Multiculturalismo y pluralismo

AutorJuan Antonio Martínez Muñoz
Páginas179-204

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Introducción

El multiculturalismo puede ser inicialmente considerado, con carácter genérico, como el planteamiento de cuestiones relacionadas con la multiplicidad de culturas existentes y, ante todo, con sus exigencias; más especíicamente atañe a las implicaciones sociales, políticas y jurídicas de dichas culturas y, curiosamente, menos a las manifestaciones artísticas, literarias, históricas, etc., que las mismas conllevan. Esta especiicación

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se debe a que las diferencias culturales generan tensiones y conlictos en las relaciones sociales, y más particularmente en las políticas, que exigen una solución perentoria, a diferencia de los que ocurre en las disconfor-midades ilosóicas, históricas, artísticas, etc.

Las relaciones de una persona con las demás frecuentemente se traducen en acuerdos y desacuerdos acerca de los puntos de vista, de las aiciones, de las ideas, de los modos de vida, de los gustos, de los intereses, de los ines vitales, etc. Los acuerdos son agradables y es un gozo el hecho de estar de acuerdo en algo importante con otras personas. Pero también hay desacuerdos. En muchas ocasiones el desacuerdo lleva a buscar puntos de encuentro compartidos e, incluso, una verdad común o participada. Pero en algunos casos la diferencia cultural y la pertenencia al grupo hace aparecer la negra sombra del conlicto. Pensemos en Romeo y Julieta como ejemplo de hasta qué punto interieren las diferencias sociales en unas diferencias amorosas que, de otro modo, serían complementarias. Algo similar sucede con las culturas.

Las culturas que, en una apreciación supericial, provocan admi-ración, extrañeza, sorpresa, lo que aparece ante lo inesperado, ante lo que nos resulta desconocido y nos sorprende, en la medida en que se profundiza en ellas y en su propia dinámica interna vemos que plantean exigencias incompatibles entre sí. Pero algunas de esas exigencias, por extrañas que puedan parecer a los integrantes de otras, son conditio sine qua non para el mantenimiento y conservación de la cultura en que se dan. Entonces no podemos decir que todo sea enriquecedor para cualquiera, igual que la profundización en el conocimiento de la vida de una persona no siempre lo es para los demás, máxime ahora, cuando «Es posible que la forma de vida que nosotros hemos conocido, en la cual hemos nacido... sea ya cosa del pasado»2.

La principal característica de los planteamientos multiculturales es, por su parte, el prejuicio latente detrás de la mayoría de las airmaciones y pretensiones que tienen como trasfondo la diversidad de cultura. Esto se maniiesta en que la valoración positiva o negativa de la diversidad cultural se hace siempre en función de los intereses político-culturales de quienes invocan el multiculturalismo, sea como problema o como solución a algún problema. En muchos casos la apariencia supericial del

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prejuicio hace que su uso sea inconsciente y bienintencionado, aunque por lo general con una completa carencia de lógica y un emotivismo sentimentalista que impide tomarlo en serio; pero en algunos otros casos, especialmente signiicativos, en cuanto manejan el trasfondo, la siniestra “lógica” ?o, mejor dicho, dialéctica– profunda del prejuicio, la derivada del modo iluminista de emborronar los problemas sociales, nos muestra que estamos ante una utilización manipuladora de los clichés ligados al multiculturalismo que, según se ha señalado, pone de maniiesto un mero instrumento de la corrección política3, útil para defender los objetivos del marxismo cuando la sangre de la lucha de clases clama justicia.

En ambos casos, el carácter relativista del planteamiento multicultural se traduce siempre en una valoración positiva de las culturas aines o que agradan al modo de vida de las castas dominantes del relativismo y un repudio de las culturas que no se asimilan a la propia o de las simplemente diferentes pero mal situadas en la perspectiva dominante o que no se amoldan a los intereses de la acomodada casta dirigente de la ideología planetaria dominante y su afán de dominación que se relaciona con que «Uno de los reproches que suelen hacerse a la Ilustración es que proporcionó los fundamentos ideológicos del colonialismo europeo de los siglos XIX y primera mitad del siglo XX. El razonamiento es el siguiente: la Ilustración airma la unidad del género humano, es decir, la universali-dad de los valores. Los estados europeos, convencidos de ser portadores de valores superiores, se creyeron autorizados a llevar su civilización a los menos favorecidos»4; es decir un igualitarismo cosmopolita (más que universalista), basado en el hombre racional que excluye de la vida pública incluso a la persona moral.

El efecto más negativo y perturbador de este planteamiento no sólo es que se hace de la diversidad cultural una mera máscara que presenta de modo encantador los intereses del poder mundial dominante, de la selecta elite beneiciaria de la democracia, es el desprecio a las culturas originarias y, en particular, a la cultura personalista occidental. Los más aberrante de esa valoración negativa, que siempre va unida a la represión eicaz y muchas veces imperceptible, es que el problema ya no se sitúa en el plano cultural, donde todo sería defendible, sino en el de carencia de democracia de algunas culturas que necesita ser remediada contra

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ellas mismas, pues la ideología mundial dominante, con su evolución constante, tan entusiásticamente celebrada como desconocida por los encaramados en el relativista carro de Juggernaut5, exige muchos recur-sos para su mantenimiento y su propio relativismo le impide tener que explicar nada que no le interese ni los efectos negativos de su acción. Para ello necesita que se evite a toda costa plantear en serio el problema multicultural.

La cuestión multicultural

Las relaciones interculturales tienen una proyección bifronte que ensombrece la comprensión entusiasta del hecho multicultural derivado de la diversidad y de la abundancia cultural y lo convierte en una cuestión complicada.

¿Es un problema?

La diversidad de culturas es, ante todo, un hecho fácilmente comprobable en la diversidad de lenguas, religiones, modos de vida, etc. Pero reducir, como tantas veces se hace, la cuestión del multiculturalismo a la mera constatación y acumulación de datos sobre las diferentes manifestaciones del espíritu humano, en los diferentes campos de su actividad, es una obviedad que carece de sentido comprensivo y que no deja de ser problemática. Por lo demás, es algo que nunca ha pasado desapercibido a lo largo de la historia del pensamiento aunque, ahora, cada vez que se menciona se haga como un redescubrimiento del Mediterráneo, lo que sólo puede servir para ocultar la obviedad (es lo que hace Habermas cuando en el debate con el entonces cardenal Ratzinger celebrado el 19 de enero de 2004 en la Academia Católica de Baviera en Munich dice que “en el proceso de encuentro y compenetración de las culturas se han quebrado y, por cierto, bastante profundamente, certezas éticas que hasta ahora se consideraban básicas”), algo que ya sabían los griegos, pues una de las más frecuentes explicaciones del origen de la ilosofía, en Grecia, se relaciona con el intento de dar una respuesta racional a la multiplicidad de modos de vida, de costumbres, mitos e instituciones de los pueblos de su entorno. Por tanto, la quiebra sólo cabe entenderla

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aplicada la seguridad ética que tenían los iluministas y socialistas con su simplista visión del mundo.

Efectivamente no se puede negar la evidencia de que cada pueblo tiene diferentes manifestaciones artísticas, lingüísticas, religiosas, pero también tiene instituciones políticas y jurídicas que poseen una cierta conexión con esas otras manifestaciones culturales y que hacen necesarias soluciones que no se derivan de un mero proceso acumulativo que a nadie preocupa, como podría ser el pintar cuadros. Pero esa multiplicidad choca rápidamente con el proyecto ilustrado que buscaba imponer una racionalidad única que suponía tener en propiedad y que era incompatible con la diversidad de manifestaciones culturales de otros pueblos que, por deinición consideraban inferiores; igualmente, para el historicismo, hay una conexión orgánica entre todas las manifestaciones culturales del espíritu de un pueblo una interdependencia que dota de sentido y correlaciona las diferentes manifestaciones. El mundo premoderno, por lo general, partía, curiosamente para los periles comprensivos en que nos han situado las corrientes antes citadas, de la diversidad cultural.

Estimo que, inicialmente, el multiculturalismo no representa un reto o un desafío cuando se ve sólo como una ocasión para hacer turismo, desde este punto de vista toda la gente tiene interés por sumergirse en otras culturas, en el mayor número e incluso en todas, con un afán de conocerlas, casi nunca a fondo sino más bien en una especie de “zapping” cultural. Es algo que se considera enriquecedor de la propia personalidad y de la propia cultura, pero lo cierto es que casi nadie está dispuesto a vivir bajo el modo de vida de una cultura diferente a la propia y se aferra a ella con más intensidad de la que la información democrática nos hace saber. El conocimiento de una cultura por lo general acentúa el interés por conocer otras, pero disminuye la intensidad con la que se comprenden y, en algunas ocasiones, puede ser una evasión de la carencia de cultura. Pensemos que al igual que Nietzsche sostenía que «Aprender muchas lenguas llena la memoria de palabras, no de hechos o ideas... Además, el aprendizaje de muchas lenguas perjudica, pues despierta la creencia en que se es muy versado, coniriendo de hecho cierto prestigio seductor en...

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