En la muerte de Rafael Gutiérrez Girardot

AutorRubén Jaramillo Vélez
Páginas37-43

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Ver nota 1

Les agradezco mucho por esta invitación. Sin embargo, como lo dije hace tres semanas en el acto que con el patrocinio de la Casa de la Cultura de la ciudad tuvo lugar en el teatro Sugamuxi de Sogamoso, me resulta una ocasión muy triste, pues desde el día 28 de mayo, cuando me enteré del fallecimiento del gran maestro y amigo Rafael Gutiérrez Girardot, he estado tratando de elaborar el duelo, en vano. Su muerte significa una pérdida, en primer lugar para nosotros los colombianos, aunque en realidad lo es para la América Latina en su conjunto, para esa que Manuel Ugarte llamara la «Patria Grande»: Indo-ibero-américa, una pérdida para todo el ámbito de la cultura en lengua española.

Rafael Gutiérrez Girardot fue, en efecto, una de las figuras intelectuales más prominentes de este continente en la segunda mitad del siglo veinte, si se tiene en cuenta que su gestión cultural, tan seria, tan genuina, tan fundamentada, comenzó a perfilarse desde finales de los años cuarenta, cuando realizaba estudios de jurisprudencia, a través de sus primeros escritos -ensayos, artículos, reseñas críticas- publicados en la Revista de la Universidad del Rosario cuya dirección le fue encomendada por su rector de entonces, monseñor José Vicente Castro Silva, a quien él siempre recordará con singular afecto. Ya a lo largo de la década del cincuenta se dio a conocer ampliamente, en particular cuando se integró al grupo de intelectuales que se congregaron alrededor de esa gran revista que fue Mito.

Pero debo reiterar que me resulta sumamente triste llevar la palabra en esta ocasión. En primer lugar quisiera recordar que hace ya más de veinte años un grupo de jóvenes, entre los que se contaba mi amigo José Hernán Castilla, aquí presente, que luego sería el coeditor de una selección de sus escritos (Hispanoamérica: imágenes y perspectivas), comenzaron a leerlo, y corresponde a ellos el mérito de haber puesto en circulación una serie de cuartillas en fotocopias, llamando la atención sobre la obra de este ilustre compatriota que vivió casi cincuenta años en esa especie de exilio, tan frecuente en nuestro medio, cuando una persona que se distingue por sus excelsas cualidades intelectuales es aislada y rechazada y se ve obligada a emigrar para gestar su obra en el extranjero. De manera que es con mucha emoción, pero con mucha y sincera tristeza, que recuerdo aquí al maestro Gutiérrez Girardot.

Aunque yo tuve la oportunidad de conocerlo en alguna ocasión en Berlín, cuando realizaba mis estudios, con motivo de una conferencia que él dictó en el seminario de romanística, debo mi relación con el profesor Gutiérrez a ese grupo de jóvenes que, como les decía, hace unos años comenzaron a difundir su obra. En particular a mi apreciado amigo Juan Guillermo Gómez, que después de haber realizado sus estudios en Alemania se desempeña actualmente como docente de cultura hispanoamericana en la Universidad de Antioquia y está llevando a cabo una gran labor como editor de los clásicos del pensamiento y la cultura hispanoamericana como, por ejemplo, los dos

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libros de José Luis Romero, muy amigo del maestro Gutiérrez Girardot, Latinoamérica: las ciudades y las ideas y Situaciones e ideologías en América latina, así como la obra del gran historiador chileno Mario Góngora, tan recomendado por Gutiérrez, y una antología del ensayo colombiano de los siglos XIX y XX.

Fue entonces a través de Juan Guillermo Gómez, de José Hernán Castilla y otros jóvenes que yo entré en contacto con Rafael Gutiérrez Girardot. En 1986 publiqué en la serie monográfica «Argumentos», que por entonces comenzaba a editar, su ensayo intitulado «Universidad y Sociedad», que ha tenido una gran acogida en nuestro medio. De esta manera, mi amistad con él comenzó aquí y no en Alemania. Mantuve una correspondencia con él, no muy frecuente pero de por lo menos dos o tres cartas anuales. Me entendía muy bien con sus familiares en Bogotá, doña Leonor Gutiérrez de Happle, la prima que tanto lo quería, y su esposo, un ingeniero alemán muy simpático y muy amigo suyo. También tuve la oportunidad de conocer a su señora esposa, la madre de sus dos hijas, una dama encantadora que mucho lo amaba y le acompañó solidariamente durante casi cincuenta años.

En primer lugar haré referencia a algunos datos biográficos para que ustedes tengan una idea preliminar de quién era el maestro Rafael Gutiérrez Girardot.

Nació en el año de 1928 en Sogamoso, esa ciudad de Boyacá tan peculiar en el conjunto del departamento ya que por ser la puerta de entrada a los llanos orientales y por su clima, así como por ser una ciudad muy liberal, se diferencia del resto de las poblaciones del departamento. Precisamente, como me lo decía su compañero de infancia, mi amigo y muy estimado profesor Carlos Patiño Roselli, las pocas familias conservadoras de Sogamoso eran por entonces, en efecto, la de Gutiérrez y la del propio Patiño. Su padre se llamaba Rafael María Gutiérrez. Era un dirigente del partido conservador, abogado y senador de la República, que sería asesinado en 1932, cuya esposa, Anita Girardot, era descendiente del héroe de la campaña libertadora, el héroe del Bárbula.

Como huérfano de padre, Gutiérrez fue educado por su abuelo materno, Juan de Dios Girardot, a quien consagraría páginas de honda devoción y afecto. Después de haber cursado estudios de primaria y bachillerato en Sogamoso y Tunja se matriculó en la facultad de Derecho del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y al mismo tiempo en el recientemente fundado Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional, que comenzó a funcionar como adscrito a la facultad de Derecho de la misma y cuyo origen nos recuerda también la gestión de otro gran colombiano, gran amigo nuestro y de Rafael Gutiérrez Girardot, el viejo maestro Rafael Carrillo Luque, un indígena canguamo del poblado de Atanquez ubicado en una estribación de la Sierra Nevada de Santa Marta, quien después de haber realizado estudios en el Liceo Celedón de Santa Marta...

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