El oficio del jurista.

AutorUmberto Romagnoli
CargoUniversidad de Bolonia
Páginas13-29

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1. De las pandectas a la crónica negra

Muchísimos juristas, incluidos los del trabajo, que gustan de autorrepresentarse como técnicos imparciales, poseedores de un saber especializado de por sí neutral, guardianes intransigentes de verdades absolutas, consideran una ofensa oír decir que su actividad profesional es encubiertamente política. En efecto, reaccionan con el tono escandalizado de las heroínas de las novelas populares que ven mancillada su castidad.

Sin embargo la opinión pública se ha hecho otra idea. Sin quererlo. Es más, ha lamentado ciertamente las ocasiones que le han permitido formarse una.

La última vez se remonta al 2002 cuando las Brigadas Rojas mataron a Marco Biagi2. Pero había sucedido antes, en 1999, cuando mataron a Massimo D’Antona3; en 1988 cuando mataron a Roberto Ruffili, historiador de las instituciones y constitucionalista, como Vittorio Bachelet, también él asesinado; en 1983, cuando atentaron contra la vida de Gino Giugni4con intenciones homicidas que no se cumplieron sólo (por milagro se suele decir en estos casos, pero en realidad) por la impericia de los asesinos, y algún tiempo antes habían matado a Ezio Tarantelli,

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cuya profesión de economista del trabajo continúa confundiéndose, en el aproximativo vocabulario periodístico, con la de jurista del trabajo. Actualmente se sabe que Pietro Ichino5vive como puede un "blanco de los terroristas" y bajo vigilancia de la escolta armada que le ha sido asignada dos días después del asesinato de Marco6.

Afortunadamente sin analogías fuera de mi país, todos estos hechos son muy perturbadores. Y sin embargo sobre los mismos tampoco la capa de los operadores jurídicos italianos se ha interrogado. Ha conmemorado, ha condenado, ha sufrido. A continuación, se ha apartado. Que yo sepa el silencio ensordecedor ha sido roto por un instante por Gian Guido Balandi, cuando en la apertura de un debate público se preguntó "cómo el 19 de marzo -fecha de la muerte de Marco- había cambiado el Derecho del trabajo", y por Luigi Mariucci: "si no resolvemos por qué el derecho del trabajo ha sido ensangrentado no podremos ya hacer nuestro oficio". Aunque quizá más teatralizante de lo necesario, el lenguaje se desliza por una retórica apocalíptica7. Expresa sin embargo la exigencia asumible de "empujar la noche más hacia allá"8para reflexionar sobre un rol profesional que ha atraído la atención criminal de individuos dispersos como esquirlas de metralla que no sabría definir sino como antropológicamente diferentes de los comunes mortales, porque las crónicas cuentan que sólo un imaginario envenenado como el aire de los pantanos los ha logrado encontrar y ponerlos juntos. Son demasiadas las cosas que ignoro sobre su personalidad y sus historias de vida. No sé cuando ni cómo se han acercado a cuestiones más grandes que ellos y qué caminos han recorrido para abordarlas; qué escuelas han frecuentado y qué lecturas han hecho. Sólo sé que es gente que, no apenas la visibilidad mediática del jurista descubre la objetiva dificultad de trazar nítidas fronteras entre su oficio y la esfera de la política, se asombran por ello y, en la imposibilidad de darse una explicación a causa de la indigencia del patrimonio cultural que poseen, extreman -hasta hacer de ello el símbolo del Mal- la que les parece una diabólica ambigüedad, que sin embargo pertenece al orden natural de las cosas.

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Las torvas ejecuciones sobrevenidas en el arco de poco menos de veinte años no sólo producen un desconsuelo general. En el caso de Marco Biagi, la irrupción de la criminalidad en el debate jurídico-político ha producido un efecto colateral perverso. En efecto, el horror por el delito cometido, según las delirantes declaraciones realizadas por los autores confesos, para impedir la línea de política del derecho elaborada por Biagi ha acabado por condicionar y restringir la libertad de disentir sobre ésta. De hecho, los juristas que pretenden realizar críticas a los revisionismos que postulan una concepción del trabajo, de su rol social y de su derecho ajena al pensamiento jurídico que se ha ido afirmando en el arco de varios decenios, pueden no soportar la presión psicológica de quien les acusa de simpatizar con una izquierda "radical de palabra y capaz sólo de generar un estado de frustración que puede preludiar la opción trágica de las armas"9. Es cierto que la politicidad intrínseca del oficio de jurista es algo distinto de la relación que eventualmente se establezca entre cada jurista con el poder público, especialmente si éste no se desarrolla sobre bases respetuosas de la distinción de roles: lo que no se verificó en el caso de Marco, sin que sea culpa suya. No obstante, en el clima creado por las oleadas de emotividad popular cabalgadas por campeones de windsurfing como a menudo lo son los mass media, incluso el disenso lícitamente expresado respecto de las ideas del asesinado puede aparecer como una forma indirecta de sustentación de los asesinos. Esta es la única, pero decisiva explicación del por qué del "velo de turbación y de división que continúa pesando sobre el nombre de Marco Biagi"10, no la de que él hubiera aceptado "mancharse las manos en el rol de técnico al servicio de la política (...) fuera el que fuera el color del gobierno en el poder"11.

En una época política turbia como la actual que da lugar fácilmente a burdas instrumentalizaciones, no se puede ni impresionar ni convencer a nadie exhibiendo como un trofeo la propia bipartizanship y atribuyendo a las propias ideas un valor que trasciende la pertenencia política. "Los juristas del trabajo que creen poder ponerse por encima de las políticas más o menos contingentes", advierte un jurista inglés con el prestigio de Lord Wedderburn, "o son ingenuos o no son honrados consigo mismos y con los demás". Actitudes de este tipo o son un autoengaño o son el fruto del árbol de las ideologías que, como decía Norberto Bobbio, "está siempre verde". En el primer caso, se termina olvidando que, en sintonía con la esencia de la ciencia jurídica, que es una ciencia eminentemente dialógica, los argumentos del jurista son argumentos y siempre lo son: es decir, refutables tanto de lege lata como, y sobre todo, de lege ferenda. En el segundo caso, se tapan los ojos para no ver cuanto hay de ideológico en la superación de la dicotomía derecha-izquierda, porque los dos términos "indican programas opuestos respecto a muchos problemas cuya solución pertenece a la acción política, contraposición no sólo de ideas,

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sino también de intereses y de valoraciones sobre la dirección que debe darse a la sociedad"12.

No es que los mass media se equivoquen (y hagan equivocarse) divulgando la tesis según la cual se trata de víctimas de un terrorismo que hace de ellos mártires del reformismo. El análisis está desenfocado en la medida en que "reformismo" es una palabra que ha dejado de hablar. Desgastada por un uso sin criterio, ya no tiene un significado preciso al menos desde cuando se formulan propuestas o se efectúan decisiones que, bajo el signo del reformismo, comportan reducciones de los niveles de protección a cuya mejora el derecho del trabajo debe su éxito y su popularidad. Sea como fuere, lo que los grupos de asesinos fanáticos juzgan una herejía no es sino la epifanía de la naturaleza de compromiso que tiene un derecho como el del trabajo, el cual, aun concediendo al trabajo la palabra, le prohíbe simultáneamente levantar demasiado la voz. Por eso es del trabajo en la misma medida en que es sobre el trabajo. Es tan sólo el constructum histórico de un proceso político en el que interviene una infinidad de factores que interactúan en una relación recíprocamente cooperativa y a la vez conflictiva. Uno de éstos es sin duda la cultura jurídica, o sea la cultura de los juristas.

2. La cultura de los juristas

Por cultura jurídica debe entenderse la cultura de los juristas y en general de los operadores jurídicos, pero no sólo aquella que se alimenta de la literatura especializada y se basa en el dominio de los aparatos normativos y en la memorización de la más actualizada casuística judicial. La cultura jurídica es también el conjunto más o menos organizado conceptualmente, más o menos sedimentado y más o menos amalgamado de las ideas, incluidos los prejuicios, de las categorías de pensamiento, de los paradigmas y de las nociones que juristas-escritores y jueces utilizan en el ejercicio de su oficio para interpretar su tiempo, valorar y optar, y también posicionarse. Pertenecen todos a la familia de los intelectuales, aun en general del área jurídica.

Como escribió con aguda auto-ironía un admirado pensador francés desaparecido hace pocos años13, el jurista -sobre todo si está implicado en la actividad jurisdiccional- "doit garder un pied dans son atelier et continuer à réparer les chaussures". Sin embargo, si no se puede perder entre las nubes de la abstracción, no es tampoco un zapatero remendón. Su oficio no puede exonerarlo de tener en la cabeza una idea menos mediocre que la de defender con uñas y dientes la posibilidad de no tener ideas y de contentarse con ello. Una excusa de esta naturaleza no está contemplada en el estatuto epistemológico del oficio de los expertos del tratamiento (sub specie de interpretación y de aplicación) de los materiales normativos. En cada

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uno de ellos, incluso el más modesto y el menos sensible a los input de carácter externo, dormita siempre, si no el estudioso en sentido estricto, al menos un trabajador del conocimiento.

Habitualmente, en efecto, cada uno de nosotros no puede desarrollar su oficio sin la brújula que se ha fabricado, o le han dado, independientemente de su propensión a servirse de ella. Así, para dar un ejemplo de entre tantos posibles, sobre las severas líneas...

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