Sesión Necrológica in memoriam del Excmo. Sr. D. Pablo Fuenteseca Díaz (q.e.p.d.)

AutorExcmo. Sr. D. Gonzalo Rodríguez Mourullo
Páginas595-605

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Un famoso cronista gallego tituló uno de los tomos de sus memorias "O libro dos exemplos", para referirse, bajo esa rúbrica, a aquellas personas cuyo conocimiento y trato a lo largo de su vida le habían resultado especialmente enriquecedores.

Si yo tuviera que escribir mi libro de los ejemplos estaría obligado a reservar un lugar preeminente para Pablo Fuenteseca, a quien encontré y reencontré en momentos decisivos de mi carrera académica y cuyas excepcionales cualidades docentes, investigadoras y de maestro universitario integral, contrariando a su apellido, se convirtieron para mí en permanente e inagotable manantial de enseñanzas.

Creo que son estos encuentros personales los que explican que se me haya encargado esta necrológica porque, como es obvio, hay otros Académicos que podrían hacerla con mayor autoridad que yo. Por esa misma razón voy a recordar a nuestro compañero Fuenteseca a través de esos repetidos encuentros.

El primer encuentro se remonta al año 1952 cuando yo inicié la carrera de Derecho en la Universidad compostelana, siendo yo alumno de primer curso y Pablo Fuenteseca Profesor Adjunto de la Cátedra de Derecho romano, cuyo titular era Álvaro D’Ors. Mi elección de la carrera de Derecho se produjo más bien por exclusión. En mis antecedentes familiares no figuraba ningún jurista y a lo largo de los siete años del Bachillerato entonces vigente no había ninguna disciplina que se refiriese al Derecho. De modo que cuando concluí el Bachillerato el mundo del Derecho era para mí absolutamente desconocido.

Sabía, eso sí, lo que no me gustaba y aquello para lo que estaba convencido que no reunía condiciones. De las cinco Facultades clásicas que integraban en aquel momento la Universidad de Santiago, Medicina, Farmacia, Ciencias, Filosofía y Letras y Derecho, descartaba las tres primeras, de modo que mi elección se centraba en las dos últimas. El edificio central de la Universidad compostelana lo compartían entonces las Facultades de Filosofía y Letras y Derecho, que ocupaban la planta baja y la de Ciencias, que ocupaba el piso alto. En la Facultad de Ciencias había un famoso catedrático, Don Ignacio Ribas Marqués, que, con sorna y su pizca de menosprecio, denominaba a los ocupantes de la planta baja, incluidos alumnos y Profesores, los "poetas". Pues bien, yo sabía que estaba llamado a integrarme en el círculo de los "poetas", pero ignoraba aún qué era eso del Derecho y no descartaba, como en efecto hicieron algunos compañeros míos de Bachillerato, trasladarme a la Facultad de Filosofía y Letras. Fueron las enseñanzas de Derecho

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Romano impartidas por Álvaro D’Ors y Pablo Fuenteseca las que me descubrieron el mundo del Derecho y me retuvieron para siempre en él.

Este primer encuentro con Pablo Fuenteseca, tan determinante para mi futuro, se produjo en una Universidad apacible situada en una ciudad singular.

Era Santiago, en efecto, una ciudad cosmopolita y rural a la vez. Cosmopolita por ser el final del camino por el que entró durante siglos la cultura europea y rural por ser el centro vital de un entorno labriego asentado en los hermosos valles circundantes.

Una ruralidad que penetraba y se expandía por toda la ciudad a diario. Llegaban a primera hora de la mañana las lecheras con sus cántaros en la cabeza y circulaban por todas las rúas repartiendo la leche casa a casa. También filas de mujeres enlutadas con cestas con productos del corral y de la huerta, que aposentaban, para ofrecerlos en venta, alrededor del edificio central de la Universidad, al pie mismo de las ventanas de las aulas. Llegaban luego los hombres y mujeres que venían a la ciudad a comprar las mercaderías que no encontraban en sus aldeas y también, cómo no, los enfermos en busca de salud cerca de la Escuela Médica compostelana, afamada en toda Galicia especialmente desde los tiempos de Novoa Santos. Esta presencia cotidiana de lo rural se hacía especialmente patente los jueves con motivo de la feria de ganado que se celebraba en el Castro de Santa Susana situado en el centro de la Alameda y, por tanto, en el mismo corazón de la ciudad. Entonces las vacas, los terneros, los cerdos, las ovejas, se mezclaban en las rúas con estudiantes y Profesores.

Carlos París escribe en sus Memorias: "No dejaba de ser divertido caminar hacia la Universidad sorteando rubias vacas y rosados cerdos. La superposición de lo rural -una ruralidad tan acusada como la de Galicia por aquellos años- y de lo académico definía un Santiago único. Y un entorno singular de una Universidad enclavada en un medio que no era ni una urbe como Madrid o Barcelona, ni una ciudad provinciana típica, sino una realidad genuina".

Álvaro D’Ors se trasladó a esta realidad genuina desde la Universidad de Granada, por la que había ingresado poco tiempo antes, con pleno conocimiento previo de la Universidad y de la ciudad compostelana, hasta el punto de que -según cuenta Fuenteseca en escrito dedicado a su maestro, con motivo de las bodas de plata de éste con la Cátedra-, antes de solicitar el traslado se desplazó a Santiago con el fin de comprobar la vida de la ciudad y la bibliografía de Derecho romano con que contaba la Biblioteca de la Facultad de Derecho. Escribe Fuenteseca: "Álvaro D’Ors había elegido Santiago de Compostela como ciudad ideal para el trabajo científico, en cuanto pequeña urbe para vivir tranquilo y sin la agitación de las grandes ciudades... Otro motivo de su preferencia por Santiago fue la nutrida bibliografía de Derecho Romano de la Biblioteca de Derecho, a la que hizo una

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visita previa antes de decidirse al traslado desde...

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