Nobleza y milicia en el antiguo régimen

AutorEmiliano González Diez
Cargo del AutorUniversidad de Burgos
Páginas167-182

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"Muy cierto es el valor en la nobleza, y el que es caballero es más apto para toda empresa y facción honrosa que el que no lo es; porque estimulado de sus propias obligaciones, comete con resolución animosa y denodado atrevimiento, gallardas ejecuciones en cualquier aventura o riesgo; y en ellos no teme más peligro, que el descrédito de las acciones de vida a todo noble procedimiento, con lo cual se hallan con mejor disposición para los empleos militares, llevando consigo la ventaja de que los proveyó la naturaleza en lo ilustre de su sangre, a quien se comunica la virtud de sus ascendientes____"

Excelencias del Arte militar y varones ilustres, cap. XXXVIII

(Francisco Dávila Orejón, Maestre de Campo, 1683)

1. Desde el medioevo, una rígida tradición estamental

Cuando las Partidas fueron concebidas como expresión del pensamiento jurídico-político del imperio y síntesis del viejo derecho romano-canónico renacido, la máxima autoridad regia de Alfonso X no dudó en asumir sin reserva alguna la teoría social circulante por todos los rincones europeos de los tres estados y asintió a que se positivizara esta jerarquía inmanente con una tipificación genérica de grandes sennoryas para hacer conceptuación de aquellos linajes que ejercen señorío iure hereditario y que ostentan dignidades nobiliarias1. Page 168

La solución jurídica traducía sin más, como no podía ser de otra manera, el brillo ideológico del pensamiento escolástico condensado en la frase: el hombre obra según su naturaleza, y reforzado por esos pilares construidos por la tradición cristiana que servirían de firme basamento para dar continuidad a la ordenación social y política del ya indiscutido orden lógico medieval. Estas situaciones estables del vivir condicionaban el nivel social2.

No olvidemos que partimos de una concepción teocrática del mundo que sostiene una jerarquía social rígida y nivelada, entendida en su conjunto como la manifestación de la voluntad divina donde cada individuo, desde el instante de su nascencia, tiene asignado un lugar y su correspondiente destino y una tarea concreta en la estructura social en la que se inserta. Ni él puede objetarlo ni alterarlo y además la sociedad pacíficamente tiene que aceptarlo3. El nacimiento, el ius sanguinis, por tanto determina a radice el espacio social del hombre en la sociedad, su situación social que será validada por el derecho regio.4

La fusión de la fe con el reino aún perduraba en el sentir general de que la sociedad occidental era sólo y siempre estamental y además se tenía por buena y querida por Dios y por la Corona. No olvidemos que en la mentalidad social del momento todo poder descendía de la divinidad, de tal suerte no podía contravenir tal principio que era tenido como regla universal para garantizar la paz pública ni la convivencia pacífica entre los miembros de la comunidad política.5

Esta mentalidad sacra no evolucionó por estimarse de contenido natural, inmutable y de validez indiscutible en el orbe europeo de la Cristiandad. Estamos ante una sociedad inmovilista desde las perspectivas horizontal y vertical, donde la tierra enraíza a vasallos con naturales, a nobles, eclesiásticos, caballeros6, villanos y pecheros, y perfila la constitución de corporaciones y jurisdicciones; pero en la estructura compleja no existe otra versión más clásica que la estampa fija del orden trifuncional que encierra el infante Juan Page 169 Manuel en su Libro de los estados: bellatores, oratores y laboratores1 en la cual da vigencia el principio personal de estirpe social y afecta la perfección individual al cumplimiento de las obligaciones propias de su estatuto personal.

Y este esquema organicista, jerárquico y cerrado de los cuerpos sociales traduce el sentir y el decir de la época bajomedieval donde miméticamente la tripartición social se reformula en la didáctica política de Fray Juan García de Castrojeriz, Pedro Gómez Barroso8, Pedro López de Ayala y reitera el jurista Raimundo Lulio, quien no duda de adscribir la perfección del individuo a la observancia escrupulosa de sus obligaciones conforme a su situación o estado. El cuadro oficial del buen orden social fija como tarea prioritaria del noble y del caballero, status superior, la guerra a caballo y en fin todo aquello relacionado con el hecho de las armas y las buenas razones de la caballería9.

Recordemos a este respecto el decir del doncel de Juan II Mosen Diego de Valera quien en sus once capítulos del Espejo de verdadera nobleza vierte su ideario político y ético de la nobleza e hidalguía. Siguiendo los pasos de Aristóteles, San Ambrosio y Boecio acepta, a renglón seguido, el borbotón de citas del comentarista italiano Bartolo de Sassoferrato para dibujar con un gran alarde de erudición los tres grandes trazos atinentes al buen caballero: la lealtad y servicio a la Corona, la consideración social política y la virtud de las armas de linaje10. Creyente en la fuerza de la sangre y defensor del orden establecido, para construir su idea política de la nobleza se aferra como ningún otro no sólo a sus lecturas personales sino a los hechos de la vida cotidiana, distinguiendo especialmente las armas de dignidad de las de linaje11.

A la aristocracia y caballería, a los hombres de grant sangre e alto linaxe12, varones de prosapia, se les asignaba con noble intención moralizante una panoplia de valores y virtudes muy positivas, ínsitas todas ellas a su condición social: el coraje, el valor, la lealtad a la Corona, el sacrifico, la entrega, la generosidad, portador del buen consejo, el entendimiento, la firmeza de juicio y la guarda de la poridat.13 Page 170

Titulares de grandes dominios territoriales, señoríos y mayorazgos14, la literatura política de la época les consagra como caballeros abonados en riqueza y poder, despliegan la gobernación política y patrimonial de los regna. Ricos omes, grandes magnates, hidalgos y caballeros sigue siendo los profesionales de la guerra y por ende dispensan los más altos oficios de gobierno y jurisdicción. Es más, será durante la baja Edad Media donde se observa un proceso de engrandecimiento de la alta nobleza enquistado en los círculos próximos de la realeza a los que distinguirá no sólo con donaciones territoriales, cesiones jurisdiccionales sino con oficios y preeminencias de honor y además de distinción jurídica y social15.

La categorización y estratificación de la nobleza titulada obedece a factores de legitimación del poder apoyados en normas legales y costumbres que traducen su posición política como élite de poder y que la iconografía literaria simboliza como altos dirigentes del gobierno y del ejército. En primer término, el duque, asociado en el barroco al poder imperial, viene a encarnar al conductor y caudillo de la hueste imperial o regia; en un segundo nivel se encontraba la dignidad condal como persona que acompaña de cotidiano al emperador o al rey y se presenta asociado a la figura del gobernante, bien en palacio bien en otros servicios señalados de gobernación en las tierras de realengo. Por su condición foránea franca e importación más tardía, el título de marqués quedó en la nomenclatura magnaticia medieval castellana un escalón más abajo que los anteriores, pero continuaba con la tradición de las responsabilidades militares en las marcas o zonas de frontera que devenía de su origen y conjugaba con sus obligaciones de gobierno16; por últimos juez y vizconde que parecen obrar en función de mandato delegado.17 Page 171

En ese revuelto horizonte medieval de grandes y pequeños linajes que tuvo que hacer frente a agitaciones políticas, disturbios y fricciones sociales18, continua la imagen impostada de una sociedad estamental estática y cohesionada que no renuncia a pugnas políticas internas sobre la base de las contradicciones económicas y políticas, caracterizada por aplicar a todas las funciones sociales un cierto grado patrimonial y que consecuentemente originaba derechos19; es decir, estatutos fácticos convertidos en valoraciones jurídicas20.

La acentuación de la idea reposada de la pretensión personal como derechos de los individuos cobró desafuero en tiempos de sus Católicas Majestades cuando la oposición nobiliaria toma como bandera la usurpación de propiedades ajenas sin menoscabo alguno para atropellar la ley y el derecho sobre personas y bienes. Así un testigo como Fernando del Pulgar relata esta acción turbulenta que recorría aldeas y villas a lo largo del país donde se asentaron "las muertes, robos, quemas, injurias, asonadas, desafíos y fuerzas". La nómina es larga: el conde Cabra, sus homólogos de Fuensalida y Cifuentes, el señor de Castronuño, etc. Banderías y soberbia arrogante de la nobleza que requerían respuestas contundentes por parte de una Monarquía autoritaria que una vez desbaratadas esperaron mejor ocasión.

Este punto y aparte fue la coyuntura propicia para una nueva generación de señores y títulos altivos que, aparte de provocar una crisis política interna, pretendieron a ultranza lo que Max Weber denominó la legitimidad básica del patrimonialismo estamental. A la defensa de esta idea tradicional se consagró más tarde el catolicismo estatal21.

2. Continuidad y encumbramiento social en la dinastía habsbúrgica

La Modernidad no cambió en mucho los poderes y derechos nobiliarios después de la revisión llevada a cabo por los Reyes Católicos basada en el reconocimiento y acumulación de más de ochenta títulos castellanos en distintas líneas familiares, que Felipe II ralentiza en un crecimiento controlado22 para desbordarse en el último tramo de los Austrias menores en casi el doble, especialmente con Felipe IV donde se intensifica la necesidad de engrandecer23.

Considerada esta abundante nobleza titulada como fieles servidores de la Corona y aliados de los monarcas...

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