No hay guerras justas

AutorRicardo García Manrique
Cargo del AutorUniversidad de Barcelona
Páginas113-145

"Caballeros, nos encontramos ante un estado de necesidad y la necesidad carece de ley. Nuestras tropas ya han penetrado en territorio belga"

Palabras del canciller alemán VON BETHMANN HOLLWEG ante el Reichstag, el 4 de agosto de 1914, justificando la invasión de Bélgica, a pesar de que Alemania se había comprometido pocos meses antes a respetar la neutralidad belga en la Primera Guerra Mundial. El canciller exageró claramente, como suelen hacerlo los gobernantes en estos casos, haciendo pasar por estado de necesidad los que no era sino un estado de conveniencia. Citado por M. WALZER, Guerras justas e injustas. Un razonamiento moral con ejemplos históricos, trad. T. Fernández Auz y B. Eguíbar, Paidós, Barcelona, 2001, p. 321.

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Habiendo sido preguntado acerca de si se puede hablar de guerra justa, mi respuesta es negativa. Si se acepta que en todas las guerras mueren inocentes, creo, en primer lugar, que casi todas las guerras son injustas, incluyendo las que dicen librarse en defensa de los derechos humanos; y, en segundo lugar, que acaso alguna guerra no sea justa ni injusta: una guerra puede ser necesaria para la supervivencia de un grupo humano y, en este sentido, inevitable y, por tanto, no injusta, aceptando que lo inevitable nunca es injusto. Pero que una guerra no sea injusta no la convierte en justa: ninguna guerra es justa. Las guerras o bien son injustas o bien tienen lugar en circunstancias tales que impiden predicar justicia o injusticia de las acciones humanas, sean bélicas o de otro tipo. No hay, por tanto, guerras de legítima defensa; hay, acaso, guerras en estado de necesidad. En las páginas que siguen trataré de justificar mi opinión1. Page 114

1. La guerra justa: una sospecha y un dilema

La sospecha. Es razonable sospechar que la reciente revitalización de la discusión acerca de la posible justicia de las guerras se debe al intento de legitimar ciertas guerras acontecidas durante los últimos años y alguna más que pueda acontecer en el futuro próximo. Algunos defensores contemporáneos de la doctrina de la guerra justa la aplican precisamente a las guerras caracterizadas de este modo: primero, han sido iniciadas por el gobierno de los Estados Unidos de América y secundadas por gobiernos aliados, sin perjuicio de que, nominalmente, el sujeto activo sea la OTAN o la Coalición; segundo, lo han sido contra países de mucho menor poder militar (Irak en 1991, Yugoslavia en 1999, Afganistán en 2001 y de nuevo Irak en 2003; también han sido agredidos otros países, igualmente débiles, pero basta la referencia a estas cuatro guerras), de modo que en ningún momento hubo dudas acerca de quién sería el vencedor; tercero, son guerras que han tenido lugar íntegramente en el territorio del país enemigo (con la salvedad de que una parte de la primera guerra contra Irak se libró en el territorio de Kuwait), no afectando en ningún caso al territorio de los EE.UU. o sus aliados occidentales; y cuarto, en cada una de esas guerras, la diferencia entre las bajas de unos y otros ha sido enorme (en beneficio, claro está, de los agresores), una diferencia que es aún mayor en lo que toca a las víctimas civiles, entre otras cosas por el hecho señalado de que estas guerras se hayan librado enteramente en el territorio del país agredido, pero también porque la población civil no ha sido respetada en ninguna de las cuatro guerras y ha sido atacada con armas de destrucción masiva (sobre todo, según parece, en la primera guerra contra Irak). Sospecho, pues, que la doctrina de la guerra justa interesa sobremanera al gobierno norteamericano y a los gobiernos aliados (entre ellos, el gobierno español, que ha hecho participar a nuestro país en cada una de esas cuatro guerras, siquiera Page 115 sea de forma poco relevante o simbólica), puesto que son ellos los que han iniciado las guerras, los que han ordenado la invasión de otros países y los que son responsables de las muertes de miles de hombres, mujeres y niños. Quien decide hacer la guerra cuatro veces en sólo doce años necesita buenas razones para ello, razones de justicia precisamente porque la guerra está sujeta a una presunción de injusticia en el discurso ideológico dominante en occidente. Luego los que hoy están interesados en rehabilitar la doctrina de la guerra justa lo hacen precisamente con la intención contraria a la de aquéllos que la formularon originalmente: "La idea de la guerra justa -escribe FERRAJOLI- fue concebida en suma no para legitimar, sino para frenar el recurso a la guerra en tiempos en los que ésta era un medio ordinario de solución de las controversias internacionales"2. Hoy, cuando creíamos que había dejado de ser tal medio ordinario, la doctrina se recupera para justificar que sí puede serlo.

Pero lo peor no es eso; lo peor es que, además, tales guerras no son justas. A continuación, al plantear el dilema de la guerra justa, propondré una guerra acerca de la cual podríamos discutir con seriedad si puede ser calificada así. En cambio, las guerras norteamericanas de los últimos años son guerras claramente injustas, emprendidas por el más fuerte contra algunos de los más débiles, buscando la satisfacción de intereses particulares, evitando optar por medios no violentos, o menos violentos, y causando males sin número. Por eso irrita la misma idea de guerra justa, porque está de nuevo entre nosotros con la mala intención de prestarse a ser utilizada de manera unilateral e irracional para legitimar sólo las guerras norteamericanas3. Y es que, como explica de nuevo FERRAJOLI en relación con el intento de justificar otras injusticias, también a raíz de la aspiración de justificar las guerras injustas podemos decir que "la riqueza, el dominio y el privilegio no se contentan con prevaricar: reivindican además una legitimación moral"4. Porque así se prevarica más y mejor, por más tiempo y con más estabilidad. Ésta es mi sospecha en relación con la idea de la guerra justa y su actualidad. ERNESTO Page 116 GARZÓN VALDÉS ha publicado recientemente un libro titulado Calamidades, en el que las páginas dedicadas a la guerra ocupan una buena parte, como no podía ser de otro modo. Su primer capítulo, dedicado a las intervenciones humanitarias armadas, se abre con una frase de G. H. VON WRIGHT, me parece que escrita en 1992: "Pensar sin tapujos en categorías militares vuelve a ser algo respetable"5. Esta frase explica muy bien a lo que me refiero: el mero hecho de discutir acerca de la justicia de las guerras, en nuestra época, otorga a la guerra, y a lo militar, una apariencia de respetabilidad que parecía haber perdido para siempre. Así son las cosas y así hemos de aceptarlas. Sólo eso, la respetabilidad recobrada indebidamente por la guerra, explica y disculpa que me anime a repetir a continuación lo que ya otros han dicho y escrito mejor en otras ocasiones.

Canallas y proscritos. Enseguida vamos con el previsible dilema de la guerra justa, pero quiero decir antes unas palabras sobre la aparición de nuevos términos en el lenguaje político internacional, que no hacen sino avivar la sospecha apuntada en el epígrafe anterior. En los últimos años, los sujetos estatales pasivos de las guerras que se dicen justas en nuestro tiempo han sido llamados "estados canallas" o "estados proscritos"; en inglés, la lengua utilizada original y mayoritariamente para designarlos, rogue states o outlaw states6. El lenguaje es el de la élite político-militar de los EE.UU., pero también es el lenguaje académico. Desde Washington se llama "canallas" (rogue) a los estados que podrían ser objeto de un ataque militar; y, en su derecho de gentes, RAWLS denomina "proscritos" (outlaw) a los estados que están en disposición de merecer un ataque militar. Ni Washington ni RAWLS son muy explícitos a la hora de determinar los estados de esta clase. El gobierno de los EE.UU., por lo menos desde los tiempos de CLINTON (es decir, mucho antes de septiembre de 2001), maneja una lista de estados canallas de la que se entra y se sale con cierta facilidad. En principio, el criterio es el siguiente: un estado canalla es el estado que no respeta las normas del derecho internacional, eso sí, "tal y como al menos, teniendo en Page 117 cuenta sus propios intereses, las interpretan los estados supuestamente legítimos y respetuosos de las leyes, es decir, aquellos que, disponiendo de la mayor fuerza, están dispuestos a llamar a los estados canallas al orden o a hacerlos entrar en razón, si fuera necesario recurriendo a una intervención armada"7. Un estado que no respeta el derecho internacional es, pues, un estado canalla sólo en principio, y sólo se confirmará como tal en función de una particular interpretación de lo que ha de entenderse por "falta de respeto del derecho internacional", particular en tres sentidos: en primer lugar, porque es sólo la interpretación del gobierno de los EE.UU. y sus aliados, y no la de ningún otro sujeto; segundo, porque es una interpretación que obedece a los intereses particulares de los intérpretes; y, tercero, porque depende de la voluntad de aplicar o no la "sanción" planeada, a saber, un ataque militar preventivo o punitivo, incluyendo o no la invasión del país y el derrocamiento del gobierno. Como consecuencia de este particularismo interpretativo, que un estado viole el derecho internacional no es ni condición necesaria ni suficiente para convertirse en estado canalla; lo que hace falta, sobre todo, es pertenecer al grupo de países que están en el punto de mira de las armas norteamericanas y aliadas, sea por unos u otros motivos. Por eso, como decía, de la lista de los estados canallas se entra y se sale con facilidad, porque los intereses geoestratégicos de los EE.UU. y sus aliados son variables. En última instancia, "un estado...

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