Notas para una nueva ley de teledifusión

AutorG. A. Ortiz y J. M. de la Cuétara Martínez
CargoCatedráticos de Derecho Administrativo. Ariño y Asociados. Abogados
Páginas11-48

PRIMERA PARTE. EL PROBLEMA

  1. OBSTÁCULOS QUE AFRONTA LA REGULACIÓN DEL FENÓMENO AUDIOVISUAL

    1.1. PODER, DINERO, INTERESES CREADOS

    Una vez más un Gobierno promete una ley del sector audio-visual. Muchos intentos se han producido antes, y han fracasado (el último, Piqué, en la primavera de 2003). El tema es muy conflictivo; ¿por qué? Para contestar a esta pregunta debemos partir de que por «audiovisual» se entiende, sobre todo, televisión; y la televisión es una actividad singular, cuya buena ordenación choca con tres problemas principales:

    1. Poder. La televisión tiene poder de conformación de la opinión pública y con él, influencia política. Veámoslo a pequeña escala: cualquier pequeño constructor, por ejemplo, desearía disponer de una televisión local como herramienta de presión sobre su Alcalde. Este instrumento -piensa, con bastante razón- le facilitaría contratos municipales, agilidad en la concesión de licencias, buena información sobre proyectos urbanísticos ... Todo ello con un coste relativamente pequeño e, incluso, ganando dinero si hay suerte. A mayor escala, los grandes grupos mediáticos pueden, evidentemente, beneficiar o influir sobre el Gobierno de turno. Aunque la opinión pública no es movilizada al 100 % por una televisión cuya audiencia está bajando, su influencia hoy por hoy sigue siendo alta, sobre todo en lo que se ha dado en llamar «cadenas generalistas». Una cadena de radio con suficientes oyentes tiene efectos similares; la radio y la televisión, sumadas, se potencian mutuamente; si le añadimos periódicos y revistas tenemos un conglomerado mediático francamente poderoso.

    2. Dinero. Además de proporcionar influencia, una televisión puede dar dinero. El negocio de las televisiones, de todas maneras, sin monopolio, es bastante inestable. Como todos lo que actúan en ocio y espectáculos, tienden a saturar al público cuando se desarrollan en un entorno competitivo. El caso extremo es el de las exhibiciones circenses que han acabado haciéndose en las plazas públicas por algunas monedas. La necesidad de mantener la atención del público, cuando hay otros que hacen lo mismo, lleva un círculo vicioso de menores ingresos y menor calidad (que es lo que está detrás de la «telebasura») que acaba depreciando el espectáculo. Si hay monopolio, éste puede dosificarse mucho mejor (por eso sólo ha quedado en España sólo una plataforma de Tv por satélite, para poder rentabilizar los carísimos derechos del fútbol y del cine). Los conglomerados mediáticos, por su parte, son también una defensa contra estos problemas, al sostenerse mutuamente todos sus medios de comunicación. La emisión en cadena es otra defensa. De todos modos, las alegaciones de las televisiones privadas de que la pública les recorta indebidamente parte de la «tarta publicitaria» que es limitada, son ciertas. Como negocio, el de los espectáculos -incluida la televisión- es esencialmente inestable, salvo -repito- un posible monopolio (por eso las Major norteamericanas del cine son tan grandes: buscan ese monopolio, vital par subsistir).

    3. Intereses creados. La televisión como producto tecnológico que es, evoluciona continuamente. Apenas se establece un equilibrio precario en sus múltiples frentes (pública-privada; nacional-autonómica-local; en abierto y de pago; generalista-temática; por ondas, terrenales o satelitales, y por cable....), una innovación tecnológica viene a amenazarlo. Algo que está tan íntimamente ligado al poder y al dinero, soporta mal los cambios. Algunos de estos equilibrios comienzan a realimentarse y generan intereses creados que los mantienen. En tal situación, la presión para el cambio aumenta con el paso del tiempo. Hoy, el gran cambio es la digitalización de la televisión por ondas terrestres (el satélite y el cable ya se han digitalizado) y es, como se está viendo, un cambio muy problemático. Junto a él hay otros cambios en curso (aparición de cadenas locales, televisión interactiva, PPV, VOD por Internet...) que contribuyen a dificultar el mantenimiento del «statu quo», frente a la resistencia del sistema actual que trata de perpetuarse a sí mismo (unos años más, una legislatura más...).

    1.2. LA TELEVISIÓN PÚBLICA. UN CONFLICTO «VERSIÓN-AVERSIÓN»

    La televisión pública estatal, «Radiotelevisión Española», es el paradigma de los tres factores aludidos. Objeto de deseo para los políticos y territorio conquistado para los sindicatos, está asentada en uno de esos equilibrios que se automantienen frente a cualquier propósito de cambio. Tanto es así, que incluso frente al discurso intelectual normal, su resistencia es notable. He aquí un par de muestras:

    Quien haya tenido una mínima curiosidad por la evolución de los medios de comunicación social del Estado en la democracia española, habrá visto como se ha ido deshaciendo de los diarios heredados del franquismo y reconvertido las radios también heredadas, al tiempo que la televisión estatal pervivía con pocos cambios. Lo lógico -pensará- hubiera sido que la televisión hubiera seguido el camino de la prensa escrita y de la radio; pero inmediatamente contraargumentará reconociendo que la transición democrática (con el incierto desarrollo inicial del Estado de las autonomías) requería de un instrumento como RTVE, y que la puesta en marcha de las televisiones autonómicas y privadas le confirió un papel de «contrapoder» nada desdeñable. Por muchas razones, en el primer cuarto de siglo de nuestra reciente democracia, nunca se ha encontrado el buen momento para desmantelar la televisión pública.

    Hoy todos vemos la televisión como un medio de entretenimiento, sin que en nuestra experiencia cotidiana se diferencien en nada las cadenas públicas y las privadas. En este sentido, deberíamos ver a las televisiones como los teatros y cines municipales que, si tuvieron un sentido en épocas pretéritas (el mismo que hoy tienen los Palacios de Congresos), dejaron de tenerlo tan pronto la iniciativa privada pudo hacerse cargo de ellos. Pero esta visión no nos convence del todo; aunque nos riamos del «servicio público» de la televisión, no nos atrevemos a renunciar a él; y aunque denostemos de la televisión «oficialista», en el fondo, aceptamos la lógica de su existencia.

    La televisión pública no se sostiene tal como es gracias exclusivamente al interés político o a la fuerza de sus sindicatos. También se apoya en una cierta aceptación generalizada de su existencia, que no hay que menospreciar. Como europeos, la televisión estatal nos gusta y no nos gusta a la vez; es un claro supuesto de conflicto «versión-aversión», de amor y odio simultáneos, de los que se derivan muchísimos dramas pero no buenas regulaciones, y de los que no es fácil salir.

    1.3. EL COMPONENTE CULTURAL DE LOS PRODUCTOS AUDIOVISUALES

    Llegado este punto, debemos advertir que, aunque la televisión está en el centro de la industria audiovisual contemporánea, no ocupa, ni mucho menos, la totalidad del sector. El audiovisual no es sólo televisión. Sus productos son productos culturales con todo lo que ello significa de integración nacional, valores comunes o creatividad, pero también de negocio y pasiones humanas. Los contenidos audiovisuales radiodifundidos a millones de receptores, crean cultura de masas; transmitidos a pocos pero selectos miembros de un club, crean autoidentificación y diversidad cultural; disfrutados por una persona con su equipo de «cine en casa» constituyen una experiencia individual inédita para anteriores generaciones. El componente audiovisual en la forma de ver el mundo de nuestra juventud es creciente; su forma de disfrute o consumo de los productos audiovisuales es cada vez más compleja; y ni que decirlo tiene, estos productos constituyen un fenómeno complejo de difícil aprehensión.

    Los productos audiovisuales se pueden diferenciar, para simplificar, en dos grandes tipos. De un lado están los autogenerados, los que los usuarios generan con sus propios medios, como son la propia voz, una cámara de bolsillo o integrada en un móvil, una grabadora... y de otro los comerciales, los contenidos creados específicamente para su distribución y venta en cualquiera de los soportes o medios de difusión habituales.

    Los contenidos autogenerados son más importantes de lo que parece. Una vez lograda la universalización de la comunicación escrita en los países desarrollados (todos sabemos leer y escribir, todos recibimos correo), comienza la generalización de la comunicación audiovisual interpersonal a través de las nuevas redes de comunicación electrónica.

    El envío de fotos o postales por correo del pasado está dando paso al de mensajes multimedia, del que tanto esperan, por ejemplo, los operadores de telefonía móvil. Los jóvenes están aceptando plenamente los móviles con cámara y han hecho suya la cultura de la imagen, de tal forma que la comunicación interpersonal sin contenidos audio-visuales originales irá perdiendo progresivamente valor. La foto digital será cada vez más un contenido obligado de los mensajes personales, guardándose el videoclip para las ocasiones señaladas.

    Todo ello hace pensar que los productos audiovisuales autogenerados por los usuarios irán ocupando cada vez espacio en las redes de telecomunicación interpersonal -uno a uno, o uno a varios-, lo que es una buena noticia para sus operadores. Recuérdese que la gran ventaja de las compañías telefónicas tradicionales era que nunca tuvieron que preocuparse de los contenidos que transmitían, puesto que los creaban instantáneamente los usuarios, de viva voz; si los mensajes multimedia siguen este camino, los ingresos por usuario (ARPU) aumentarán y habrá un nuevo florecimiento de la estos negocios. De ahí la afirmación inicial respecto a la importancia de los contenidos autogenerados, algunos de los cuales, por cierto, comienzan a abrirse paso hacia las televisión, donde cada vez es mas normal encontrar tomas de «videoaficionados» (en concursos de humor, en noticias de alcance ...).

    Los contenidos comerciales, a su vez, se dividen en...

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