Cuestión social-cuestión penal en la novela realista española del XIX (a propósito de La Tribuna y El Intruso).

AutorJuan Mª Terradillos Basoco
CargoCatedrático de Derecho Penal. Universidad de Cádiz
Páginas247-262

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1. Introducción

Se ha venido acudiendo al eufemismo "cuestión social" para aludir al conglomerado de situaciones y problemas surgidos en torno a las pésimas condiciones de vida y a la explotación laboral que caracterizan al desarrollo inicial de la industrialización capitalista2.

En ese marco se generan situaciones de conflicto, ya internas a la prestación de trabajo (explotación, huelga, siniestralidad laboral), ya vinculadas a la acelerada evolución política (cuestión religiosa, relaciones hombre-mujer, etc.), ya determinadas por la incipiente intervención pública (reglamentación, orden público, sistema sancionador), a las que el sistema va dando respuestas distintas.

2. La tribuna

La Tribuna (1882) fue recibida como una puesta en práctica del credo naturalista, lo que es, en primer lugar, una opción metodológica: los párrafos en los que describe el proceso de elaboración de los cigarros, o el ambiente de las obreras de la fábrica revelan un cuidadoso estudio y una fina capacidad de observación3.

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Pero la opción no es sólo de técnica o de estilo: reproducir la vida cotidiana significa reproducir el hecho social, y, en la época en que transcurre la acción, el primer activismo revolucionario. Como novela realista que es, La Tribuna traza una completa sociología de la pobreza: en la comida, en el vestido, en la vivienda, en las perspectivas personales (madre tullida en condiciones deplorables), en el trabajo (tanto del padre artesano autónomo, como de Amparo, trabajadora industrial)4, etc.

Una situación de pobreza que para los Códigos penales de la época camina por la estrecha senda que separa la marginalidad de la delincuencia. En efecto, el de 1848, castiga la mendicidad habitual -sin licencia- con pena de arresto mayor (art. 263). Y mayor es la pena reservada a los vagos, considerando tales no a los voluntariamente desafectos al trabajo, sino a los menesterosos desempleados5. Lo que resulta de especial gravedad: después de expulsar a los campesinos de sus tierras -tal como ocurre a alguna de las trabajadores de la fábrica de tabacos, La Granera- y de ponerlos en manos de una estructura que aún no puede absorber toda su fuerza de trabajo, se les supone voluntariamente vagos, y se les castiga como a delincuentes6. El Código Penal de 1870 pasará a considerar la vagancia, definida en términos idénticos a los de su predecesor, como agravante, transformándola incorrectamente en indicio de mayor culpabilidad7.

La Tribuna no se limita, sin embargo, a la descripción "realista" del medio. A ésta se añade la de los sujetos actuantes: es la primera novela española de protagonismo obrero; protagonista femenina, además, que no se limita a ser ama de casa, aristócrata o niñera; Amparo es, sobre todo, activista obrera. Denuncia la explotación en el trabajo, pero también su vertiente específicamente femenina, reivindicando no sólo un mayor nivel de instrucción de la mujer, sino también su doble papel de madre y trabajadora, lo que, en la época, constituye un sustancial avance de perspectiva8. Téngase en cuenta que la Constitución de 1869 fue aprobada por un Parlamento elegido por sufragio universal masculino.

Con todo, la perspectiva más innovadora, bien que preterida en la literatura especializada, que ofrece La Tribuna al lector, es la relevancia que reconoce al colectivo trabajador. El fondo constante del relato no es el de una colectividad invertebrada: La Tribuna es la primera novela de la solidaridad obrera.

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Y la primera novelación -aunque limitada- del nacimiento del movimiento obrero.

2.1. Argumento

El marco cronológico de la narración coincide prácticamente con el "sexenio revolucionario", desde la Gloriosa, de 1868, al pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, en 1874, si bien la novela concluye un poco antes, con el advenimiento de 1873 de la República Federal.

El hilo conductor de la narración viene dado por la peripecia personal de la protagonista, Amparo, y por la evolución acelerada del entorno social y político, ambas perfectamente integradas.

Se ha dicho que en el argumento se yuxtaponen dos historias, la de "una relación socialmente imposible entre una proletaria, la cigarrera Amparo, y un burgués, el joven teniente Baltasar, que desemboca en el embarazo de aquélla y el nacimiento, en las últimas páginas, del hijo de ambos", y la del "proceso de gestación, a lo largo de la crisis política del invierno de 1872-1873, y alumbramiento, en febrero de este último año, de la I República Española; gestación y alumbramiento tan sincronizados con los del hijo de la cigarrera, que cuando éste nace una voz grita en la calle: «¡Viva la República Federal!»9. En el bien entendido de que ese "proceso de gestación", con sus avances y contradicciones, con sus antecedentes y futuribles, es no sólo el escenario, sino el marco condicionante de la relación entre la cigarrera y el militar.

2.1.1. AmpAro

2.1.1.1. La peripecia personal

La evolución personal de Amparo arranca de la inicial aceptación de su condición de menesterosa y de cierta fascinación -lejana por imposible- por las clases superiores10, para pasar al posterior activismo político y a una crítica de los privilegiados que, sin embargo, convive con la "natural" aspiración a casarse con un miembro de la burguesía; finalmente, concluye constatando la frustración de su proyecto personal y el fracaso de la ansiada capilaridad social, lo que es, a su vez, fracaso del proyecto revolucionario11.

El embarazo de Amparo, fruto de unas relaciones sexuales que Baltasar logra a través de la promesa engañosa de matrimonio, da lugar a alguna de las situaciones más tensas de la novela, ya que la resuelta líder obrera pier-de claridad y argumentos cuando trata de enfrentarse al engaño de quien

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le garantizaba una progresión social que su trabajo en la fábrica no podría nunca brindarle.

El diálogo de Amparo con su madre es conmovedor: "¡Sinvergüenza, raída, eso de mí no lo aprendiste!... -Me ha dado palabra de casamiento. -¡Y te lo creíste! -No sé por qué no... Yo soy como otras, tan buena como la que más... Hoy en día no estamos en tiempos de ser los hombres desiguales... Hoy somos todos unos... se acabaron esas tiranías. -El pobre, pobre es... Tú te quedarás pobre, y el señorito se irá riendo..."12.

El diálogo es conmovedor, pero también muy ilustrativo de dos modos de afrontar el conflicto: aceptación resignada, por un lado; resolución, no carente de utopía, por el otro.

Y la pobre Amparo, pobre queda, abandonada por un Dios al que ruega el castigo del seductor, y por una revolución social, que pondrá las cosas en su sitio, pero que no acaba de llegar. Ni siquiera de la mano divina. Éstas son sus palabras: "¡La comprometida, la engañada y la perdida soy yo!... Y cuando venga la nuestra..., o te hacemos pedazos o cumples con Dios y conmigo. ¿Entiendes, falsario ... ¿Tú no tienes miedo a condenarte Pues si mueres así..., más fijo que la luz que te condenas. Y si viene la federal..., que Dios la traiga y la Virgen Santísima..., te mato, ¿oyes , para que vayas más pronto al infierno"13.

Amparo sucumbe a la impotencia, gritando su desesperación, sin ser oída, ante los altos muros de la mansión de Baltasar, pero no recurre a la vía que le abre el Código Penal de 1870, que condena con pena de arresto mayor al responsable de estupro engañoso (art. 458), imponiéndole también la obligación de dotar a la ofendida y de reconocer a la prole (art. 464). Probablemente la distancia social entre víctima y victimario era demasiado lejana como para que la modesta cigarrera pudiera pretender siquiera tener acceso al proceso penal14.

Opta también Amparo por el alumbramiento de su hijo, y no por el posible aborto para ocultar su deshonra, delito castigado con pena de prisión correccional en sus grados mínimo y medio. Hay que observar al respecto cómo la fuerte reducción de pena que comporta esta finalidad, que tiene idénticos efectos atenuatorios en el infanticidio, no responde a una hipervaloración, por parte del legislador, de la (apariencia) de "honra" en la mujer; honra cuya exhibición, por cierto, corresponde a los hombres, y, en particular, a los maridos. No es que ante ese pretendido bien jurídico ceda el valor del bien jurídico vida del neonato o del feto. Por el contrario, el legislador penal se pone de parte de la mujer, víctima inicial del delito contra -diríamos hoy- su

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libertad sexual. La causa de la atenuación radica en la presunción de fuerte disminución de la capacidad de decisión de la embarazada soltera, como consecuencia de la enorme presión social inherente a la desvaloración de su conducta; que es lo que sucedió a la cigarrera: "Los momentos en que empezó a conocerse su desdicha fueron para Amparo de una vergüenza quemante. Sus pocos años, su falta de experiencia, su vanidad fogosa, contribuyeron a hacer la prueba más terrible".

Mientras, Baltasar, el padre, obsesionado por un matrimonio de conveniencia, representa, en su alejamiento no sólo del "problema" de Amparo sino también de la "cuestión social" que ésta personifica, la inconsciencia y las limitaciones de una burguesía incapaz de tomar la iniciativa ante las perspectivas de cambio revolucionario abiertas por la Gloriosa15.

2.1.1.2. La peripecia "político-sindical"

Las más relevantes situaciones de conflicto que refleja La Tribuna se producen, y de manera señalada, en el entorno laboral de la protagonista.

Ese entorno viene representado por el símbolo y soporte de la revolución industrial, la fábrica: "para Amparo, acostumbrada a venerar la fábrica desde sus tiernos años, poseían aquellas murallas una aureola de majestad, y habitaba en su recinto un poder misterioso, el Estado, con el cual, sin duda era ocioso...

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