Opresión y representación de lo femenino. Apuntes sobre la capacidad de agencia y la fortuna moral

AutorLeticia Naranjo Gálvez
Páginas177 - 202

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El presente escrito surge en el contexto de una investigación sobre las posibilidades de la agencia humana1. En el camino seguido por dicha investigación, a su vez, se ha terminado por seguir las huellas trazadas por tres conceptos cuyas conexiones se han revelado como fundamentales en cuanto al objetivo de plasmar un modelo plausible del agente humano que delibera y toma decisiones moral y/o políticamente relevantes. A saber: las nociones de representación, opresión y fortuna moral. La articulación de estos conceptos y de las relaciones que pueden unirles, se convierte en una tarea difícil pero también, y por ello mismo, necesaria, dada la pertinazPage 178presencia del obstáculo impuesto por nuestra autoimagen como cultura occidental moderna. De este modo, el hacernos concientes de la carga histórica e ideológica de dicha autoimagen, trae consecuencias importantes para el intento de modelar (lo más acertada u honestamente que se pueda) a los agentes morales y/o políticos, al tipo de experiencias que les caracterizan como tales, y a los peligros que pueden frustrar el ejercicio de su capacidad de agencia. Y ello se debe, en gran parte, al hecho de que una de esas experiencias es, precisamente, aquella que acaso resulte más difícil de definir, de poner en palabras, y de hacer conciente, tanto por parte quien la sufre, como por parte de quien la hace sufrir a otro(s): la opresión2. En especial, aquella forma de opresión consistente en la imposibilidad de poder “relatarse a sí mismas”, por parte de las mujeres que viven en el contexto de sociedades patriarcales, como la nuestra. Esto último no sólo vale para el así llamado ámbito de “lo privado”, es decir, para aquellos espacios domésticos en los que se supone que las relaciones interpersonales no están mediadas por las leyes escritas en las constituciones políticas, ni en los códigos aplicados por el poder judicial ni, en general, por el poder del estado y de sus instituciones formales. También opera dentro un ámbito que, a su vez, hace parte de lo que se ha dado en llamar el “espacio público” y, dentro él, concretamente, determina buena parte de aquellas formas de praxis que rigen la producción y puesta en circulación de los discursos y de las representaciones públicamente compartidas; esto es, la re-producción simbólica de la vida en sociedad.

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La tradicional división entre lo público y lo privado, a la luz de la opresión y de su aspecto simbólico

Uno de los puntos de partida del presente ensayo es la consideración de que el análisis de algunas de las experiencias determinantes para las posibilidades de ejercer la propia capacidad de ser-agente, por parte de los individuos, experiencias tales como la vivencia de la opresión y, dentro de ésta, aquella que se ha mencionado y en la que aquí se ha de insistir (la imposibilidad de “narrarse a sí mismas” por parte de las mujeres en contextos patriarcales), demuestran que la división público-privado debe ser matizada, o usada con suma precaución; incluso, puesta bajo sospecha. Pues, en el mejor de los casos, tratándose de analizar ciertas situaciones, dicha división puede resultar irrelevante y, en el peor de ellos, puede convertirse en una cortina de humo, y hasta en un escollo para el logro del objetivo político de la igualdad. No entendiéndose por esta última una igualación en lo que se refiere a una supuesta “esencia” humana, sino orientado al fin de que las conquistas políticas –es decir, logradas en el contexto de las discusiones desarrolladas en el ámbito “formal” de “lo público”–, faciliten una emancipación real dentro de esos espacios que algunos considerarían parte de “lo privado”. Esto es, pequeños escenarios de interacción social en los que transcurre la vida, tales como el hogar y los lugares de trabajo; así como aquellos otros espacios de encuentro social no regidos, en principio, por las leyes o las instituciones “formales”, sino más bien determinados por la carga simbólica de las reglas no escritas, pero sí eficaces, de las instituciones “informales”3.

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Estas últimas, si bien rara vez se explicitan o se hacen conscientes, sin embargo, son las que terminan por dirigir el curso de la vida en comunidad en aquellos ámbitos de interacción a los que se considere, según el momento histórico, como “públicos”, pero también en esos otros escenarios a los que se designe como “privados”. Y todo ello, de un modo tal que esas reglas de juego de las instituciones informales a veces facilitan, pero otras veces entorpecen el cumplimiento de las leyes formales, por las que tanto han luchado los movimientos sociales emancipatorios, entre ellos, las diversas corrientes históricas del feminismo. El punto al que voy es que, junto con las leyes formales discutidas en los foros públicos, leyes que no dejan en absoluto de ser importantes, hay que tener en cuenta la enorme carga simbólica de las reglas de juego de las instituciones informales y de los imaginarios sociales4 con los que se entrelazan, y en los que se apoyan. Y ello, entre otras razones, por sus consecuencias, que algunas veces pueden ser temibles. Como ejemplo de éstas, me atrevo a mencionar, y sin temor a exagerar, la violencia de género y otras formas de violencia ejercida sobre aquellos grupos que, como veremos más adelante, en virtud de tales imaginarios sociales, son percibidos, como “periféricos”, “desviados de la norma”, o como teniendo un bajo estatus social Y ello, aun cuando lo que se diga y se sancione a nivel público intente contradecir la inercia de dichos imaginarios.

De esta forma, si la separación público-privado no se considera aquí un punto de partida tan claro o, por lo menos, uno con el que se deben tomar ciertas precauciones, esto no obsta, sin embargo, para que se señale la importancia de lo permeables que son ambas esferas la una a la otra; lo cual refuerza la idea de que no resulta viable considerarlas como radicalmentePage 181separadas. Y, por esta vía, habría que examinar las consecuencias que a veces traen los cambios en una esfera, a nivel de la otra. En otros términos, creo que si bien en muchos casos una separación tajante entre lo público y lo privado, resulta distorsionante y poco o nada reveladora de la forma en la que transcurre la “vida real” de las personas, sin embargo, es importante que se enfatice el que existen caminos de ida y vuelta entre dichas esferas. O mejor, que hay múltiples hilos que, al entretejerlas a ambas, explican por qué el hecho de que los grupos oprimidos logren, en algunos momentos, acceder a las discusiones “públicas” –y no sólo en el ámbito de sus foros “formales–, con el fin de obtener cambios en las instituciones formales y en las leyes, puede, a su vez, facilitar el que, precisamente, esos mismos grupos se hagan públicamente “más visibles” mediante su participación en dichos debates. Y por tanto, también el que se torne menos fácil su condena a la invisibilidad social, a la ignorancia popular sobre sus experiencias y forma de vida, a su ridiculización mediante estereotipos, a su estigmatización y, en síntesis, a diversos medios simbólicos mediante los cuales se puede ejercer alguna forma de opresión en contra de ellos; y no sólo en el espacio público, sino también en el privado.

Por lo anterior, puede, entonces, considerarse que eso que se ha llamado “público” y eso otro que se ha llamado “privado” pueden ser vistos más bien como espacios flexibles, permeables y solapables, que unas veces se amplían y se hacen más transparentes; pero otras veces se encogen, se hacen más opacos el uno al otro, y oponen más resistencia a la mirada crítica. Y todo ello, hasta el punto en que su separación se torna en una convención de la que debería hacerse un uso bastante cuidadoso y sobre la que siempre cabe sospechar o, por lo menos, tomar con precauciones. Habría entonces que considerar que las reglas de juego de las instituciones formales, así como las reglas que operan a nivel de las instituciones informales, traspasan esos ámbitos quePage 182han sido designados con los motes de “lo público” y “lo privado”, situándose, por tanto, en esta dinámica, la suerte de aquellos grupos que pueden ser víctimas de los diversos mecanismos de opresión. Por esto, los cambios que puedan mejorar la situación de dichos grupos, a nivel de las instituciones formales, cambios que, sin dejar de ser, como ya he dicho, importantes, sin embargo, también pueden, en algunas ocasiones, no permear del todo la manera efectiva de operar de las instituciones informales que rigen la vida cotidiana de muchas personas que son víctimas de opresión, entre ellas, las mujeres. De allí que, en mi opinión, resulta ser de la mayor importancia insistir en el papel determinante que juega cierta porción del así llamado “espacio público”: aquella que funciona mediante reglas que no están escritas y que, tal vez por ello mismo, tardan aún más en cambiar que aquellas otras que sí lo están. Me refiero a esa reglas del juego que tienen más qué ver con los estereotipos, con las imágenes, con las representaciones, con los discursos más o menos rigurosos, desde aquellos con las mayores pretensiones científico-académicas5,Page 183hasta aquellos otros que se consideran como pertenecientes a la cultura popular y que, hoy en día, tienen su nicho más importante, tanto en pequeños espacios de interacción que son determinantes en el transcurso de la vida diaria de las personas –tales como la escuela, el lugar de trabajo, el hogar–, como en el gran teatro en el que parece que la vida de todos es escenificada, para bien y para mal: los medios masivos de comunicación.

Precisamente por ello, pienso que, para quien es víctima de estas formas...

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