Migraciones, ciudadanía y transnacionalismo

AutorJuan Carlos Velasco Arroyo
Cargo del AutorInstituto de Filosofía del CSIC (Madrid)
Páginas355-386

Page 355

En muchos lugares, y para ello bien cabría poner como ejemplo el caso español, la inmigración se ha convertido en el fenómeno social más descollante de todos cuantos se suceden en los últimos años y probablemente también sea el que mayor huella deje en la configuración del futuro no sólo próximo. No es ésta, sin embargo, una situación privativa de dicho país, sino que obedece a una compleja e intensa reorganización de la cartografía global de la población humana y, en definitiva, a una nueva geografía de la centralidad y la marginalidad (cf. Sassen 2003). Dada la dimensión planetaria que han alcanzado los trepidantes flujos migratorios, resulta bastante ajustado concebirlos como un relevante efecto de la globalización, entendida ésta en su acepción meramente descriptiva, a saber: cómo la creciente interrelación entre las distintas partes del planeta, como consecuencia de los diversos procesos por los que bienes y servicios, pero también ideas e información, franquean las fronteras estatales a una velocidad sin precedentes. Y deben ser entendidos como efecto de la globalización pese a que ésta se caracterice en su más reciente fase por la fluidez de las corrientes financiero-comerciales y simultáneamente —y de una forma enormemente paradójica— por las restricciones a la movilidad internacional de la mano de obra, esto es, libertad casi absoluta para los capitales y trabas para la circulación de las personas. La supresión de barreras y la liberalización de flujosPage 356que son consustanciales a la globalización no se han extendido, sin embargo, a las migraciones internacionales (cf. Arango 2007). Esta flagrante incoherencia, en la que incurre una globalización asimétrica, mutilada e imperfecta, sirve de trasfondo a toda una serie de interrogantes e incertidumbres que afectan a los actuales flujos migratorios y que tienen su reflejo más visible en las condiciones de irregularidad, discriminación y vulnerabilidad que en nuestros días padecen con harta frecuencia las personas migrantes1.

En las últimas dos décadas, las migraciones internacionales han aumentado espectacularmente no sólo el volumen, sino también el grado de mundialización del sistema migratorio en un doble sentido: aumento de la diversidad de las regiones receptoras e incremento de las áreas de origen. En consecuencia, los migrantes presentan una variedad demográfica, social, cultural y económica cada vez mayor y prácticamente inédita en el pasado. Las actuales olas migratorias serían entonces no sólo efecto de la globalización, tal como se afirmó anterior- mente, sino que también deberían ser entendidas como parte integrante de dicho proceso planetario, compartiendo con él sus propias luces y sombras. En todo caso, los efectos de este fenómeno se dejan notar en los más variados aspectos de la vida social tanto de los países receptores como de los emisores, provocando, entre otros, cambios sustanciales en la demografía y considerables alteraciones en la estructura del mercado de trabajo. Resultado de los flujos migratorios globales sería asimismo, por poner otro ejemplo en un terreno nada anecdótico, el aumento del pluralismo religioso de las sociedades de acogida. En cuestiones religiosas, como en otros muchos aspectos del sistema cultural de los países de inmigración, la vida diaria estáPage 357cada vez más influida por las creencias, prácticas y productos de otras partes del mundo.

La enumeración de las diversas dimensiones de la vida social que se han visto conmocionadas de una u otra manera por los recientes flujos migratorios masivos podría alargarse sin esfuerzo, pero, en cualquier caso, quedaría seriamente mutilada si de ella se omiten los efectos generados en la esfera política. Los Estados son, sin embargo, actores sumamente influyentes en los procesos migratorios y sus actuaciones configuran un corpus normativo y político que afecta al transcurrir de los desplazamientos interfronterizos de personas. Es más, en un mundo como el contemporáneo, de corte aún westfaliano, organizado políticamente «en Estados legalmente soberanos y mutuamente excluyentes», el alcance político de los flujos de población es manifiesto porque implican, por definición, el cruce de fronteras estatales, es decir, la transferencia de una persona «de la jurisdicción de un Estado a la de otro» (Zolberg 2006, 26-27), y ello conlleva también un cambio transitorio o, en muchos casos, definitivo en la pertenencia a una comunidad política. Es más, la intensa impronta dejada por las migraciones es perceptible en el núcleo sensible del poder político y de la convivencia social, incluso en los elementos articuladores del Estado moderno: la noción tradicional de la soberanía nacional, el sentido de la ciudadanía o las formas culturales de la identidad colectiva y de la lealtad política. Si la soberanía nacional ya ha sido profundamente erosionada por los procesos de globalización (como se muestra en la creciente incapacidad de la mayoría de los Estados nacionales —por no decir de todos— para gobernar los flujos exógenos que trastocan su propio ciclo económico), la imposibilidad de mantener la integridad de las fronteras ante la presión migratoria no ha hecho sino magnificar este proceso. La ciudadanía, por su parte, ha sido cuestionada como mecanismo de inclusión social y marcador de la pertenencia política. Como consecuencia de las migraciones, las identidades colectivas se han tornado mucho más complejas y plurales, incidiendo con ello en las fuentes de la lealtad de los ciudadanos hacia el poder constituido. Si aceptamos quePage 358la esfera política se encuentra entre las principales dimensiones de la vida social afectadas los masivos flujos migratorios de las últimas décadas, puede entonces deducirse que no cabe dar respuesta adecuada al reto de la inmigración sin repensar el sentido de estas nociones políticas básicas.

Lo enunciado hasta ahora conforma un inmenso panorama de cuestiones, que obviamente no pueden ser dilucidadas todas ellas en unas pocas páginas. Por eso, las consideraciones que siguen se ceñirán exclusivamente a aquellas transformaciones del sistema político e institucional inducidas por las migraciones que guardan relación directa con la noción de la ciudadanía. En este ámbito, la hipótesis de partida que guiará la reflexión será la siguiente: las migraciones pueden ser entendidas como el catalizador social, quizás el principal, del conjunto de transformaciones que está experimentando la institución de ciudadanía en las sociedades democráticas contemporáneas. Y dicho de una manera igualmente concisa, la principal implicación de tales transformaciones consistiría en que la condición de nacional de un Estado ha dejado ser en gran medida el requisito indispensable para el disfrute de los derechos asociados tradicionalmente a la ciudadanía. Por supuesto, en estos cambios, las migraciones no constituyen un factor único y aislado. Las intensas transformaciones que las instituciones estatales han experimentado con el avance imparable de los procesos de globalización, así como el notable progreso de la cultura de los derechos humanos a nivel nacional e internacional, se encuentran entre los factores determinantes de importantes cambios normativos que afectan a la vida cotidiana de los inmigrantes.

A continuación se aborda en cuatro pasos la temática esbozada: en primer lugar, se describen los rasgos tradicionales de la ciudadanía y su relación con el fenómeno migratorio (1); en segundo lugar, se señala el carácter transnacional de los nuevos flujos migratorios (2); a continuación, se da cuenta de algunos de los principales cambios detectados en la noción de ciudadanía (3); y, finalmente, se apuntan los rasgos normativos de una noción de ciudadanía que pueda ser compatible con los derechos humanos y el ideal cosmopolita (4).

Page 359

1. La ciudadanía y su lugar en la política migratoria

Con la noción de ciudadanía se alude, en primera instancia, a la pertenencia de un individuo a una determinada comunidad política. Esta acepción fundamental ya se encontraba incorporada en el vocablo latino cives, del que proviene etimológicamente: con él se designaba un status jurídico integrado por un núcleo compacto e indivisible de derechos y deberes, un status que definía la posición de las personas libres, en primer lugar, en la civitas romana y posteriormente, en el mundo romano en su conjunto. Partiendo de este significado básico, su campo semántico ha sido ampliado de tal modo que el término se emplea también para calificar una «relación política fundamental y sus principales articulaciones, esto es, las expectativas y exigencias, los derechos y los deberes, las modalidades de pertenencia y los criterios de diferenciación o las estrategias de inclusión y de exclusión» (Costa 2006, 35). El contenido eminentemente jurídico que se derivaba de las evocaciones clásicas señaladas ha sido ampliamente sobrepasado en la época moderna. En su significación actual, la ciudadanía se presenta como una categoría multidimensional que simultáneamente puede hacer las veces de concepto legal, de ideal político igualitario y participativo, así como de referencia normativa para las lealtades individuales y colectivas (cf. Colom 1998, 235). Implica, en principio, una relación de pertenencia con una determinada politeia (o comunidad política), una relación asegurada en tér- minos jurídicos (libertades y obligaciones legales), pero también denota una forma de participación activa en los asuntos públicos. Dado su carácter por así decir transversal respecto a las diferentes dimensiones de la vida en sociedad, la ciudadanía se convierte «en un concepto denso de significados...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR