La mirada divergente del estrabismo ibérico

AutorModesto Barcia Lago
Páginas423-437

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Desde la Restauracâo Bragantina, la perspectiva ibérica será estábrica. Ahora la denominación "España" quedaría reservada al territorio peninsular e islas adyacentes de la "Monarquía Hispánica", sobre todo a partir de la instalación de la dinastía borbónica triunfante en la Guerra de Sucesión, que inauguró el siglo XVIII, y ya no denotaría la inclusión de Portugal; pero, en el esplendor del predominio del Rey Sol sobre España, se establecía también la tutoría de Albión en el cuerpo ibérico fracturado y sembrado de resentimientos, que el régimen bragancista cultivaría con mimo. El alma exógena de Portugal, no la patriota, había conseguido el triunfo en contra de la Iberia que había sido llamado a construir junto con Aragón y Castilla.

España y Portugal vueltas de espaldas una a otra, ya por largo tiempo, se mirarían desde entonces con desdén y mutuo recelo, recubriendo con antagonismos artifi ciosos, estimulados desde el exterior, la conciencia de unidad ibérica que anidaba en los espíritus más preclaros. La Restauraçâo portuguesa arrumbaba, ahora sí, tal vez definitivamente, el ortograma que había dado vida y los momentos más luminosos al ser ibérico. Como tienen puesto de relieve los profesores JIMÉNEZ y LOFF, "el momento histórico de la Coroa de Espanha como terreno de adhesión de las dinastías y de los estamentos nobles portugueses a las tesis favorables a un concepto unitario de la Península Ibérica, gradualmente traspasado del nivel geográfi co o cultural al nivel político, parece haberse agotado defi nitivamente en el siglo XVII"1026.

Lo que ocurría, al margen de lo contingente de los acontecimientos desencadenados el 1º de diciembre de 1640 -que habían dado ocasión al asentamiento de Portugal extramuros de los parámetros políticos de la "Monarquía Hispánica"-, era que en la evolución del Reino portugués, desde que se constituyó en la Edad Media, había conseguido la madurez la línea de un desarrollo "desviado" respeto de los requerimientos ibéricos, porque en su Page 424 génesis escisoria del viejo Reino imperial de León operaba tenazmente, en permanente confrontación con la pulsión ibérica del espacio peninsular, una divergencia geopolítica antagónica, que apoyaba, según tesis de H. De LA TORRE, en "la frontera expansiva, de afirmación, que es el mar; y la frontera de seguridad, de separación, que es el continente peninsular"1027. Por eso la inflexión de Aljubarrota se mostró decisiva, pues, bajo el liderazgo de la Monarquía de Avís, "el pequeño reino peninsular -explica el mencionado estudioso- deviene en la más poderosa de las talasocracias hasta entonces conocidas", adelantándose "al resto de los Estados europeos en la exploración y control de las rutas del mar, lo que equivale a decir el control del mundo y, por tanto, la construcción de un primer sistema de poder mundial", que "no es un poder territorial, sino estratégico y económico, basado en el dominio de las rutas oceánicas que por el Atlántico Sur se abren hacia el Oriente y se proyectan asimismo sobre el continente americano"1028. Así, los anclajes oceánicos vendrían a ser la clave de la viabilidad de la proyección antibérica de Portugal, contrastando, según indicamos supra, con la incapacidad de Cataluña para afi rmar entre Francia y Castilla un espacio propio, cuando su imperio mediterráneo -¿pero no había sido ya movida esta expansión en la perspectiva de garantizar el fl anco del Levante ibérico?- había entrado en crisis terminal, y eso determinaría su defi nitivo amoldamento en la "Monarquía Hispánica", a pesar de a las recurrentes periódicas tentaciones centrífugas de algunos sectores catalanistas, ciegos -o irresponsables- ante las realidades de la geohistoria.

Es por ésto que debe resaltarse la enorme lucidez con que, en el punto álgido del esplendor portugués, Don Joâo II y Don Manuel I, el Perfecto y su sucesor el Afortunado, habían buscado insistentemente reorientar aquella proyección oceánica de manera funcional al ortograma geopolítico ibérico -donde tenía la única garantía de pervivencia aquel sistema de poder mundial, de otro modo condenado a subordinarse a centros de poder externos, como bien se desprende del estudio del profesor de la Universidad de Lisboa A.J. TELO acerca de las limitaciones de Portugal como protagonista del primer sistema mundial1029-; es en este sentido Page 425 que puede entenderse como un error estratégico la designación de Madrid como capital política de la "Monarquía Hispánica" en vez de establecerla en Lisboa, así como mantener en Sevilla la Casa de Contratación: un Portugal liderando el ánimo ibérico, tal vez, hubiera evitado el exceso fatal del compromiso de Castilla en Europa; la armonización de la geopolítica oceánica portuguesa con la castellana podría convertir el espacio peninsular en el centro neurálgico de Poder Atlántico-Mediterráneo, satelizando a Inglaterra y desviando la atención de Francia hacia el continente en una posición subalterna; invirtiendo, pues, como en la fábula de Saramago acerca de la "balsa de piedra" que va a la deriva por el Océano, el sentido de la hipótesis de OLIVEIRA MARTINS, que, si pivotaba sobre los vectores geopolíticos eurocontinental-mediterráneo, dejaba de lado el vector atlántico oceánico:

Supongamos que España no había descubierto ni sometido las dos Indias, y debemos concluir que, si así hubiera sucedido, su tenacidad para imprimir en Europa el dominio de su carácter hubiera sido menos teatral, pero sin duda alguna más duradero.

Entiende el historiador que habría de darse una confrontación decisiva entre las ramas, latina y germánica, de las naciones europeas, que terminaría por conseguir la unificación de Europa, "o con la victoria de la Alemania protestante o con la de la España Católica", excluyendo la hegemonía de Francia1030. Una crítica contra las exigencias derivadas del vector geopolítico oceánico -el que integrado con los otros dos estructura las potencialidades ibéricas, según ya quedó dicho-, que ya había expresado Antonio Cánovas Del Castillo en 1854 en su Historia de la decadencia de España, y bien querida por la historiografía inglesa, de ELLIOT a KAMEN, por ejemplo, coincidentes en la "sed de bienestar, de placer y de gloria", como expresaba quien había de ser el líder de la "Restauración" del último cuarto del siglo XIX español, "desangró a la nación y expulsó de su seno a los más emprendedores y laboriosos", comenta Santos JULIÁ1031.

Es una hipótesis que, tal vez, tiene más lógica actualmente, cuando, despojados ambos Países de la carga de sus respectivos dominios ultramarinos y africanos, España y Portugal están incardinadas en la Unión Europea, y en ella han de hacer valer sus potencialidades. En cualquier caso, se muestra insufi ciente sin la dimensión iberoamericana que "la Iberidad", en el sentido operativo en que la hemos definido, abraza, pues solamente su consideración por entero hará más relevante el papel de Iberia; porque, únicamente con la interacción de los tres Page 426 vectores geopolíticos que la configuran cabe la reformulación de una alternativa de verdadero Poder Ibérico.

Pero en el tiempo de la unión personal, necesariamente, la Tierra del confín de Occidente tenía que imponer su ley, para trasplantarse a ambos lados del mundo y cumplir el destino ibérico, que encarnó Magalhâes en los versos de TORGA:

Fernâo de Magalhâes da Iberia toda,

Alma de tojo arnal sobre uma fraga

A namorar a terra Em corpo inteiro,

Consciência do fi m no fi m da voda,

Fernâo de Magalhâes que ándaste à roda

De quanto Portugal sonhou primeiro.

Ter um destino, é nâo caber no berço

Onde o corpo nasceu. É transpor as fronteiras uma a uma

E morrer sem nenhuma, às lançadas à bruma,

A cuidar que a ilusâo é que venceu1032.

Fue el peso excesivo del compromiso castellano con el Imperio que había legado Carlos V, el lastre que ahogó los sueños universales de la civilización ibérica; pues, si Castilla, como destacaBÉLY, se había transformado "en el corazón administrativo de este imperio mundial reunido a su alrededor", no obstante, ello no se traduce en un incremento continuo de poder y "Madrid se agota por mantener la cohesión del conjunto frente a las múltiples fuerzas centrífugas"1033. Lo destaca ALDEA VAQUERO con precisión:

Ciertamente, sin los Países Bajos, España, que era señora de los mares, podría haber mantenido una indiscutible superioridad mediterránea y atlántica sin tener que interferir en las pequeñas o grandes rivalidades, ambiciones y querellas intraeuropeas. Pero España, por su intervención voluntaria o forzada en ellas, cometió el pecado de ser demasiado europea. Ni en aquellos siglos ni en los siguientes, España dio las espaldas a Europa. Más bien España ha seguido siempre mirando al resto de Europa, a veces con afán casi mimético1034.

En realidad, la "Monarquía Hispánica" no podía desentenderse de la preocupación europea -aunque, naturalmente, no tenía por qué comprometerse con Page 427 ella hasta vaciarse pródigamente en los postulados contrarreformistas-, porque España -es decir, Iberiaera el punto desde donde Europa estaba llamada a transformarse en una idea de universalidad, que recoge el ditirambo épico de CAMôES, naturalmente oteado desde Portugal:

Eis aquí se descobre a nobre Espanha,

Como cabeça alí de Europa toda,

Em cujo senhorio e glória estranha

Muitas voltas tem dado a fatal roda;

Mas nunca poderá, con força ou manha,

A Fortuna inquieta pór-lhe noda

Que lha nâo tire o esforço e ousadía

Dos belicosos peitos que em si cría.

Com Tingitania entesta; e alí parece

Que quer fechar o Mar Mediterráneo

Onde o sabido Estreito se enobrece

Coáo extremo trabalho do Tebano.

Com naçôes diferentes se...

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