro país, recrea este binomio integración-exclusión para caracterizar los factores que condicionan la caída en una de estas dos fases. A su juicio, el término 'exclusión social' se emplea para referirse a todas aquellas personas que, de una u otra manera, se encuentran fuera de las oportunidades vitales que definen la ciudadanía social plena en las sociedades de nuestros días. Se trata, básicamente, de un concepto cuyo significado se define en sentido negativo, en términos de aquello de lo que se carece, de lo que queda fuera. La sociedad se considera de una forma dual, en la que hay un sector integrado y otro excluido, con muchas situaciones intermedias, consideradas de riesgo, donde entra la vulnerabilidad, según la situación de los distintos factores que intervienen, entre los que se pueden citar los laborales, familiares, educativos, de salud, etc., teniendo en cuenta que los problemas no suelen presentarse de forma aislada sino conjunta, entretejidos, influyendo unos en otros e insertos en procesos y, por lo tanto, siendo difícil identificarlos con claridad. En esta línea de análisis se pueden entender las siguientes consideraciones.

- La exclusión no es definitiva ni puede plantearse en términos absolutos porque de alguna manera 'constituye la contrapartida de la inclusión'. Cabe la posibilidad de estar incluido y recorrer los periplos necesarios para lograrlos

- Se está excluido de algo cuya posesión se ha perdido o se desea: este 'algo' hace referencia a toda una serie de posesiones materiales y no materiales, entre las que se incluye, claramente, el trabajo, la familia, la educación, la vivienda- Quien posee estos 'algo' está incluido o integrado.

- Esta serie de fases no son excluyentes ni se oponen radicalmente ya que varían de acuerdo con los contextos, las situaciones y las personas habilitándolas de acuerdo con sus capacidades, intereses y deseos. Por lo demás, entre la integración y la exclusión existen una serie de situaciones intermedias que remiten al concepto de vulnerabilidad (Sáez y García, 2005).

El concepto de vulnerabilidad es, pues, mucho más dinámico que el de exclusión, permite el trabajo empírico evitando la generalización fácil o la especulación vacía tan unida a esta categoría que va adquiriendo un rostro cada vez más universal y totalizador. De ahí que se pueda hablar de exclusión pero no sea fácil operar con esta herramienta conceptual. De hecho algunos analistas comienzan a invalidarla, llegando incluso, en algunos casos, a revisar sus anteriores planteamientos.

Así, cuando se nombra la exclusión, todos queremos o creemos (o debemos saber), a qué se refiere... Sin embargo, dicha noción parecería designar mas lo sin nombre, lo insoportable del malestar de nuestros días, que a un fenómeno acotado y preciso. Puede llegar a funcionar como una trampa, que anule la necesidad y la oportunidad de reflexión y análisis sobre sus alcances teóricos y sobre las acciones a las que ha dado lugar (Castel, 2004). Parece más o menos evidente, que el concepto/significante exclusión tiene traducciones y significaciones diversas. Es desde este presupuesto de partida desde el que hay que repensarlo, aceptando sin reservas que la noción de exclusión social designa situacio-Page 87nes muy diferentes, incluso de signo ambivalente y opuesto entre sí. Ni es un término unívoco ni es fácil dibujar sus contornos de modo que podamos operar con él fácilmente (Sáez y García, 2005).

A todas luces, cuando hablamos de exclusión no podemos, ni debemos, hacer referencia a personas que están fuera de la sociedad, porque la propia exclusión no deja de ser un fenómeno que sólo es posible en sociedad. Más que la exterioridad o lo otro de la sociedad, lo que la persistencia de los procesos de exclusión vienen a demostrar es la fractura social, la caída de ideales y normas y las limitaciones de todo sistema social para integrar al 'conjunto de sus ciudadanos'. Para explicarnos este asunto, Kärsz (2004) utiliza una fórmula tan provocativa como evidente:

No es excluido el que quiere, hemos dicho. Para que haya exclusión, y por tanto excluidos, se requieren ciertas condiciones materiales, especialmente económicas, administrativas, políticas; pero también se requiere otra cosa: la exclusión incrementa o disminuye esas condiciones materiales, moviliza una dimensión distinta y específica. Precisamente por eso, la inserción no coincide del todo con el programa de las condiciones de vida (empleo, vivienda, salud, educación) que ella puede ofrecer, menos aún cuando razones estructurales tornan improbable el acceso de ciertas poblaciones al empleo, la vivienda, etcétera. También por eso, la exclusión social, lejos de deportar a los excluidos a los limbos de lo asocial o lo no social, los coloca en situaciones particulares en el seno de la sociedad considerada

(Kärsz, 2004: 208).

Los excluidos lo están en la sociedad, formando parte de ella, porque en cualquier caso son excluidos de ciertas instituciones, de ciertos modelos de ser y estar en el mundo, de ciertas representaciones, de ciertos beneficios.

6. La utilización del concepto de vulnerabilidad con las personas mayores
6.1. Las promesas de un concepto

Al hilo de lo argumentado es evidente que el concepto de vulnerabilidad, más que el de pobreza, exclusión o marginalidad, puede ser el más adecuado para indagar acerca de las condiciones de personas mayores en la sociedad española actual. En los países subdesarrollados se han utilizado con más frecuencia, como hemos visto, los conceptos de pobreza, marginación, desigualdad y menos el de vulnerabilidad, para ilustrar las condiciones y las situaciones vividas por los mayores. Con frecuencia, estos conceptos teórico-analíticos han sido usados como adjetivos calificativos propios o inherentes a la situación de las personas mayores (Aranibar, 2001). Pero ello responde más a una cultura de prejuicios y estereotipos que a las realidades y situaciones en las que se hallan inmersos los mayores. Como se ha dicho anteriormente el concepto se encuentra en fase de discusión y debate, de asentamiento y construcción, aunque en España no haya despegado suficientemente, y apenas puedan identificarse trabajos de más o menos envergadura en el escenario investigacional. Pero su utilización comporta ventajas que deben tenerse en cuenta a la hora de explorar:

- Es capaz de reflejar el proceso dinámico en que se encuentran las personas mayores: por lo tanto estos estudios apuntan no tanto a efectos y resultados como a respuestas potenciales que los mayores podrían dar para superar su situación no deseable.

- Es potente para describir e interpretar fenómenos actuales, ya que da cuenta de la condición de riesgo en que puedan encontrarse determinadas personas que, debido a los cambios estructurales en el modelo de desarrollo generador de transformaciones, viven el presente y elPage 88 futuro como impredecibles, llenos de miedos e incertidumbres, frente a los cuales no hay, prácticamente, instancias de apoyo ni caminos institucionales que reduzcan las amenazas y las inseguridades que surjan.

- Da cuenta con rigor y coherencia de la creciente inestabilidad que manifiestan las personas mayores sumergidos en esos procesos, fases o trayectorias, vividos con particularidad (Katzman, 2000).

- Utiliza términos relacionales como los «activos» (físicos, financieros, humanos, sociales-) que tienen los mayores para reaccionar contra esas presiones externas o internas; como el de «estrategias de uso» de estos activos que propician la lucha por el mantenimiento o la salida de situaciones indeseables, en fin, el de «estructura de oportunidades» existente en un momento, y no en otro, para sostener una situación de mejora o enfrentarse a la amenazante.

La vulnerabilidad está directamente asociada con la cantidad y calidad de los recursos o activos que controlan los individuos y familias en el momento del cambio, así como con la posibilidad de utilizarlos en nuevas circunstancias económicas, sociales, políticas y culturales que van definiendo este proceso. En tal sentido, se refiere a los recursos cuya movilización permite el aprovechamiento de las estructuras de oportunidades existentes en un momento, ya sea para elevar el nivel de bienestar o mantenerlo durante situaciones que lo amenazan

(CEPAL, 2000c:52).

En la medida que estos términos asociados al de vulnerabilidad refuerzan la potencialidad de éste, en 'una época de reestructuración radical en las esferas económicas y sociales, en que las reglas y recursos que rigen a las personas ancianas cambian rápidamente y en las que ellas mismas dan respuestas activas para enfrentar estos cambios' (Bury, 1996: 42; Aranibar, 2001: 35), merece la pena dedicar algunas consideraciones sobre ellos.

Hay varios frentes en los que el enfoque de vulnerabilidad aparece como una promesa que hay que ir construyendo para confirmar sus posibilidades metodológicas.

  1. Ofrece un instrumental analítico que combina dinámicamente los niveles 'micro' (conductas en individuos y hogares) con los niveles 'meso' (organizaciones e instituciones) y 'macro' (estructuras sociales, modelos de desarrollo económico): de tal manera que la mayoría de estudios realizados para explicar la vulnerabilidad de las personas mayores trabaja con tres protagonistas necesarios: los individuos, los hogares en los que se mueven estas personas y las comunidades en las que se ubican esos hogares ( Aranibar,2001; Busso,2001; Katzman, 1999). En una continua interrelación insoslayable -el ser humano moviéndose a nivel privado en sus hogares y a nivel público en sus entornos comunitarios- estos tres actores son fundamentales para identificar a grupos, personas mayores y comunidades que se configuran como grupos específicos de riesgo a los que la probabilidad de ser heridos o dañados es mucho mayor que la de los mayores que se encuentran en esferas de inclusión.

  2. Introduce la idea de activos frente a la mayoría de los estudios (tales como los de pobreza o los de exclusión) en la que los análisis sobre los sectores pobres e indigentes, desadaptados o marginados, suelen tematizarse sobre los pasivos, o en lenguaje cotidiano, con las carencias y limitaciones que presentan estos grupos vulnerables. Esta idea de pasividad unida a persona mayor o anciano es la que normalmente ha predominado en la cultura del sujeto obligada a calificar: el mayor es o no es- Pero como afirma Katzman (1999) las familias pobres poseen recursos y suelen hacer uso de ellos de forma permanente para abordar situaciones adversas,Page 89 para tratar de permanecer en donde se está o para mejorar sus niveles de bienestar. Los mayores poseen activos, tal y como ha ido mostrando la idea de envejecimiento activo o ese otro concepto poderoso, utilizado para analizar el bienestar social de los ancianos, como es el de dependencia. El concepto o enfoque de la vulnerabilidad social se integra en tres componentes fundamentales, a juicio de Busso: los activos, las estrategias de uso de los activos o como llegan a utilizarse por los individuos, los hogares y las comunidades, y el conjunto de oportunidades que ofrece el mercado, el Estado, y la Sociedad Civil a estos tres protagonistas para poder responder a las dificultades que se les presentan diariamente (2001).

En suma, la noción de vulnerabilidad trata de alejarse de esas dimensiones universalizantes que suelen ir vinculadas a las categorías sociales. De este modo, puede ser usada como una potente herramienta analítica por varias razones que nos interesa destacar.

* Permite una aproximación más concreta y empírica a toda una gama de situaciones que viven toda una serie de personas mayores partícipes de algún tipo de privación.

* Favorece la exploración de dinámicas protagonizadas por amplios sectores de la sociedad que han perdido la participación en una o varias formas de relación social.

* A través de este concepto se puede acceder a la comprensión de toda una serie de elementos y variables que pueden ser «indicadores de diferencias y posicionamientos de los mayores en el habitus social, en la estructura social».

A estas y otras diversas razones puede deberse la gran difusión que el concepto de vulnerabilidad ha tenido en el ámbito latinoamericano y puede tener en Europa. Estudiada no como sustantivo ni como categoría definida sino como fase y como proceso en diferentes dimensiones, la vulnerabilidad aparece como ese espacio de límites difusos y móviles, en el que acaecen y pueden identificarse situaciones diversas en las que los mayores presentan una distinta condición de riesgo. Esta es, por tanto, una noción muy sugerente para distinguir particularidades y diferencias, evitando caracterizaciones generales o la numeración estandarizada de rasgos identitarios. No se puede defender a estas alturas del siglo XXI posiciones universalistas: no cabe la tranquila comodidad de introducir a todos los mayores (vulnerables o no) en el «mismo saco». Las políticas intergeneracionales son un buen antídoto para evitar este universalismo de las políticas adentrándose en situaciones micro, contingentes y particulares, y apostando por una cultura de las relaciones, por un capital social capaz de abordar realmente la vulnerabilidad (Sáez, Pinazo y Sánchez, 2007).

6.2. La idea de activos y su uso estratégico

Los activos y el modo de utilizarlos estratégicamente condicionan la capacidad de respuesta que los individuos mayores en y con sus hogares y comunidades, pueden presentar ante los cambios, choques externos, acontecimientos adversos, debilidades internas y personales, y todo aquello que ponga en peligro su nivel de bienestar o su supervivencia. Esta es una aportación evidente del enfoque de vulnerabilidad que no presenta los de pobreza, exclusión o marginalización social: enfatizar la cantidad y calidad de los tipos de activos, es decir recursos, de diversa naturaleza que pueden movilizarse para responder a las variaciones y amenazas del entorno. Esta es una línea de investigación que habrá que fecundar, sobre la base de algunos trabajos (Katzman, 1999 y 2000; Busso, 2001; Filguera, 2001; Portes, 1999; Durston, 2000) ya realizados, más o menos consistentes, que nos sirven de base para poder pensarlos enPage 90 nuestros contextos y en relación a las personas mayores. Vaya, a título de ejemplo, sin ánimo exhaustivo puesto que necesita una revisión contextualizada y detenida, la propuesta organizada de Busso (2001). Para nuestro autor son cuatro los tipos de activos que pueden considerarse para combatir las adversidades que hacen vulnerables a las personas.

- Activos físicos. Incluye medios de vida, recursos vitales para la sobrevivencia, como la vivienda, animales, recursos naturales, bienes durables para el hogar y el transporte familiar, etc., usados normalmente para mantener y reproducir la vida en el hogar; también los medios de producción, como los bienes que se usan para obtener ingresos o intercambio de bienes (herramientas, maquinarias, transporte para uso comercial, etc.).

- Activos financieros. Incluye actividades económicas de diversa naturaleza como ahorro monetario, créditos disponibles (cuenta corriente de bancos, tarjetas de crédito, fiados de almacenes, etc.), acciones, bonos y otros recursos financieros de uso habitual en el sistema financiero formal e informal.

- Activos humanos o capital humano.

Bajo esta expresión se hace referencia a toda esa serie de recursos que disponen los hogares en términos de cantidad y calidad de fuerza de trabajo del hogar, y el valor añadido en inversiones en educación y salud para sus miembros que se supone producirá bienes y logros.

- Activos sociales o capital social. Los recursos o activos sociales son los considerados más 'intangibles'o más 'inmateriales' (denominados por la literatura especializada como capital social): y se instalan en relaciones, a diferencia de los recursos humanos que están instalados en personas y de los recursos físicos que se instalan en derechos (Busso, 2001:13).

Es con estos activos con los que se accede a aprovechar el conjunto de oportunidades que pueden surgir en el espacio vital más inmediato o en el entorno físico externo, natural y social, donde las personas mayores se mueven. Este entorno ofrece oportunidades y es necesario aprovecharlas. La noción de conjunto de oportunidades remite a la idea de posibilidad: la de acceder a los mercados y otros escenarios de bienes y servicios para poner en marcha esas estrategias adaptativas (ofensivas o defensivas) que eviten movimientos descendentes, esos activos que propicien el mantenimiento, la reproducción de los niveles de calidad de vida (biológica y social) en ese momento en peligro, en riesgo, o en situación de amenaza, tal y como ha puesto de manifiesto Filgueira (2001) en su libro Estructura de oportunidades y vulnerabilidad social. Aproximaciones conceptuales recientes.

6.3. La idea del capital social

Merece la pena detenerse en este último concepto que juega en la red de relaciones terminológicas promovida por los estudios sobre vulnerabilidad, tal es el de capital social. En exploraciones específicas Katzman (2000) y Busso (2001), entre otros, hacen referencia a esta cuestión. Pero el intento de definir el término y utilizarlo tiene ya una respetable trayectoria. De la misma manera que los activos citados no son lo mismo según se trate de personas y hogares en áreas rurales o urbanas (como tampoco lo es 'la estructura de oportunidades') y en el caso de estas últimas si es una gran ciudad o una mediana o pequeña, tampoco el capital social (el activo social) es similar ya que opera con características diferentes según áreas y contextos, afectando la capacidad de respuesta y las estrategias utilizadas por las personas mayores ante situaciones adversas. Los mayores puedenPage 91 servirse de la familia, los grupos, las organizaciones y redes de ayuda mutua y solidaridad, para responder a factores generadores de incertidumbre y zozobra. Detenerse en este tema merece la pena aunque sólo sea para abrir horizontes a la investigación sobre vulnerabilidad en personas mayores. La expresión no es novedosa. De hecho, aunque hay algunos autores que se remiten a principios del XX para encontrar las primeras autoridades en este territorio conceptual, lo cierto es que su expansión y desarrollo tan solo tiene dos décadas. Algunos de los grandes sociólogos del siglo, como Bourdieu, en su texto Las formas de capital lo define como el conjunto de recursos y potenciales que están vinculados a la posesión o acceso a una red permanente de relaciones más o menos institucionalizadas, de mutua aceptación y reconocimiento (1986). En términos generales, la filosofía y el espíritu de esta definición se ha ido conservando a lo largo de estos últimos veinte años y otro autores como él (Coleman, Fukiyama, Putnam-) han ido profundizando, desde sus respectivas áreas de conocimiento y bajo enfoques distintos, sobre esta cuestión. La utilización de activos sociales o capital social para estudiar la vulnerabilidad de personas mayores solo acaba de iniciarse en la investigación social y promete dar mucho juego, sobre todo a los diseñadores de políticas públicas, por la plausibilidad de responder al principio de equidad con más rigurosidad. La relación entre activos y capitales, que poseen los mayores, con las situaciones de vulnerabilidad puede quedar mejor expresada en el cuadro que se muestra a continuación.

[ VEA EL GRAFICO EN EL PDF ADJUNTO ]

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Estas nociones de exclusión y vulnerabilidad en las personas mayores, sobre todo esta última, están siendo manejadas y utilizadas como eje centrales de las políticas sociales diseñadas y aplicadas pensando en las personas mayores. Quizás convenga tratar de pensar y usar estos conceptos desde y en otro tipo de políticas, las políticas intergeneracionales, en las que todo capital social se orienta relacionalmente y cuyos efectos -cohesión social y vínculos comunitarios- tan necesarios nos son para fortalecer las frágiles democracias europeas. Un tema que debería meditarse profundamente.

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[1] Tomamos esta expresión del trabajo de ALBAN GOGNEL (2003) L'exclusion sociales (Les métamorphoses d'un concept), Paris: Harmattan. Para él «les vocablesperroquets» son aquellos que «siempre es posible hacerles decir lo que se quiere, acorde al punto de vista del autor y del dominio de competencia considerado (científico, político, literario, social-)» (pág.16).

[2] Un argumento como el esgrimido por BAUMAN es suficientemente potente y legitimador de la existencia de tales políticas así como de la presencia de los diferentes profesionales en materializarlas: para nuestro sociólogo, muchas personas podrían encontrarse en situaciones de urgente supervivencia si no contaran con muchas de las ayudas que van vinculadas a estos instrumentos y recursos que los estados promueven a favor de determinados grupos ciudadanos (2003).

[3] Esta referencia a un Estado escasamente protector se entiende cuando se contextualiza esta definición en el ámbito latinoamericano. Desde luego España no vive esta situación aunque no pueda afirmarse que el Estado de Bienestar se lleve a cabo en toda su extensión en tiempos de neoliberalismo y mercado. Para profundizar este argumento confróntese el texto de NAVARRO (2002), GARCÍA ROCA (1998, 1992) y CASTELLS (2000).

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