Mujeres migrantes nigerianas. La realidad frente al relato trafiquista

AutorEstefanía Acién González
Páginas67-85
MUJERES MIGRANTES NIGERIANAS. LA REALIDAD
FRENTE AL RELATO TRAFIQUISTA
ESTEFANÍA ACIÉN GONZÁLEZ
1. ANTECEDENTES. A MODO DE INTRODUCCIÓN
A finales de los años 90 del siglo pasado, un grupo de mujeres nigerianas
comenzó a disponer de viviendas rurales en el Poniente Almeriense, en disemi-
nados entre invernaderos, convirtiéndolas en negocios orientados a satisfacer las
necesidades de ocio de los hombres inmigrados que vivían en la zona (Arjona et
al, 2005; Majuelos, 2012). Nuestro trabajo etnográfico en la zona comenzó a prin-
cipios de siglo (Acién, Majuelos, 2003) y se extendió durante una década (Acién,
2015), a la par que colaborábamos con la Asociación Pro Derechos Humanos
de Andalucía en un programa de intervención social de apoyo social y sanitario
a las mujeres que trabajaban ofertando servicios sexuales en aquellos locales.
En aquellos momentos, comenzaban a proliferar trabajos académicos sobre
la feminización de las migraciones (Anthias, Lazardis, 2000; Juliano, 2000; Boyd,
Grieco, 2003 y Zlotnic, 2003) y el protagonismo de las mujeres migrantes en el
trabajo sexual (Agustín, 2000; Anthias, 2000; Carmona, 2000; Bonelli, Ulloa,
2001; Solana, 2003; Juliano, 2004; Ortí, 2004; Rodríguez, Lahbabi, 2004; Malge-
nesi, 2006; Vandepitte el al, 2006; Arella et al, 2007; EMAKUNDE, 2007; Solana,
2007; Serra, 2008; Holgado, 2008; Piscitelli, 2009 y TAMPEP, 2009).
En todo este proceso de discusión, adquiere fuerza una imagen de la mujer
migrante que ejerce la prostitución como resultado de proyectos migratorios
motivados únicamente por la necesidad económica y cuya vulnerabilidad –inhe-
rente a su género– facilita su caída en manos de redes internacionales de trata de
personas, que, bajo la promesa del éxito en destino, las explotarán sexualmente
bajo coacción y amenaza. Mientras esta hipótesis se consolidaba y retroalimen-
taba, quienes diseñaban las políticas migratorias se nutrían de sus efectos para
justificar medidas de control sobre las migrantes y sus entornos (Brussa, 1991;
Maqueda, 2000; Mendoza, 2000; Wijers, 2001 y Nicolás, 2007), pero el relato se
alejaba cada vez más de la realidad, hasta mostrar de ella tan solo una caricatura
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que, en el caso de las nigerianas, incorporaba elementos exóticos tan potentes
que impedían ver los seres humanos –los sujetos de derechos– que escondía.
2. EL DISCURSO CIENTÍFICO Y LAS MIGRACIONES DE MUJERES
A pesar de la histórica constatación de las especificidades de las migraciones
femeninas (Ravenstein, 1885), la teoría social tradicional ignoró la perspectiva
de género en sus relatos. Sin embargo, hoy sabemos que las desigualdades y ro-
les de género en los contextos de origen pueden estimular, más que inhibir, sus
proyectos migratorios (Oishi, 2002; Boyd, Grieco, 2003). Frecuentemente, las
mujeres emigran por motivos diferentes a los hombres y a través de redes dis-
tintas (Juliano, 2000) y, tal y como resaltan los llamados feminismos periféricos,
no solo es necesario huir de planteamientos androcentristas para hablar de las
mujeres migrantes, sino también de aquella perspectiva de género que colocan a
las mujeres no blancas en el exotismo, la diferencia o el victimismo (Hooks, 2003).
Este planteamiento, evidente heredero del relativismo cultural antropológico
y las críticas al neo-racismo (Jabardo, 2008: 41) alerta sobre la jerarquización
de culturas en función de su cercanía a los valores occidentales (Stolke, 1992 y
Wieviorka, 1992). Para nosotros es interesante situarnos en esta perspectiva,
puesto que la intersección de características que presenta el colectivo de nuestro
interés (mujeres, africanas, negras, portadoras de contenidos culturales exóticos,
migrantes, pobres, trabajadoras sexuales) es difícil de asimilar para las mayorías
sociales autóctonas de los países europeos, sin la ayuda de digestivos como el
estigma y el estereotipo.
Resulta imprescindible rescatar la crítica al pensamiento hegemónico que si-
túa a las migrantes africanas en la categoría de dependientes o víctimas, sin tener
en cuenta que, a pesar de los límites que encuentran, sus decisiones, discursos y
conductas trasgreden frecuentemente los roles asignados para ellas y transfor-
man su entorno. Y más importante aún es ver cómo tales obstáculos emanan de
las políticas anti-trata y anti-prostitución, a menudo justificadas ideológicamente
desde un discurso feminista concreto que acaba construyendo nuevas formas de
desigualdad y desventaja para mujeres que no siguen los modelos esencialistas
de conducta establecidos para las europeas blancas (Knowles, Mercer, 1992).
El estigma y los estereotipos son mecanismos humanos formidables y re-
sistentes. Por ello, resisten incluso la producción de contenido científico que
desmiente sus contenidos. Y encontramos la prueba cuando vemos que los
sofisticados y modernos avances teóricos no se aplican a la comprensión de la
realidad cuando los sujetos están atravesados por múltiples estigmas. En este
sentido, conviene recordar que las personas pobres también tienen identidades
múltiples y capacidad de agencia (Agustín, 2005) y que las mujeres, incluso, las

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