Religión, moral pública y derecho constitucional

AutorDavid A. J. Richards
CargoProfesor de Filosofía del Derecho. Universidad de Nueva York (NYU)
Páginas19-39

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I Introducción

El equilibro adecuado entre pluralismo moral y colectividad es, en mi opinión, una cuestión interpretativa omnipresente en el Derecho constitucional estadounidense y en la jurisprudencia constitucional sobre la neutralidad estatal exigida por las cláusulas de libertad religiosa, de expresión y el derecho a la intimidad. Las limitaciones estatales a la

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libertad de religión, por ejemplo, son justificables, si acaso, únicamente sobre la base de una fuerte presencia de objetivos de neutralidad estatal1. En un reciente libro, Toleration and the Constitution2, he elaborado una tesis general acerca del papel de la historia, las convenciones interpretativas y la teoría política en la interpretación constitucional en general y he tratado de demostrar la fuerza interpretativa de este argumento en términos de una teoría unificada del valor de la neutralidad estatal presente en la interpretación de las cláusulas de libertad religiosa, de expresión y el derecho constitucional a la intimidad. En el presente trabajo, mi estudio se centra en un aspecto de dicha tesis, en concreto, en cómo la interpretación de la neutralidad respecto de la cláusula de libertad religiosa, cambiante a lo largo del tiempo, puede ser entendida de forma verosímil desde la perspectiva de un enfoque de la interpretación constitucional que enfoque con seriedad el papel diferencial de una determinada clase de teoría moral y política para desarrollar el mejor juicio interpretativo de nuestra historia y de nuestras cambiantes convenciones interpretativas. Sobre esta base, desarrollo propuestas correlativas sobre cómo deben entenderse los cambios comparados en la interpretación del argumento sobre la neutralidad fundamental en el derecho moderno sobre la libertad de expresión y el derecho constitucional a la intimidad. Mi idea principal es que el distintivo compromiso estadounidense respecto de las libertades de religión y de expresión y el derecho a la intimidad agrupa deliberadamente una teoría relacionada con las limitaciones al poder estatal que se aparta de modo radical de las concepciones tradicionales sobre la moral pública susceptible de ser impuesta.

II La tolerancia lockeana y la cláusula de libertad religiosa

La cláusula de libertad religiosa de la Primera Enmienda parte y desarrolla la teoría clásica de la tolerancia religiosa desarrollada en las obras de John LOCKE, Letters concerning Toleration3, y la obra contemporánea de Pierre BAYLE, Philosophique Commentaire4. Esa teoría incorpora, de modo principal, aspectos críticos y constructivos interdependientes5.

La clave del ataque crítico de LOCKE y BAYLE a la teoría y práctica de la persecución religiosa agustiniana es su concepción de un criterio de justa ejecución para la conciencia errante6, en concreto, el argumento agustiniano es que la conciencia puede someterse al

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derecho penal cuando exprese una incapacidad deliberada para aceptar verdades religiosas evidentes. Sin embargo, todos tenemos un convencimiento acerca de la veracidad de nuestras creencias sobre la base de los cuales las creencias disidentes serán consideradas como incapacidades premeditadas para admitir verdades religiosas evidentes. De acuerdo con lo anterior, tal argumento justificaría la persecución universal que ni un dios justo, ni las leyes naturales podrían haber querido. En el fondo, un sistema teológico, entre otros también racionales, se basa en la medida de verdades que puedan ser impuestas.

Una concepción tan tendenciosa de una verdad racional impuesta corrompe, al mismo tiempo, la concepción de una equitativa libertad de la persona. La presunta persona irracional es, por dicho motivo, considerada como carente de libertad, viciada por un juicio trastornado. Este juicio de falta de libertad, considerado como la base de la persecución coercitiva, de hecho degrada perniciosamente la libertad que para LOCKE y BAYLE es el derecho inalienable de la conciencia: La conciencia se convierte en rehén de los juicios emitidos por otras personas. El valor moral del argumento a favor del derecho a la conciencia es que las personas son creadoras independientes de reivindicaciones y que las demandas éticas y de una divinidad ética, son ambas, en la práctica, sólo conocidas y efectivas en nuestras vidas cuando el derecho a la conciencia de las personas es respetado de un modo apropiado. De otro modo, las demandas éticas se confundirían con la opinión o preferencias populares.

La asociación de la conciencia religiosa con imperativos éticos es, desde luego, una característica constante en la tradición judeo-cristiana así como su concepción de una deidad ética interviniendo a lo largo de la historia7. LOCKE y BAYLE eran cristianos creyentes en esta tradición. Así, ellos consideraban que estaban devolviendo el Cristianismo a sus fundamentos éticos al recordar a los cristianos, por ejemplo, la tolerancia de los comienzos del periodo patrístico8. Los desacuerdos en teología especulativa, que habían servido de base a la persecución agustiniana de la herejía, eran, en su opinión, traiciones patentes de la esencia del Cristianismo; aquéllas imposibilitaban que las personas pudieran regular sus vidas con los simples y elevados imperativos éticos de la caridad cristiana.

De este modo, la crítica más profunda de la persecución agustiniana enarbolada por LOCKE y BAYLE se centraba en su corrupción de la religión, política y ética, y la motivación de sus argumentos en favor del derecho inalienable a la conciencia es una nueva y constructiva interpretación de qué es la ética y cómo se relaciona con la religión y la política. Así, LOCKE vincula la libre conciencia al ejercicio autónomo de la competencia moral de todas y cada una de las personas, como iguales democráticos, para reflexionar acerca de la naturaleza y contenido de las obligaciones morales impuestas a cada persona por una deidad

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ética9, y considerar estas obligaciones centradas en un núcleo de estándares éticos mínimos reflejados en los Evangelios10. La ética, para BAYLE, al igual que para KANT, sólo es una fuerza central en la vida cuando sus principios se reconocen sin influencias externas y se integran de este modo en la vida del individuo11. BAYLE, que se regocijaba en las paradojas, plantea la cuestión sin rodeos. Las creencias en verdades religiosas especulativas no aseguraban la salvación. Tales creencias eran objeto de fanatismo por la más grave falta de irreligión, en forma de las más atroces quiebras de obligaciones éticas y de caridad cristiana, es decir, la persecución religiosa; además, la falta de creencia en estas verdades, incluso el ateísmo, era consistente con una conducta decente12. El aspecto central del respeto a la conciencia para LOCKE y BAYLE es el de asegurar que todos y cada uno de los individuos tengan garantizada la independencia moral para determinar la naturaleza y contenidos de las obligaciones éticas. La aplicación estatal de creencias religiosas sectarias contamina esta libertad moral inalienable a través de la aplicación ejecutiva de desacuerdos teológicos especulativos que distorsionan el fundamento central de esta concepción democrática de la ética en lo que se considera como religión verdadera.

La nueva concepción de la ética, para LOCKE y BAYLE, se encuentra motivada por lo que ellos consideran como la visión distintiva de Dios en la tradición judeo-cristiana -una deidad personal y superiormente ética13. Alcanzamos a conocer a este Dios, en parte, a través de la realización de nuestra naturaleza ética, nuestras capacidades creativas morales de racionalidad y sensatez como personas hechas a su imagen y, al mismo tiempo, a la del resto de personas. En esta concepción, la religión no nos sitúa en una jerarquía ontológica característica de muchas de las tradiciones culturales en el mundo14, sino que, en realidad, permite liberar de modo efectivo un respeto por las personas expresivo de nuestra libertad, racional y razonable. El derecho a la conciencia tiene el papel central que tiene en una justa politeía al permitir la autodeterminación moral.

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Esta concepción -que la independencia ética y el derecho a la conciencia son complementarios- conduce a una desviación radical frente a otras tradiciones políticas, en concreto, al principio enunciado por LOCKE de que los fines de las religiones sectarias no son cuestiones legítimas del estado15. El principio enunciado por LOCKE se opone de forma natural a erosionar la moral pública y la estabilidad política, de modo específico cuando fue elaborado posteriormente para incluir la secularización en Virginia y bajo la Primera Enmienda a la Constitución estadounidense16. La experiencia política hasta ese momento asociaba la religión con la coerción estatal y con otros apoyos, de modo que muchos especulaban sobre cómo un estado podría ser estable cuando todas las religiones fueran independientes del mismo. BAYLE y LOCKE respondían planteando que el civismo pacífico podría ser restaurado únicamente cuando se abandonara la persecución religiosa, ya que la persecución por sí misma crea las inestabilidades de los irresolubles conflictos sectarios17. En efecto, su argumento sugiere que la antigua percepción sobre la moral pública impuesta, siendo ella misma el resultado de la persecución religiosa, era en si misma moralmente corrupta.

Debe entenderse este alegato de la corrupción moral en el contexto de un rompecabezas fundamental para los cristianos demócratas como LOCKE: ¿Cómo puede ser que una religión como el cristianismo, una religión basada en la equidad y civismo democráticos para LOCKE, haya sido durante mucho tiempo asociada en Occidente con la legitimación de instituciones antidemocráticas como...

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