La Constitución monárquica de 1978 sólo merece su abrogación y su olvido. Entrevista

AutorMiguel Ángel López Muñoz
Páginas155-159

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PREGUNTA: Ya en 1995, en tu ensayo titulado, en su tercera edición, La llamada «transición a la democracia» en España: del confesionalismo al cripto-confesionalismo, fuiste de los primeros en hablar de las «anestésicas virtualidades» que es capaz de producir la palabra consenso; calificas la transición política española de frustración de lo posible, caracterizada por carecer de un proceso constituyente democrático y por provocar una fusión de los nuevos dirigentes democráticos con los dirigentes del franquismo, con lo cual, decías: «lamentablemente, los partidos de oposición -sobre todo los dirigentes, no la militancia de base- jugaron el juego de los interesados en borrar toda memoria de lo que cada ciudadano había hecho durante la dictadura franquista [...] Los protagonistas del franquismo y sus clientelas se frotan las manos por la estulticia de una oposición tan irresponsable, y fungen ahora, con las mismas caras aunque algo envejecidas, como demócratas de toda la vida». En 2007, en Vivir en la realidad, vuelves a hablar de la «sedicente transición a la democracia». ¿Cómo es posible recuperar nuestra memoria común? ¿Pasa esa recuperación por una refundación de la Constitución de 1978?

GPO: La Constitución monárquica de 1978 sólo merece su abrogación y su olvido, pues nació de un perjurio institucional y de una ruin deslealtad. Perjurio, es decir, violación del respeto y estricto cumplimiento de las Leyes Fundamentales y de los Principios del Movimiento Nacional, del heredero del caudillo y designado por él, en un acto injurioso para la ciudadanía, para sucederle con atributos regios. Perjurio también de unos procuradores de las Cortes y de unos Consejeros Nacionales que habían prestado esos mismos juramentos solemnes. Eran estos juramentos de las mencionadas leyes y normas institucionales la única cobertura jurídica de las funciones encomendadas por el dictador. Deslealtad, es decir, abandono del compromiso ideológico y político que los

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partidos antifranquistas habían contraído con sus seguidores cuando llegase el día de cumplirlo. Aquéllos habían prevaricado para conservar tanto poder como fuera posible, en una coyuntura histórica difícil para ellos. Éstos desertaron para satisfacer sus ansias de un poder que codiciaban. Todos llegaron en seguida a sus arreglos lampedusianos para un cambio de papeles que simulase que todo iba a ser diferente a fin de que todo siga igual. Las mismas máscaras, y detrás otros actores dispuestos a bailar la danza de los cargos, las prebendas, los negocios, las prevaricaciones, exhortando a los ciudadanos a la laboriosidad, a la austeridad, y recabando su aplauso. Mientras tanto, los mismos dinastas, la misma Iglesia, la misma desigualdad, el mismo atropello de la libertad de conciencia, la misma industria mediática al servicio de los políticos o de los magnates. Y la nación encanallándose cada día más.

¿Será posible algún día, por ejemplo, que nuestros hijos o nuestros nietos puedan conocer una España republicana y democrática donde todos y cada uno de los ciudadanos disfruten de la libertad de conciencia sin discriminaciones, y de la garantía legal de la igualdad formal de todas las conciencias cualesquiera que sean sus contenidos y sus convicciones, y sin que la legislación esté orientada a trasladar dinero de los bolsillos de unos ciudadanos a los bolsillos de otros ciudadanos por el hecho de...

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