Moral

AutorConcepción Arenal
Páginas64-65
64
CAPÍTULO VIII.
MORAL.
Se ha llamado a la capital de las colonias penales inglesas en Australia la
Ciudad del crimen, pero tal vez habría sido más exacto llamarla la ciudad del
vicio. Cierto que se lamentaron crímenes y no pocos; que se vieron incendia-
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dades privadas, y hubo tumultos, colisiones, y homicidios y asesinatos; pero
el desbordamiento de los vicios fue aun mayor que el de los crímenes.
Esto se explica fácilmente. Las penas graves, inclusa la de muerte, se im-
ponían sin escrúpulo ni muchas tramitaciones en el proceso; los criminales
más peligrosos se encerraban, se enviaban a los nuevos establecimientos o
a las Islas infernales; y la gente indomable que quedaba después de estos
espurgos, desertaba por tierra o por mar pereciendo en la fuga o haciendo
fortuna entre los indígenas o en la piratería. El resto era gente disciplinable
que se sometía al trabajo o le esquivaba astutamente, pero sin rebelarse, y aun
entre los que trabajaban bajo el látigo o estimulados por el deseo de mejor
suerte, el vicio debió ser la regla.
Los entusiastas de las colonias penales acusan de parcialidad en contra
de ellas el informe dado por Bigge, a quien comisionó el Parlamento, al abrir
una información, para que fuese a Sydney a investigar cuál era el verdadero
estado de la colonia y el fundamento de los cargos que a los altos emplea-
dos se hacían. Táchase a Bigge por ser pariente de uno de los diputados que
clamaron contra los abusos y corrupción de la colonia penal: no nos parece
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que hace de la inmoralidad de Sydney pudo recargar algo las tintas, hechos
evidentes y confesados por los que de parcial le acusan, son prueba de que no
estuvo tan lejos de la verdad como se supone.
Las deserciones, conspiraciones y sublevaciones; las agresiones contra los
naturales por tierra y las piraterías por mar; el hecho de ser elegidos los pe-
nados para tripular buques que por una causa cualquiera habían perdido su
tripulación, y abandonar o asesinar a los capitanes que los habían elegido
con tanto contentamiento como provecho suyo; las numerosas bandas de in-
cendiarios, ladrones y asesinos; a pesar de las ventajas concedidas a los que
contraían matrimonio, el ser ilegítimos dos tercios de los nacidos; la necesi-

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