Obsesión securitaria e ilegalismos populares en Francia, desde principios de 1980

AutorRoberto Bergalli/Iñaki Rivera Beiras
Páginas99-143

Page 99

La explosión

de inseguridad en las barriadas france-sas se ha convertido en un tema inevitable de debate político, electoral y mediático. Los discursos inquietantes o alarmistas, los dossieres especiales y los reportajes espectaculares se suceden y se multiplican relegando a un segundo plano secciones enteras de la actualidad social y política del país. Analistas, «expertos» y ensayistas de la seguridad profetizan sobre un fondo cartográfico de la delincuencia, la configuración de zonas de «no-derecho» en manos de delincuentes cada vez más jóvenes, más reincidentes y más violentos, mientras que los diferentes partidos políticos, de todas las tendencias, invocan la «demanda de seguridad» de sus electores para reclamar una acción más enérgica de la policía y de la justicia. Desde mediados de los años de 1990, la seguridad urbana se ha convertido así en una de las principales prioridades de los diferentes gobiernos a las que les destinan importantes recursos materiales y legislativos.

Page 100

Para comprender esta extraordinaria inflación del tema de la seguridad en nuestra sociedad, es importante analizar la configuración —como la entendió Norbert Elias—1en la cual toma sentido, es decir, se debe resituar el conjunto de las cadenas de interdependencia que conectan entre ellos a múltiples agentes sociales pertenecientes a universos tan diferentes, como la policía, la política, la prensa, la universidad, la empresa, etc. Esto implica, por lo tanto, sacar a la luz los equilibrios fluctuantes de las tensiones y relaciones de poder entre estos distintos protagonistas, haciendo hincapié en su historicidad y en las visiones del mundo que vehiculan. En efecto, un «problema social» no existe por sí mismo: para llegar a este estatus tiene que haber un verdadero trabajo social. Toda transformación social no se convierte en un problema social y hace visible una situación particular, sino que implica la acción de grupos socialmente interesados en producir una nueva categoría de percepción del mundo social con el fin de actuar sobre este último.2Esto equivale a decir que a los cambios objetivos, sin los cuales el problema no se plantearía, se añade un trabajo específico de enunciación y formulaciones públicas, es decir, una empresa de movilización que cada vez hay que cuestionar y sacar a la luz. Es lo que me propongo hacer aquí, relacionando las transformaciones morfológicas de los barrios populares franceses con las evoluciones de los métodos de percepción de la «violencia» de los adolescentes de estos barrios y los efectos de los esfuerzos cada vez mayores que realiza la policía para la resolución de tales «desórdenes urbanos».

Page 101

Degradación social y desafiliación

La expresión «barrios populares» hace esencialmente referencia a grandes conjuntos de las periferias urbanas llamados en Francia «banlieues» y, en menor medida, a los antiguos barrios obreros que se encuentran en el centro de grandes ciudades.

Estos barrios han conocido grandes evoluciones desde la década de 1960 hasta hoy. Construidos entre 1950 y 1970, estas grandes urbanizaciones de nombres sugerentes como «ciudad de las 4.000» (por las 4.000 viviendas que contiene) en la Courneuve, «ciudad de las
3.000» en Aulnay sous Bois, etc., tenían por objeto establecer una respuesta racional y planeada a la cues-tión del alojamiento y, más ampliamente, al desarrollo urbano. Estaban destinados a reabsorber las barracas, numerosas en esta época, a mejorar la condición de las familias «modestas» y acercar a los trabajadores a sus fábricas.3Estos esfuerzos «para colocar al pueblo» deben, en efecto, relacionarse con el aumento de los efectivos obreros que pasan de 6.485.000 en 1954 (33,2 % de la población activa) a 8.191.000 en 1975 (37,2 %), con un crecimiento del 1 % por año entre 1954 y 1978. En 1974, la concentración de la mano de obra en las grandes fábricas alcanzó su cumbre, con 2.600.000 empleos de obreros no cualificados de tipo industrial.4 Si bien la visión retrospectiva de este período tiende a presentarlo como una edad de oro que sin duda no

Page 102

fue,5el mismo no deja de ser un período de progreso social para muchas familias trabajadoras francesas que podían finalmente acceder a una cierta comodidad (agua corriente, electricidad, etc.) y que parecían tener final-mente un futuro.

La salida progresiva de las familias más acomodadas que acceden a la propiedad, la llegada de familias inmigradas y la precarización de los que permanecen bajo el efecto de la crisis económica modificaron profundamente la morfología social de estos barrios.

En primer lugar, bajo el efecto de las políticas liberales en materia de alojamiento promovidas durante los años de 1970, las capas más favorecidas de estos barrios (principalmente los obreros cualificados [OQ])* los abandonaron progresivamente para construirse chalets en las numerosas urbanizaciones que afloraron en esta época en Francia.6 Este movimiento, el cual se inscribe en la continuidad de un ascenso social y residencial, es una causa y a la vez una consecuencia de la evolución de las cités HLM (viviendas de protección oficial, según sus siglas en francés). Por una parte, la causa de esta despoblación es la llegada de familias inmigradas (sobre todo argelinas y marroquíes), realojadas por los gobiernos civiles.7En efecto, a pesar de sus condiciones precarias

Page 103

de vivienda, en las décadas de 1970-1980, estas poblaciones quedaban en gran parte excluidas del acceso al parque de viviendas sociales. Sólo gracias a una política gubernamental voluntarista acabarían accediendo a las mismas, acelerando así la salida de los obreros cualificados y de las clases medias: los edificios que se vacían son los primeros en ser utilizados para su realojamiento. Por otro lado, las consecuencias —sobre todo económicas— del vaciamiento de edificios provocado por estas salidas, empujaría a los arrendadores sociales (privados o municipales) a abrir el parque de viviendas de protección oficial a familias que hasta entonces las habían rechazado. De esta forma se contribuyó a modificar la composición social y comunitaria de estos barrios, precipitando así la salida de ellas y reforzando la concentración.8En el mismo período, la crisis económica afectó duramente los empleos industriales (especialmente a los no cualificados) que ocupaban la mayoría de los habitantes de estas zonas: las empresas hicieron importantes esfuerzos de automatización y las fábricas consumidoras de mano de obra poco cualificada fueron suplantadas

Page 104

por las importaciones procedentes de países del sur. Entre 1975 y 1999, el número de obreros no cualificados pasa en el ámbito nacional de 3.840.000 a 2.163.000, lo que representa una reducción del 44 %. Los empleos no cualificados que desaparecen se concentran en la producción industrial. En los sectores del textil, de la confección, de la manipulación de la madera y del trabajo del cuero desaparecieron en veinte años9las tres cuartas partes de los puestos de trabajo no cualificados Esta situación afecta especialmente a los inmigrantes. En 1999, se contaba con 2.100.000 inmigrados activos (8,1 % del total de población activa). Mientras que los obreros representan un 26,3 % de la población activa, este porcentaje es del 44,1 % entre los inmigrantes. Llega incluso al 58,2 % para los marroquíes y al 48,7 % para los argelinos. Las proporciones son más elevadas aún en el trabajo obrero no cualificado (9,2 % de la población activa) que ocupa a un 19,1 % de los inmigrados; un 31 % de los marroquíes y un 21,5 % de los argelinos.10Las transformaciones inducidas por el paso a un modelo postfordista de producción han desestructurado en profundidad el mundo obrero tradicional. El desempleo masivo y la precarización del empleo no cualificado han hecho retornar una inseguridad y una imprevisibilidad que la llegada de una sociedad salarial (basada en el crecimiento económico y un fuerte Estado social) había reducido en gran medida. Esta desobjetivación del asalariado desestabiliza al mismo tiempo a los trabajadores fijos y crea desafiliación.

Ya antes de 1975, el desempleo de los obreros era superior al de las demás categorías sociales. Los obreros sufrían, más directamente que otros asalariados, las con-

Page 105

secuencias de las transformaciones del aparato de producción. Con la crisis, el desempleo aumentó mucho, y en particular, el de los trabajadores mayores. Los empleados y los obreros fueron las categorías socioprofesionales más afectadas. En 1999, las tasas de desempleo de estas categorías fueron superiores al 14 %, y para los inmigrantes, superiores al 21 %.

Más tarde, las transformaciones industriales y, en particular, la producción flexible (stock cero) extienden el recurso a los trabajadores interinos y temporales. En 1995, un 14 % de los obreros, o sea un 25 % de los obreros no cualificados tenían un contrato de duración limitada: es decir, de interinidad, aprendizaje, contrato de duración determinada o período de prácticas en empresa. La proporción de tales empleos sólo ha sido del 9 % entre el conjunto de los asalariados.11En marzo de 2001, el 17 % de los trabajadores por cuenta ajena no cualificados tuvieron contratos temporales, como interinos, o en período de prácticas, contra un 7 % de los asalariados más cualificados. En 1982, las formas particulares de trabajo eran básicamente contratos temporales y sólo representaban un 4 % de los empleos no cualificados. Si los contratos temporales y los de prácticas se extienden de manera bastante uniforme en todas las profesiones no cualificadas, los contratos de interinidad son específicos del mundo obrero. En marzo de 2001, el porcentaje de...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR