De Mitologías

Páginas147-177
242
De
Mitologías
*
Prefacio a la primera edición
[...]
Desde el principio me pareció que la noción de mito da cuenta de esas falsas
evidencias. En ese momento yo entendía la palabra en un sentido tradicional;
pero ya estaba persuadido de algo de lo que he intentado después extraer todas
sus consecuencias: el mito es un lenguaje. [...] sólo después de haber explorado
cierto número de hechos de actualidad, he intentado definir de manera metódica
el mito contemporáneo; texto que he colocado al final de este volumen puesto
que no hace otra cosa que sistematizar los materiales anteriores.
[...]
I. MITOLOGÍAS
[...]
El escritor en vacaciones
Gide leía a Bossuet mientras bajaba por el Congo. Esa postura resume bastante
bien el ideal de nuestros escritores «en vacaciones», fotografiados por Le Figaro:
juntar al placer banal el prestigio de una vocación que nada puede detener ni
degradar. Una buena nota periodística, muy eficaz desde el punto de vista socio-
lógico y que nos informa sin ocultamientos sobre la idea que nuestra burguesía se
hace de sus escritores.
* Roland Barthes, Mitologías, trad. Héctor Schmucler, México, Siglo XXI Editores, 2010, 2.ª ed. rev. y corregida,
pp. 13-14, 35, 44, 54, 60, 91, 106, 166, 178, 185, 199, 208, 221, 237, 253.
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148 SELECCIÓN DE TEXTOS DE ROLAND BARTHES
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Lo que pare ce sorprender y enc antar a esta burguesí a, ante todo, es su propia
amplitud de espíritu para reconocer que también los escritores son gentes que
comúnmente se toman vacaciones. Las «vacaciones» son un hecho social re-
ciente cuyo desarrollo mitológico, por otra parte, sería interesante indagar. Es-
colares en un comienzo, a partir de las licencias pagadas se han vuelto un hecho
proletario, o al menos laboral. Afirmar que, en adelante, ese hecho puede concer-
nir a los escritores, que también los especialistas del alma humana están someti-
dos a la situación general del trabajo contemporáneo, es una manera de conven-
cer a nuestros lectores burgueses de que están adecuados a su tiempo: uno se
enorgullece de reconocer la necesidad de ciertos prosaísmos, uno se acomoda a
las realidades «modernas» con las lecciones de Siegfried y de Fourastié. Por su-
puesto, esa proletarización del escritor es acordada con parsimonia y para, pos-
teriormente, destruirla mejor. No bien se provee de un atributo social (las vaca-
ciones constituyen un atributo y bien agradable, por cierto) el hombre de letras
regresa al empíreo que comparte con los profesionales de la vocación. Y la «na-
turalidad» en la que se eterniza a nuestros novelistas, en realidad se instituye
para traducir una contradicción sublime: una condición prosaica producida, des-
graciadamente, por una época muy materialista, frente al lugar prestigioso que
la sociedad burguesa concede con liberalidad a sus hombres de espíritu (siem-
pre que sean inofensivos).
La prueba de la maravillosa singularidad del escritor es que durante esas tan
comentadas vacaciones, que comparte fraternalmente con obreros y dependien-
tes, no deja de trabajar, o al menos no deja de producir. Falso trabajador, también
es un falso vacacionista. Uno escribe sus recuerdos, otro corrige pruebas, el terce-
ro prepara su próximo libro. Y el que no hace nada lo confiesa como una conducta
auténticamente paradójica, una hazaña de vanguardia, que sólo un espíritu fuerte
puede permitirse mostrar. Con esta última baladronada, se hace conocer que es
absolutamente «natural» que el escritor escriba siempre, en cualquier situación.
En primer lugar, esto reduce la producción literaria a una suerte de secreción
involuntaria, por lo tanto tabú, pues escapa a los determinismos humanos; para
hablar más noblemente, el escritor es víctima de un dios interior que habla en
todo momento sin inquietarse, tirano, por las vacaciones de su médium. Los es-
critores están de vacaciones, pero su musa vela y da a luz sin interrupción.
La segunda ventaja de esta verborrea es que, por su carácter imperativo, apa-
rece —con toda naturalidad— como la esencia misma del escritor. Él acepta sin
duda que está provisto de una existencia humana, de una vieja casa de campo, de
una familia, de un short, de una hijita, etc., pero contrariamente a los otros traba-
jadores que cambian de esencia y en la playa no son más que veraneantes, el escri-
tor conserva en todas partes su naturaleza de escritor; al tener vacaciones, mues-
tra el signo de su humanidad; pero el dios permanece, se es escritor como Luis
XIV era rey, incluso en el inodoro. De este modo, la función del hombre de letras
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